lunes, 29 de julio de 2013

28 / 7. UNA BREVE NOTA



Gonzalo Gamio Gehri

Tanto la Homilía de la Misa y Te Deum como el mensaje presidencial nos dejaron con dudas y con una cierta sensación de vacío.Quizá por eso la brevedad y la sequedad de este post. La Homilía fue una reproducción peculiar y parcial – en clave conservadora – de algunas ideas que el Papa Francisco ha planteado en Brasil. No encuentro mayor coincidencia entre el mensaje renovado y profético de Francisco I, centrado en los pobres, en la libertad, la justicia y en la esperanza cifrada en la juventud, y el discurso habitual de la jerarquía local. El Papa anuncia cambios importantes en la Iglesia, y eso fortalece la fe de los creyentes.

El mensaje presidencial resultó monocorde y sin entusiasmo. Las frases iniciales anunciaban una autocrítica rigurosa que nunca llegó. Lo que resultó interesante fue el énfasis en los proyectos de apoyo económico en la educación de los jóvenes y la propuesta de la muerte civil de los condenados por corrupción. Efectivamente, robarle al Perú es robarle a cada peruano. Sin embargo, el discurso tuvo notables ausencias, como las políticas de seguridad ciudadana, las políticas sobre el patrimonio cultural  o las medidas relativas a la defensa de los derechos humanos, a diez años de publicado el Informe de la CVR, por citar sólo algunos temas relevantes. Tampoco hubo una exhortación a las fuerzas políticas a coordinar acciones para superar la crisis suscitada por los recientes incidentes en el Congreso. El Presidente de la República se dirigió a la ciudadanía sin pasión ni elocuencia, y perdió una oportunidad importante para asumir un liderazgo más claro en circunstancias en las que impera entre la gente el escepticismo y el descrédito de la política.


viernes, 26 de julio de 2013

LA HORA PRESENTE



Gonzalo Gamio Gehri

Lo que ha sucedido en el Congreso en cuanto al nombramiento del Defensor del Pueblo, así como a la elección de los miembros del Tribunal Constitucional y del Banco Central de Reserva es realmente inaceptable y vergonzoso. Ya no necesitamos un gobernante autoritario como Fujimori para arrasar con nuestras instituciones o debilitarlas hasta la agonía; los congresistas pueden hacer ese perverso trabajo, repartiéndose los cargos de estos importantes organismos públicos de control, seleccionando a sus componentes a partir de sus afinidades partidarias y mezquinos intereses de facción. Qué gran pasión por la legalidad y las libertades básicas puede abrigar quien elige candidatos privilegiando las expectativas de poder antes que la trayectoria profesional, la formación académica, el compromiso democrático y la integridad de las personas. Pregúntese el lector cuántos entre esos candidatos al TC son constitucionalistas, cuántos son doctores, o enseñan o han publicado libros de derecho constitucional. Esos elementos básicos de juicio no cuentan para nuestros congresistas.  Con esta clase de negociaciones inescrupulosas degradan el ejercicio de la política y minan el funcionamiento de nuestra inestable democracia. Han privilegiado el cálculo instrumental partidario sobre su responsabilidad con la institucionalidad y la justicia básica en materia de lo público. Esta actitud ha merecido el rechazo de la ciudadanía.

Llama la atención la reacción de los principales dirigentes políticos peruanos. El Presidente Ollanta Humala exhorta a Sousa y a Freitas a dar un paso al costado, pero pretende que las personas sugeridas por Gana Perú para esos puestos se mantengan en el cargo. Alan García, a su turno, alega que esta elección debería quedar sin efecto, pero no dice que su real intención es que la actual composición del Tribunal Constitucional – que incluye personajes vinculados al aprismo – permanezca en el ejercicio de la función pública. Keiko Fujimori, por su parte, condena la actuación del parlamento, pero pretende que olvidemos que ella participó en las negociaciones que culminaron con la postulación fujimorista del abogado personal del ex presidente recluido en la Diroes, un personaje que no es especialista en derecho constitucional y que no se ha distinguido precisamente por comprometerse con la causa de los derechos humanos. Estos líderes políticos omiten toda referencia a su participación en la componenda y en la posterior  decisión respecto a la elección de los integrantes de estos organismos fundamentales. Sus esfuerzos por revertir la situación revelan evidente cinismo e hipocresía.

Las movilizaciones de estudiantes y trabajadores contra este modo de proceder de los parlamentarios y de sus dirigentes nos ha llevado a que nos preguntemos si en el Perú se está gestando una nueva forma de acción política. Hay quienes consideran que estas marchas podrían ser el anuncio de un resurgimiento de un espíritu cívico semejante al de las protestas contra el régimen de Alberto Fujimori. Otros dicen que estaría por nacer un movimiento de indignados como el desarrollado en España o Brasil. Es muy pronto para concluir cualquiera de las dos cosas. Lo cierto es que se necesita la construcción de  una ética del compromiso cívico para garantizar la vigencia del Estado de derecho y el fortalecimiento de instituciones autónomas.  Estas instituciones no se defienden solas: poco podemos esperar de una autodenominada “clase dirigente”, centrada en sus propios intereses y prerrogativas, tan complaciente con el autoritarismo y tan altamente tolerante a la corrupción. La institucionalidad democrática requiere ciudadanía activa. La ciudadanía requiere, a su vez, de un cuerpo legal y político que le brinde pautas y canales a través de los cuales pueda desplegarse. Yerran los que hoy piden cerrar el Congreso, haciendo eco de esas malhadadas  voces que una vez avalaron y aplaudieron la autocracia y la rapiña del fujimorato. Ese remedio siempre ha sido peor que la enfermedad. Necesitamos de los principios e instituciones de la democracia formal tanto como de la  acción política de las personas.





miércoles, 17 de julio de 2013

APUNTES SOBRE EL INTEGRISMO DEL MERCADO Y EL VALOR DE LAS EXPRESIONES CULTURALES




Gonzalo Gamio Gehri


Recientes y motivadores artículos de Salomón Lerner Febres y de Gustavo Faverón me llevan a darle una vuelta de tuerca más a la cuestión teórica del liberalismo y ciertas formas de dogmatismo mercantilista que en nuestro medio busca darse a conocer falsamente como “liberal”. Lo vemos en los columnistas de opinión de cierta prensa conservadora, en políticos y en ciertos abogados que consideran que han visto la luz después de proyectar una versión esquemática de la teoría de la elección racional hacia todos los asuntos de la vida. Lerner y Faverón denuncian con buenas razones una posición integrista que trastoca o incluso  invisibiliza formas de acción, vínculo social y pensamiento que no pueden reducirse sin más al cálculo instrumental y al exclusivo interés privado. Perdemos algo importante cuando intentamos traducir el saber, la cultura o el poder cívico y otros bienes sociales al lenguaje de las mercancías. El becerro de oro suele revelarse como una divinidad profundamente monocorde y decepcionante.

Llama la atención cómo este singular culto ideológico cobra innumerables adeptos en nuestro medio. Muchos antiguos “revolucionarios” se han convertido hoy en seres humanos “vueltos a nacer”, militantes que hoy predican el catecismo del mercado con verdadera devoción. Sencillamente, han reemplazado un ideario dogmático por otro. Su fe no tiene límites. Alguna vez escuché por declaración de uno de ellos que no tenía caso indagar por los orígenes (o las causas) de la pobreza, que era un dato antropológico que todos nacíamos pobres, en tanto todos nacíamos desnudos, sin propiedades ni cuenta bancaria - veo que no se trata de una reflexión original, viene de Boullard y de su burda caricatura de Nozick -. Me llamó la atención la convicción con la que pronunciaba cada palabra, y cómo ignoraba una serie de “datos” que tendría que tomar en cuenta para poner a prueba su afirmación: definitivamente, nacemos desnudos, sin caudal (propio), pero hace una diferencia significativa nacer en un hogar acomodado, en una clínica exclusiva, y contar con oportunidades para tener una buena educación, alimentarse bien, gozar de buena salud y poder entablar vínculos humanos valiosos. La exclusión social (y a veces, la mala fortuna) lleva a que muchas personas no cuenten con las condiciones y con las oportunidades que contribuyen a que pueda llevarse una vida de calidad o que pueda ejercer libertades importantes. Todos nacemos desnudos, pero algunos están más desnudos y permanecen más vulnerables que otros…toda la vida.

En la estrecha perspectiva que estoy reseñando, quien no cuenta con recursos para acceder a una educación de calidad, o a un tratamiento médico decente, no es – en ningún caso – víctima de una injusticia, está obteniendo lo que “merece” de acuerdo con su disposición a la competencia. Este es un punto crucial, quienes así piensan – no podemos llamarlos “liberales” puesto que no lo son (son próximos a una versión paródica de los libertarios  – presuponen que el mercado es el locus último de justicia distributiva. No consideran que el acceso equitativo a bienes primarios constituye una condición esencial para que podamos hablar rigurosamente de “competencia”.  

Me parece acertado lo que dice Faverón acerca de la conversión de la cultura en un bien económico y las pretensiones de colocar los bienes culturales en el mercado como una mercancía más. A menudo la “eficacia” prima sobre la excelencia.

A veces, para "colocar" algo hay que hacerlo peor, no mejor (más simple, más barato, menos durable, más descartable, más fácil de consumir, incluso más dañino o menos seguro). Eso quiere decir que, en la lógica del mercado, "perfeccionar" puede significar "empeorar”.


Alguien querrá replicar que en el mercado se considera las elecciones de los individuos, merced a sus preferencias y sus necesidades, y se preguntará cual es la pauta desde la que se mide el valor o la degradación de determinados productos culturales. Dejemos para otro momento el inquietante asunto de que las preferencias y las necesidades pueden ser objeto de manipulación.  Lo primero que hay que decir es que en general el mero hecho de preferir algo no implica que aquello que preferimos sea digno de ser elegido. Quien concluye que lo preferido es por tal hecho valioso incurre en una falacia, consistente en sacar conclusiones normativas de juicios factuales. Que el objeto o la opción “x” sea preferida por una mayoría de individuos no mejora las cosas a este respecto. En cuestiones como la cultura (en donde se pone en juego el tipo de vida que aspiramos o no a llevar), esta clase de consideraciones se hacen particularmente importantes. Las manifestaciones de la cultura forman parte de lo que Salomón Lerner llama "expresiones de sentido", aquellas construcciones humanas que orientan la existencia. La cuestiones de valor nos llevan a otro plano de la reflexión.

El libertario podrá sospechar que su adversario humanista está asumiendo una posición autoritaria. Pero no es así.  Cuando hablamos de la calidad de determinados productos culturales – de su “valor” – estamos ingresando a un espacio de discusión.. No es el “docto” quien arbitrariamente decide si un libro o una película poseen algún grado de excelencia. Podemos (y debemos) solicitar a quienes califiquen un producto cultural de “bueno” o “malo” que den cuenta de sus interpretaciones, que argumenten y expliquen sus pautas de evaluación. Todo lector o espectador puede desarrollar un argumento y defender una posición, en estos asuntos la única autoridad es la de la interpretación más razonable y lúcida en un espacio de libre intercambio de ideas (no hay aquí asomo de "intervencionismo estatal" ni "colectivismo", las erinias que persiguen a los integristas mercantiles). Se trata de un escenario deliberativo, crítico e intersubjetivo. Muchos libertarios asumen dogmáticamente que el terreno de los juicios de valor es meramente subjetivo (expresiones de gusto); allí revelan las severas limitaciones de su estrecho punto de vista. La suscripción acrítica de un relativismo burdo (subjetivista) pone de manifiesto una lectura descuidada de la capacidad humana de juicio. Cada uno tiene, por supuesto, la libertad de elegir los libros que lee o las pinturas que lo conmueven, pero es posible dar razón de nuestras elecciones, tomando en cuenta, evidentemente, la especificidad de cada objeto de discusión .Ese ejercicio argumentativo nos nutre y puede ampliar nuestros horizontes de juicio, así no lleguemos a un acuerdo final sobre la materia específica, el valor de este libro, este poema o de esta obra teatral (el disenso argumentativo también nos enriquece). Ese es el punto de quienes cuestionan que el mercado sea el supremo juez del valor de los bienes culturales.

jueves, 11 de julio de 2013

IMPRESIONES SOBRE "ESTADO DE MIEDO" DE P. YATES



Gonzalo Gamio Gehri

Hace unos días participé en una mesa redonda – organizada por IDEHPUCP – sobre Estado de miedo (2005), un documental de Pamela Yates sobre el conflicto armado interno y sobre el trabajo de la CVR. El evento se enmarcó en un ciclo de reflexión en torno a La memoria persistente. Participaron asimismo el historiador Jorge Valdez y el crítico cultural Melvin Ledgard.

El documental presenta diversos vacíos. El más grave es, definitivamente, la omisión de toda referencia al MRTA y a sus terribles acciones contra la sociedad peruana. Se ha concentrado en el actuar criminal de Sendero Luminoso, en la reacción del Estado, las fuerzas políticas y la sociedad civil. Esa omisión no puede ser pasada por alto sin más. Otros documentales y películas sobre el tema han sido más exhaustivos y rigurosos a ese respecto. El valor del documental reside probablemente en la atención de los testimonios de víctimas, actores y perpetradores, y a las reflexiones de los entrevistados que se esfuerzan por elaborar una interpretación plausible del conflicto. Aquí destaca el recordado Carlos Iván Degregori cuyos intentos por esclarecer estas dos décadas de terror y represión fueran tan decisivos para los trabajos de justicia  transicional en nuestro medio.

Resulta interesante asimismo el lugar que el documental le otorga a la entrevista hecha a Beatriz Alva H., abogada y funcionaria pública durante los años del fujimorismo, luego comisionada de la CVR. Ella se presenta como una persona proveniente del sectores medios  / altos de Lima, parte de un sector de la sociedad que vivió a espaldas de la tragedia que padecía el peruano campesino, no hispanohablante, desamparado por el Estado que debía proteger sus derechos y no cumplió con esa obligación. Hace un conmovedor mea culpa por su indiferencia de entonces y por sus compromisos políticos en la segunda mitad de los noventa.  Da testimonio de los hallazgos de restos humanos y de su colaboración con trabajos realizados por los antropólogos forenses. Sorprende la intensidad de sus declaraciones. Sostiene que “¿Dónde estaba yo?” durante aquel tiempo de miedo es la pregunta que todo peruano debería formularse. El trabajo de Yates en general concentra su atención en la debilidad del compromiso de los gobiernos, de los políticos y de buena parte de la sociedad peruana respecto del destino de las víctimas.

Estado de miedo reconstruye aquellos años a partir de la exposición de evidencias audiovisuales, la investigación en el lugar y las entrevistas. Plantea las cosas en términos de una ‘batalla por la memoria’ que rescate los testimonios de quienes vivieron y sufrieron el conflicto armado, contra el parecer de la mayoría de los políticos en actividad (que estaban también en actividad en aquellas décadas) que prefieren cubrir tales hechos bajo el oscuro manto de la amnesia moral y política y la impunidad. En tiempos recientes, el Movadef y la extrema derecha planteado la amnistía y la suspensión de investigaciones en derechos humanos como medidas presuntamente “reconciliadoras”. En un país en donde todavía existen cerca de cuatro mil lugares de entierro indebido sin abrir, el esfuerzo por la memoria y la reparación, planteado desde el Estado y la sociedad civil debería constituir una tarea fundamental si queremos sentar las bases de una sociedad democrática.