Gonzalo Gamio Gehri
Hace algún tiempo, leí en El Comercio un excelente artículo que me gustaría comentar. Se trata de ¿Qué es la crítica ideológica?, escrito por el notable filósofo alemán Helmut Dahmer – a quien conocí hace alrededor de un año y medio, en la UARM, con motivo de un diálogo con David Ingram, destacado filósofo político de Loyola University -. Un lector desatento creerá que el tema tratado es “inactual”. Todo lo contrario. Lo que sucede es que nuestros medios de comunicación, obsesionados con los escándalos, tendientes a la columana-al-paso , al editorial-con-formato-de-chat, a las notas “sin confirmar”, nos han acostumbrado a la ausencia de genuina reflexión en sus páginas. Dahmer toca un tema en verdad importante, en un mundo en que los integrismos de diverso cuño están presentes y la justificación de la violencia constituye una práctica frecuente (incluso en los propios medios de prensa, p.e., en el caso Bagua).
“En la pieza Galilei, Brecht apunta que “la verdad es hija del tiempo, y no de la autoridad”. La verdad, aceptada, en cada caso como tal, no es definitiva, es provisional, es la que se puede alcanzar bajo las condiciones dadas. El hecho de la limitación temporal del período de vigencia de la verdad, que esta posee un “núcleo temporal”, escapa a la percepción de sus buscadores. Recién la siguiente generación se confronta con el hecho que las certezas de ayer, constituyen un problema hoy”.
Este enfoque describe también un movimiento de la conciencia en el nivel de las actitudes. Mientras cierto conservadurismo integrista considera que la introducción del cuestionamiento constituye una traición al valor de la ‘obediencia’, el espíritu crítico hace de la interpelación y el trabajo de lo negativo (Hegel) una verdadera héxis, un modo de estar en la vida que contribuye a vivificar el ethos. Las resonancias socráticas de esta tesis son evidentes. La carencia de autorreflexividad permite que los individuos sean seducidos por los cantos de sirena de la violencia y esten expuestos a diversas formas de manipulación. Esta condición no ha sido ajena a la propia cultura contemporánea (recuérdese los vínculos que establecía Hannah Arendt entre los horrores del totalitarismo - de izquierdas y de derechas - y el esfuerzo por producir personas incapaces de pensar críticamente).
“La adopción de tal o cuál doctrina, es un asunto de conveniencia (externa o interna). La defensa será tanto más fanática, cuanto menos persuadidos estén de su verdad. Las teorías conspirativas y la xenofobia tienen tantos adeptos, porque los humillados y ofendidos, que se asfixian en su rabia, encuentran una vía de escape pulsional. Todos poseen una cuenta por cobrar, y la doctrina les señala a quién”.
Dahmer sostiene que las ideologías buscan preservar intocables sus presuposiciones sobre el sentido del mundo y la vida. “El prejuicio de los prejuicios es percibir como naturaleza a las instituciones sociales”. Aquí encontramos una noción implícita de ideología. Se pretende convertir en objetivo y eterno (“naturaleza”) lo que está culturalmente construido y es contingente (lo que ha sido “instituido”). Se trata de una operación que busca resentir la capacidad de transformar nuestros modos de vida y garantizar formas indeseables de sujeción (1). Pensemos por un momento en la discriminación por asuntos de género. Por mucho tiempo se consideró que el destino de la mujer era ocuparse de las tareas domésticas, y que el varón debía actuar en el mundo del trabajo y en el del espacio público. Por mucho tiempo se consideró erróneamente que las mujeres eran seres humanos de segunda categoría, y estos falsos valores se convirtieron en claros instrumentos de dominación y de violencia contra las mujeres. Un conjunto de valoraciones culturales se asociaban incorrectamente a un elemento biológico (contar con órganos sexuales femeninos). Para decirlo con Judith Shklar, se disfrazaba la injusticia con los ropajes de la fatalidad. Por fortuna, hemos avanzado sustancialmente (aunque existan todavía muchas batallas pendientes) en el camino de la concreción de la igualdad de derechos entre varones y mujeres. En buena medida, identificar la injusticia - la violencia simbólica contra la mujer - constituyó el primer paso para combatir las estructuras de desigualdad que sometían a las mujeres. No obstante, todavía sectores conservadores – particularmente en el ámbito religioso y político - continúan recurriendo a una burda confusión entre la asignación sociocultural de valores y las consideraciones biológicas en materia sexual. Con particular cinismo denominan tendenciosamente a las corrientes que luchan por el reconocimiento de la igualdad de derechos entre varones y mujeres como versiones de una “ideología de género”. El patetismo de la expresión es evidente.
(1) Por supuesto, hablamos de un modo de plantear las cosas que trasciende el signo político de sus usuarios. Se aplica igualmente al tradicionalismo conservador (orden jerárquico en materia social o sexual), al neoliberalismo (con el individualismo posesivo) o al marxismo (con las leyes de la historia y el determinismo de clase).