jueves, 31 de diciembre de 2015

OPINIÓN PÚBLICA Y CALIDAD DE LA POLÍTICA. APUNTES








Gonzalo Gamio Gehri

El nivel de la discusión política en el Perú es realmente deplorable. Salvo algunos académicos y columnistas rigurosos – y una minoría de políticos -, no existe un genuino interés por construir una real esfera de opinión pública.

Se trata de un conjunto de espacios deliberativos  – tanto presenciales como virtuales, se diría hoy – para la formación del juicio ciudadano en torno a asuntos comunes; el planteamiento de cuestiones a ser discutidas en el sistema político, la pertinencia de determinadas leyes, decisiones, políticas públicas e instituciones,  Son temas a examinar y discutir por parte de los ciudadanos. Los foros de la sociedad civil y los escenarios  comunicativos se plantean como  parte de estos espacios. El tipo de discernimiento cívico que se cultiva en tales foros contribuye a desarrollar mecanismos de vigilancia del poder que son cruciales para la democracia. Una sociedad libre necesita una esfera de opinión pública informada y dispuesta a producir y a evaluar críticamente argumentos que configuran consensos y expresan disensos en torno a asuntos de interés público.

 La calidad del debate político depende en parte del modo como los medios enfocan el fenómeno político. Aun cuando las redes sociales se van fortaleciendo como foros de deliberación cívica, para muchos peruanos, los medios de comunicación de masas constituyen el canal a través del cual se lleva la escena política al escrutinio ciudadano. La columna de opinión – salvo excepciones importantes, repito – es un género verdaderamente penoso en el país, particularmente (pero no exclusivamente) en la prensa del grupo mediático más poderoso.  La pobreza en el nivel de la investigación y la redacción, la nula inquietud por la elaboración de argumentos, el cultivo del agravio y la descalificación fácil, así como el inconsciente recurso al uso de falacias caracterizan el trabajo de muchos columnistas locales. La preocupación por la verdad brilla por su ausencia. La pluma se convierte en un vulgar instrumento de agitación y propaganda. La estigmatización ideológica de la que hablaba en el texto anterior es una de sus más burdas armas.

La única forma de contrarrestar esta penosa y funesta situación consiste en potenciar espacios de información  y deliberación alternativos, como las redes sociales, entre otros. Cuestionar esas voces torpes e irresponsables expresando argumentos sólidos. Sin una esfera de opinión pública seria y lúcida, estamos expuestos a la manipulación y al lobbismo mediático. Si los medios renuncian a formar el juicio ciudadano en democracia, pueden convertirse muy fácilmente en meros instrumentos para el uso del poder en su sentido más desencarnado y negativo.










lunes, 28 de diciembre de 2015

LA IZQUIERDA, ESA HEREJÍA









UNA BREVE NOTA SOBRE POLÍTICA Y ESTIGMATIZACIÓN  IDEOLÓGICA




Gonzalo Gamio Gehri

Últimamente un sector dominante de la autodenominada  “clase política” y buena parte de los medios de comunicación han ido difundiendo un discurso plano y monocorde, bastante caricaturesco: la raíz de los  grandes problemas del país es fundamentalmente de naturaleza 'ideológica'.  No es la pobreza, la exclusión social y política, la fragilidad del sistema político, la presencia del tráfico de drogas en la política, la seguridad interna o el imperio de la corrupción. Es un sistema de ideas que habría causado mucho daño a través de sus militantes y usuarios intelectuales. Un grupo de gente ha intentado erosionar el mercado libre – el reducto último de la racionalidad y de la distribución justa de los bienes sociales -, ha promovido el colectivismo y el odio en todas sus formas. Sí, para estos personajes,  la izquierda habría impedido sistemáticamente el camino del Perú en la senda del progreso.

Algunos columnistas, movilizados por un gran entusiasmo, han recomendado la lectura obligatoria en los centros educativos de un reciente best seller con el objetivo de combatir la proliferación de esa suerte de perturbación intelectual o enfermedad del espíritu. Unos cuantos datos susceptibles de debate y algunas ironías parecen ser suficientes para refutar a las izquierdas ideológicas: allí hay probablemente un tema de discusión conceptual no del todo examinado. He leído algunos artículos en portales de opinión en los que se destaca la figura de Donald Trump y Marine Le Pen como políticos ejemplares, de “buena línea”  - pese a esgrimir un  programa racista e intolerante -, sin enfrentar mayores críticas de los lectores, pero en los que se condena la agenda secular o no-religiosa de un sector de la izquierda peruana en temas de educación y derechos individuales. Increíble. Un macartismo realmente delirante se cultiva en aquellos espacios. Se percibe un auténtico espíritu de ortodoxia que se organiza buscando herejes. Estos personajes se han dedicado a la empresa antiliberal de extirpar idolatrías.

Ese tipo de actividades degradan el debate público y envilecen la política. De hecho, minan la configuración de una opinión pública rigurosa, que es fundamental para la democracia. Resulta claro que la caricaturización se cultiva por los diversos frentes del espectro político, pero hoy existe una estrategia de demolición bastante identificable contra cualquiera que no comparta cierto imaginario  conservador en política y mercantilista en economía (necesidad de "mano dura", "instituciones tutelares", omnipotencia del mercado, silencio oficial en temas de DDHH, etc.). Creo que con frecuencia los grupos de izquierda han alimentado esta caricatura y se han prestado a esta clase de simplificaciones, gracias a su irresponsabilidad, su escasa capacidad para repensarse a la luz de los sucesos de 1989, entre otros errores de diversa índole. El panorama presente es elocuente. Unas organizaciones de izquierda desunidas, divididas en torno a su valoración de la democracia, alejadas de las bases populares que otrora ayudaron a movilizar y a cohesionar. He señalado más de una vez aquí que la democracia peruana requiere de una derecha y de una izquierda liberales, respetuosas del Estado de derecho, el pluralismo y de los principios de justicia y del desarrollo humano. Por ello me molesta la caricatura que los numerosos censores mediáticos  - que escriben desde esa prensa que sólo reconoce cinco candidatos en la contienda electoral - hacen de la izquierda como un círculo de “retrógrados”, “dogmáticos” y “comechados”, que constituye el corazón de aquel mensaje recurrente ¿Qué ha pasado en el Perú de estos años para que estos calificativos insultantes puedan pasar como ‘análisis político’ en los diarios, en la radio y en la TV?

Me preocupa también que se ignore la amplia gama de las “izquierdas” y se omita toda referencia a sus profundas divergencias de ideas y proyectos políticos. Para ellos, todas son lo mismo. Desde las diferentes formas de marxismo hasta la socialdemocracia y los defensores de la democracia deliberativa. Desde los que cuestionan la economía de mercado hasta los que intentan articular los principios del liberalismo político con la preocupación pública por los derechos vinculados a la identidad de género y cultura, y el respeto de la naturaleza. Esas izquierdas liberales no son teóricamente marxistas ni plantean una estrategia revolucionaria en un sentido ortodoco, pero son reiteradamente estigmatizadas como "comunistas camuflados", “extremistas”, o incluso como “filoterroristas”. Para esos “críticos” importa poco que esas etiquetas sean absolutamente falsas y enmascaradoras. El asunto es que la estigmatización sea “política” y “mediáticamente” eficaz. La idea de que los problemas del Perú son cuestiones de doctrina es obviamente ridículo. Los bullies ideológicos conservnadores asumen dogmáticamente la convicción de que, una vez erradicada la izquierda política, la comunidad podrá convertirse en una sociedad libre y próspera; ciertamente, así pensaban los extirpadores de herejías respecto del futuro de las naciones de la cristiandad en los terribles tiempos de la inquisición.

Tampoco importa que muchos de los juicios históricos que emiten los “censores” políticos y mediáticos sean falsos o no hagan referencia a hechos relevantes. No importa que las izquierdas hayan tenido un rol significativo en las luchas por la defensa de derechos sociales – junto a otras fuerzas políticas, es cierto -, o que durante el conflicto armado interno, entre los miles de mártires de la violencia terrorista, encontremos a numerosos militantes de izquierda. Esta corriente de opinión de tonalidades macartistas está elaborando una burda historieta acerca de nuestra etapa republicana. Es preciso recordar que – si lo que queremos es edificar una sociedad políticamente seria -, nada positivo puede ser construido sobre la base de la simplificación. En lugar de postular una narración política maniquea y sin matices, es preciso pensarnos como una sociedad en la que diversas voces ideológicas puedan encontrar espacios para expresar sus ideas y polemizar en un marco de libertad y respeto.



  

viernes, 25 de diciembre de 2015

NAVIDAD




Gonzalo Gamio Gehri

La Navidad – más allá de su fundamental sustancia religiosa – es una fecha para la reflexión. Uno se pregunta por la sede de significado de las cosas, y por la orientación de la vida. Es una celebración sobre el Nacimiento, y uno se pregunta qué ha nacido en la propia mente y en el propio corazón, Es una celebración del afecto, de las conexiones entre los seres humanos, aquellas que forjan aspectos centrales de tu identidad. Es para todos los cristianos la rememoración del natalicio de Jesús. El niño que nación en un pesebre y predicó entre los hombres el amor radical por el prójimo, el prójimo que habita en cada persona.

Una dimensión básica del ágape es su gratuidad. Las cosas más trascendentes en la vida son gratuitas. La cultura popular actual impide a menudo ver aquello que es gratuito, aquello que no implica la negociación, el intercambio o el cálculo estratégico. Esto no es fácil de percibir en tanto se ha pretendido convertir estas fechas en ocasión para hacer negocio y hacer obsequios. Jesús dedicó su vida a los demás sin esperar nada a cambio. Entregó su vida gratuitamente en la cruz. Entregar la vida así, se ha dicho, es el secreto del ágape.

Mi padre me ha dicho que el madero más importante del cristianismo es el del pesebre. Estoy de acuerdo con él. Celebrar el Nacimiento de Jesús implica celebrar la posibilidad de nacer de nuevo y acoger la impronta del ágape – lo divino, en cierto modo - en cada uno de nosotros.

Una Feliz Navidad a todos.

domingo, 20 de diciembre de 2015

DEMOCRACIA Y FORMAS DE VIDA ÉTICA (ESQUEMA)




Gonzalo Gamio Gehri

I.- PEOBLEMAS CON LA DEFINICIÓN
1.- Distancia respecto de una definición literal. ‘Pueblo’.
2.-  Forma de vida en común marcada por la distribución del poder.

II.- HRENCIA LIBERAL.
1.- Sistema de derechos individuales. Idea de dignidad.
2.- Mecanismos de representación pública.
3.- División de poderes en el Estado.
4.- Separación de esferas de vida social.
5.- Pluralismo razonable.

IV.- HERENCIA CLÁSICA
1.- Individualismo y pérdida de libertad pública.
2.- Ciudadanía como agencia política.
3.- Ética pública y deliberación.
4.- Noción de injusticia pasiva.
5.- Espacios de ciudadanía. Sistema político y sociedad civil.

V.- DEMOCRACIA, JUSTICIA Y DESARROLLO HUMANO
1.- Florecimiento humano no es sólo desarrollo económico.
2.- Enfoque de capacidades. Razón práctica y afiliación.
3.- Capacidades y derechos.
4.- Desarrollo y pluralismo.
5.- Discurso y política. Valores públicos y estipulación.


OTRO ENSAYO SOBRE RELIGIÓN Y POLÍTICA





Gonzalo Gamio Gehri


En estos últimos días ha sido publicado el último volumen de los Cuadernos de Ética y Filosofía Política,  en el que aparece un texto mío denominado ¿Qué es un Estado laico?, que profundiza  en el tema de la secularidad política y la neutralidad estatal en cuestiones religiosas. Se trata de una defensa de la laicidad en sentido liberal, y una crítica de la ambigua tesis de una “laicidad positiva”. El artículo tiene una parte conceptual y otra centrada en el caso peruano, en el nivel de la crítica de algunas tradiciones locales. Hace un tiempo que estoy dedicado a examinar estoy temas, así que he estado publicando varias cosas sobre las concepciones y desafíos que se plantean a una sociedad pluralista en estos asuntos de religión y política.


lunes, 7 de diciembre de 2015

SIN AUTONOMÍA NO EXISTE CIUDADANÍA. APUNTES ACERCA DE UNA DISCUSIÓN INCONCLUSA





Gonzalo Gamio Gehri


Hace una semana, participé en un conversatorio organizado por la UARM y por CEPLAN sobre las perspectivas en torno a la sociedad y el Estado peruano para el 2030. Un evento interesante que congregó a académicos y a funcionarios públicos. Un equipo de CEPLAN expuso los lineamientos de una investigación rigurosa y aguda que despertó interrogantes y buenos comentarios. No voy a revelar detalles del mismo, sólo destacar un tema que motivó mi intervención.

Entre los múltiples puntos que generaron mis comentarios – la mayoría altamente positivos, pues se trataba, repito, de un buen trabajo -, llamaba la atención de la alusión en el documento a términos discutibles como “valores” y “antivalores”. Planteé que estos términos provenían de una versión autoritaria de la pedagogía moral, que reducía la ética al asunto de la inculcación y aplicación de los “grandes valores”, cuyo examen racional se convertía en una tarea de segundo orden. Contrapuse a esa versión conservadora la propuesta de una “ética de la deliberación” centrada en la formación de la razón práctica, el discernimiento de los principios, argumentos y hábitos emocionales que requiere cualquier visión de la rectitud y de una vida plena. Esquilo, Sófocles y Sócrates están entre sus cultores clásicos, entre los modernos – con sus elementos propios -, están Kant y Fichte, quienes desarrollaron la idea ilustrada de “autonomía”; en la actualidad, evoqué la preocupación de Sen y Nussbaum por el cultivo de la capacidad de “agencia” o de “razón práctica”. Más allá de la discusión terminológica, no se puede negar que existen vínculos poderosos de continuidad entre la idea de discernimiento, vida examinada, autonomía y agencia. Se trata de determinaciones de la idea concreta de libertad personal.

Argumenté que, si lo que buscábamos para el Perú rumbo al Bicentenario es la formación de ciudadanos con juicio propio y capacidad de vigilancia del poder, necesitábamos promover una “ética del discernimiento”, basada en la autonomía pública y privada, en el ejercicio de la razón práctica. Se trata, como digo,  de formas fundamentales de libertad. De lo contrario, podríamos permanecer sumergidos en las redes de tutelaje que sólo producen súbditos que anhelan asumir una “doctrina verdadera” y aderezar el festín del caudillo que prometiese “mano dura”, una vez más. Esta idea supone una propuesta educativa que intenta convertir la escuela en un espacio democrático.

Me sorprendió la reacción de un connotado psicólogo social que reaccionó frente a mis palabras defendiendo la “educación en valores”. Su argumento era que “estaba demostrado” – en realidad, no acompañó esta aseveración con material alguno – de que la “ética de la deliberación” era ajena a nuestra “idiosincrasia”, y que la “autonomía” y la “competencia” eran “valores foráneos”, “anglosajones”, que no contribuían a la cohesión comunitaria. Los funcionarios  encargados señalaron que ya no había tiempo para discutir este punto (¡Pese a su gravedad!), y yo me quedé con varias cosas que decir, y, debo confesarlo, bastante sorprendido. Todavía lo estoy.

Me llama la atención que se sindique sin más la idea de “vida examinada” como exclusivamente occidental, no considerando en absoluto sus desarrollos en el pensamiento indio, chino, entre los mongoles y árabes. Resulta increíble asociar sesgadamente la “autonomía” con la “competencia”, soslayando la importancia de la autonomía pública como base de la cooperación social (Tocqueville, Mill, Dewey, Habermas y Rawls, para empezar). Es evidentemente falso identificar el principio de autonomía con el atomismo social. Pero más extraño aún me resultó que mi interlocutor no reconociese el carácter falaz de su argumento. Supongamos que la idea de autonomía fuese  originalmente “anglosajona” (que no lo es); eso no la convierte en socialmente fragmentadora, o defectuosa, o en impertinente. Incluso si fuese foránea ello no compromete su validez, o su relevancia para la ciudadanía democrática. La “tradición autoritaria” ha estado presente en diversos episodios de nuestra historia, y encontramos diversas razones para juzgarla funesta e injusta. 

Espero encontrar el contexto en el que esta discusión pueda formularse como se debe, dada su significación. Dedicar más tiempo a escribir sobre este asunto. Me quedé pensando que a menudo muchos de nuestros académicos son condescendientes con diversas especies de tutelaje, acaso sin reparar en el profundo daño que ese modo de vida – público y privado – genera en nosotros. Aún me llama la atención la “naturalidad” de la réplica, como si se invisibilizaran sin más las formas de opresión y servidumbre que genera la erosión de la idea y la valoración crítica de la libertad. No ver este asunto como problemático resulta sumamente extraño.

jueves, 3 de diciembre de 2015

LA IMPORTANCIA DE LA SOCIEDAD CIVIL










Gonzalo GamioGehri

Conocida es la definición aristotélica del ciudadano como aquel que gobierna y a la vez es gobernado[1]. El ciudadano participa de la práctica del poder en la medida en que interviene en la elección de las autoridades y en tanto se compromete en el proceso de deliberación en el espacio común. El autogobierno es la condición de la ciudadanía en una pólis genuinamente libre.

El mundo moderno ha producido sociedades más extensas y complejas, que dificultan el ejercicio de la política en el preciso sentido en el que lo comprendían los antiguos atenienses. El trabajo se ha convertido en una actividad que rivaliza con la política como práctica constitutiva de una vida lograda. El mercado convoca tanto a las personas como el espacio público. Para quienes encuentran en el quehacer político el trasfondo de una peculiar vocación, la participación política exige intervenir en calidad de funcionario público o como militante de un partido político. Cabe preguntarse qué alternativastiene el ciudadano independiente si se propone actuar como un agente político en el citado registro clásico. El dilema que los agentes deben afrontar consiste en encontrar otros espacios de acción cívica, o en renunciar a ejercitar el poder, más allá del acto de votar cada cierto tiempo.

La sociedad civil reúne un conjunto de espacios abiertos a la deliberación de los ciudadanos en torno a temas de interés público. Se trata de instituciones intermedias – situadas entre los individuos y el Estado – que se constituyen como lugares para la construcción de opinión pública y la vigilancia del uso del poder gubernamental y parlamentario. Desde sus fueros se discute la pertinencia de determinadas leyes e instituciones, así como se evalúa la posibilidad de incorporar en la agenda política ciertos temas que preocupan a los miembros de la comunidad. Las universidades, los colegios profesionales, las Organizaciones No Gubernamentales, los sindicatos, las asociaciones religiosas, y otras instituciones forman parte de la sociedad civil.Se trata de foros desde los que puede pensarse la sociedad y sus problemas, así como discernir caminos posibles para la acción común. Causas relevantes para la vida social como la defensa de los derechos humanos, el cuidado del ecosistema o la promoción de una pedagogía intercultural en el país han sido discutidas y cultivadas desde la sociedad civil.

El sistema democrático requiere – para gozar de una buena salud - contar con partidos políticos sólidos, pero también necesita el concurso de una sociedad civil organizada. Los agentes no actúan desde esas instituciones sociales en calidad de representantes, sino como ciudadanos comprometidos con bienes comunes y con el cuidado de las libertades básicas. Ellos participan directamente en la discusión de asuntos de interés colectivo y se movilizan para hacer llegar sus propuestas e iniciativas a las instancias del Estado, o pedir cuentas a las autoridades elegidas en materia de su labor y responsabilidad pública. Los ciudadanos que actúan de esta forma no precisan de otra fuente de legitimidad que el estricto ejercicio de sus derechos.

Resulta evidente que las organizaciones de la sociedad civil pueden enfrentar procesos de crisis y degradarse. Toda institución está expuesta a esa clase de peligros. Pensemos en algunos ejemplos. Las universidades pueden organizarse invocando una estructura meramente  empresarial y anteponer la búsqueda del lucro a la formación científica y así renunciar a sus propósitos internos. Las comunidades religiosas pueden prohibir a sus miembros el examen crítico de sus tradiciones e incitar a sus adeptos a asumir una perspectiva integrista. Los sindicatos y los colegios profesionales pueden corromperse y ser controlados por una cúpula inescrupulosa y violenta.  En todos esos casos, las organizaciones pierden su condición de ser foros de discernimiento colectivo. No obstante, ellas pueden prevenir estos males alentando las prácticas deliberativas como elemento básico de su funcionamiento, promoviendo la crítica y proyectando sus acciones hacia la comunidad política.La sociedad civil constituye un escenario privilegiado para el control democrático del poder. El autogobierno se convierte en una meta razonable de la vida pública en la medida en que logramos potenciar estos espacios intermedios como escenarios para la acción común.


(Aparecido hoy en la columna virtual La periferia es el centro del diario La República).



[1] Cfr. Política 1277b 10.