domingo, 31 de marzo de 2013

KÉNOSIS




Gonzalo Gamio Gehri

Más allá del cuidado del ritual y las tradiciones, esta semana recordamos a un hombre inocente que puso el amor y el perdón por encima de cualquier otra cosa, y que padeció una muerte en extremo dolorosa – excluido de la comunidad y expuesto a humillación pública – en nombre de la radicalidad de este mensaje. Las autoridades religiosas – los guardianes de la “doctrina correcta” - y los representantes del imperio se sintieron retados por la Palabra del ágape. Fue condenado por hereje y por blasfemo, pues se atrevió a llamarse Rey de los judíos y fuente de salvación. Sin embargo, ninguno de los seres humanos que conoció a Jesús de Nazaret volvió a ser el mismo después de tomar contacto con él. Nunca antes un condenado a muerte había transformado la vida de tanta gente.

Kénosis es “abajamiento”. Se trata de una idea que evoca la encarnación del Espíritu divino, la irrupción del ser eterno en el mundo ordinario, escenario de la vida común: este es también un signo de "secularización". Hegel y Schelling tienen páginas fundamentales sobre este acontecimiento metafísico, que encierra la verdad del cristianismo. Chesterton ha extraído con singular audacia las consecuencias antropológicas de esta tesis, y quizás Vallejo ha transitado por esta misma dirección.  Kénosis puede traducirse también por “debilitamiento”. La divinidad que ha asumido la fragilidad y la finitud de la condición humana por amor. El Dios que muere por sus amigos, aún en medio del temor y la traición de los suyos. El Dios que celebra que las verdades más altas hayan sido reveladas no a los doctos ni a los poderosos (ni siquiera a los sacerdotes o a los maestros de la Ley), sino a los pequeños y a los humildes. Ese es el cristianismo, no el que se predica desde la mera solemnidad, o desde el poder. Evocar la buena nueva es ante todo recordar a Jesús, su enseñanza y su vida, acaso haciendo una provisional epoché de todo lo demás. Esa es una acotación metodológica que podría ser pertinente.

Este “debilitamiento” tiene una dimensión ética. La verdadera fe se traduce en la preocupación de los más débiles – el pobre, la viuda, el huérfano, el extranjero, de acuerdo con la propia fuente -, aquellos que sufren la violencia, el desprecio o la indolencia, del mismo modo en que Cristo los sufrió. Toda persona es tu prójimo, decía Jesús. No solamente quienes comparten nuestro estatus, nuestras aspiraciones o nuestras creencias básicas. Todos los seres humanos proceden de Dios, poseen un valor irrestricto, absoluto: ello explica la adhesión originaria del cristianismo a los principios de la no violencia, así como la convergencia contemporánea con el lenguaje de los derechos humanos. Quienes se pasan la vida identificando y persiguiendo herejías  por razones de ortodoxia intelectual, sean éstas religiosas o ideológicas, no han entendido del todo el cristianismo, no por lo menos en este punto fundamental; lo mismo podemos decir de quienes presumen que la tarea decisiva es “reconocer al enemigo” entre la totalidad de los bípedos implumes. Algo de la mirada compasiva de Jesús se les escapa. Pierden de vista su capacidad de reconocer en la actitud del centurión una fe sin precedentes. Tener en cuenta la raíz del asunto implica reconocer esta disposición a des-cubrir al prójimo – aquel  a quien se puede amar hasta al extremo, al punto de poner en juego la propia vida – en cualquiera de nosotros. Un punto de vista que desmantela las certezas más arraigadas en la existencia común. Una perspectiva sumamente riesgosa y exigente que confronta absolutamente al ser humano de fe.

Pero sabemos que la creencia cristiana implica la creencia en la Resurrección, tal y como algunos artículos nos lo recuerdan hoy domingo[1]. Se trata de la confianza en la superación de la muerte y de la afirmación de la vida como parte del advenimiento del Reino[2]. Como se ha dicho, para los cristianos la muerte no tiene nunca la última palabra. Esta confianza se encarna en la práctica en la valoración de la vida y los derechos básicos de las personas, y en el rechazo de aquello que pudiera mutilar sus capacidades fundamentales, reprimir el ejercicio de su autonomía o exponerlas a una muerte prematura (la crueldad o la exclusión, por ejemplo). Esa fe impulsa e inspira la acción y constituye la percepción de las contextos con los que el agente tiene que lidiar. Una perspectiva espiritual digna del mayor respeto y de la más firme decisión. Un ideario que señala caminos de vida.





[1] Véase hoy en La República las columnas de Salomón Lerner Febres y Rosa María Palacios, ambas sumamente iluminadoras e inspiradoras, en este punto, para esta breve reflexión.
[2] Véase los escritos de Gustavo Gutiérrez sobre este asunto.

martes, 26 de marzo de 2013

VOLVER A MADRID: GRATITUD Y FRATERNIDAD






Gonzalo Gamio Gehri



Madrid es mi segundo hogar, qué duda cabe. Acabo de defender mi Tesis doctoral – Deliberación práctica y vida buena. Un estudio sobre la ética de Charles Taylor – en la Universidad Pontificia de Comillas. Regreso feliz por la tarea cumplida y porque he podido ver a mis queridos y viejos amigos de la Universidad, con los que compartí los años que dediqué a los estudios doctorales. Es maravilloso constatar que la amistad en su sentido más pleno pone de manifiesto vínculos poderosos y valiosos: aunque no nos hayamos visto en varios años, los lazos de confianza y  cariño se han mantenido intactos, y el diálogo se ha retomado con un salmantino “Como decíamos ayer”…

Empezaré evocando el nombre de mis maestros de Comillas. Agradezco profundamente a Augusto Hortal Alonso SJ, mi Director de Tesis, por su gran generosidad por compartir sus conocimientos y por su paciencia y fe respecto de mi investigación. Ha sido para mí un genuino maestro; le debo mucho en lo relativo a mi formación como filósofo y en cuanto a mi propia perspectiva acerca de las cosas. Realmente, sin su permanente aliento y apoyo, el proyecto no habría podido realizarse. Las conversaciones con Juan Antonio Guerrero SJ han consolidado, desde hace muchos años, mi vocación filosófica y mis creencias religiosas en un horizonte de libertad. Su fe en los seres humanos ha sido siempre un ejemplo para mí. Miguel García-Baró ha marcado lúcidamente mi comprensión del pensamiento hebreo contemporáneo, mi visión de la Shoah y mi valoración crítica de la filosofía de la religión en clave fenomenológica. Alicia Villar contribuyó a que desarrollase una lectura abierta de la Ilustración y su herencia. Carlos Prieto se comprometió con entusiasmo y convicción con la posibilidad de que mi retorno a Comillas se concrete. Tuve el privilegio y el honor de ser interpelado por un tribunal sumamente exigente y riguroso, conformado por extraordinarios profesores e investigadores: Carlos Thiebaut, Miguel García-Baró, Alicia Villar, Antonio García Santesmases, Agustín Serrano de Haro. Sus preguntas y cuestionamientos me señalan nuevos escenarios de reflexión en el tema del discernimiento práctico en Taylor y – ciertamente - más allá de él.

Quiero ahora mencionar a mis queridos amigos comillenses, mis amigos de toda la vida, con los que compartí tiempo de lectura pero también mucha conversación y vida diaria.. Ahora que veo las cosas con más cuidado, me parece natural la conexión existente entre haber escogido como tema de tesis el examen de la dimensión narrativa del discernimiento y de la vida buena y el hecho de que mis mejores amigos en mis años como alumno del Doctorado en Comillas fuesen connotados estudiantes de psicología y de trabajo social. Aunque tuve muy buenos amigos entre los doctorandos de filosofía, entablé una amistad muy sólida y enriquecedora con un entrañable grupo de alumnos de estas especialidades, quienes suscitaron mi interés intelectual y vital en la dimensión orientadora y terapéutica de los relatos y en el cultivo de la solidaridad con los excluidos. Aunque es cierto que en Lima ya había tomado contacto con dichas cuestiones, el impulso que este pequeño y entrañable grupo de amigos le dio a mi reflexión sobre el asunto fue decisivo y dejo constancia de ello aquí. Noé Palomeque es hoy un trabajador social y abogado que ha comprometido su vida con la calidad de la existencia de los inmigrantes en Madrid. Es, y ha sido siempre, un combatiente espiritual y moral con la causa de los pobres, un Quijote de la justicia social. Luis Granell es hoy un destacado terapeuta interesado en las dolencias psíquicas de mayor gravedad, que espero combine esta poderosa vocación con la vida académica, para la que tiene un enorme talento. Carlos Pitillas es hoy un notable investigador dedicado al análisis de los vínculos afectivos en la primera infancia; recientemente, la Universidad le ha confiado el dictado de un curso muy importante, Psicoanálisis. Es un joven intelectual muy esforzado y lúcido. David Soler es un psicólogo burgalés especializado en conciliación y terapias alternativas, y cultiva una sabiduría festiva que constituye una auténtica forma de cuidado del alma. Elena Contreras y Alejandra García han dejado constancia de la intensa conexión entre la vocación psicológica, la empatía y la adquisición de un sentido para la vida. Cuca Berástegui Pedro-Viejo es hoy una investigadora en psicología muy rigurosa y creativa, que dirige investigaciones doctorales en el campus y está dedicada al estudio de los vínculos afectivos de la edad temprana. Rafa Jodar se ha convertido en un venerable profesor comillense, un referente para la Universidad por su dedicación y rigor conceptual. Lourdes Mayor, de psicología, y Macarena Verástegui, de trabajo social, demuestran que la juventud y la madurez intelectual pueden ir perfectamente de la mano.

Su aprecio, su lucidez y sentido del humor han contribuido a que Madrid sea, nuevamente, un verdadero hogar para mí. Un recinto de realización y cuidado de lo importante para la vida. Aristóteles tenía razón cuando sostenía que la amistad nos constituye como seres capaces de pensar y actuar. Agradezco a mis compañeros comillenses de mis años de estudio por el milagro de la amistad real e imperecedera. Aquella fraternidad que potencia la producción de conocimiento y que sobre todo configura una vida significativa.

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA VÍSPERA






Gonzalo Gamio Gehri


En la víspera de la ceremonia, Ginès de Castelforte, caballero en ciernes, vela las armas que habrá de usar en el campo de batalla. La luz de la luna que llega desde el campanario baña su túnica blanca, mientras él contempla en silencio la empuñadura de la espada que armará su diestra mientras viva. Encomienda su alma al Dios del que le hablaron sus ancestros, y pide que las batallas que libre sólo sean las que la justicia demande. Ni el apetito ni la gloria vana habrán de guiar su ánimo, so pena de mancillar los ideales que le habían llevado a pretender la vida de las armas. Cuando el cielo se tiña de un suave color naranja, el joven debía estar listo para recibir el orden de caballería. La noche oscura le plantea múltiples pensamientos que sacuden su alma.

Los años de servicio como escudero – la etapa previa de quien recibe sus propias armas -, el confuso ruido del combate, los ojos brillantes y los negros cabellos de la dama, los latines de la ceremonia por venir. Los rituales de iniciación son celebraciones de transición. El joven lo sabe, va a afrontar en el alba lo que significa convertirse en caballero. El baño de agua de rosas, la túnica blanca, la noche como un solitario testigo de sus reflexiones. Como una serpiente cambiará de piel. Como un dragòn su cuerpo se revestirà con escamas de acero. Cubrirá su cabeza con un brillante yelmo, la espada se convertirá en una extensión de sí mismo, y en una ineludible compañera en la batalla. Las oraciones del muchacho se traducen en un mar de preguntas y considerable preocupación. Él espera el espaldarazo final, el único golpe que los caballeros no deben devolver jamás. Desde la Iglesia puede ver, asomándose entre la espesa niebla, las almenas de la fortaleza de su padre, y puede imaginar el camino que recorrerá al día siguiente como parte del rito. Aunque puede reconocer cada uno de los pasos del proceso, no puede evitar que un sentimiento de incertidumbre lo invada. Es parte del camino de iniciación, se repite.

Arturo y los suyos buscaron denodadamente el Grial de oro. Sigfrido arrancó el corazón del dragón. Amadís derrotó al feroz Endriago. Absorto por los vaivenes del intelecto y la fuerza de su propia fabulación, el joven guerrero se pregunta por las pruebas que tendrá que enfrentar una vez iniciado. Qué batallas requerirán la fuerza de su brazo y de su ánimo, qué causas convocarán su presencia y su bravo corazón. Sin perder de vista las armas que debe custodiar, no puede evitar ser capturado por esas especulaciones que interrumpen sus plegarias. Mientras tanto, comienza a despuntar el alba. El muchacho contempla el amanecer con emoción y esperanza.




domingo, 10 de marzo de 2013

¿EXISTE LA CULTURA?





Gonzalo Gamio Gehri

La respuesta a la pregunta que da título a esta reflexión parece obvia, sino fuera porque algunas personas sostienen – con gran descuido y precipitada convicción – que “la cultura no existe”. No es el caso que  argumenten que este asunto, la cultura, sea o no un factor decisivo para la elección de una clase de vida, sino que, a secas, “no existe” ¿Qué sentido puede tener esta expresión? ¿Podemos realmente tomarla en serio?

Parece que no. Con frecuencia quienes presuponen que “la cultura no existe” aducen que ella es solamente una “construcción humana”. La contradicción en la que incurren es notoria, como sostendremos en un momento. Revelan de inmediato, además,  una concepción bastante ingenua y chata de la realidad: reales son sólo los entes naturales, no existe aquello que acusa la creación o la intervención humana. Existen los crustáceos y los nogales, no el bien, las profesiones o las instituciones sociales. Se trata de una opinión  racionalmente endeble. Es evidente que la cultura no existe del mismo modo en que existen los elefantes. Sin embargo, está allí en el sentido en que es un elemento crucial en la vida de las personas, y su presencia o no en ella no depende sin más de sus deseos de facto. La cultura es una variable que permite explicar diversos fenómenos sociales (a menudo en conexión con otras variables, entre las que se encuentran la política o la economía). Si podemos constatar su presencia e influencia en los agentes, si hace posible una interpretación lúcida de ciertas realidades, entonces tendríamos que reconocer su existencia. Su presencia es expresión de una historia y un conjunto de formaciones humanas. El que sea una construcción social evidencia su existencia. Comprender la cultura – y en general, la producción humana de sentido – exige abandonar ese estrecho preconepto de lo real.

Quizás esa precipitada aseveración provenga de una confusa valoración de la reflexión práctica. Quizá estas personas sostienen que la cultura configura diversos modos de pensar y de actuar, pero que la razón debería elevarse por encima de esos contenidos para purificarlos y edificar una forma de vida fundada en principios. Una ética de procedimientos – piensan - habría de regir nuestras acciones y motivaciones. Una posición como ésta no desconoce la existencia de la cultura, sino que cuestiona su valor moral. El problema es que tal punto de vista asume una concepción estrecha y filosóficamente pobre de la cultura. Se identifica la “cultura” con la mera “tradición” comunitaria, con la repetición mecánica y dogmática de un legado que no supone el trabajo crítico (hemos visto en este blog que esta posición también simplifica groseramente la noción de tradición, pues realmente traditio implica reflexión y cambio de mentalidades). Es preciso desarrollar el concepto de cultura con mayor esmero, y abandonar las representaciones caricaturescas de una vez por todas.  Identificarla con la supuesta “tradición” equivale a definirla con el pernicioso prisma de los integristas tribalistas, desde el fundamentalismo y la proscripción del pensamiento libre.

Una investigación seria debe transitar otras vías que hagan justicia a la complejidad del fenómeno por examinar. Consideremos un concepto hermenéutico de cultura. Se trata de un trasfondo de significados compartidos que se pone de manifiesto a través de diversas producciones de sentido de los grupos humanos. Dicho trasfondo se va configurando en el tiempo en virtud de la experiencia, el debate, el desarrollo de disciplinas, artes y relatos, etc. Los objetos tienen un significado en tanto éste ha sido configurado socialmente a través de prácticas que implican el cuestionamiento y el juicio. Las distinciones que contribuyen a clarificar coordenadas de orientación en la vida, bueno / malo, significativo / trivial, etc., son en parte obra de este trasfondo. Por supuesto, podemos interpelar este trasfondo y cuestionar estas distinciones: el cambio cultural es parcialmente fruto del ejercicio de la crítica. Pensemos en la idea socrática de la vida examinada, pero también en el trabajo de los profetas de Israel,  en la crítica de los valores homéricos en Esquilo y Sófocles, o en el surrealismo europeo. Pensar que la crítica cultural es sólo filosófica es absurdo (también lo es pensar que la filosofía – incluida la ética de procedimientos - no es un producto cultural). La literatura, el mito, la mística religiosa, las artes han aportado nuevas metáforas, imágenes y argumentos a la crítica cultural. La reflexión sobre la propia cultura y el contacto intercultural pueden promover – como sostienen Sen y Benhabib, y otros – el ejercicio de la libertad cultural. La conciencia racional es también un producto de la dinámica cultural e intercultural, y no es sólo la solitaria expresión del legado espiritual de Occidente.

La cultura puede generar una suerte de prisión inielectual (de carácter ético - espiritual) allí donde se reprima la crítica y el pensamiento libre. Fenómenos como el integrismo son la expresión de esos penosos intentos por inmovilizar artificialmente la vida cultural. La cultura es también contrastación de narraciones,  movimiento y autorreflexión. Quien visite regularmente este blog sabe de mi interés por la promoción de la agencia, el trabajo crítico sobre el ethos. Ese trabajo puede llevarnos legítimamente a la resignificación cultural o al exilio, que son manifestaciones de libertad cultural. Es preciso fortalecer el ejercicio de la libertad cultural si es que aspiramos a que las culturas se conviertan en genuinos espacios de reflexión y realización humanas. Pero una cosa es defender esta clase de libertad y otra muy distinta concebir la cultura únicamente como prisión, interpretándola erróneamente   bajo los estrechos y espiritualmente mutiladores esquemas del integrismo.

jueves, 7 de marzo de 2013

RESPETAR LA DIVERSIDAD: PLURALISMO LIBERAL Y “CORRECCIÓN POLÍTICA”







Gonzalo Gamio Gehri

Hago un breve alto en este necesario período de pausa en el blog para discutir una polémica columna periodística que ha llamado mi atención, de modo que no he podido abstenerme de escribir sobre ella. El último domingo, Ricardo Vásquez Kunze publicó en Perú 21 una nota titulada Por qué voto Sí las razones por las que apoyará la revocatoria a Susana Villarán. Señala que sus motivos son estrictamente políticos e ideológicos. Por ello, en este comentario dejaré de lado la importante cuestión de las consecuencias de una eventual revocación de laalcaldesa y demás autoridades, cuántos alcaldes tendría Lima en un lapso brevísimo de dos años, los costos de nuevas elecciones y un largo etcétera. Vásquez Kunze sostiene que su voto expresa el rechazo de un lenguaje político que quiere pasar como “correcto” (como “pensamiento único”, dice explícitamente), un vocabulario que sólo manifiesta la posición de la “izquierda progresista” y su aliado el “marxismo”. Quizás éste sea el párrafo más categórico en aquella senda de interpretación:

“Pues de eso se trata todo el asunto para mí. “Construir ciudadanía” es el gato por liebre con el que la izquierda apunta a asfixiar la voluntad de cada ser humano a pensar libremente para embutirlo en una camisa de fuerza donde la “interculturalidad”, la “identidad de género”, la “tolerancia”, la “educación inclusiva” y el “medioambientalismo”, entre otros ucases ideológicos, determinen la ortodoxia ciudadana y distingan, por tanto, a los buenos de los malos muchachos. Se perfila así un despotismo ético y moral que pretende instalar una única postura válida para vivir la totalidad de los aspectos de la vida en sociedad, so pena de ser excluido y señalado como lacra”.

Voy a concentrar mi reflexión en el núcleo del argumento y dejar del lado el elemento coyuntural del problema. Sumerjámonos en aguas ideológicas y filosóficas. Me parece que Vásquez Kunze le concede demasiado a la “izquierda progresista” en cuanto a la construcción de un léxico político organizado desde los derechos humanos, el pluralismo y la tolerancia; el marxismo nunca suscribió esas categorías, a las que tachó erróneamente de formar parte de un tipo de “fantasmagoría burguesa”. En realidad, se trata de un conjunto de principios que son fruto del proceso de formación de la cultura política liberal, principios que se han arraigado en los textos constitucionales de las democracias modernas. Constituye un marco político-legal fundado en el sistema de derechos y libertades de los individuos que es expresión de un “consenso superpuesto” de diversas doctrinas comprensivas en materia moral y espiritual en un contexto de pluralismo razonable (para decirlo en palabras de John Rawls). La postulación de estos principios es, también, resultado de una dolorosa historia de exclusión y guerras de religión que ha puesto de manifiesto el terrible legado de los intentos – tanto religiosos como ideológicos – por imponer un único estilo de vida o una única doctrina o credo sobre el sentido de la vida y de la historia. El sistema de derechos defendido por el pluralismo liberal promueve la apertura de espacios sociales para el cuidado de diversos modos de pensar y de vivir elegidos por los ciudadanos.

Yerra, pues, Vásquez Kunze, al identificar el lenguaje de los derechos con los “desechos ideológicos” (sic) de la izquierda. La crítica suya es violenta, pero poco convincente. Este lenguaje busca ser foco de consenso público, más allá de la cantera ideológico-política de sus suscriptores. La cultura de los derechos humanos constituye un punto de encuentro de una izquierda moderna, de una derecha liberal y de una social-democracia estricta. Las cuestiones de identidad cultural y de género, las políticas interculturales y ambientales constituyen áreas de reflexión que son abordadas desde tantos enfoques conceptuales contrapuestos que no tiene sentido caracterizarlas como parte de una agenda política única. Se trata de cuestiones que no son ajenas al desarrollo de los problemas abiertos desde los derroteros del liberalismo político, pero que reconocen diversas fuentes de inspiración intelectual y política.

“Pensamiento único”  es una expresión que – rigurosamente – designa una “actitud”  frente a las concepciones de la realidad (generalmente las propias), una disposición que tiende a concebirlas como las únicas verdaderas. Se opone en ese sentido al llamado falibilismo, una actitud – común a pragmatistas y  a liberales - que considera posible que las propias interpretaciones estén equivocadas, particularmente en el caso de que aparezca una perspectiva más razonable que muestre con claridad la confusión o el error. El  falibilismo potencia las políticas pluralistas. Pero este no constituye el único uso de este concepto. Ramonet y sus epígonos locales, en contraste, identifican la expresión con una corriente de pensamiento en particular, a saber, el liberalismo económico. Echan a perder la riqueza y complejidad del conflicto intelectual y moral entre el pluralismo y los integrismos de diverso origen. Simplifican el debate y lo reducen a una mera controversia ideológica entre derechas e izquierdas (progresistas o no).

Las instituciones y normas encarnadas en el sistema político inspirado en el pluralismo liberal constituyen herramientas sociales para garantizar la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir su modo de vivir y someta a examen sus propias creencias en diversos espacios de diálogo, si así lo desea. La única condición es respetar la ley y tratar a los individuos como titulares de derechos, vale decir, sujetos intrínsecamente dignos, potenciales autores de su destino y estilo de vida. En una sociedad liberal es posible que las personas puedan optar – en determinadas situaciones – por tener o no creencias religiosas, o preservar la cultura de sus ancestros o desafiar las antiguas tradiciones locales, o entablar relaciones afectivas de diversas clases, pero no pueden elegir legítimamente ejercer discriminación o violencia sobre otros individuos por razones de condición económica o legal, raza, cultura, religión, convicciones políticas, género o sexualidad. El límite es el reconocimiento de los derechos y libertades de los demás. Dicho límite es hecho explícito desde la razón de la esfera pública y no desde alguna concepción ideológica particular.


El liberalismo procura ampliar los espacios de libertad para el desarrollo de las propias ideas y el diseño crítico del propio plan de vida. El Estado constitucional de derecho tiene como objetivo fundamental la protección de tales espacios. Las alternativas políticas al pluralismo liberal no han sido particularmente exitosas en cuanto a la observancia de las libertades básicas, las demandas de inclusión y el cuidado del derecho a pensar de modo autónomo que tanto reclama Vásquez Kunze. El antiguo régimen europeo, los Estados confesionales que cultivan el integrismo religioso, el nazismo, el estalinismo y los intentos por imponer el despotismo ilustrado han generado formas de represión intelectual y trato cruel que son conocidos por todos. Todos estos regímenes ofrecían un cierto tipo de “pensamiento único” y la guía de un “tutor” o “líder”.  No entiendo por qué Vásquez Kunze sospecha de una posible entraña totalitaria en el pluralismo. En un mundo pensado en clave pluralista es posible imaginar individuos que piensen que un estilo de vida confesional (o uno ateo) sea el mejor y vivan de esa manera al interior de instituciones democráticas ¿Admitiría un mundo diseñado según el esquema integrista la presencia de aquellos que valoran un estilo de vida que no concuerda con la confesión oficial?