Gonzalo Gamio Gehri
El domingo será un día
decisivo para nuestro país. Debemos decidir entre apoyar una candidatura de una extrema derecha conservadora,
ensombrecida por un pasado autoritario y corrupto – que cuenta con un presente
visiblemente marcado por acusaciones de colusión con el narcotráfico y con el crimen
organizado -, y respaldar en las urnas una candidatura de derecha liberal que ha recogido el anhelo,
común a distintos grupos políticos y organizaciones sociales, de preservar la
institucionalidad democrática peruana.
La falta de perspectiva
de nuestra autodenominada “clase
política”, la complicidad de un sector
importante de los medios de comunicación y de los empresarios, así como la
condescendencia frente al autoritarismo que observa una parte de la población
peruana, han contribuido a destacar la figura de Keiko Fujimori, aunque se
trate de una candidata que cuenta con una escasa preparación y ostenta una
cuestionable trayectoria política en diferentes niveles, que incluye un trabajo legislativo lleno de
inasistencias y múltiples despropósitos. Algunos periodistas han repetido la
discutible suposición de que la hija del gobernante autoritario de los años noventa
habría realizado un espléndido “trabajo político”, recorriendo el país y
movilizando a la gente desde el 2011. Llamar “trabajo político” al ejercicio del clientelismo
constituye un exceso semántico, por decir lo menos. Constituye un error y
quizás un intento de infundir confusión describir toda actividad proselitista
como una clase de acción política. Sobre
este punto tenemos una discusión conceptual pendiente, urgente.
En las últimas semanas
hemos podido verificar la debilidad del programa de gobierno de los
fujimoristas, su tardía convocatoria a especialistas que llegaban
improvisadamente a sus filas, las investigaciones sobre presuntos vínculos de este grupo político con
el narcotráfico y con organizaciones delictivas; el caso Ramírez no es un caso
solitario ¿Cómo un grupo político con esas presuntas conexiones podría
enfrentarse a la delincuencia? La discutible conducta de Chlimper en cuanto a
la entrega de un audio modificado a un medio televisivo nos
recuerda la escasa vocación por la transparencia del fujimorismo de los
noventa, se trata del empleo de las mismas prácticas de manipulación y encubrimiento de la verdad, así como la misma pretensión de impunidad. Esos
no son signos de cambio, en absoluto.
Frente a estas acusaciones,
Keiko Fujimori ha indicado que no está enterada sobre las actividades y el
patrimonio del secretario general de Fuerza Popular y de sus candidatos al
Congreso de la República ¿Es ese el “liderazgo” que el Perú requiere? Si no
existe claridad ni firmeza en la evaluación y conducción del propio partido, menos podemos
esperar que luche contra la corrupción y con el delito en las instituciones del Estado. Ha
sido criticable el hecho de que haya buscado forjar alianzas con mineros
ilegales, con los reservistas, con sectores cuestionables del sindicalismo local. Los
compromisos firmados con algunos grupos evangélicos conservadores son un penoso signo
de sumisión de la política frente a la religión, en contraste con una
mentalidad democrática liberal, que exige una razonable separación de fueros.
Dicha candidatura privilegia el cálculo electoral sobre el cultivo de los
principios éticos / políticos. Eso no sorprende. La perspectiva de país que tiene el fujimorismo (desde sus inicios hasta hoy) es antidemocrática y está basada en la valoración inmoderada del uso de la fuerza.
Defendamos la
democracia, una vez más. Existe una opción a la que apoyar, la de la organización política de PPK. No es un tema de odio (es ridículo lo que dicen los paleoconservadores tipo V. A. Ponce o P. Butters sobre este asunto) sino de preocupación por nuestra sociedad. No dejemos que el país se hunda en el pantano de la
autocracia y la condescendencia frente a la corrupción. Rechacemos el imperio de la antipolítica que sólo produce lesiones de libertades, así como erosión de la justicia y la realización humana. Combatamos el siniestro slogan "roba pero hace obra", que genera falta de esperanza ante las potencialidades de nuestros ciudadanos y de nuestras asociaciones. A pesar de la auténtica vulnerabilidad de nuestro sistema político, algo hemos avanzado en esta materia. Hemos combatido la cultura de la impunidad
y el escueto anhelo de concentración del poder. Honremos el trabajo de la
transición democrática. No retrocedamos a esos años funestos. No cedamos ante una inadmisible amnesia política.
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