Reflexiones sobre el libro Universidad y Autonomía. En defensa de la PUCP
Gonzalo Gamio Gehri
Ayer apareció en Domingo - suplemento de La República - un informe especial sobre el nuevo capítulo en la lamentable historia de los inaceptables intentos del ala más "dura" del conservadurismo eclesiástico por imponer su línea ideológica y controlar la administración de la PUCP. La nota del diariofue redactada por Enrique Patriau y se titula La Amenaza de Cipriani. Allí se muestra en qué medida las posiciones contra la PUCP datan de mucho tiempo atrás, cuando Monseñor Cipriani era obispo de Ayacucho; las alusiones al Testamento de Riva Aguero son más bien recientes. La nota coincide con dos nuevos procesos judiciales y con la publicación de un segundo volumen de En defensa de la PUCP, un texto titulado Universidad y Autonomía, escrito por Marcial Rubio. El libro es una esclarecedora defensa de la autonomía universitaria, así como del pluralismo que se practica en la PUCP. El libro hace públicas además las cartas que se han dirigido el Rector de la PUCP - Luis Guzmán Barrón -, el propio Monseñor Cipriani, y Muñoz Cho, su representante. El lector podrá constatar por sí mismo el tono beligerante de las misivas de los dos últimos, que prácticamente conminan al Rector a convocar una Junta cuya única función es el cumplimiento de las mandas del Testamento de Riva Aguero. Particularmente virulenta es la la carta remitida por Muñoz Cho al Rector el 1 de marzo – que motiva la acción de amparo – en la que el representante del Arzobispado intenta imponerle una agenda a la PUCP y a quien preside la Junta y la convoca – el Rector -, desconociendo los acuerdos celebrados en 1994 entre sus miembros (el Rector de la PUCP y el representante del Cardenal Vargas Alzamora), atentando directamente contra la Autonomía Universitaria. Esta “agenda” impuesta involucraba modificaciones inaceptables a la Junta, como que cualquiera de sus miembros pudiese convocarla. Se preparaba – aparentemente – un golpe de timón contra la PUCP, conjurado - según argumenta Rubio - por la oportuna reacción de las autoridades de la PUCP.
El Sr. Muñoz Cho ha querido imponerle a la Universidad un “organismo de gobierno” completamente externo al Consejo Universitario, lo cual es simplemente inadmisible. Tendenciosamente, se ha pretendido hipertrofiar de modo ilegítimo las funciones de la Junta, y se ha intentado – como se constata en la última carta del representante del Arzobispado – alterar las reglas existentes en torno a la potestad exclusiva del Rector – en su calidad de Presidente de la Junta – de convocar a reunión de la misma. Como argumenta el texto de Rubio, a la parte contraria a la Universidad no parece animarla la pretensión de “hacer cumplir la voluntad del testor”, sino ejercer control sobre el destinos de la PUCP. Este conflicto no tiene precedentes en la historia de la Universidad: la relación con los Arzobispos de Lima siempre ha sido cordial, nunca se ha puesto en tela de juicio la autonomía de la PUCP o su condición de propietaria absoluta del patrimonio que Riva Agüero le legó. Los problemas son más bien recientes - coinciden con la instalación de las actuales autoridades eclesiásticas locales, señala el texto -, y parecen tener una lectura ‘política’ (¿o teológico-política?).
Hace unos días, este libro ha sido objeto de una "crítica" bufonesca y carente de argumentos, firmada por Carlos Espá y publicada por Correo: su redacción es lamentable, y su tono burlón es patético y sin una pizca de ingenio. Incluso Espá llega a la insolencia. Es evidente que Espá no ha leído el texto de Marcial Rubio. Espá, Romero y los demás articulistas de Correo y Expreso escriben como si lo que estuviese en juego fuese la propiedad de la Universidad, y no únicamente la propiedad del terreno del Fundo Pando. Escriben como si existiese alguna cláusula que establezca que la donación de dicho terreno estuviese condicionada por la "línea académica" de la institución. Pero no, no hay tal cláusula (además, la idea misma de "condicionar una línea" es profundamente irracional y antiacadémica. La PUCP nunca perteneció a ninguna dependencia episcopal, jamás. Fue fundada por el Padre Dintilhac y un grupo independiente de laicos. La virulencia de estos aprendices de "catones" mediáticos - cuyas "piezas retóricas" incluso han sido colgadas en la Página Oficial de la parte contraria a la Universidad - pone de manifiesto que lo que está en juego es el espíritu de la Universidad. Se la quiere someter ideológicamente, se le quiere recortar sus libertades en lo relativo al trabajo científico y humanístico (como ha sucedido hace años con algunos centros de formación teológica regentados por ese mismo sector). Hace un tiempo, publiqué un post en el que reseñaba la perspectiva del Sr. Munive - aparentemente afín a la causa interventiora - quien deslizaba la idea (en una carta a La República) que una "auténtica "Universidad Católica debería vetar la obra de Jean Paul Sartre. De Ripley.
Mi opinión es la siguiente. El problema se plantea como testamentario, jurídico y económico, pero también es de tipo 'político' y académico. Pensar que sólo es un problema que corresponde a abogados y a jueces constituye un error, motivado por la estrechez de miras (y en algunos casos por la mala fe). La PUCP es una comunidad de conocimiento e investigavción pluralista (uno encuentra en sus aulas a personas - docentes y alumnos - de todas las tendencias intelectuales y credos. También hay profesores conservadores y del Opus Dei muy queridos en la PUCP, personas que nunca han encontrado "vetos" u obstáculos para el desarrollo de sus investigaciones: vetar o prohibir obras o temas constituye una práctica completamente contraria al quehacer universitario), pero al sector eclesiástico conservador que quiere invadir la PUCP - que no es toda la Iglesia, gracias a Dios - la diversidad le parece negativa: ellos piensan que hay que imponer una concepción monolítica de la vida y de la realidad (e incluso de la historia) sin dudas ni murmuraciones, impuesta por decreto, y no por buenos argumentos. Es la obsesión por la unidad que disuelve las diferencias y los disensos. Pues bien, para eso no sirven las universidades, ellos piensan en centros de adoctrinamiento, en donde determinados libros no se pueden leer (Maquiavelo, Kant o Rousseau, por ejemplo), como en algunas instituciones "educativas" conocidas del interior del país. En suma, no les preocupa que por imponer su controversial imagen de la “confesionalidad” - que poco o nada tiene que ver con el Evangelio, dicho sea de paso - se sacrifique la libertad de pensamiento, la excelencia académica, la apertura, en suma, la condición de ser universidad.
La PUCP está defendiendo su autonomía y su patrimonio, su derecho a existir como genuina universidad. Le asiste la razón y la justicia.