Gonzalo Gamio Gehri
Los griegos sostenían que la
única manera de indagar acerca de si la vida de alguien había tenido realmente
sentido requería reconstruir narrativamente aquella vida desde el presente
hacia el pasado, intentando reconocer en el relato el impulso que habría
llevado al agente a asumir los propósitos que habrían guiado su existencia, su
vocación más profunda, y todo su amor. El escenario ideal suponía que el propio
agente pudiese realizar este ejercicio hermenéutico, aunque a menudo era otro
ser humano el que rendía cuenta de aquella narración. No en vano la oración
fúnebre se revelaba como un genuino género literario en las ciudades de la Hélade.
Podemos imaginar este trabajo
realizado en primera persona, o aún realizado por otro. Recordemos el duro,
extraño y hermoso proceso de anagnórisis
experimentado por Ulises gracias al canto del aedo Demódoco. La conmoción de su
alma ante el relato de sus conflictos con el pélida Aquiles. O el propio relato
de sus hazañas ante la atenta mirada de Alcinoo. Incluso los relatos parciales
de la vida conmueven o dejan qué pensar cuando se ocupan de las cosas que
importan. Imaginemos el recuento de la vida de Perseo, escapando de la mirada
letal de Medusa, robando el ojo de las grayas, salvando la vida de su amada
Andrómeda en Etiopía, recordando sus bellos ojos y sus cejas pronunciadas, para luego evocar el duelo con el feroz Ceto y la recia batalla contra Fineo.
Si consideramos lo señalado en
los mitos, los poemas épicos y las tragedias, esta suerte de examen de la
propia existencia constituye un hito crucial en el curso de de la vida. Aristóteles
solía decir que un agente humano sólo podía sostener que había sido feliz
cuando lograba pensar la totalidad de su vida en virtud de un relato
articulado. Un relato construido sobre la base del contacto con las
aspiraciones que conducen nuestras vidas y en conversación con las personas que
nos importan. El tejido de la vida es de carácter interpersonal. Su sentido y
dirección está marcado por la contingencia y por la vulnerabilidad propia de la
condición de los mortales.