martes, 12 de agosto de 2008

LA SEDUCCIÓN DEL 'LADO OSCURO'


Gonzalo Gamio Gehri

¿Es posible corromper la vida moral y cívica hasta su mismo núcleo sin que las personas (o las instituciones) lo adviertan? En los últimos días, la lectura del extraordinario cuento de Borges Deustches Réquiem me llevó – casi por la fuerza – a plantearme esta pregunta. El cuento - publicado en El Aleph - relata la historia de un prominente oficial nazi, Otto Dietrich zur Linde, procesado y condenado por crímenes contra la humanidad (por “torturador y asesino”, según sus propias palabras), que plantea una serie de reflexiones sobre su destino y el futuro del Tercer Reich en la víspera de su ejecución.

El reo se ha declarado culpable, pero entiende su juicio y la pena asignada en el presunto marco mayor de “la historia de Alemania y la futura historia del mundo”, para decirlo en sus términos. “Yo sé que casos como el mío”, afirma, “excepcionales y asombrosos ahora, serán muy en breve triviales. Mañana moriré, pero soy un símbolo de las generaciones del porvenir”. El criminal de guerra declara una fe ciega en el curso "necesario" del mundo, completamente inmune al azar. “El nazismo”, asevera, “intrínsecamente es un hecho moral, un despojarse del viejo hombre para vestir el nuevo”. Pretendió honrar ese credo convirtiéndose - merced a las órdenes de Hitler - en el subdirector del campo de concentración de Tarnowitz. Recuerda con especial esmero los tratos crueles a los que fue sometido el poeta David Jerusalem (Borges señala en una nota al pie que se trataría de un personaje que simboliza a los numerosos intelectuales judíos que zur Linde ordenó torturar). Zur Linde indica que lo sometió a tortura para ahogar en él mismo el último atisbo de humanidad que le quedaba, la piedad del “antiguo hombre” que había que superar. En la antesala de la muerte, el oficial nazi cae en la cuenta de que los esfuerzos de Hilter y los suyos no tienen otro propósito que el acabar con esa “vieja moral humanitaria”….aunque para lograrlo, tengan que perecer.

“Se cierne sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno”.

Lo que plantea el discurso sombrío de zur Linde es la victoria secreta de la violencia, más allá del epidérmico triunfo de los aliados y sus concepciones de la democracia. La crueldad – móvil universal de la historia, según el militar alemán – ha penetrado, a la manera de un virus, en las entrañas de Occidente. La derrota del fascismo se evidenciaría aparente; es su espíritu el que ha vencido, pervirtiendo el propio mundo, presuntamente “civilizado”. De ahora en adelante se impondrá el imperio de los "fuertes" sobre los débiles, el Triunfo de Trasímaco y Calicles sobre Sócrates y Eurípides. Daniel Salas llama a esta poderosa energía corruptora el efecto Guasón, en clara referencia a la extraordinaria película de Christopher Nolan, The Dark Knight, que plantea el mismo problema moral. Este movimiento de perversión y deshumanización puede abrazar una forma política o espiritual, una máscara religiosa – como en el propio zur Linde - o secular. Uno se pregunta en qué medida este poderoso efecto ha llevado a que en Estados Unidos se firme el Acta Patriótica - contando con la anuencia cómplice de no pocos ciudadanos, prestos a ver recortados sus derechos básicos -, traicionando así el legado de la Declaración de Derechos de 1776. Pienso asímismo en el caso peruano, en si las huestes delictivas de Sendero Luminoso impusieron finalmente la lógica del terror, que fue asimilada por las propias fuerzas del Estado, que crearon comandos de aniquilamiento – como Colina y Rodrigo Franco – contando con el beneplácito de un importante sector de la “clase política” (y de la propia opinión pública). Pienso en la lógica corruptora que Fujimori y Montesinos introdujeron en círculos los políticos, o en el envilecimiento sistemático de la prensa digitada por ellos, al punto que hoy sigue aplicando los mismos métodos. Pienso en tantos intelectuales y líderes de opinión en el Perú (algunos de inocultables simpatías fascistas), que están obsesionados con el tema del “Estado de Excepción” – una situación política en la que en teoría quedan en suspenso los Derechos Fundamentales -, y no están interesados en discutir las condiciones en las que el Estado de Derecho puede funcionar: quieren convertir la excepción en regla, y la regla en excepción.

Hay que discutir filosóficamente si resulta plausible entender las cosas en esta dirección conceptual. De ser así ¿Existe una manera de contener esta presunta fuerza corruptora? En principio, reconocer su posible presencia entre nosotros, así como sus mecanismos de legitimación – hay que agradecer al espíritu sutil de Borges una descripción tan aguda de este complejo e inquietante fenómeno – constituye un importante punto de partida para reflexionar rigurosamente en torno a ello.

9 comentarios:

Martín Tanaka dijo...

Mi estimado:

he comentado antes sobre el mismo tema:

http://martintanaka.blogspot.com/2008/07/dark-knight.html

¿Qué piensas sobre la postura de Walzer, que allí reseño? Me interesa mucho tu ilustrada opinión. Un abrazo-

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Martín:

Leí con mucho interés tu texto. Es muy agudo, y discute las aristas morales de “The Dark Knight” en diálogo con la teoría política norteamericana. La tesis juvenil de Walter sobre las “Dirty hands” siempre me ha parecido cuestionable, y poco convergente con sus investigaciones posteriores sobre la justicia y la ética internacional, con las que me identifico bastante.

Un abrazo,
Gonzalo.

Jorge Frisancho dijo...

Gonzalo,

La idea de que el imperio de la violencia es una “fuerza corruptora” me parece problemática, porque implica un estado anterior, pre-corrupto, de la vida política, y la verdad es que no lo veo.

En referencia a los casos que mencionas, el nazismo ficcionalizado por Borges y la Ley Patriota en los Estados Unidos: ambos son el producto (no el producto necesario, pero el producto al fin) de una larga historia de brutalidad, violencia colonial, desposesión de pueblos “inferiores” y despliegue del terror de estado en aras de la expansión económica y el control de recursos.

Lo que el nazismo “corrompe” en este contexto es la Alemania que apenas unas décadas antes se enfrascó en el genocidio de los hereros, en Sudáfrica. Lo que la Ley Patriota corrompe son los Estados Unidos que promovieron el uso político de la tortura en América Latina en los años 70 o en el propio Irak en los 80 (o quizás, si nos vamos un poco más atrás, los Estados Unidos cuyo primer despliegue industrial lo financió la esclavitud y el exterminio de indígenas).

Y sí veo la diferencia entre dinámicas y acciones encubiertas y la articulación explícita de la ideología de la violencia, su legalización. La diferencia, en otras palabras, entre “All men are created equal” y “a estos los podemos torturar como si las huevas”. En términos de moral pública, de discurso hegemónico, de ideología legal, la diferencia es obvia y profunda. Pero me pregunto si, en términos del funcionamiento global del sistema político, es una diferencia de naturaleza y no una de grado.

Y respecto al comentario de Martín, un problema que siempre he tenido con el artículo de Walzer (publicado, no lo olvidemos, cuando gente como Henry Kissinger estaba en plena fanfarria con Pinochet) y con la postura de Dershowitz es que ambos parecen reconocer que “moral life is untidy”, pero no que lo mismo puede decirse de nuestra vida cognitiva. En otras palabras, el experimento mental de la bomba a punto de detonar implica que el torturador tiene perfecto conocimiento de qué es lo que hay en la mente del torturado, y usa métodos horribles, pero justificados, para extraerlo. Así no es como funcionan las cosas. Y en mi opinión, el problema ético cambia cuando se admite eso.

Jorge

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Jorge:

Muchas gracias por tu mensaje. Bienvenido al blog. En lo fundamental, estoy de acuerdo contigo. No he intentado negar la continuidad histórica ni postular una especie de “estado natural saludable”. Me he referido a ese proceso de degradación moral que desemboca finalmente en ‘medidas legales’ como la Ley Patriótica. Hay continuidad, pero también una especie de salto, o de radicalización expresa en ese movimiento. Que el Estado norteamericano ha violentado sus principios constitutivos es ya una historia conocida, pero que lo haga EXPLÍCITAMENTE con esta clase de medidas legales encierra cierta tenebrosa novedad. Al fin y al cabo, el silencio frente a las violaciones revela cierto ‘sentido de trasgresión’. Aquí están lanzando la Constitución al tacho…..supuestamente en nombre de la “libertad”.

Saludos,
Gonzalo.

César Higa Silva dijo...

Gonzalo:
hay dos niveles de argumentación. Una puede ser lo que decía su Constitución y otra lo que hicieron los gobiernos de los Estados Unidos desde su fundación. Si vemos su historia podemos ver que al momento de fundarse los Estados Unidos se aceptaba la esclavitud, no existía igualdad entre los hombres y las mujeres, etc. La esclavitud fue abolida por una guerra, el reconocimiento de los derechos sociales fueron productos de protestas sociales, los derechos civiles también. En los años 50 se perseguió a los comunistas, y luego se pidió disculpas, en los años 40 se creearon centros de reclusión para los japoneses y sus descendientes, pero luego se pidió disculpas.
En la historia de los estados unidos siempre han habido altibajos respecto a los derechos humanos, pero creo que la defensa de los derechos fundamentales ha sido ascendente. Actualmente, hay ciertos retrocesos sobre ciertos derechos. Sin embargo, y aquí una gran diferencia con nuestros países, estos son públicos, discuten los académicos, se discuten en el Congreso, en la media, y en la Corte Suprema.
Creo que peor es esconder las propuestas o cerrar los ojos ante ciertas propuestas o negarlas totalmente, porque existen razón en su preocupación sobre el problema del terrorismo, los daños que puede causar, etc. La cuestión están en discutir cuál es la mejor forma de combatir estos problemas y hasta dónde estamos dispuestos a llegar como sociedad.
De otro lado, creo que estudiar tanto los fundamentos ideales del Estado de Derecho (o ahora del Estado constitucional), no se contradice con el estudio del Estado de excepción. Ambos se complementan.
saludos,
César

Christian dijo...

A quien hay que atribuirle la violencia hecha norma es a la modernidad. La noción de estado de excepción no es más que el intento de darle algo de razonabilidad frente a la dinámica de la vida a un producto moderno: el Derecho entendido como sistema de normas abstractas y generales. La perversión del estado de excepción no es más que otro fruto de las fuerzas centrífugas de la modernidad. Abundaré más en ello en otro post.

Saludos,
Christian

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado César:

No pierdo de vista la importancia de pensar la figura del Estado de excepción, incluso las constituciones liberales la contemplan. Lo que llama la atención es la fascinación de muchos intelectuales por esa figura, sumada al desdén respecto de las posibilidades del Estado de Derecho en el Perú. Por otro lado, soy consciente de la verdadera intención de los “reaccionarios”: pensar en la suspensión de las garantías (o de los derechos) no como una medida excepcional y provisional, sino como una vuelta – en realidad imposible, e indeseable – a sistemas políticos opresivos y totalitarios.

Sigamos conversando.

Saludos,
Gonzalo.

Gonzalo Gamio dijo...

Estimado Christian:

Gracias por tu mensaje. No creo que la violencia hecha norma sea un invento moderno, tampoco creo que se pueda hablar de la “modernidad” a secas y en bloque, sin hacer necesarios matices. Creo, con todo, que las ofertas “alternativas” a la modernidad en lo moral y en lo político son considerablemente funestas. Hay que ahondar en esta tesis.

Saludos,
Gonzalo.

Christian dijo...

Gracias por el comentario a mi mensaje. Bueno diré en todo caso que me he apresurado al decir que la violencia hecha norma sea privativa de la modernidad. la modernidad tiene, en cambio, una relación especial con la violencia, una relación de signo cualtitativo y cuantitativo con ella, distinta completamente con la violencia premoderna. Diría más problemática y paradójica, además de con un potencial más destructivo. Y en cuanto a que la modernidad no debe ser descartada en bloque eso exige un análisis más detenido q por ahora no estoy en condiciones de hacer.

Saludos,
Christian