Gonzalo Gamio Gehri
Debo reconocer que el
mensaje y el estilo del joven Pontificado de Francisco I me simpatizan de un
modo particular. Que sea jesuita y latinoamericano me parece muy bien. Que haya
puesto en el centro de su ministerio las exigencias de la fe y la justicia –
corazón de la tradición jesuita -, así como su vocación explícita por promover
una Iglesia pobre y para los pobres – en la línea de Francisco de Asís – constituye
sin duda un signo de esperanza para quienes considerábamos que, después de
décadas de restauración conservadora al interior de la Iglesia católica, el
espíritu del concilio Vaticano II en materia de justicia social y de diálogo
con la cultura moderna pudiese volver a manifestarse con tanta nitidez en el
discurso y en los gestos. Su invocación
a que la jerarquía eclesiástica sea más servidora y menos “principesca” me
parece saludable y convergente con el Evangelio. En esta perspectiva, La República indica en una nota que “hace unos días el Papa pidió a los nuncios
apostólicos vivir en austeridad y recomendar como obispos a sacerdotes que no
sean ambiciosos, pues se corre el riesgo de que privilegien una vida
confortable y tranquila”. A buen entendedor, pocas palabras. Su propósito de
reformar la curia para enfrentar los problemas actuales de la Iglesia me parece
correcto y sensato. Parece rodear su Pontificado un espíritu de renovación y
apertura que no podemos sino saludar.
Todo esto lo percibo
como signos de nuevos tiempos para la Iglesia católica, así resumiría mi lectura del nuevo papado en este comentario de 29 de junio. Este mensaje va
trayendo cambios. El discurso pastoral y teológico sobre la opción preferencial
por los pobres – cuya fuente encontramos en los textos proféticos, en los
Evangelios y en el magisterio de la Iglesia latinoamericana y universal –
recupera la fuerza que tenía en tiempos del concilio y Medellín, y la teología de la liberación encuentra el lugar
que merece como una de las grandes vertientes del pensamiento católico contemporáneo.
Recientemente, el Vatican Insider, publicación de inspiración conservadora, ha proclamado lo que describe como “el fin de la guerra conla teología de la liberación”, evocando cómo el Papa y G.L. Muller -.el Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe - destacan el valor intelectual y
espiritual de dicha teología. El Vatican
Insider reseña un libro escrito por el propio Muller y su maestro y amigo,
Gustavo Gutiérrez, a la vez que destaca la forma en que el presente Pontificado
se ha planteado reconocer plenamente los aportes de la teología de la
liberación al magisterio de la Iglesia después de un largo período de infundado
conflicto.
“Justamente con la llegada del primer Papa latinoamericano surge con mayor fuerza la oportunidad para considerar esos años y esas experiencias sin los condicionamientos de los furores y las polémicas de entonces. Aún alejándose de los ritualismos del “mea culpa” postizos o de las “rehabilitaciones” aparentes, hoy es mucho más fácil reconocer que ciertas vehementes movilizaciones de algunos sectores eclesiales en contra de la teología de la liberación estaban motivadas por ciertas preferencias de orientación política más que por el deseo de custodiar y afirmar la fe de los apóstoles. Los que pagaron la factura fueron los teólogos peruanos y los pastores que estaban completamente sumergidos en la fe evangélica del propio pueblo, que acabaron “triturados” o en la sombra más absoluta. Durante un largo periodo, la hostilidad demostrada hacia la teología de la liberación fue un factor precioso para favorecer brillantes carreras eclesiásticas”.
La página
católica celebra la publicación de Gutiérrez y Muller – el texto recuerda
que Muller es Doctor Honoris Causa por la Pontificia Universidad Católica del Perú,í mencionándola así, con su nombre completo – como una manera de poner fin a
décadas de incomprensión. La nota señala que la Iglesia de Roma reconoce que la teología de la liberación
tiene un lugar importante como una fuente de pensamiento eclesial inspirada en
el seguimiento de Jesús y en la experiencia histórica y espiritual de la Iglesia latinoamericana.
“Después de haber pasado décadas de batallas y contraposiciones, justamente la amistad entre los dos teólogos (el Prefecto de la Doctrina de la Fe y el que durante un tiempo fue perseguido por el mismo dicasterio doctrinal) alimenta finalmente una óptica capaz de distinguir los obsoletos armazones ideológicos del pasado de la genuina fuente evangélica que impulsaba muchos de los derroteros del catolicismo latinoamericano después del Concilio. Según Müller, justamente Gutiérrez, con sus 85 años (y que planea viajar a Italia y pasarse por Roma en septiembre), ha expresado una reflexión teológica que no se limitaba a las conferencias ni a los cenáculos universitarios, sino que se nutría de la savia de las liturgias celebradas por el sacerdote con los pobres, en las periferias de Lima. Es decir, esa experiencia básica gracias a la que -como dice siempre simple y bíblicamente el mismo Gutiérrez- «ser cristianos significa seguir a Jesús». Es el Señor mismo, añade Müller al comentar la frase de su amigo peruano, quien «nos da la indicación de comprometernos directamente por los pobres. Hacer la verdad nos lleva a estar de parte de los pobres»”.
El documento asume una
actitud que me parece saludable y justa. Una actitud convergente con el
espíritu de renovación, diálogo y concordia que anuncia el Pontificado de Francisco. El
Papa ha anunciado que se avecinan cambios importantes dentro de la Iglesia. Monseñor Pedro
Barreto ha comentado recientemente en algunos medios que – de acuerdo a lo
expresado por el Papa – estos cambios cruciales alcanzarían a la Iglesia de América Latina y a la Iglesia del Perú. Estas declaraciones han sido recibidas con entusiasmo y esperanza por muchos
católicos peruanos que anhelan que el mensaje de Francisco I de una Iglesia
pobre para los pobres, una Iglesia dialogante y cercana a la gente se haga
carne en el Perú. Una buena noticia sin duda.