jueves, 29 de diciembre de 2011

SIGFRIDO Y LAS PRUEBAS DE ISLANDIA


Gonzalo Gamio Gehri

Me gustaría continuar brevemente con la historia de Sigfrido. Había contado cómo el héroe había obtenido la invulnerabilidad – salvo en un punto pequeño entre ambos omóplatos – luego de bañarse en la sangre de Fafner. Luego se hizo del tesoro que custodiaba el dragón, y emprendió el camino de regreso a su patria, Neerlandia, donde le esperaba su padre Sigmundo. Recuperó así su condición de príncipe.

Pronto Sigfrido marchó a Worms, capital del reino de Burgundia, luego de tener noticias acerca de la belleza de Crimilda, hermana del rey Gunther. De modo que Sigfrido de presenta en Worms y es recibido con honores - con los honores debidos a un amigo del reino -, pues los burgundios temían enemistarse con un príncipe tan poderoso como el dueño del tesoro de los Nibelungos. Como muestra de buena voluntad, y como signo de respuesta a sus atenciones, Sigfrido presenta batalla contra los daneses y los sajones, que habían reunido un ejército con el que pretendían invadir Burgundia. El héroe brilló de tal manera en el combate que – tras la victoria – los burgundios celebraron un festín rindiéndole homenaje. Y por fin Sigfrido pudo conocer a Crimilda.

Efectivamente, el héroe quedó impactado con la belleza y la inteligencia de la princesa, con su radiante cabello azabache y con el intenso brillo de sus ojos. La agudeza de las palabras de Crimilda fascinó al vencedor del dragón y dejó una huella indeleble en su ánimo. El Cantar describe las emociones que imperiosamente sacudieron el corazón de Sigfrido: "Ni placeres ni victoria ni los más bellos paisajes trajeron nunca dicha y gozo comparables a los que entonces sintió junto a la hermosa Cimilda, dueña ya de su persona, de su corazón y de su vida". El texto medieval no rehuye en absoluto la tarea de explicitar la aguda conmoción que padece el espíritu del guerrero ante los asedios del amor. El poema examina las profundidades del alma, allí donde no brindan protección alguna las armaduras de hierro.

Pero Gunther deja claro que sólo accederá a que Crimilda y Sigfrido estén juntos si éste lo ayuda a conquistar a la walkiria Brunilda, quien vive en Islandia y ha prometido desposar únicamente a quien la venza con el uso de las armas. En la antigua mitología germánica, las walkirias eran unas doncellas guerreras al servicio del dios Wotan, que recogían del campo de batalla las almas de los combatientes más valientes para ser acogidos con honores por el dios en el Valhalla, su fortaleza y palacio. Brunilda representaba un extraordinario rival - en vigor y bravura - para cualquier hombre de armas que le planteara batalla. Sin embargo, la percepción del peligro no aplaca la recia voluntad del monarca. De tal manera que una comitiva burgundia zarpa hacia la helada Islandia en busca de la implacable reina guerrera.

Gunther tiene que librar dos pruebas terribles para salir airoso frente a Brunilda. Por fortuna, cuenta con la ayuda de Sigfrido, quien le asiste invisible gracias al manto de invisibilidad que obtuvo junto con el tesoro de los Nibelungos. Primero el rey burgundio tiene que enfrentarse a Brunilda arrojándole una lanza y resistiendo la lanza de su rival armado con un escudo. La lanza de la walkiria propina tal golpe al escudo de Gunther que lo atraviesa; si no hubiera contado con la fuerza de Sigfrido - que sostenía el escudo por él - el rey hubiera muerto inmediatamente. El Cantar señala que el golpe fue tan contundente que el propio Sigfrido "sintió el sabor acre de su propia sangre". Llegado su turno, el guerrero invisible arrojó la lanza con tal fuerza (tuvo el gesto de lanzarla invertida, con la punta hacia atrás, para que el impacto no fuese mortal) que derribó a Brunilda. La reina es derrotada.

La segunda prueba consistía en lanzar una pesada roca y luego saltar sobre ella. Se trataba de una roca tan grande que doce hombres debían ser necesarios para cargarla con holgura. Brunilda arrojó la roca doce pies lejos de sí, y luego saltó sin problemas sobre ella. Gunther - que sólo hacía los gestos, puesto que Sigfrido sostenía la piedra - la lanzó más allá y saltó a sobre ella, gracias al impulso que le dio el propio Sigfrido.

Así, la reina de Islandia terminó sometida a Gunther, y se embarcó hacia Worms. Sigfrido guardó el secreto en su corazón, y se encaminó inmediatamente a buscar a Crimilda.

domingo, 25 de diciembre de 2011

NAVIDAD




Gonzalo Gamio Gehri
La idea de fraternidad humana no es una invención del cristianismo, pero es una idea que ha recibido un impulso importante, decisivo, con el cristianismo. Jesús de Nazaret habla de un Dios que se compromete con los seres humanos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Un Dios que da la vida por sus amigos. No me cansaré en repetir que un importante legado del cristianismo es el principio de encarnación, un movimiento que va de la eternidad a la temporalidad finita de la vida humana. Un movimiento que va a contrapelo respecto de la corriente general de muchas religiones humanas. Las consecuencias de este movimiento en materia de la comprensión de las relaciones humanas, de los vínculos sociales, la compasión y la justicia son de una riqueza enorme.
Los elementos de la kenosis son notables. Que según los textos y la tradición el Hijo nazca en un establo, sea adorado por los pastores constituye un signo de fragilidad que dice mucho acerca de su identificación con la condición humana que compartió y pone de manifiesto su preocupación por la precariedad de los modos en los que las personas – en particular los excluidos – tienen que lidiar con el mundo. Su prédica de un Reino de paz y justicia llevó a Jesús a enfrentarse con las élites políticas y religiosas de su propia comunidad. Su magisterio de amor y no-violencia lo llevó a desafiar la supuesta “ortodoxia” de su tiempo, a pesar de que recurría conscientemente a los propios textos para cimentar su proceder. Este compromiso radical con el amor lo llevó a la cruz. Y, según el Evangelio, la vida finalmente – e inapelablemente - derrotó a la muerte.
Creo que este mensaje posee un extraordinario valor y preserva una notoria vigencia. Todavía hoy en tiempos en que la Navidad – fecha de encarnación – es asociada al negocio, a un materialismo craso y frívolo, absolutamente desespiritualizado. Contemplar lo divino en lo humano, concentrar la atención en la misericordia y no sólo en el formalismo ritual, a eso apunta el misterio de la encarnación. Re-cordar esas dimensiones constituye una exigencia importante para quien pretende superar la dura y cruel epidermis comercial con la que lamentablemente se ha revestido la Navidad.
Felices Fiestas.

La imagen viene de aquí,

domingo, 11 de diciembre de 2011

ALICIA Y EL CONEJO


Si pienso que fui hecha
Para soñar el sol
Y para decir cosas
Que despierten amor.

¿cómo es posible entonces
Que duerma entre saltos
De angustia y horror?

(S.R)


Gonzalo Gamio Gehri


Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll, constituye una de las obras más apasionantes que se hayan escrito jamás. Está a la vez llena de fantasía y de reflexiones filosóficas sobre la realidad y sobre el sentido de las palabras: conocida era la devoción del autor por la lógica. Cuenta la historia de Alicia, una niña encantadora e inteligente que abandona el mundo de la vida cotidiana para sumergirse en un universo cargado de magia e incertidumbre, para asumir un viaje de descubrimiento de una realidad en la que las reglas del mundo común parecen no funcionar del todo.

La obra plantea al lector el antiguo desafío lanzado por siglos por los mitos y los antiguos cuentos de hadas. Un desafío inquietante. Saber mirar. Plantea que hay que asumir una actitud especial para adentrarse en lo que Tolkien llamaba “realidad secundaria”, la realidad que se ocultaría tras el velo del mundo de la inmediatez (y que a juicio de Campbell, reaparecería en el mundo de los sueños de los seres humanos de la era moderna, desencantada y “racionalizada”). Los signos para el ingreso en la realidad mítica estarían disponibles – de una manera limitada – en el mundo de la vida cotidiana; simplemente los pasamos por alto, no los identificamos porque no observamos con atención. La persecución de un conejo que emprende la carrera mirando ansioso su reloj lleva a Alicia a iniciar su extraño viaje mítico.

Es el problema que también plantea la extraordinaria película El laberinto del fauno. El espectador tiene que discernir si las situaciones fabulosas que la niña vive son una invención, fruto de la necesidad psicológica de escapar de una realidad terrible e inaceptable – su madre es pareja de un perverso jefe político-militar de la represión franquista posterior a la guerra civil española – o si efectivamente ella ha ingresado a un mundo sobrenatural que no queremos ver nosotros, que preferimos ver la libélula en lugar del hada. Los antropólogos culturales y los mitólogos dirían que estas “claves de entrada” a un mundo mítico están presentes en todas las tradiciones humanas, salvo en la de la ilustración occidental. Alicia ha transformado su apariencia – su tamaño - tantas veces que ya no sabe quién es. Es el complejo tema mítico de la identidad en el viaje iniciático. Alicia se repite a sí misma que no debe llorar ante esas súbitas transformaciones, entre otras cosas, porque se ha vuelto tan pequeñita que sus lágrimas podrían ahogarla. Asume con coraje su viaje a un mundo mágico, absolutamente desconocido. Con el objetivo de mantener cierto control sobre estas insólitas circunstancias, repasa los conocimientos que ha adquirido en la escuela. Pretende así aferrarse a las certezas que le ha brindado el seguro y claro mundo moderno. Sin embargo, el escurridizo conejo la ha guiado a las entrañas mismas del universo mítico.


Imagen viene de aquí.

sábado, 10 de diciembre de 2011

SENTIDO DE REALIDAD




Gonzalo Gamio Gehri

Lo mínimo que uno debe pedirle a los ‘críticos’ es un cierto sentido de realidad. Si va a cuestionarse el perfil académico de una institución – por ejemplo -, por lo menos, es preciso tener claro si el perfil presupuesto coincide con la trayectoria, obra y compromisos asumidos por esa institución en el tiempo. Las lecturas fragmentarias o antojadizas revelan una mayor carga ideológica que argumentativa. El reciente debate mediático sobre la PUCP ha puesto de manifiesto tales vicios: muchos de los “analistas” no han pasado por sus aulas, o no han revisado sus estatutos o su historia, ni examinado su contribución al país. Más allá de la importante cuestión legal – la parte cardenalicia ha mutado sospechosamente su posición, del tema de las potestades de la Junta en el Testamento a si la PUCP es un “bien eclesiástico” -, el asunto parece ser de “línea política”, si la PUCP es o no “izquierdista” o si debe convertirse en un recinto religiosamente conservador. Se intenta desconocer – por mala fe o por ignorancia – el carácter plural de la PUCP, una condición básica para la existencia de cualquier universidad de calidad.

Pero muchos artículos de impronta ultraconservadora contribuyen a generar confusión ante la opinión pública. Por ejemplo, se afirma que Riva-Agüero era un intelectual cuya herencia determinó que la PUCP se convirtiera en una gran Universidad. Sin duda, Riva-Agüero fue un académico muy importante, cuya obra ha contribuido decisivamente a la reflexión sobre el Perú, dentro y fuera de la PUCP; del mismo modo, la donación del fundo Pando y otros bienes han favorecido el crecimiento de la PUCP. Sin embargo, sostener que la grandeza de la PUCP se debe exclusivamente o fundamentalmente al legado o la herencia de Riva-Agüero implica no conocer los hechos. Si tuviésemos que destacar en una historia la evolución de la PUCP como la Universidad privada más importante del país, tendríamos que mencionar una serie de importantes gestiones rectorales, entre ellas la de Felipe McGregor sj, quien contribuyó a consolidar la PUCP como un espacio académico plural, abierto al diálogo y a la búsqueda rigurosa del conocimiento y la justicia. Una Universidad abierta al pensamiento crítico, al debate nacional y a la comunidad académica internacional.

Los enemigos de la PUCP suponen que el catolicismo conservador (el de quienes pretenden intervenir la PUCP) es el único catolicismo posible. Se equivocan. Que Riva-Agüero era sumamente conservador es un dato real – curiosamente, los propios blogueros reaccionarios han intentado vincular reiteradamente a Riva-Agüero con el franquismo e incluso con el hitlerismo – que no voy a comentar ni a discutir aquí: dejo ese asunto a los historiadores de las ideas que se han dedicado a esa materia. El hecho es que Riva-Agüero no fue fundador ni rector de la PUCP, y su donación no supuso el establecimiento de condiciones de una línea teológica en particular, o de un enfoque metodológico puntual. Como académico riguroso, Riva-Agüero no impuso condiciones teóricas a la Universidad que amó: sabía que no podía hacer eso sin distorsionar la idea misma de Universidad. Pero no perdamos el tema crucial. El asunto es que la Iglesia católica es plural. Como consta en diversos documentos pontificios y magisteriales, la Iglesia cree en los derechos humanos, el diálogo intercultural e interreligioso, la comunicación con la ciencia y con la democracia. Ha pasado mucho tiempo desde los años cuarenta, y han sucedido sin duda cosas positivas para la Iglesia: el Concilio Vaticano II, y, en el plano regional, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. La teología no es la misma que en los años cuarenta: el pensamiento sobre el cristianismo ha pasado por las teologías anamnéticas, el método histórico-crítico, la teología pluralista de las religiones, la hermenéutica, las teologías inductivas, etc. No existe un único enfoque filosófico-teológico dentro del catolicismo, como algunos columnistas erróneamente suponen. Existen diferentes enfoques y tendencias en su interior.

Por supuesto, en la Universidad – y también en la Iglesia – hay un sitio para el conservadurismo y su defensa de una perspectiva comunitaria. También lo hay para el liberalismo y para los enfoques sociales, que ponen énfasis en la libertad individual y en la justicia social respectivamente: en general, las posiciones conceptuales que se entregan al libre intercambio de argumentos tienen espacio en una auténtica Universidad. Pienso que los extremismos son dañinos, tanto el conservadurismo radical que proscribe la crítica y tolera más la represión política y las violaciones de derechos básicos que los principios teóricos de la teología de la liberación; así como el fundamentalismo marxista, que avala formas expresas de violencia - supuestamente "revolucionaria" - y propugna una lectura dogmática de la historia. Esa condescendencia con la violencia es incompatible con los principios del diálogo y con una auténtica cultura de paz. Tales extremismos ideológicos se reconocen y se denuncian como tales desde el trabajo de la razón y de la crítica, no desde una mirada inquisitorial que condena de antemano los sistemas de pensamiento que no convergen con la propia doctrina epistémica, monolítica e inescrutable. Una Universidad es un recinto de investide derechosgación y no un centro de agitación y propaganda. Una Universidad católica aporta además una preocupación por el cuidado honesto y transparente del diálogo entre la razón y la fe en el marco del cultivo libre y estricto del conocimiento y la expresión.

El debate mediático sobre la PUCP ha introducido otras variables, bastante discutibles, particularmente desde la agenda antipluralista. Las consideraciones académicas y religiosas parecen encubrir los propósitos políticos: se pretende doblegar a una Universidad que se opuso de manera principista al autoritarismo y a la vocación por la impunidad. La PUCP ha jurado preservar su condición de Universidad, una institución plural al servicio del saber, de una fe dialogante y del sentido de justicia. Este compromiso la ha acompañado desde su origen. No renunciar a él constituye una prioridad de tipo moral no susceptible de negociación. El prestigio de la Universidad se debe a que cuenta con profesores que provienen de disciplinas distintas y que cultivan enfoques teóricos diferentes, que están dispuestos a intercambiar argumentos y buscar interpretaciones razonables sobre el mundo y la vida. Ninguna postura ni fuente textual está a priori excluida, pues constituye parte del material que la investigación científica y humanista requiere para su despliegue. Es también una institución democrática, cuya toma de decisiones depende de consensos forjados en instancias de deliberación común, y cuyas autoridades son elegidas por la propia Universidad.






(La imagen ha sido tomada de aquí).



domingo, 4 de diciembre de 2011

SIGFRIDO Y FAFNER



















Gonzalo Gamio Gehri




Pocos relatos han ejercido en mí una fascinación tan duradera como Los Nibelungos
. De hecho, fue el primer libro “adulto” que leí, aproximadamente a los once años. Se trata de un antiguo cantar de gesta alemán, y también encontramos su historia en el Edda escandinavo, en la Voslunga Saga. Hebbel y Wagner elaboraron su propia versión del mito de Sigfrido, que enriquecieron decisivamente la trama y la complejidad de los personajes.

Quisiera decir algo acerca de la parte inicial de la historia. Sigfrido – hijo del rey Sigmundo – es educado en el bosque por el enano Mime, quien se propone que el muchacho vuelva a forjar la espada mágica Balmung, que perteneció al rey y se rompió al enfrentarse a la poderosa lanza del dios Wotan. Mime sabe que sólo Sigfrido podría soldar la espada. El enano abriga la esperanza que empuñar la Balmung permitiría al héroe matar al dragón Fafner – originalmente hermano de Mime -, que custodia el fabuloso e inagotable tesoro de los Nibelungos. El herrero pretende deshacerse luego del joven y hacerse del tesoro.

Efectivamente, Sigfrido forja nuevamente la espada, y se encamina a enfrentar a Fafner, sin conocer los oscuros planes de Mime. Encuentra la gruta del dragón, y desenvaina rápidamente la espada evadiendo su ataque. La batalla dura poco, y finalmente Sigfrido consigue herir a Fafner en el mismo corazón. Una gota de sangre toca sus labios, lo que le permitie conocer el lenguaje de los pájaros. Un ave del bosque le advierte que si se baña en la sangre del dragón, su piel se convertirá en invulnerable en el combate.

Sigfrido se desnuda y cubre su cuerpo con la humeante sangre que mana de la herida del monstruo, y siente como su piel va adquiriendo la dureza del acero. No obstante, una hoja de tilo se desprende del árbol situado al pie de la gruta de Fafner. La hoja queda pegada en la espalda del guerrero, justo entre los dos omóplatos. La sangre no moja ese pequeño lugar. Mientras se calza sus armas, Sigfrido descubre que esa zona de su cuerpo ha quedado vulnerable. Y duda por un instante si volver al bañarse bajo el cuerpo de Fafner, de donde sigue manando la humeante sangre. Concluye que ser completamente invulnerable privaría de sentido y valor una vida dedicada al espíritu de la batalla. Y decide no regresar. Como el lector habrá adivinado, el episodio de la hoja de tilo será crucial en la posterior ruina de Sigfrido.

No obstante, al héroe le esperan no pocas hazañas que convertirán su nombre el inmortal. La muerte de Mime, el viaje a Worms, el amor de Krimilda, la victoria sobre Brunilda. Pero esa es otra historia que contaremos en otra ocasión.




(Publicado en Ideele)







Imagen tomada de aquí: http://www.timelessmyths.com/norse/gallery/fafnir.jpg