Gonzalo Gamio Gehri
Hace ya tiempo que
una facción importante de la autodenominada “clase dirigente” – personalidades
asociadas a la actividad política, la prensa conservadora, la dirección de
algunas instituciones sociales – ha deslizado la idea de que la acción de la
izquierda constituye la causa fundamental de la crisis nacional en todas sus
manifestaciones. No distingue, por supuesto, perspectivas al interior de los
sectores progresistas en la política y en el ámbito del pensamiento, aunque se
trate de visiones que guardan discrepancias significativas entre sí; para este discurso esquemático, no existen
socialdemócratas, marxistas, cristianos progresistas, liberales sociales,
socialistas. Para ellos todos son comunistas, disfrazados o manifiestos, extremistas
dispuestos a usar la violencia en la medida en que se lea acertadamente “el
curso de la historia”. Hace unos días la congresista Luz Salgado señaló que de
un modo u otro el antifujimorismo acusa algún compromiso con el terrorismo
de Sendero Luminoso y del MRTA, y que este grupo de ciudadanos no le perdonaría a los fujimoristas la
derrota de la subversión. Se trataría de un grupo de personas a las que “no le gustó que le rompiéramos un proyecto político”. Lamentables e irresponsables declaraciones, basadas en el prejuicio.
Otros políticos de su bancada han planteado aseveraciones similares en diversos medios (twitter incluido).
Sin duda, la extrema izquierda ha generado graves daños al Perú. El
conflicto armado interno – propiciado por Sendero Luminoso y el MRTA, inflamados por la
suscripción de ideologías fanáticas y destructivas - se llevó la vida de casi
setenta mil peruanos. Hay que recordar que el terrorismo se enfrentó a la
izquierda política, asesinando a muchos líderes de Izquierda Unida, el caso más
conocido es el de María Elena Moyano. IU es la segunda fuerza política con más
víctimas de crímenes perpetrados por los grupos subversivos. El primero es el APRA.
Catalogar a toda la izquierda como violentista y afín a la subversión no es
sólo una acusación falsa, sino un agravio a las víctimas y mártires
izquierdistas, muertos a manos del terrorismo, y a quienes se enfrentaron a
aquellas organizaciones delictivas en lo ideológico y en el terreno de la
acción, como Henry Pease, Alfonso Barrantes y muchísimos otros militantes de
izquierda.
He sostenido reiteradamente en este blog que el Perú agradecería una derecha
auténticamente liberal y una izquierda estrictamente democrática. Las izquierdas deben enfrentar una
profunda revisión crítica de sus ideas fundamentales a la luz de lo ocurrido en la
segunda mitad de los años ochenta en el mundo. Muchos grupos progresistas lo
están haciendo. Considero que el pensamiento progresista debe suscribir en lo
político los principios de la democracia liberal. En lo económico ha de
reconocer los fundamentos de la economía de mercado, a la vez que asumir una
visión multidimensional del desarrollo, en una perspectiva humanista que, por
ejemplo, Martha C. Nussbaum y Amartya Sen, liberales de izquierda, han discutido desde hace décadas. Desde que
era un estudiante, la idea de que la historia tenía un curso lineal conforme a leyes me resultaba insostenible.
Una suposición dogmática conceptualmente inaceptable.
La izquierda se define por su heterogeneidad. Lo mismo puede decirse de
la derecha, por supuesto. El aire de familia que articula a las izquierdas es la
preocupación por la conexión entre la libertad individual y la justicia. La
suposición de la prensa de extrema derecha de que la izquierda tiene un
programa único virulento resulta obviamente absurdo. Generalmente, este
prejuicio grotesco viene acompañado de una tesis de complot. Hace meses que –
sólo por poner un ejemplo – Víctor Andrés Ponce ha desarrollado una lectura conspirativa de la izquierda y en general del antifujimorismo. En sus artículos, dice que el antifujimorismo es
el factor negativo de la política de la historia reciente; curiosamente, fue el
antifujimorismo el que derrotó a Fuerza Popular en las últimas elecciones. Si
Kuczynski hubiese escuchado sus consejos, es muy posible que hubiese perdido en las urnas. Hace
tiempo que el periodista caricaturiza a las izquierdas. Indica que, una vez derrotado el
terrorismo, la izquierda sigue buscando asaltar el poder bajo una estrategia
cultural, pero bajo el mismo esquema de fondo. Se trataría de un 'siniestro plan unitario'. “La
universidad de Huamanga de los setenta fue reemplazada por un trabajo paciente
e inteligente en los predios de la Universidad Católica mientras todos los
cuadros del comité central bolchevique se lanzaban a organizar sus ONG,
“organizaciones de la sociedad civil” y todo tipo de agrupamientos”, declara sin ofrecer justificación alguna de tamaña acusación. Resulta realmente ridículo afirmar algo así, de una manera tan ligera, y sin ningún trabajo de razonamiento que le sirva de sustento. Se trata de una aseveración ofensiva – que revela una contundente ignorancia
respecto de la educación impartida en la PUCP y sobre el concepto mismo de sociedad civil –
que no resiste el menor escrutinio racional. Su artículo entero es tan
extravagante y gaseoso, que parece que en este caso – en el que parece primar
el bullying ideológico y mediático - la verdad resulta ser lo de menos.
La discusión de idearios y perspectivas es políticamente significativa. No
obstante, ésta discusión precisa de razones. De lo contrario, permanecemos en
el terreno de las etiquetas y de la vana caricatura. La política tiene una
dimensión pedagógica que no debe desatender por ningún motivo.