domingo, 27 de noviembre de 2011

APUNTES SOBRE PLURALISMO Y FILOSOFÍA













Gonzalo Gamio Gehri

He señalado que los espacios de la sociedad civil constituyen escenarios para la discusión en torno a la vida buena y la trascendencia. Mientras el Estado permanece al margen de estas cuestiones – esforzándose por garantizar los derechos y libertades de cada uno -, la sociedad civil propicia lugares de debate en los que la preocupación por los fines de la vida, las virtudes y las creencias sobre lo absoluto: como señala Lessing, a menudo las interrogantes son más importantes que las respuestas. La Universidad es uno de estos espacios, mas no el único.


Decía que este tipo de discusiones e interpelaciones no siempre es recibido por quienes asumen de manera dogmática sus puntos de vista sobre lo bueno y la trascendencia. El diálogo genuino requiere de interacción de horizontes y una actitud falibilista, estar dispuesto a escuchar las razones del otro y a darle la razón si es el caso que haya que dársela en virtud de la solidez de los argumentos. Esta actitud nos remite al magisterio de Sócrates, y al corazón mismo de la filosofía. No todos tienen el pathos necesario para asumir el duro trabajo del concepto. Algunos prefieren no poner en riesgo sus convicciones sometiéndolas a escrutinio racional. Exponer las propias convicciones siempre implica arriesgarse a perder las propias “certezas”.


Estos debates tienden a socavar lo que podría describirse como el “afán de seguridades”, la actitud que presupone que el propio punto de vista es el único razonable o verdadero, el único vehículo de plenitud humana, de modo que se identifica “a priori” cualquier otra posición como intrínsecamente falsa o defectuosa. Es común que desde esta actitud dogmática se sindique cualquier defensa del pluralismo como “relativista”, “nihilista”, o etiquetas arrancadas de manuales de “recta enseñanza”, que recurren a la simplificación y a la caricatura para tentar disolver los problemas conceptuales que habría que afrontar desde el lógos. Este dogmático afán de seguridades es contrario al espíritu de la filosofía, para el cual una vida no examinada no merece la pena ser vivida.


La obsesión por la verdad a nenudo le hace mucho daño a la búsqueda de la verdad..























miércoles, 23 de noviembre de 2011

100 DÍAS .....









Gonzalo Gamio Gehri





A cien días de iniciado el gobierno de OIllanta Humala, la percepción ciudadana de este corto camino oscila entre la esperanza y la preocupación. Gana Perú logró la victoria en medio de una confrontación muy clara con el fujimorismo, grupo al que se le recordó su nefasto record en materia de corrupción y violaciones de derechos humanos durante los años noventa. La candidatura de Humala logró capitalizar el apoyo de importantes personalidades y contar con el respaldo de sectores sociales y políticos comprometidos con la democracia gracias a un acertado discurso de concertación en torno a temas vinculados a la preservación del Estado de derecho y los principios de la ética pública. Matizó el ideario de la “Gran transformación” con una invocación al lenguaje clásico del liberalismo político (distribución del poder, estabilidad jurídica, derechos humanos), y esta estrategia caló en los electores. Ahora se trata de constatar – a partir de actitudes y políticas concretas – si ambos discursos pueden articularse en una única y consistente propuesta política.


Por supuesto que los gestos iniciales han sido muy interesantes. Humala pronunció un primer discurso presidencial sólidamente principista – bastante lejano al imaginario “chavista” con el que los adversarios se proponían relacionarle -, marcado por la declaración de un compromiso férreo con el orden constitucional y con la lucha contra la corrupción. Ha convocado a un grupo plural de especialistas e intelectuales para la conformación del gabinete y para los cargos de responsabilidad en las principales instituciones del Estado, que contrasta con el entorno básicamente conservador de la gestión anterior. La administración Humala se ha comprometido con el fortalecimiento de instancias de diálogo como el Acuerdo Nacional. Del mismo modo, se ha aprobado la Ley de Consulta previa y se han llevado a cabo negociaciones con las empresas mineras para que su contribución al Estado sea mayor al de el célebre “óbolo voluntario” de la gestión aprista. El énfasis que ha puesto el nuevo gobierno en el tema de la inclusión social a través de la configuración de un ministerio y el diseño de políticas sociales puntuales, sin duda constituye la expresión de una preocupación clara por el tema del combate contra la desigualdad.


Sin embargo, estos buenos gestos e iniciativas corren el riesgo de echarse a perder si es que el gobierno de Ollanta Humana no actúa con buenos reflejos frente a situaciones conflictivas generadas por personajes cercanos al gobierno y a declaraciones de funcionarios públicos, circunstancias que han puesto en cuestión el espíritu que ha caracterizado el ideario de la segunda vuelta, el primer discurso presidencial y los aciertos en cuanto a los nombramientos y las primeras medidas en curso. El caso Chehade ha cubierto innecesariamente de sombras esta primera etapa, y la absurda resistencia del personaje a dar un paso al costado perjudica severamente a un gobierno que acertadamente había convertido la lucha contra la corrupción como uno de sus estandartes políticos fundamentales. De igual forma, las lamentables declaraciones del ministro Vega solicitando una amnistía “en todos los sectores” – incluyendo los temas de derechos humanos - introducen en la escena pública la típica invocación conservadora de políticas de silencio e impunidad, un alegato por demás extraño para un grupo político que se ha comprometido – de manera programática - a honrar el anhelo de memoria, justicia y reparación de parte de las víctimas del conflicto armado interno.


Estos mensajes contradictorios debilitan considerablemente las líneas de acción que el poder ejecutivo ha anunciado y ya empieza a poner en ejercicio. La ciudadanía espera que nuestros representantes se pronuncien con firmeza sobre estos asuntos y que se desestime claramente aquellas actitudes y aquellos discursos que atentan contra los principios que el nuevo equipo de gobierno ha jurado defender.


(Publicado en Ideele)


lunes, 14 de noviembre de 2011

SOBRE PLURALISMO Y RELIGIÓN











Gonzalo Gamio Gehri




Examinemos algunas cuestiones prácticas vinculadas al cultivo del pluralismo. De hecho, sugiero que afrontemos casos especialmente difíciles, como los que entrañan elementos religiosos. Por supuesto, nada de lo que diga en lo que sigue está libre de controversia y cuestionamiento, y debe considerarse como un conjunto de reflexiones en voz alta – todavía en borrador –, es decir, como una aproximación inicial a una materia importante.

Me da vueltas por la cabeza la expresión “evangelizar la cultura” – que apareció en varios comentarios en este blog, a ellos me refiero aquí específicamente-, y trato de identificar los sentidos en los que ese proyecto puede revelarse fecundo en una democracia liberal (y los hay, sin duda, si flexibilizamos esta expresión, apartándola de cualquier pretensión epistémica). Es obvio que una sociedad democrática ofrece espacios – más allá del Estado – en los que se pueda promover, discutir y difundir una fe religiosa, en un clima de respeto frente a otras confesiones; existe un espacio para la prédica y el proselitismo siempre y cuando se respete la libertad y el derecho de todos a creer o a no creer. El pluralismo se nutre de un sano escepticismo frente a quienes suponen que existe una sola forma de vida plena, una sola vida que pueda reunir todos los bienes humanos sin tensión o conflicto. El pluralismo percibe el potencial impulso intolerante y violento en las versiones radicales de esta presuposición, pues ella entraña el anhelo de uniformizar a los seres humanos en un único estilo de vida y un único propósito.

Es posible examinar el proyecto de “evangelizar la cultura”, fuera de un marco epistémico de adoctrinamiento religioso y exhortación a un único modo de creer y actuar. El Evangelio alude a la “buena nueva” de la acción del ágape en la vida de los seres humanos, más allá de las consideraciones sobre la observancia de la “ortodoxia” o la preservación de una “pureza doctrinal”, que preocupaban más a los fariseos que a Jesús. Incluso la fe del centurión – un pagano – es objeto de elogio, por su disposición a dejar actuar al Espíritu en la vida. Visto de este modo práctico y amplio, la buena nueva no lesiona en manera alguna el cuidado de la diversidad, cuestiona severamente todo integrismo y nos sitúa en un horizonte de compromiso desinteresado con el otro. Una forma sutil y poderosa de universalismo ético que (más allá de la innegable originalidad del cristianismo en cuanto a su tratamiento de estos valores) converge con los principios de no pocas religiones y visiones seculares de la praxis. Por supuesto, esta última afirmación requiere un trabajo de precisión y detalle que no puedo ofrecer en este espacio. La conexión entre la idea de ágape y la de solidaridad constituye un tópico en el estudio de los imaginarios morales.

Consideremos brevemente un caso de diálogo interreligioso cotidiano en los escenarios de la sociedad civil. Si conozco a un creyente budista o judío que vive genuinamente su credo, y está dispuesto a conversar con otras personas sobre los cimientos éticos y espirituales de sus creencias en un clima de fraternidad y búsqueda compartida de conocimiento, de tal forma que todos los interlocutores puedan reconocer los elementos comunes y apreciar las diferencias entre las confesiones ¿Tendría sentido intentar “convertirlo” a mi propia fe, concebida como “verdadera”? Honestamente, creo que no. La posibilidad misma de una conversación - o investigación – interreligiosa podría considerarse una experiencia espiritual importante para cualquiera que valore seriamente la religión como un elemento significativo en la vida. Esa clase de diálogo podría potenciar la comprensión del ágape en el sentido práctico y no epistémico evocado hace un momento. Intentar improvisar alguna forma de prédica proselitista que pretenda lograr que el personaje en cuestión abandone la fe de sus padres para asumir otra podría y revelarse como un acto de manipulación e intolerancia, o incluso como una expresión de soberbia. En una sociedad pluralista, el ejercicio de escuchar al otro y propiciar el encuentro de razones y aspiraciones comunes – sin proponerse lograr un acuerdo definitivo en cuestiones doctrinales – constituye un hábito que no se aleja del ágape, y que toma distancia de la obsesión integrista por imponer un único modo de creer y de vivir.

(La imagen ha sido tomada de aquí).


domingo, 6 de noviembre de 2011

PLURALISMO, FALIBILISMO Y EDUCACIÓN. ALGUNOS APUNTES









Gonzalo Gamio Gehri





¿Cómo afrontar el desafío de la educación en un contexto democrático de respeto a la diversidad y de promoción del pluralismo? Lo primero que salta a la vista es la escasa comprensión de la idea de “pluralismo” en cuanto tal, y la extraña hostilidad que el sólo término genera en sectores conservadores llama la atención; del mismo modo, resulta cómico y patético el empleo – por parte de los representantes de la extrema derecha política y religiosa - de la expresión “pensamiento único” (más allá de la escueta y antojadiza alusión a Ramonet) para caracterizar al pluralismo democrático-liberal: extrañamente, parecen sugerir que la tesis pluralista que no existe una única forma de llevar una vida plena o racional es “intolerante”, y que la fórmula integrista según la cual existe sólo un relato válido (apreciado por ser “monolítico”) sobre los fines de la vida y la trascendencia – un relato que excluye a los demás sindicándolos como “falsos” o “perniciosos” – se concibe como “sensata” (¿?). En suma, el mundo cabeza abajo. Como en nuestro espacio público el esfuerzo por la claridad conceptual brilla por su ausencia, tal burdo despropósito florece casi sin resistencia.

Desde el punto de vista actitudinal, es evidente que esta clase de integrismo calza con el molde de un “pensamiento único”, precisamente por su antipluralismo. Una sociedad democrática debe contribuir a la formación del carácter y del juicio de sus ciudadanos, de modo que ellos muestren interés por la protección de los derechos de quienes tienen otras creencias y costumbres, y participen activamente en los espacios de la vida pública. La defensa de un “pluralismo razonable” (Rawls) implica la convicción de que la sociedad se convierta en un escenario en el que las personas puedan suscribir, examinar y discutir visiones de la vida buena sin que ninguna instancia oficial imponga criterios de corrección doctrinal, en la medida en que el ejercicio de estas visiones no lesionen los derechos y libertades de los demás. Constituye un absurdo – que ya hemos comentado – atribuir un trasfondo “relativista” al pluralismo: se trata de un error de manual (de manual retro, obviamente).

La escuela democrática tiene que preocuparse por promover el contacto reflexivo y empático con lo diverso, así como con el cuidado del falibilismo, la actitud según la cual podemos estar dispuestos a reconocer – si existen buenas razones para ello – que podemos estar equivocados y que somos capaces de aprender de nuestros interlocutores. Esta constituye una actitud básica para dialogar en el sentido estricto de la palabra. Si asumimos una actitud dogmática ante las propias convicciones y no estamos expuestos a las razones del otro no dialogamos en absoluto. Esto no implica por supuesto – para anticiparme a los objetores de manual – considerar que todas las posiciones son “igualmente válidas” (como reza el fantasmal “relativismo”). La “superioridad intelectual” de una concepción del bien es resultado del ejercicio del diálogo, cuando es auténtico.

En el Perú – por varias razones – la escuela ha sido por lo general un recinto autoritario, en el que la palabra del profesor es definitiva y pauta de lectura decisiva de los problemas. El diálogo no es una práctica común, y la apertura y el rigor argumentativo constituyen valores secundarios frente a la “disciplina” y la “obediencia a la autoridad”. La “mano dura” se celebra más que la capacidad de debatir o concertar. Fomentar el pluralismo requiere desmontar una serie de actitudes y estrategias pedagógicas arcaicas y funestas, presentes en las aulas, en la esfera pública, y en otros espacios sociales que conocemos bien. Construir la democracia “desde abajo” implica presentar batalla a la proclividad al “pensamiento único” (al integrismo y al autoritarismo) en estos frentes.