REFLEXIONES SOBRE UN ARTÍCULO DE STEVEN LEVITSKY
Gonzalo Gamio Gehri
Hace unos pocos días, el destacado politólogo Steven Levitsky publicó en La República el artículo La derecha y la democracia, en el que desplegaba un agudo análisis sobre la compleja relación entre las élites económicas – el autor considera que estas élites constituyen el núcleo vivo de la “derecha”, una tesis que tendría que discutirse – y el sistema democrático. Según el texto, cuando estas élites desconfían del sistema tocan las puertas de los cuarteles para garantizar la defensa de sus intereses. Allí donde hay partidos de derecha sólidos, la democracia tiende a ser preservada; allí donde no los hay – y Levitsky pone como ejemplo la experiencia histórica de varios países hispanoamericanos, como Argentina -, las élites suelen “patear el tablero” y tolerar o promover sin problemas la supresión de las libertades y derechos ciudadanos.
Dejemos para otra ocasión el problema “teórico” – muy importante – de la definición de la “derecha” y sus posibles variantes. El artículo señala que los partidos de derecha en el Perú son débiles, que las élites rara vez invierten seriamente en ellos y que en las últimas décadas han perdido todas las elecciones frente a candidatos populistas, políticos novatos y outsiders. Las élites económicas se han dedicado a endulzar los oídos de los candidatos ganadores, a llevarlos por la senda de la inversión y hacia la convergencia con los intereses del gran capital, vale decir, los han exhortado – cuando no conminado - a proteger sus intereses. “La derechización de los gobiernos de turno”, advierte con razón, “deja poco incentivo para invertir en un partido de derecha. Si los demás candidatos terminan gobernando en la derecha, ¿para qué invertir en un partido de derecha?”. Si el candidato ganador no sucumbe ante sus cantos de sirena, las élites tienden a proponer una salida más dura, como sucedió hace poco con el proyecto de revocatoria a Villarán o con la inicial reacción de pánico frente al crecimiento de Humala. Cuando las élites endurecen sus posiciones hasta el límite, el sistema incluso comienza a tambalearse: si ejercen suficiente presión, la presunta “primavera democrática” podría llegar a su fin en nuestro país.
Ante la debilidad de partidos como el PPC y la insustancialidad de candidaturas del estilo P.P. Kuczynski, Levitsky afirma que una sólida alternativa derechista podría encontrarse en el fujimorismo. Nótese cómo el reconocimiento de la escasa o nula fe de los fujimoristas en los principios de la democracia liberal no merma el énfasis que el autor pone en el potencial futuro político de esta organización.
“Para la derecha, el camino electoral más viable parece ser el fujimorismo. A diferencia de las otras fuerzas de derecha, el fujimorismo tiene capacidad electoral. Llega a provincias y a los sectores populares. Y aunque representa una derecha distinta –menos liberal, más estatista– que el PPC o el Fredemo, su ideología –centrada en el orden y la lucha antisubversiva– tiene eco en la sociedad peruana. Hoy en día, el fujimorismo es más un movimiento social dedicado a la defensa de Alberto Fujimori que un partido político. No se ha renovado o roto con su pasado autoritarismo. Pero podría transformarse en un partido de derecha seria. En España y Chile, la derecha autoritaria cambió de liderazgo, se distanció de su pasado, y se comprometió en serio con la democracia liberal. Y así dos fuerzas de ultraderecha que habían amenazado a la democracia se transformaron en organizaciones que hoy fortalecen a la democracia”.
Concuerdo con Levitsky en que el Perú requiere una derecha sólida y políticamente institucionalizada. No existe entre nosotros una genuina derecha liberal (¡Vamos, ni siquiera una cohesionada derecha política conservadora! Los conservadores están más cerca de los templos y de los cuarteles que de las instituciones específicamente políticas). El pluralismo democrático requiere de auténticos partidos de derecha y de izquierda, que conozcan el funcionamiento de lo político y que respeten las reglas del juego democrático. Sin embargo, creo que el autor yerra al cifrar sus esperanzas teóricas en el fujimorismo, no sólo a causa de la trayectoria antidemocrática del fujimorato y la prédica oficialista de un discurso antipartidos en los noventas, si no por la escasa afinidad del fujimorismo actual respecto de un básico ideario democrático, expresado – por ejemplo – en la opción de la sucesión dinástica como método de cambio de liderazgo, y de recambio generacional, tras la salida del escenario político de Alberto Fujimori. Hasta hace poco, los fujimoristas se han mostrado bastante reacios a formar un partido en cuanto tal; por lo general han fundado numerosos movimientos de naturaleza estrictamente electoral. Difícilmente podemos avizorar que el fujimorismo siga la ruta del Partido Popular español; el PP ha desvinculado eficazmente sus fuentes ideológicas de la presencia tutelar del franquismo y de su imaginario nacional – católico; ha asumido sin problemas un conjunto de principios liberales como base para el ejercicio mismo de la política. En contraste, el fujimorismo está visiblemente comprometido con el culto a la personalidad del líder y no ha abandonado una comprensión nítidamente instrumental de los procedimientos democráticos.
El fujimorismo sólo podría emprender el camino de la democratización renunciando a su ideario autoritario – celebración del autogolpe, rechazo del sistema de justicia internacional, exaltación de la “mano dura”, y un largo etc. -, revisando críticamente su historia de lesiones contra el Estado de derecho y las instituciones democráticas, así como – salvando las distancias - el PP ha tomado una clara distancia respecto de las iniquidades cometidas por el gobierno español bajo la dictadura de Franco. Los fujimoristas deberían desestimar los privilegios jerárquicos de quienes ostentan como solitario y decisivo activo político el tener el apellido Fujimori. El discurso sobre “orden y autoridad” tendría que incorporar el lenguaje del respeto de la ley y la defensa de los derechos fundamentales. Para convertirse en una fuerza democrática, el fujimorismo tendría que “desfujimorizarse”.
Sin embargo, pocos fujimoristas estarían dispuestos a seguir una ruta similar a la transitada por el PP. Los vínculos de lealtad que muchos adeptos han desarrollado con la organización fujimorista se funda precisamente en la adhesión al ideario autoritario mencionado líneas arriba. El profesor Levitsky evoca el caudal electoral del fujimorismo como una de sus principales fortalezas, pero no toma en cuenta que ese mismo caudal se explica en virtud de la inocultable sintonía de una parte del electorado con el discurso autoritario (y quizá dinástico). Un fujimorismo “democratizado” – observante de los principios liberales presentes en las democracias modernas – podría perder buena parte de su respaldo popular y sacrificar su capacidad de captar votos. Esto se puso de manifiesto de camino a la segunda vuelta en la última campaña electoral, cuando Keiko Fujimori intentó – estratégicamente – asumir un discurso “moderado” para lograr el voto de los indecisos y de los electores “de centro” (e incluso de quienes habían asumido un voto antifujimorista en el pasado), reconociendo los errores de la gestión de su padre y pretendiendo abrir su propia posición al lenguaje de los derechos humanos. Este “giro” no le reportó resultados positivos: no sólo no contó con el apoyo de los votantes moderados, si no que los fujimoristas “históricos” mostraron claramente su discrepancia respecto de esta clase de gestos, que alejaban a la candidata de la explícita “mística original” del fujimorismo. De hecho, muchos líderes intermedios de Fuerza 2011 atribuyen la derrota electoral a este súbito y tardío cambio de discurso.
El fujimorismo está bastante lejos de convertirse en un partido de derecha democrática; por supuesto, podría decidirse a asumir ese complejo proceso, y sería sin duda positivo, pero no podemos afirmar que esa sea la tendencia que orienta al grupo. Un cambio como el que alienta Levitsky requiere de mucho más que la mera participación electoral, o la unificación de las distintas fuerzas fujimoristas en una única organización partidaria: se trata de una especie de transformación política profunda, de la que no percibimos signos. Echar raíces democráticas exige además un trabajo particularmente difícil para cualquier grupo personalista: un examen de la propia historia, una revisión del propio discurso autoritario, la purificación del caudillismo en su seno. Hasta donde se sabe, no existe dentro del fujimorismo una corriente “reformista” que promueva un cambio hacia la configuración de una estructura democrática. No vemos – al menos hoy en día - disposición alguna a asumir un reto tan grande y a la vez tan extraño a los esquemas de acción que se han trazado en el pasado.