Gonzalo
Gamio Gehri
Estos dos asuntos constituyen
auténticos desafíos éticos y políticos en la lucha por fortalecer la democracia
en el país. Las ofertas autoritarias son sumamente seductoras entre nosotros.
Sólo podremos combatirlas con eficacia en la medida en que podamos entender la
democracia en los términos de un proyecto amplio de desarrollo humano y
justicia social, así como sea posible
construir una cultura política basada en el ejercicio de la ciudadanía activa.
La democracia, sus principios, sus prácticas e
instituciones, son en primera instancia instrumentos para lidiar con nuestras
vidas y con las vidas de los demás en condiciones de vulnerabilidad e
incertidumbre; se trata de herramientas construidas socialmente para lograr la
concreción de libertades y de nuestras expectativas de bienestar. El sistema de
derechos y las formas encarnadas de autogobierno cívico constituyen medios
razonables y eficaces para la consecución de tales fines. Probablemente no
existan formas políticas que puedan competir con ella – al menos hasta el día
de hoy - en la búsqueda de estos propósitos. Los regímenes autoritarios,
estructurados a partir de la supresión de las libertades y de los derechos
individuales, concentran el poder en pocas manos. Su preservación se basa en la
limitación de las capacidades centrales de las personas.
En este sentido, la
democracia constituye un experimento formulado
en medio de una historia marcada mayoritariamente por la experiencia de la
autocracia y el imperio de diversas formas de desigualdad y discriminación. Consolidar
estos principios, prácticas e instituciones implica en buena cuenta remar
contra la corriente en mundos sociales y políticos en los que la mentalidad
autoritaria tiene un lugar. Este experimento puede fracasar o tener éxito, como
cualquier otro proyecto social o político. Considero que se trata de un
experimento que merece la pena vindicar, en la medida en que él potencia un
conjunto de disposiciones humanas intrínsecamente valiosas. Podrá realizarse en
la medida en que los ciudadanos estemos dispuestos a ponerlo en ejercicio,
incluso en situaciones adversas, a través de prácticas compartidas en los
espacios comunes. Cultivar el discernimiento y propiciar su cuidado en los
escenarios del sistema político y la sociedad civil no es una tarea sencilla.
No obstante, constituye un paso necesario en el desarrollo de la esfera pública
si pretendemos construir formas de vida orientadas por el ejercicio de la
libertad.
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NOTA: Esta es la primera sección de un escrito más largo - aparecido en el último Número de Páginas - , que iré publicando aquí.
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