Gonzalo Gamio Gehri
Esta nueva mirada sobre la historia y los
asuntos humanos entraña una nueva actitud vital, y también un nuevo lenguaje
ético. Se trata de reconocer y denunciar la injusticia allí donde tiene lugar,
y distinguirla claramente de la mera fatalidad[1].
Implica asumir el reto de enfrentar en el espacio público a quienes detentan el
poder y se ven cuestionados al ser señalados como responsables de abusos. El
señalamiento de la injusticia incluso puede ser incómodo para un amplio sector
de la comunidad que se siente a gusto con el proceder autoritario de sus
líderes, o está dispuesto a ceder libertades y derechos a cambio de “eficacia”
en el tratamiento de ciertos problemas sociales. El mensaje del profeta va a contracorriente
respecto de diversas formas de comportamiento y opinión. Esta nueva forma de
vivir y de pensar la vida exige el ejercicio de la parrhesía.
La parrhesía consiste en la disposición a
hablar con libertad y con verdad en una situación adversa. Está presente en el
mensaje de los profetas, y en la prédica de Jesús. La invocación a construir el
Reino supuso el concurso de la libre decisión de los convocados por ella. El
Reino de Dios se edificará – sostenía - sobre la base de la participación de los
más pequeños y humildes, los “insignificantes” de la historia.
“¿No han
leído cierta Escritura? Dice así: la piedra que los constructores
desecharon llegó a ser la piedra principal del edificio: esa fue la obra del
Señor y nos dejo maravillados” (Mateo 21, 42).
desecharon llegó a ser la piedra principal del edificio: esa fue la obra del
Señor y nos dejo maravillados” (Mateo 21, 42).
Esta clase de discurso contraviene
expresamente el juicio de las “élites” en todos los ámbitos de la vida social.
A menudo es enunciado en condiciones de riesgo. Consideremos el interrogatorio
de Jesús ante Pilatos que conduce al célebre incidente sobre la verdad. En
medio de este intercambio de palabras – de esta sucesión de preguntas y
respuestas – está la discusión sobre la condición de Jesús, si es o no aquel a
quienes los judíos esperaban, el Hijo del hombre, pero también en este diálogo
se examina de alguna manera el sentido de la misión profética. Pilatos está
preocupado por saber si la prédica de Jesús sobre el advenimiento del Reino
cuestiona o no a la autoridad romana. Le preocupan menos las severas críticas
que el Nazareno ha dirigido a la clase sacerdotal del pueblo de Israel; no le interesa intervenir en las
disputas religiosas de una pequeña localidad sometida al yugo imperial. Pero sí
puede percibir que la transformación de la vida a la que apela Jesús alcanza
diversas facetas de la existencia de la propia comunidad.
Efectivamente, el cambio de actitud (metánoia)
que postula Jesús al anunciar el Reino implica una transformación (metá)
del modo de pensar y sentir (noús) que abarca la totalidad de la vida.
Cuando sostiene que su Reino “no es de este mundo”, no se refiere a que se
trata de aspirar al logro de un mundo exclusivamente ultraterreno; indica que
la lógica del Reino no responde al sistema de opresión y exclusión instalado en
el mundo social imperante. El esfuerzo por el Reino supone el cuidado de la
justicia y del ágape. La atención a los más débiles y vulnerables.
Cuando el gobernante romano pregunta “¿Qué es la verdad?” no es de extrañar la
respuesta de Jesús: el silencio. Ese silencio revela que la verdad no es
una doctrina – metafísica, política, religiosa – que aspire a cristalizarse en
una “ortodoxia” que genere complejos rituales y jerarquías sociales de diverso
cuño. Se trata de una forma de vida, un modo de estar en el mundo y de cultivar
de manera fecunda las relaciones interhumanas. Aún en un momento de particular
indefensión y sujeción, Jesús pone de manifiesto la verdad como un
acontecimiento, como encarnación de un modo de
vida en el mundo histórico - social.
* Este post pertenece a un escrito más extenso sobre el espíritu profético y la ética de los derechos humanos.