Lima, 24 de febrero del 2011.
El Rectorado.
Blog del profesor Gonzalo Gamio Gehri, dedicado a la filosofía práctica y a temas de justicia transicional, política democrática y Derechos Humanos. Este es un espacio dirigido a la discusión en torno a los conflictos culturales y políticos en el seno de un mundo plural y secular.
Lima, 24 de febrero del 2011.
El Rectorado.
La conexión entre la ética y la política ha constituido un problema fundamental en la historia de la cultura. Pensemos en Sócrates interpelando a los ciudadanos atenienses acerca del sentido de la vida con el fin de que estos asuman el reto de llevar una “vida examinada” que les permita combatir el efecto corrosivo del prejuicio y de la manipulación sobre el alma humana. Esta disposición a la reflexión hacía posible a los miembros de la pólis participar de manera lúcida y sensata en el debate público, y mejorar la calidad de las instituciones políticas a la que pertenecían. El mismo Sócrates señalaba que Atenas había experimentado un notorio crecimiento económico y militar, pero que sus gobernantes (y sus héroes) no habían logrado mejorar el alma de sus ciudadanos. La promoción del espíritu crítico constituye una condición fundamental para la conducción política y la vigilancia cívica del poder.
Esta situación revela que muchas personas que lamentan el imperio de la corrupción en la sociedad consideran que se trata de un problema que concierne a otro, a los congresistas, o a la “clase política”, pero no a la ciudadanía en general. No se puede combatir la corrupción en la esfera pública si no se fortalece el sentido de ciudadanía al interior de la comunidad política. Cicerón sostenía que uno podía comportarse injustamente de dos maneras fundamentales; activamente, cuando realizamos acciones que atentan contra los derechos de los demás y lesionan la ley. Pasivamente, cuando vemos que un tercero es víctima de alguna forma de violencia o se trasgrede la ley y preferimos mirar hacia otro lado por pereza, cobardía o complicidad. A su vez, Judith Shklar ha señalado con razón que la injusticia pasiva constituye un vicio que corroe el sentido de ciudadanía, debilita los lazos de solidaridad dentro de la comunidad y fortalece las formas de autoritarismo, corrupción y violaciones de derechos en su seno. Recuperar la conexión entre la ética y la política pasa por reconocer la propia responsabilidad frente al hecho de la injusticia y sus secuelas para la vida social. Ser ciudadano implica asumir la condición de agente político, sujeto capaz de actuar con otros para la preservación de la legalidad y la búsqueda del bien común.
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* Escrito para La República, a nombre del Diplomado de Ética y Política de la UARM.
[1]Director del Diploma de Filosofía con mención en Ética y Política de
La rebelión de los pueblos árabes contra sus despotismos sigue extendiéndose. Un viento de libertad sacude a Irán, al alejado Yemen, y pasando por Egipto, hasta la intocable Libia de Gadafi donde se tira a muerte contra la multitud. No es solamente que el descontento viaje de la pequeña Túnez a los países del Golfo Pérsico. La TV mundial sigue en directo esos acontecimientos. Todos hemos visto un millón de personas en la plaza Tahrir, en El Cairo, presionando para la salida de Mubarak. Sin embargo, el célebre politólogo Sartori había dicho en “Homo Videns” “La televisión da noticias pero no da nociones”. Y nunca como en este caso, la pantalla muestra sus límites. Ver no es comprender.
Reflexionar es, pues, el papel de la prensa escrita. La pequeña pantalla aborrece la abstracción, pero hay excepciones. Con qué inmenso agrado he podido escuchar en Antena 5 de París, a Edgar Morin, resumiendo lo que centenares de periodistas de la TV, no atinan. ”En una región dominada por regímenes despóticos, unos civiles y otros religiosos, ha irrumpido lo inesperado”. Y esa es la historia, dice Morin, la antigua y la presente: lo inconcebible llega en un instante. Primera noción.
La segunda, la sorpresa del objetivo de esa rebelión: la democracia. Esas muchedumbres árabes quieren elecciones libres. Como si fuesen noruegos u holandeses, para decirlo rápidamente, quieren la extensión de la democracia a sus sociedades. ¡Vaya sorpresa! El viento de libertad no solo derrumba gobiernos sino que acaba con la perversa versión de unas ciencias llamadas “orientalistas”. Hasta un día antes que el joven tunecino Bouazizi se inmolara, la idea dominante fue la siguiente: el mundo árabe es insensible a la democracia. Qué tontería. Los que estudiaron ese mundo, casi sin excepción (salvo intelectuales disidentes en Londres) sostenían el dogma de la incompatibilidad absoluta entre sociedades islámicas y democracia. Y eso se ha revelado erróneo.
Otra novedad es que los árabes contradicen su propia historia. En el pasado, los movimientos populares reivindicaban su hostilidad ante un Occidente colonialista. La ocupación del Canal de Suez por Nasser en 1956, se hizo contra las potencias extranjeras. Durante la guerra fría, surgieron Estados fuertes, donde un jefe único, o un partido, controlaba todo. Ni a los EEUU ni a Europa les importó demasiado la situación interna. Como, dicho sea de paso, no les importa en China, esa gran nación sin democracia. En cuanto al Islam, hoy ni lidera esa rebelión ni la enfrenta. Terminada la plegaria, los fieles retoman sus batallas callejeras. Ese mundo vive una hora política y no teológica.
Un velo de ignorancia se descorre en el Medio Oriente. Hoy son masas extraoccidentales las que aspiran a derechos humanos occidentales. Pero hasta hace poco, juristas y ONG se planteaban que tal vez era pretencioso intervenir contra la ablación del clítoris en musulmanas, ¿con qué derecho, si era conforme a la tradición? Pero, una cosa es reconocer “la dignidad cultural de los mundos diferentes” (Lévi-Strauss) y otra servirse de las diferencias culturales para justificar Estados autoritarios. Para esos manejos, Estado aimara, etc, son malas noticias lo que acontece en Yemen o Qatar: para escapar a la humillación del inmovilismo, la gente busca transiciones democráticas. Tardarán, no seamos ingenuos, pero lo de Túnez y Egipto también es claro mentís de una ideología reaccionaria disfrazada de antropología. Mal llevada la identidad, se puede volver otro opio del pueblo.
La verdad monda y lironda es que los valores universales existen: los seres humanos quieren ser libres. Lo demás –qué se come, con quién se casa uno– es de los mundos de la vida, la “Lebenswelt” de los filósofos. Pero gobernarse, desde los griegos, es autorganización; “polis” de todos decía Aristóteles; o tiranía de unos cuantos. Y en eso, en optar, los árabes se incorporan a la historia contemporánea. Con una rebelión que no es réplica de nada que la preceda.
Gonzalo Gamio Gehri
Hace una semana que, trágicamente, falleció Edinson Tsajuput, Etsa, joven estudiante de filosofía y de ciencias políticas de
Gonzalo Gamio Gehri
No creo que esté en condiciones de poder decir algo teóricamente revelador acerca del amor, aunque agradezco a lo más elevado el contar con la bendición de poder pensar y actuar bajo su influjo e impacto. Lo digo con alegría, pues – examinándolo retrospectivamente - lo considero un privilegio. Probablemente nada brinde un sentimiento de plenitud como la experiencia del amor. El amor produce una agonía de muerte tanto como una sensación de afiebrada felicidad, provoca en nosotros el más delicado placer como el vacío más profundo. Aunque la filosofía es considerada en sí misma una forma de amor, la sabiduría del amor es acaso más propia de poetas y de místicos que de los filósofos.
“El aislamiento, la falta de contacto profundo con otros seres humanos, parece ser la enfermedad de nuestra época. Hay grandes industrias de psicoterapia que abordan nuestras dificultades ‘de relación’, otra insípida palabra seudo científica cuya timidez ya constituye un obstáculo para los lazos sustanciales. Este modo de describir el contacto humano comienza con la precariedad de nuestros lazos, el supuesto de que naturalmente somos átomos que desean agruparse sin los inconvenientes que ello representa, una situación que a lo sumo permitiría las relaciones contractuales”[1] .
Se trata sin duda de una tesis sumamente polémica, a la vez que seductora. El lector simpatizará con esta posición al revisar no solamente la literatura de autoayuda publicada sobre estos temas, sino al escuchar la palabra de supuestos ‘expertos’ en temas de amor y sexualidad que – como Marco Aurelio Denegri – describen las relaciones sexuales, el enamoramiento y el juego de seducción de manera "objetiva" y mecánica, como si se tratara del fenómeno de la fotosíntesis. El mismo Bloom argumenta que, si queremos recuperar la pasión y el delirio del eros, debemos volver a los poetas: a Shakespeare, Stendhal, Austen y a muchos otros. La belleza de esas obras sobre el amor nos conmueve y deslumbra; Platón, y luego Iris Murdoch - otra maestra en los asuntos del amor - han sostenido que la belleza es lo único que amamos instintivamente. Es una lástima que Bloom haya omitido toda referencia a la literatura reciente, y resulta francamente imperdonable que no se haya detenido tampoco en el cine. Ello hubiese debilitado considerablemente su notoriamente afectado y altamente cuestionable contramodernismo.
[1]Bloom, Allan Amor y amistad Santiago, Andrés Bello 1998. p. 12.
Gonzalo Gamio Gehri
“Éxito” es una palabra que circula muchísimo en diferentes lugares, tanto en los espacios de la vida política, en el mundo del mercado y del trabajo, incluso en la academia. No es un concepto que me entusiasme mucho – prácticamente no lo uso – por su falta de precisión, porque hoy está teñido de esa retórica vana y barata del tipo de aquellas que acompaña los discursos de Miguel Ángel Cornejo, los libros de autoayuda, etc. En la senda de la sociología contemporánea, entiendo “éxito”, como el logro de los propósitos privados del individuo moderno, particularmente en los fueros de la vida privada y la competencia económica. Comparto el escepticismo de MacIntyre – inspirado en Goffmann,– y los reparos de Bellah acerca de la fecundidad teórica del término.
- Vida.
- Salud física.
-Integridad física
- Sensibilidad, imaginación, entendimiento.
- Emociones.
- Afiliación.
- Razón Práctica.
- Relación con otras especies.
- Ocio y juego.
- Control sobre el entorno (económico y político).
Se trata de una propuesta teórica rigurosa y sugerente, abierta a la diversidad y a múltiples formas de discernimiento público y personal. La tesis central es que el “desarrollo” no se identifica sin más con el PBI, o con el acceso a la tecnología que alcanza una sociedad o con el poderío de sus armas. Alude más bien a la clase de vida que pueden llevar las personas, en qué medida una sociedad dada, promueve (a través de un marco legal propicio, servicios de educación, salud, etc.) las condiciones para el cuidado de estas capacidades individuales en un clima de libertad. El enfoque no se centra en los ‘funcionamientos’ (es decir, cómo se ejercitan las capacidades’) sino en las oportunidades y libertades para el ejercicio de las capacidades (por ello no constituye la imposición de un credo cultural ni de un ‘estilo de vida’; la idea es que los individuos y las comunidades puedan cuidar de las capacidades, y elegir conscientemente – a través del ejercicio de la razón práctica – cómo ponerlas en funcionamiento. Se sostiene que las instituciones o las comunidades generan situaciones de injusticia cuando se bloquea arbitrariamente la posibilidad de poner en ejecución alguna de estas capacidades, o cuando se las mutila (por ejemplo, en nombre de la “tradición” o de presuntas “razones de Estado”). Los derechos humanos constituyen poderosas herramientas sociales que permiten proteger la dignidad y la libertad de las personas, así como el cuidado de sus capacidades básicas.
No faltan quienes - manteniendo la mirada solamente en el PBI, el desarrollo industrial y el avance tecnológico - identifican casos como el que ha servido de ejemplo como "exitosos". Su estrechez de miras es evidente. Quien se atreve a 'poner en una balanza' - una inquietante e indolente operación, sin duda - de un lado, el crecimiento económico, y del otro, los atentados contra la dignidad y la supresión de libertades, y considera el "balance" positivo, revela un conceptualmente pobre y moralmente escuálido criterio de "éxito". Un criterio meramente instrumental. El enfoque de desarrollo humano que plantean y examinan Nussbaum y Sen, sin duda, nos remite a un marco hermenéutico mucho más amplio y fecundo.
Gonzalo Gamio Gehri
¿Qué significa ‘volver a las raíces’ en el trabajo de las ciencias humanas? Pensemos en lo que hacían Hegel y Heidegger – o Hannah Arendt – con los griegos. Lejos de plantear un “retorno a lo griego”, buscaban (a partir de la exploración filológica o del examen de ciertos motivos filosófico- prácticos en la tragedia, la poesía o el pensamiento griegos) “echar luces” o “desocultar” horizontes de reflexión que permanecían invisibles desde la perspectiva de nuestras categorías y modos de pensar contemporáneos, convertidos en una suerte de “sentido común”. Evocar modos de ser y de pensar griegos permite reconocer la existencia de configuraciones de sentido diferentes, que podrían – merced al trabajo de la crítica y de la interpretación – orientar nuevos cursos de acción, o interpelar nuestros sistemas de ideas, o nuestras instituciones.