I
UNA NOTA PRELIMINAR (Y ALGUNAS NOTICIAS SOBRE PUBLICACIONES)
Gonzalo Gamio Gehri
Permítanme empezar con algunos anuncios de tipo bibliográfico. Me complace anunciar que ha sido publicado el libro Hacia una Cultura de Paz, (2010) volumen que forma parte de la colección Intertextos de Estudios Generales Letras de la PUCP. El texto está pensado como parte de la bibliografía de la asignatuara de Cultura de Paz, que dicto en los Estudios Generales de la PUCP, y en donde analizamos textos de Sen, Rorty, Nussbaum, Galtung, Walzer, Todorov y otros sobtre temas de Derechos Humanos, Desarrollo, Ciudadanía democrática, memoria crítica e Interculturalidad. El libro cuenta con ensayos de Fidel Tubino, Xavier Etxeberría, Alessandro Caviglia, Ciro Alegría Varona y quien escribe estas líneas.
De igual modo, ha aparecido Cultura Política en el Perú (2010), volumen editado por Gonzalo Portocorrero, Juan Carlos Ubilluz y Víctor Vich, y publicado conjuntamente por la PUCP, la UP y el IEP. Se trata de un conjunto de artículos dedicados a diversos temas relativos a las mentalidades e instituciones sociales y políticas locales. El libro incluye un ensayo mío sobre el debate público acerca de la reconciliación.
En estos días apareció en El Comercio un extraño artículo de Richard Webb sobre la memoria, en la que desliza una idea indolora de reconciliación que pasa por una suerte de manejo de la historia: a veces el papel lo aguanta todo. Eduardo González Cueva, científico social especialista en temas de justicia transicional y Derechos Humanos, le responde con claridad y contundencia. Publico a continuación su artículo.
II
Eduardo González Cueva
El Comercio del 22 de febrero publica un breve pero interesante artículo de Richard Webb sobre la relación entre reconciliación y memoria o, para ser precisos, sobre la relación entre reconciliación y olvido.
En efecto, Webb plantea que, en ciertas ocasiones de la vida individual y social, no es posible reconciliar sin lanzar un piadoso velo de olvido sobre ciertos horrores pasado. Difícil no simpatizar con su punto de vista: basta pensar en regiones como los Balcanes, Irlanda y el Medio Oriente donde conflictos seculares plantean la pregunta de si no sería mejor sepultar viejas historias y con ellas viejos odios.
El texto intenta llevar este argumento al Perú y expresa su inconformidad con el ejercicio de memoria llevado a cabo durante el mandato de la Comisión de la Verdad. Webb sugiere que la insistencia en la verdad dificulta la reconciliación y que la CVR erró al tratar los crímenes cometidos por el estado y por la subversión en la misma forma. La razón para no equiparar estos crímenes, se nos dice, es que la acción contrasubversiva –“desesperada, confusa y mal informada”- nos salvó de algo peor, es decir, la victoria senderista.
La opinión de Webb se expresa en un tono moderado y democrático, que contrasta con la crispación de muchos que han intervenido en el actual debate nacional sobre la memoria. Sin duda, nos merece respeto. Sin embargo, no podemos sino expresar nuestra más profunda discrepancia.
Primero, a pesar de reconocer que no es posible trasladar automáticamente la práctica de la reconciliación interpersonal al plano nacional, Webb parece abrigar precisamente esa esperanza: ¡si tan sólo pudiéramos ejercer la virtud de olvidar selectivamente! Naturalmente, el sentido común y las más elementales nociones de justicia hacen de esto una ilusión ingenua. Una cosa es perdonar a un hijo ingrato o a un cónyuge inconstante, otra es perdonar a quienes han asesinado a un hermano, ultrajado a una madre o desaparecido a un amigo.
Además, en una reconciliación basada en el recuerdo selectivo, queda abierta la pregunta de quién decide qué se recuerda y qué se olvida. ¿Quién somos nosotros para exigirle a las víctimas que perdonen? Si Webb seriamente piensa que algún tipo de olvido y perdón es el mejor camino para la reconciliación, habría que esperar de él un segundo artículo explicándonos –en concreto- qué crímenes cometidos en el conflicto armado deberían perdonarse y cuál es el mecanismo democrático para tomar esa decisión. ¿Le pediría Webb a los vecinos de Tarata o a la familia de María Elena Moyano que perdonen a Abimael Guzmán? ¿Estaría de acuerdo Webb en un referendo para rebajar a la mitad o a la tercera parte las condenas que se han impuesto a los miembros de grupos subversivos? ¿Con qué argumento legal propone Webb que las madres de los desaparecidos –que hasta ahora no tienen una tumba donde ir a llorar- perdonen a los miembros de los escuadrones de la muerte?
Segundo, la noción de que los crímenes cometidos en defensa de la democracia no deben ser juzgados igual que los cometidos por la subversión es profundamente contraproducente. La noción de que las fuerzas de seguridad y los responsables políticos tienen una responsabilidad atenuada por su desesperación, confusión y mala información no es de recibo. ¿Desesperados los que bombardearon El Frontón y exterminaron a los presos, desde una posición de absoluta superioridad militar? ¿Confuso el “Agente Carrión”, que en su diario reconstruía fríamente cada detalle de sus crímenes? ¿Mal informado Montesinos?
Irónicamente, con su consideración de la confusión como circunstancia atenuante, Webb le da una mano a la defensa de Abimael Guzmán, construida exactamente sobre el mismo argumento: en la complejidad de la lucha armada, ha dicho Guzmán, no le era posible saber todo lo que hacían sus huestes; en crímenes como Lucanamarca, las masas desesperadas por la opresión naturalmente se desbordan hasta un cierto límite.
Pero lo más preocupante en este argumento es que destruye la superioridad moral de la defensa del estado de derecho. Si los crímenes de las fuerzas de seguridad se justifican porque ganaron y detuvieron el fascismo senderista, entonces ¿qué le impediría a Abimael Guzmán en caso de haber ganado el premiar con medallas a los masacradores de Lucanamarca por haber derrotado al “estado fascista”? La victoria no decide la moralidad de la lucha: Bolognesi en su derrota es mil veces más moral que Lynch en su infame saqueo. Un crimen es un crimen es un crimen… al padre de una joven violada no le consuela que el criminal trabaje en una comisaría (de hecho, me atrevo a pensar que le ofende más) el hijo de un alcalde asesinado no acepta esa muerte porque el asesino haya sido un grupo paramilitar en vez de un comando senderista.
Mucho me temo que el ensayo de Webb, aunque interesante, cae en la confusión, desesperación y mala información. La verdad y la memoria consisten exactamente en lo contrario.