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viernes, 20 de marzo de 2009

DEJANDO HUELLA



Gonzalo Gamio Gehri


El día de ayer – con mucha alegría – he recibido un ejemplar de Dejando Huella, la revista de los alumnos del Instituto de Estudios Superiores Juan Landázuri Ricketts, centro de formación filosófica y teológica de la orden franciscana en el que tuve el privilegio de enseñar entre el año 2000 y 2008, interrumpido por los años en los que realicé mis estudios doctorales en España. Siempre he asumido con entusiasmo la tarea de colaborar con la formación de los laicos y de los futuros sacerdotes y hermanos – años antes había colaborado con otras instituciones que siguen la estructura de seminario como la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y el ISET Juan XXIII -, porque considero que el fortalecimiento de una Iglesia profética y comprometida con la justicia pasa por la solidez y amplitud de la formación académica, con lo poco que uno puede aportar, y lo mucho que puede uno aprender de sus estudiantes y colegas.

El Instituto Landázuri brilló con luz propia. Contaba con un perfil propio y una propuesta académica muy interesante. Puedo dar fe de que, a pesar de ser una institución pequeña – concentrada en la formación de las cuatro casas OFM en Lima – se distinguió por la búsqueda incansable de la excelencia académica, el compromiso eclesial y social, el pluralismo y la libertad de pensamiento. Ofrecía cuatro años de estudios filosóficos y cuatro de estudios teológicos, lo que la convertía en una institución teológica única en su género. Los estudiantes leían a Duns Scoto, a Todorov, a Rahner, a Gutiérrez y a Nietzsche, con pasión intelectual y sentido crítico. Los profesores siempre contamos con libertad para diseñar nuestros programas. El clima siempre fue de diálogo, confianza y respeto por el docente, sin el menor asomo de presiones ideológicas ni gestos autoritarios de ninguna clase. La institución era un verdadero espacio de reflexión y cultivo de la amistad intelectual. La filosofía floreció allí no como una ancilla - sierva -, sino como una compañera de diálogo de la teología y de las humanidades. Jamás se recurrió a manuales para monitorear las asignaturas filosóficas; se leía directamente a los autores clásicos y contemporáneos. Mis alumnos leyeron a Platón, Aristóteles y a Hegel, pero también a Zizek, Vattimo y Walzer. Muchos estudiantes entraron al propedéutico con una formación precaria en las materias básicas, y salieron – merced a la atención académica y el cariño que les prodigaba la Orden y la propia institución - leyendo a Scoto en latín, y discutiendo la obra de Rorty, Buber y Buenaventura, destacando sus fortalezas y zonas cuestionables. Los alumnos desarrollaban las herramientas conceptuales para pensar por sí mismos y debatir con todos estos autores; no leían la tradición intelectual en clave dogmática ni ecléctica, sino en una perspectiva crítica, genuinamente filosófica. El plan de estudios ponía un énfasis particular en la filosofía y teología franciscanas, y se discutía el pensamiento clásico y contemporáneo.

Me siento orgulloso de haber colaborado con la noble misión del Instituto Landázuri. En el año 2008 mis nuevas responsabilidades universitarias en la UARM y en la PUCP me impidieron continuar dictando ética y filosofía política allí. Leyendo los artículos de Dejando Huella, constato y saludo el grado de madurez y de honestidad intelectual que han logrado mis queridos alumnos franciscanos. Sin duda, serán importantes teólogos y ejemplares sacerdotes, en un mundo y una Iglesia que necesita de ambos. Piensan con libertad y con agudeza: leerlos produce en mí la satisfacción del trabajo logrado. Lo mismo piensan mis colegas, Raschid Rabí, Consuelo de Prado, Glafira Giménez, Alessandro Caviglia, Gregorio Pérez de Guereñu, entre otros profesores.

Me entero, con cierta sorpresa, por uno de los artículos - ¿Crónica de una muerte anunciada?, de Iván Rondón Ríos – que el Instituto dejará de funcionar por un tiempo indefinido. Las razones no son expuestas en el ensayo, aunque se siente la contrariedad de su autor: “
El IES Juan Landázuri Ricketts significa mucho más que un simple centro de estudios.
Su crónica no debería ser la de una muerte
anunciada; al contrario, debería ser la del inicio de una gran obra que aporta
no sólo al pensamiento filosófico-teológico franciscano, sino también a la
realización del Reino en el pueblo de Dios” (p. 4).
La noticia me deja sin palabras. No me explico por qué un instituto teológico tan sólido cierra sus puertas de repente. Considero que la declaración de este joven fraile debe ser honrada por su lucidez y sentido de pertenencia a toda prueba. Esperemos que se trate sólo de una breve interrupción en la notable contribución que esta institución franciscana hace al desarrollo de la Iglesia y de la sociedad. El Landázuri está dejando huella.