Gonzalo Gamio Gehri
Por lo general, los filósofos de la ética suelen
construir sus propias reflexiones sobre la construcción del razonamiento
práctico, el ejercicio de la virtud o la determinación de los principios de la
justicia bajo el supuesto de que la agencia
moral – la capacidad de discernimiento entre cursos de acción y la elección
de un modo de vida – está ya configurada. Se asume la
existencia de un sujeto práctico competente para decidir y actuar. Esta actitud
no toma en cuenta dos elementos centrales de la reflexión ética: 1) el proceso
formativo de adquisición de las excelencias del juicio y del carácter que
convierten a la persona en un agente deliberativo; 2) el proceso evolutivo que
ha permitido el desarrollo de las facultades y disposiciones que conforman lo
que llamamos el comportamiento moral como una dimensión básica de la vida de la
especie humanas en el mundo.
El ensayo de Pablo Quintanilla ofrece una esclarecedora
exploración del segundo punto. Discute en qué medida los mecanismos
fundamentales de la mente que constituyen la agencia moral se van configurando
en el proceso evolutivo de la especie humana y en qué medida, según diversos
estudios, están presentes en diversos grados de desarrollo en otros animales,
particularmente en ciertos tipos de primates. Esta clase de investigaciones ponen
de relieve la frecuente desatención de los filósofos respecto de la animalidad
del ser humano: cuando evocamos la definición del ser humano como animal
racional, ponemos énfasis enseguida en la capacidad de razón y soslayamos el
tema de la animalidad. Tenemos que preguntarnos en qué sentido la animalidad
constitutiva de lo humano pone condiciones a la capacidad deliberativa y
perceptiva en una perspectiva específicamente ética.
En parte, esta omisión del elemento animal en nuestras
concepciones habituales de la ética está asociada a la vocación kantiana por
desvincular sistemáticamente los principios morales de las condiciones fácticas
de la vida. Una “ética incondicionada” es lo que se postula al menos desde la
publicación de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Se
prescinde de la estructura biológica y psicológica de los agentes, e incluso se
omite toda referencia a aquello que escapa a la capacidad de control y
prevención de las personas (la fortuna, aquello que los griegos denominaban tyché), elemento que contribuye a
bosquejar parcialmente los escenarios con los que los agentes tienen que
lidiar. Los pensadores y literatos antiguos no hubiesen suscrito esta lectura
unilateral de la praxis. Aquello que
nos condiciona en realidad nos pone en condiciones para pensar y para actuar.
Pablo Quintanilla examina la tesis de que el
comportamiento moral humano es un producto evolutivo que supone el desarrollo
de facultades y capacidades previas que encontramos en otros animales. El
comportamiento moral constituye un modo complejo y sofisticado de lidiar con el
mundo. La complejidad de nuestro cerebro y de nuestras relaciones sociales ha
generado un tipo de conducta altruista, gobernada por reglas elegidas
conscientemente por el agente, que se fundan en la representación del otro como
un fin en sí mismo. La evolución de las funciones corporales y en particular de
las funciones cognitivas ha hecho posible que el animal humano se constituya
como un agente moral autónomo.
La capacidad de atribuir estados mentales a otras
personas que puedan convertirse en potenciales destinatarios de nuestra
obligación o compromiso – capacidad asociada a la simulación y a la metarrepresentación
– es condición esencial para el comportamiento moral, que supone la ampliación
de nuestros círculos solidarios más allá de nuestro entorno más inmediato, aún
cuando el cuidado del otro no nos reporte beneficio alguno. La diferencia entre
esta clase de conducta y el altruismo biológico que se observa en otros
animales (incluso el autor sugiere que experimentos en chimpancés permitirían
pensar que en ellos tendría lugar una forma incipiente de altruismo moral)
reside en la consciencia humana del carácter desinteresado de tales acciones.
La simpatía, la empatía y las capacidades
metarrepresentacionales permiten a los agentes reconocer las necesidades,
expectativas, interpretaciones y sentimientos en los otros sujetos. La
cooperación entre los individuos de una misma especie requiere de estos
mecanismos que están asociados al esfuerzo por la supervivencia. El autor
sostiene que el hecho de que los mecanismos empáticos aparezcan en una temprana edad en el niño sugiere que
se trata de un elemento innato del comportamiento humano. La
metarrepresentación humana se evidencia especialmente compleja en tanto necesita
de un lenguaje para desarrollarse plenamente. Sin estos mecanismos no sería
posible el altruismo moral, y en general las acciones y emociones
específicamente morales. Si no podemos
representarnos los estados mentales del otro, reconstruir las situaciones que
atraviesa y sentir con él, difícilmente podríamos actuar en su favor.
Todo esto es presentado con persuasivos argumentos y
exhibiendo la evidencia disponible. Que la moral sea fruto del desarrollo
evolutivo de la especie humana me parece que es un argumento que debe ser
admitido. Esta tesis explica parcialmente la moral como fenómeno humano, pero
no resuelve el problema de la cimentación de la moral. La cuestión de cómo se
estructura el juicio práctico, o si la justicia debe privilegiar el mérito, la
igualdad o las necesidades cuando se trata de distribuir bienes sociales
constituyen problemas que las evidencias en torno a la génesis de la moral no
esclarecen (ni pretenden esclarecer). Lo mismo podemos decir acerca de las
cuestiones morales que tienen importantes implicancias políticas, Una vez que
la sociedad se convierte en un sistema justo de cooperación - en el sentido de
John Rawls – podemos preguntarnos si, por ejemplo, la protección de los derechos básicos puede
convertirse en un principio superior a la maximización del bienestar de la
mayoría.
La ética naturalizada que plantea el ensayo de Pablo
Quintanilla explica la configuración evolutiva del comportamiento moral. La
tesis es que la competencia moral de los agentes es un producto del proceso
evolutivo. Esa es a mi juicio, una de las lecciones cruciales de Darwin en
materia de filosofía práctica. No se propone dar el paso hacia la justificación
misma de la moral. Este punto distingue claramente el naturalismo de Quintanilla
del naturalismo reduccionista – de carácter sociobiologista – desarrollado por
E. O. Wilson. Este autor intentó interpretar las normas morales humanas como
reacciones inmediatas arraigadas en el instinto, fundadas en el impulso natural
a la supervivencia. Nuestras respuestas morales se comparaban con las
reacciones viscerales. Esta perspectiva intenta explicar el contenido mismo de
la deliberación práctica desde los presupuestos sociobiológicos.
Esta posición fue cuestionada severamente por Charles
Taylor en las primeras páginas de Fuentes
del yo (1989). Argumenta Taylor que la versión reduccionista del naturalismo
asume el punto de vista de un observador privilegiado, desvinculado de todo
contexto puntual, que describe cómo opera la moral en sí, y no para nosotros,
para expresarlo en términos hegelianos. Desestima así la perspectiva de la
experiencia ética del agente ordinario, que orienta su vida a partir de la
articulación de concepciones de la vida buena que invoca y discute imágenes del
ser humano y su lugar en el mundo. Este segundo tipo de naturalismo busca
traducir el vocabulario moral cotidiano – rico en diversas formas de expresión
– al lenguaje de descripción “neutro” de la ciencia natural. Incurre en un
grave error cuando pretende resumir el comportamiento moral como tal a conjunto
de móviles fijos, desconociendo la diversidad de formas de argumentación y
manifestaciones de sentido que pone de manifiesto el agente encarnado cuando
delibera y elige un curso de acción o un modo de vida. En esta línea de
pensamiento más bien hermenéutica, pesa de una manera fundamental la
consideración reflexiva de motivos culturales y prácticas sociales que
constituyen el trasfondo del discernimiento y las decisiones del agente.