Gonzalo Gamio Gehri
Es común pensar que son los autodenominados “conservadores” y “reaccionarios” quienes han destacado la necesidad de recuperación de la comunidad como espacio social (y también político) de realización humana como alegato moral y como denuncia de los efectos atomizadores de la racionalidad moderna. A menudo, esta clase de invocaciones a las formas premodernas de coexistencia se cubre bajo la imprecisa etiqueta del llamado “comunitarismo”. Confieso que no estoy de acuerdo con el uso que hoy se hace de esta noción. El término fue usado – estrictamente con fines pedagógicos - en la década pasada por la bibliografía especializada, que elaboró un mapa del debate contemporáneo en ética y teoría política con el fin de introducir el tema y señalar el ‘aire de familia’ presente en las críticas de algunos filósofos a las concepciones procedimentales (véase los importantes textos de Holmes, Swift y Mulhall, Giusti y Thiebaut). Ese trabajo se llevó a cabo con rigor. En los últimos años, no obstante, creo que se viene abusando del concepto en la literatura no especializada. Lo constato en algunas publicaciones recientes sobre este tema que a veces llegan a mis manos. De hecho, los autores que suelen ser clasificados como “comunitaristas” (entre los que se cuentan Walzer, Taylor, Sandel, MacIntyre y otros) han objetado explícitamente que se use la etiqueta con ellos: hablar hoy del “comunitarismo de Walzer (o de Taylor)” resulta bastante discutible.
Pero hoy no pienso detenerme en la dimensión específicamente filosófica del asunto, sino talvez señalar muy brevemente un elemento propiamente político, retomando una sugerencia que he encontrado en Sandel y en Rorty. Me han traído esta cuestión a la memoria el absurdo intento de acusar a Susana Villarán de ser una “candidata inmoral” frente a quienes se proclaman “guardianes de los valores”, con frecuencia desde canteras que pretenden ser religiosas; esta acusación venía acompañada - como era de esperarse - con el intento de chantaje moral: "si eres creyente no puedes votar por ella", y disparates de esa especie. Los autodenominados “conservadores” y “reaccionarios” consideran que poseen el monopolio del recurso a la “comunidad” y a las “tradiciones”. La idea es que el “mundo moderno” (o la “civilización tecnológica”) ha promovido el “individualismo” y el “nihilismo” a través de las ideologías de la libertad individual que minan el sentido de la vida entre los agentes, de modo que se propone retornar a las “comunidades de memoria” (religiosas, vecinales, algunos incluso evocan a la familia) como reductos últimos de los valores tradicionales (incluida la Verdad, por supuesto). La organización lobbysta norteamericana de los ochenta “La Mayoría Moral”, así como buena parte del integrismo religioso e ideológico contemporáneo – pasando por los neocon y por los autodenominados “neoteístas” – han asumido esta posición con especial dureza. Muchas veces, como indica Sandel, este tradicionalismo señaló que los liberales que se mostraban contrarios a las oraciones en las escuelas públicas de Estados Unidos estaban en general en contra de la oración. Nada de eso, los liberales en cuestión consideraban que la práctica de una religión y la participación en algún tipo de ritual es un asunto de elección personal en el que el Estado no puede intervenir, salvo garantizando las libertades religiosas. Muchos de estos liberales progresistas eran creyentes y valoraban el poder de la oración en sus vidas.
La oposición maniquea “comunitarismo” versus “individualismo” resulta caricaturesca (más todavía si proyectamos las escuetas categorías políticas “derecha” e “izquierda” sobre ellas). La izquierda liberal no menosprecia el papel de las “comunidades de memoria” en la forja de las identidades de las personas – de hecho, el término pertenece a Robert Bellah, coautor del célebre libro Habits of the Heart (1985) -; sólo pone énfasis en un elemento actitudinal crucial: la particular valoración de la capacidad del individuo de someter a crítica las propias tradiciones en el proceso de elección de una forma de vida buena (lo que Nussbaum llama ‘razón práctica’ y Sen ‘agencia’). Ello no debería de resultar extraño, dado que las tradiciones constituyen por sí mismas espacios de deliberación y debate. El recurso a las tradiciones no puede silenciar la posibilidad de la crítica.
La izquierda liberal valora asimismo – además de las “comunidades de memoria” – otros espacios deliberativos de no menor importancia. Me refiero a organizaciones y formas voluntarias de asociación que median entre los ciudadanos y el Estado y promueven la conversación cívica, el control democrático del poder y la incorporación de temas de interés común en la agenda política. De esta manera se recoge la tesis tocquevilliana que señala que la única forma de rescatar las libertades políticas en las democracias modernas (expuestas al individualismo y al despotismo administrativo) pasa por fortalecer “instituciones intermedias” a través de las cuales los individuos puedan actuar como ciudadanos, fiscalizar a sus representantes y discutir asuntos públicos. Inicialmente, los municipios fueron identificados con tales espacios; los discípulos contemporáneos (y heterodoxos) de Tocqueville se inclinan por asociar – dentro del “sistema político” – a los partidos como “instituciones intermedias” y particularmente a los organismos de la sociedad civil. Se trata de espacios diferenciados que cumplen tareas diferentes en el seno de una democracia constitucional.
Introducir el moralismo más pacato en la agenda política constituye un profundo error, especialmente si no se toma en consideración los asuntos de ética pública (derechos humanos, corrupción, ciudadanía) – que son cruciales para el funcionamiento mismo de lo político- , sino meras alusiones a las opiniones relativas a la “moral personal” como parte de una campaña electoral. De eso hablaré más adelante. Otro error importante consiste en creer que las cuestiones relativas al lugar de las comunidades en nuestra vida constituye un tópico conservador. Se trata de hacer de nuestras instituciones genuinos espacios de discernimiento libre y realización.