Gonzalo
Gamio Gehri
Leo en un portal electrónico paleoconservador que – de acuerdo a uno de sus
participantes – detrás de las ideas de quienes reivindicamos para el Perú un
Estado genuinamente laico se escondería una agenda “anticatólica”. La
aseveración es gratuita y reporta un alto grado de irracionalidad. Desconoce –
por supuesto – la herencia democrática y liberal del argumento a favor de un
Estado laico.
Recuperemos una vez más el argumento, pues hacerlo no implica desperdicio alguno.
En una sociedad democrática y liberal la política pública la diseñan y discuten
los ciudadanos, actuando conforme a la ley y a los procedimientos democráticos
bajo el prisma del sistema de derechos universales. Uno de estos derechos es aquel
que consagra la libertad de creencias, a suscribir tal o cual credo, o ninguno
en absoluto. Un Estado liberal trata igualitariamente a todos los ciudadanos.
Por ello, el Estado no debe promover una determinada fe, o a establecer una
relación de privilegio con ella. Un Estado democrático-liberal no reconoce una religión
oficial. Muchas de las personas que suscriben este punto de vista son católicas.
Yo lo soy. Ser católico no implica (para nada) suscribir la tesis conservadora
de que el Estado debe ser confesional. No.
No hay pues, en esta clase de reflexiones, una agenda antirreligiosa en ningún sentido. Defender la perspectiva del pluralismo liberal y la neutralidad del
Estado en temas religiosos no implica “privatizar” la religión. El liberalismo no desmerece el valor de las creencias religiosas en la vida de la gente. La política liberal argumenta que el lugar de la religión no es lo político-estatal, sino lo social; las
iglesias son parte de la sociedad civil. Ellas – de una forma semejante a otras
instituciones sociales – se refieren a cuestiones de justicia y bienes
colectivos. Sin embargo, no pretenden formular las políticas públicas “desde
arriba”. Dichas políticas se forjan a través del ejercicio de la deliberación
en la esfera pública. El lenguaje de esta deliberación es el de los derechos fundamentales . trasfondo hermenéutico de la razón pública -, un vocabulario público que resulta común a quienes comparten un Estado democrático de derecho.
Los extremismos ideológicos - de derecha y también de izquierda - tienden a explicar ciertos fenómenos recurriendo a extravagantes teorías conspirativas. ¡Craso error! Los prejuicios no sustituyen nunca el valor de un razonamiento ordenado y claro. Sostener que cierto "odio anticatólico" fundamenta la necesidad de un Estado aconfesional que trate de forma igualitaria a los ciudadanos es un disparate clamorosamente indefendible.
3 comentarios:
Efectivamente, como bien indicas, convertir el adagio latino "Vox populi, vox Dei" es un riesgo peligroso pues generaliza una condición social desconociendo la riqueza de las particularidades y las diversidades en el debate público. En realidad, dicha expresión latina obedece teológicamente al "sensum fidelium", es decir, ciertas verdades de fe se viven en medio del Pueblo de Dios como una inspiración especial del Espíritu Santo. Nada tiene que ver con el normal desarrollo de una democracia que se debe fortalecer desde el respeto por las diferencias, el consenso y la legalidad. El caudillismo peruano es fruto de una conciencia virreynal que se estructura a partir del autoritarismo monárquico, sistema que se apoya para sobrevivir en la expresión religiosa, a la cual absorbe en su sistema vertical. Actualmente, esta frontera es muy ambigua políticamente. Una mejor formación de la conciencia ética puede fortalecer el discernimiento social y moral al respecto. En el debate público lo teológico ha de ser convocado para dejarse purificar por el pensamiento crítico-constructivo. La inmensa mayoría del pueblo peruano advierte en su "sensum fidelium" verdades populares que se yuxtaponen en el ejercicio cotidiano de sus decisiones vecinales. La opinión de un párroco puede tener mayor influencia que la de un alcalde, en ciertos sectores. En este nivel amplio definitivamente la "vox populi no es la vox Dei".
Efectivamente, como bien indicas, convertir el adagio latino "Vox populi, vox Dei" es un riesgo peligroso pues generaliza una condición social desconociendo la riqueza de las particularidades y las diversidades en el debate público. En realidad, dicha expresión latina obedece teológicamente al "sensum fidelium", es decir, ciertas verdades de fe se viven en medio del Pueblo de Dios como una inspiración especial del Espíritu Santo. Nada tiene que ver con el normal desarrollo de una democracia que se debe fortalecer desde el respeto por las diferencias, el consenso y la legalidad. El caudillismo peruano es fruto de una conciencia virreynal que se estructura a partir del autoritarismo monárquico, sistema que se apoya para sobrevivir en la expresión religiosa, a la cual absorbe en su sistema vertical. Actualmente, esta frontera es muy ambigua políticamente. Una mejor formación de la conciencia ética puede fortalecer el discernimiento social y moral al respecto. En el debate público lo teológico ha de ser convocado para dejarse purificar por el pensamiento crítico-constructivo. La inmensa mayoría del pueblo peruano advierte en su "sensum fidelium" verdades populares que se yuxtaponen en el ejercicio cotidiano de sus decisiones vecinales. La opinión de un párroco puede tener mayor influencia que la de un alcalde, en ciertos sectores. En este nivel amplio definitivamente la "vox populi no es la vox Dei".
Estimado Raúl:
Excelentes reflexiones: estamos de acuerdo, lo teológico puede aparecer en el espacio social, no desde el Estado.
Un abrazo,
G
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