Gonzalo Gamio Gehri
El triunfo de Donald Trump en la
campaña electoral estadounidense ha desatado la consolidación de toda una corriente
ultraconservadora en el mundo con una importante proyección hacia la opinión pública. Sentimientos de un nacionalismo exacerbado,
reacciones contra el enfoque de derechos y de género, incluso gestos de
aprobación ante las controversiales declaraciones de Trump
sobre la pertinencia de las dictaduras de Hussein y Gadafi. Se convierte en
usual el desafiar lo “políticamente correcto” – incluida la búsqueda del
control democrático y el respeto por los derechos humanos – a la par que elogiar
la firmeza y la “autoridad” de los líderes. Y se sienten complacidos en medio de esos
extraños aires de “heterodoxia”.
Los ataques verbales a los inmigrantes
– aún a aquellos que en Europa y Norteamérica han sido acogidos por razones
humanitarias - y a las minorías culturales y sexuales En el
discurso paleoconservador, se apela a la recuperación de la “civilización
occidental y cristiana”, pontificando a favor de sus “principios eternos” y en contra de sus
enemigos; en otras versiones, se recurre a razones de seguridad. En un reciente
escrito, Nancy Fraser ha señalado cómo la invocación conservadora a “ser
tolerados” equivale, en el terreno de las ideas y en el ámbito de las prácticas,
a solicitar se les conceda el 'derecho' a excluir a las personas y a los grupos que
consideran peligrosos, inferiores o contrarios a lo que supuestamente establece
el “orden natural”. Es decir, procuran trastocar el propio principio de tolerancia.
En el Perú, este discurso basado
en la violencia verbal y en la inducción al miedo ha estado presente por décadas
de acción política autoritaria, reacia a tomar en serio las exigencias de los
derechos humanos, la democracia deliberativa y las políticas inclusivas. Con
esta nueva oleada europea y estadounidense, esta clase de léxico político y
agenda ha encontrado su lugar tanto en los medios de prensa conservadores como
en las redes sociales, en donde han florecido “portales de opinión de
ultraderecha”, espacios antiliberales o tradicionalistas comprometidos con el fujimorismo y otros grupos radicales. Como
el papel lo aguanta todo, para estos espacios, la izquierda local – en todas
sus versiones - es “proterrorista” y se
organiza según estrategias polpotianas, Barack Obama es un “neomarxista”. Incluso algunos extremistas acusan al actual Papa de ser una suerte de “infiltrado de la izquierda
internacional”. Estas caricaturas extravagantes están en las redes sociales de extrema derecha.
Para los “líderes de opinión”
conservadores, los peores años de la corrupción fujimorista no existieron, o
han sido inventados por liberales e izquierdistas en el calor de una “campaña
persecutoria”. La captación fujimontesinista de los medios de comunicación se
ha convertido en sólo un molesto rumor del pasado. Para algunos de los
columnistas de esa esos medios, el peligro mayor de la historia de la prensa en el Perú es la acción
de un hipotético “soviet caviar” (sic). Lo curioso es que los presuntos
campeones del “tradicionalismo político - religioso” tampoco es que puedan
exhibir grandes logros académicos o periodísticos que desafíen la supuesta “colusión
progresista”. Lo suyo son las teorías conspirativas, la apologética de sus
compañeros y la queja más simplona y rancia. Su invocación a la “regeneración
del país” a partir de la recuperación de los valores del cristianismo preconciliar y el liderazgo de las viejas “élites” – aquellas que precisamente han estado sistemáticamente de espaldas al
país y su necesidad de justicia y democracia -, al carecer de sentido crítico y
densidad conceptual, se convierte en vana retórica y en vulgar tañido de campana. Su prédica
solemne y marchita se manifiesta como un mero ejercicio criollo de demagogia y falta de
creatividad.