Gonzalo Gamio Gehri
El historiador José Carlos Agüero acaba de publicar con el Instituto de Estudios Peruanos Los rendidos, un libro de veras
importante. Un libro reflexivo y personal – es sin duda una meditación continua
en primera persona – que plantea preguntas que probablemente nadie se atrevía a
formular ¿Cuál es el estatuto moral de la víctima? ¿El victimario de ayer puede
convertirse en la víctima de hoy (y viceversa)? ¿Heredamos las culpas de
nuestros ancestros? M. Tanaka, S. Lerner Febres y N. Manrique han desarrollado
interesantes comentarios a esta valiente y honesta obra. Me gustaría
desarrollar algunas breves cuestiones, en estrecha conversación con el libro.
Agüero es un investigador sanmarquino experto en temas de derechos humanos. Trabaja
actualmente para el ministerio de cultura, y colaboró con la CVR recogiendo testimonios de
víctimas del conflicto armado. En este libro, revela una verdad que hasta
entonces había guardado celosamente en su mente y sus afectos: es hijo de dos miembros del PCP-Sendero Luminoso, asesinados extrajudicialmente en El
Frontón y en Chorrillos, respectivamente, durante dos etapas diferentes del
conflicto. Agüero alterna recuerdos personales sobre su familia y la tragedia
vivida por ella, con reconstrucciones de la historia del conflicto, que como
académico y especialista conoce muy bien. El autor no rehuye los
cuestionamientos más severos sobre sus padres, su militancia, su ideología –
que critica sin apelaciones ni eufemismos – y actividades. Agüero es contrario
al maoísmo de Sendero y del Movadef, y es perfectamente consciente del mal queque los grupos subversivos han producido en la sociedad peruana, incluyendo el ejercicio de la violencia
sobre la población empobrecida y el ensañamiento sobre los cadáveres de sus
víctimas. Conoce bien el carácter y alcances de los delitos del PCP-Sendero
Luminoso. No obstante, intenta acercarse a la dimensión humana de los
perpetradores de violaciones de derechos humanos- sean terroristas o malos agentes del Estado -, para comprender
lo sucedido sin justificar ni avalar un ápice los crímenes cometidos.
Se trata de una
empresa delicada y riesgosa – porque será sin duda malinterpretada por un
periodismo, un sector empresarial y una “clase política” a los que no les interesa hacer memoria y
revisar los estereotipos con los que trabaja a la base de su discurso cuando "hace política", pues
creen falazmente que modificarlos implicaría claudicar en el terreno de las
convicciones. Ni siquiera consideran de que una lectura más compleja del fenómeno – más
lúcida y realista – podría llevarnos a extraer lecciones más hondas acerca de
qué hacer para que sucesos como éstos no se repitan. La mayoría de nuestros
políticos, de nuestros líderes empresariales y de nuestros periodistas no aprecia la conexión entre la “verdad” y
la “justicia”. Contra esa violenta y autocomplaciente ignorancia se enfrenta el
libro de José Carlos Agüero. La
estigmatización le viene mejor a nuestras "élites" que la revisión de sus supuestos. Es la actitud
que asumieron con el documento de la
CVR , y no han asumido una lectura seria de los textos de
Carlos Flores Lizana y de Lurgio Gavilán.
El autor critica
con razón que algunos estudios nuevos en materia de justicia transicional que
debilitan la noción de víctima o prescinden de ella. Ellos abogan por
“descentrar” las narraciones, o desplazar el acento de las mismas, de la
experiencia del daño hacia el ejercicio de la ‘agencia’. Antes bien, Agüero
aboga por complejizar el concepto de víctima, sin desestimar sus vínculos con
el proceso que lleva de la víctima a su conversión en agente (proceso que lleva
el nombre de “justicia”, por cierto). La reconstrucción de la memoria concentra
parte significativa de su atención en el padecimiento de las víctimas,
ciertamente; se trata de conocer el daño producido, y repararlo. “Porque en una
guerra el daño es un tema central para comprender las relaciones”[1]. La condición de la víctima no es la de la “inocencia absoluta”, sino
la del sufrimiento de la injusticia. Las víctimas son personas concretas, no
ángeles.
Agüero se interroga acerca de si
él mismo es una víctima. Sin duda, lo es. Se vio privado prematuramente de la
presencia de sus padres, a causa de la propia decisión de éstos. Tuvo que
enfrentar por años la espada de Damocles de la estigmatización. Ocultar su
identidad, renunciar al duelo. El ser víctima implica insertarse potencialmente
en la red del ejercicio del perdón, que hace posible el pedir perdón o concederlo libremente. Como se sabe, el perdón supone el cuidado del recuerdo y
la práctica estricta de la justicia en diversos espacios sociales. No puede ser
confundido con la amnistía ni con otra forma de olvido moral o político. No
existe reconciliación en un contexto de impunidad. La víctima que perdona elige
voluntariamente observar el pasado sin la presión del odio y de la amargura,
pero no ha renunciado a la transformación de estructuras y mentalidades que
exige el cumplimiento de la justicia en materia de rememoración, sanción y
reparación.