Solemos leer la historia de Edipo en Edipo Rey bajo la convicción de que se trata del personaje más desafortunado de la historia de la literatura universal, aventajado solamente quizás por Gregor Samsa, el personaje kafkiano de La Metamorfosis. Creo que esa es una concepción parcialmente discutible, cuando menos. Un examen más detallado de la obra – a la luz de la cosmovisión ética griega, prefilosófica y filosófica – nos revela cuán culpable es Edipo de los crímenes que perpetra.
Solemos presuponer una visión ‘pseudo-ilustrada’ de la moral cuando nos aproximamos a la tragedia de Sófocles. Asumimos que sólo somos dignos de elogio y censura respecto de las acciones que hemos elegido con pleno conocimiento de sus posibles consecuencias y secuelas en la vida propia y ajena. Para los griegos, es evidente que no es posible ponderar completamente los rumbos posibles de nuestras elecciones y acciones. Los otros intervienen, y la tyché (la fortuna) echa también sus cartas en el cesto. Esta complejidad, no obstante, no nos exime de responsabilidad y culpa respecto de nuestras decisiones. El agente tiene que hacerse cargo de todas las consecuencias de sus acciones y elecciones, tanto las previsibles como las insospechadas. Hegel comentaba lúcidamente este punto de vista señalando que, para los griegos, ni siquiera los niños eran inocentes, sólo las piedras (porque no actúan).
Solemos describir anacrónicamente a Edipo como una mera víctima del destino, proyectando además una imagen calvinista del destino, vinculada a la doctrina de la predestinación. La moira griega es ‘la parte que le corresponde a cada cual según su condición y acciones’. En esta perspectiva, Edipo hubiese podido tentar – sólo tentar -un destino superior si hubiese guardado la mesura, reconociendo y cumpliendo con la medida correcta según cada caso, lo cual es sumamente difícil de lograr, sin duda. Quien ejercita la disposición a guardar la medida correcta en los contextos de una vida entera (este concepto resulta esencial a la ética griega) es el phronimós, el hombre prudente. Edipo conocía lo que el dios oracular tenía reservado para él en el futuro: convertirse en un incestuoso y en un parricida. Ello lo lleva a huir de Corinto y tomar el camino de Tebas, a encontrarse cara a cara con su destino.
Edipo no observó la mesura, al contrario: incurrió repetidamente en la hybris, movido por su descomunal proclividad a la ira y a la irreflexión. Como algunos especialistas han señalado, si Edipo hubiese sido realmente prudente, hubiese evitado agredir físicamente a cualquier hombre mayor, que fatalmente pudiese ser su padre. De igual manera, si hubiese sido mesurado, no hubiese consentido en desposar una mujer mucho mayor. Sin embargo, arrastrado por su feroz temperamento, asesinó a Layo por una discusión de tránsito. Una vez revelada la verdad acerca de su identidad, Edipo no reacciona como un hombre que ha tropezado sin culpa alguna con una fuerza externa inexorable. Reacciona como un agente carente de lucidez y sentido de la proporción. Se hiere los ojos porque no fue capaz de ver lo que tenía delante de él, la realidad. Quienes no conocen el mundo griego creen que consideró el suicidio como una ‘vía de escape’, y por ello optó por enceguecerse ¡Si sabía que sus parientes le esperaban en el Hades, para reprocharle sus múltiples faltas! Edipo es culpable ante los ojos de los personajes, y los del propio coro.
Edipo Rey versa sobre la mesura y la desmesura, sobre la esencial dicotomía ética entre virtud y fortuna. Conociendo los designios del oráculo, Edipo tuvo la oportunidad de buscar una vida feliz. No reparó en la importancia de la deliberación, erró cada vez que eligió sin reflexionar. Es una historia de la terrible caída moral de un héroe que no vigiló los movimientos de su tempestuoso carácter a lo largo de toda su vida, y no respetó sus propios límites. Esta tragedia constituye una narrativa sobre las virtudes y los vicios humanos, y no solamente sobre el infortunio: por ello la enorme relevancia ética de la obra, que convoca por igual a filósofos y críticos literarios. Deja constancia de ello un poderoso fragmento final, tomado de la estupenda traducción de C. Alegría:
“¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, mirad: he aquí a Edipo, el que
solucionó los grandes enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los
ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles
desgracias ha venido a parar! De modo que ningún mortal puede considerar a nadie
feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su
vida sin haber sufrido nada doloroso”.