He señalado que los espacios de la sociedad civil constituyen escenarios para la discusión en torno a la vida buena y la trascendencia. Mientras el Estado permanece al margen de estas cuestiones – esforzándose por garantizar los derechos y libertades de cada uno -, la sociedad civil propicia lugares de debate en los que la preocupación por los fines de la vida, las virtudes y las creencias sobre lo absoluto: como señala Lessing, a menudo las interrogantes son más importantes que las respuestas. La Universidad es uno de estos espacios, mas no el único.
Decía que este tipo de discusiones e interpelaciones no siempre es recibido por quienes asumen de manera dogmática sus puntos de vista sobre lo bueno y la trascendencia. El diálogo genuino requiere de interacción de horizontes y una actitud falibilista, estar dispuesto a escuchar las razones del otro y a darle la razón si es el caso que haya que dársela en virtud de la solidez de los argumentos. Esta actitud nos remite al magisterio de Sócrates, y al corazón mismo de la filosofía. No todos tienen el pathos necesario para asumir el duro trabajo del concepto. Algunos prefieren no poner en riesgo sus convicciones sometiéndolas a escrutinio racional. Exponer las propias convicciones siempre implica arriesgarse a perder las propias “certezas”.
Estos debates tienden a socavar lo que podría describirse como el “afán de seguridades”, la actitud que presupone que el propio punto de vista es el único razonable o verdadero, el único vehículo de plenitud humana, de modo que se identifica “a priori” cualquier otra posición como intrínsecamente falsa o defectuosa. Es común que desde esta actitud dogmática se sindique cualquier defensa del pluralismo como “relativista”, “nihilista”, o etiquetas arrancadas de manuales de “recta enseñanza”, que recurren a la simplificación y a la caricatura para tentar disolver los problemas conceptuales que habría que afrontar desde el lógos. Este dogmático afán de seguridades es contrario al espíritu de la filosofía, para el cual una vida no examinada no merece la pena ser vivida.
La obsesión por la verdad a nenudo le hace mucho daño a la búsqueda de la verdad..