Gonzalo Gamio Gehri
La reciente publicación
de la encíclica del Papa Francisco Laudato
Si ha generado destempladas reacciones entre los conservadores norteamericanos,
pero también ha suscitado duras réplicas en no pocos conservadores católicos y
neoliberales peruanos. Enrique Ghersi ha señalado – en el programa de Althaus -que la encíclica recoge ideas “arcaicas y equivocadas” sobre el consumismo, el
cambio climático y el progresivo deterioro del ecosistema. Él es uno de los
abogados emblemáticos del ideario libertario criollo, y su opinión sobre el
documento no sorprende. Ha advertido que los juicios de Francisco no han sido
enunciados ex cathedra y que los
católicos no deben sentirse perturbados si los objetan: este último dato es
cierto. Pablo Bustamante señaló por su parte en el mismo espacio que el mensaje
de Francisco va a contracorriente del camino de progreso económico que ha
emprendido occidente en el siglo XXI – que llama “la cultura del crecimiento” -;
alega incluso que “el capitalismo posee un circuito virtuoso”, que el Papa ha
desconocido sin más. De hecho indica que el argumento de Laudato Si “desconoce la
naturaleza humana”. Interesante que Bustamante declare estar en posesión
de un conocimiento firme sobre la naturaleza humana. Es el tipo de entendimiento que los pensadores han buscado por más de tres mil años.
Hay una tendencia a
leer el texto desde la clasificación ideológica y no desde el debate rigurosamente argumentativo. Hay quienes están
preocupados por indagar si el Papa es una especie de socialista o no. Muchos han seguido ese mismo camino en el
terreno de las columnas de opinión. Lo mismo han aseverado algunos redactores
del diario El Comercio y algunos comentaristas en las
redes han sido de la misma opinión. Lo que Francisco escribe en la encíclica se
enmarca en el Evangelio y en documentos sociales – p.e., el Concilio Vaticano
II -, y ha recibido la influencia de la espiritualidad cristiana de la comunión
con la naturaleza, sobre todo la espiritualidad de Francisco de Asís. Su fuente
no es el socialismo, si no la tradición judeo-cristiana y la doctrina de la
Iglesia. Laudato Si es una crítica a la exacerbación de la razón
meramente estratégica en la economía y en la ciencia y la técnica, así como una
crítica del individualismo posesivo. Destaca la responsabilidad del ser humano
frente a la Creación, ciertamente la naturaleza y el destino de su propia especie.
Me parece curioso este súbito brote de
heterodoxia entre los conservadores católicos locales. Lo apruebo, por
supuesto. Creo firmemente en la afirmación del principio de autonomía en la
sociedad, incluidas las iglesias. La libertad de conciencia es un principio
cristiano, el desacuerdo es fuente de reflexión y desarrollo de comunidades que
se sostienen en creencias y valoraciones. La corriente de la Ilustración es
importante para renovar las religiones y para consolidar la democracia liberal.
Es cierto además que un católico puede discrepar con el contenido de una
encíclica, no hay problema en ello, siempre que la discrepancia se exprese en
virtud de argumentos que puedan ser sometidos a discusión. La vocación por el intercambio de ideas esclarece nuestra manera de ver el mundo. Lo que me resulta auténticamente
pintoresco es que por mucho tiempo algunos de nuestros conservadores se
declaraban estrictamente ultramontanos, y alentaban a los católicos a seguir sin
dudas ni murmuraciones las declaraciones públicas de los papas en todos los temas;
ellos sostenían que disentir con ellas equivalía a cuestionar la propia fe y
debilitar la propia pertenencia a la Iglesia: todo ese prejuicio es,
obviamente, teológicamente discutible. Realmente discutible. Pero ahora que el
Papa es abiertamente crítico de ciertas políticas extractivas y de la primacía
absoluta del mercado, la discrepancia se ha convertido – para algunos de estos
ultramontanos - automáticamente en un bien. Se trata de una incoherencia en las
convicciones de nuestros conservadores, convertidos hoy en categóricos
objetores de los documentos eclesiales. Lo que hacen la economía de mercado y
sus dogmas de fe. Qué extraño es este
mundo nuestro.
El pontificado de
Francisco nos brinda esperanzas en cuanto a la centralidad de la defensa de la
dignidad humana para los cristianos. En realidad, se trata de una preocupación
crucial para cualquier ser humano con un sentido de justicia. Las instituciones
sociales están al servicio de los seres humanos – en particular de los más
débiles – no son instrumentos para el arbitrio de los poderosos. Resulta
absurdo presuponer que el mercado – y sólo el mercado - es el tribunal incuestionable e inapelable de la justicia
distributiva. La palabra del Papa se concentra en la sencillez del mensaje,
pero también en su claridad y contundencia. Se trata de una manera sensata y
lúcida de asumir el legado de Pedro y la dirección de su barca. El Papa es un
servidor de la comunidad de creyentes, un pescador de hombres: eso implica ser
el sucesor de Pedro. No un príncipe ni un emperador. Francisco no hace otra
cosa que recuperar proféticamente el mensaje del Nuevo Testamento.
“Sucedió que cuando Pedro iba a entrar, Cornelio salió a recibirlo, y postrándose a sus pies, lo adoró. Mas Pedro lo levantó, diciendo: Ponte de pie; yo también soy hombre. Y conversando con él, entró y halló mucha gente reunida.…” (Hechos 10, 25-27)..
La lectura de la
encíclica me ha resultado interesante e inspiradora. No se trata de un
manifiesto contra el mercado – como algunos conservadores temen – sino un documento
que llama la atención en torno a los peligros de un discurso económico sólo
enfocado en el interés privado y en el incremento de utilidades sin un límite. Es
evidente que nuestra falta de responsabilidad en el control de la naturaleza
por razones económicas ha contribuido a deteriorar el ecosistema. Es cierto que
nuestra mentalidad instrumental ha pretendido avasallar las mentalidades de
otras culturas, que han concebido a la naturaleza como madre o como fuente de
un orden espiritual, y no como mera materia prima de la actividad industrial. A
menudo hemos intentado silenciar a estos pueblos y convertirlos en
“propietarios de su tierra”. Hemos acallado esa mística ecológica, occidental y
no occidental. En este sentido, las alusiones a Francisco de Asís y a su amor
fraterno por la naturaleza son aleccionadoras. El énfasis en el tema de la
pobreza, entendida como el fruto de un manejo insolidario de la economía y el
imperio de la cultura de la codicia es importante. El Papa sugiere que no
podemos cuidar el amor al prójimo y
cultivar el afán de lucro al mismo tiempo. Esa es una aseveración que proviene
de la propia tradición bíblica, de palabras atribuidas al propio Jesús de
Nazaret. Donde está tu tesoro está tu corazón.