Gonzalo Gamio Gehri
Debo confesar que, en
los cinco años que ya tiene este blog, no he encontrado mayor
sentimiento de plenitud que reconstruyendo viejas historias, intentando
hacerlas nuevas, usando mis propias palabras, intentando que resuenen en mi
propia experiencia. Pensando en que el lector pueda sentirse complacido y
edificado con estos antiguos mitos y cuentos. Que pueda con ellos sumergirse en
el mundo de los sueños, enfrentar sus propios dragones, evocar las ausencias
más preciadas, rescatar al ser amado, mirar hacia su propio interior. Los mitos
ofrecen coordenadas de autocomprensión y orientación que la teoría no alcanza a
percibir.
Esta clase de reflexión
supone el reencuentro con una vocación inicial – la del estudio de la mitología
– que siempre ha caminado conmigo junto
a mi propio pathos filosófico. Me
parece que en esa práctica uno puede encontrar una forma de espiritualidad
sutil y cotidiana, que nos pone en contacto con una forma espontánea y básica
de discernimiento, y nos confronta con nuestras emociones más genuinas. Los
antiguos contaban en voz alta estas historias, dándoles un ritmo especial que
incluso se aproximaba a la oración.
Siempre he creído en la
exigencia de conectar la reflexión crítica con nuestras necesidades más profundas, con
nuestros afectos más hondos. De lo contrario, la vida intelectual se convierte
en una actividad superflua e inútil, además de evidentemente inauténtica.
Nuestra alegría de vivir y nuestras más profundas nostalgias pueden encontrar
en estas antiguas narraciones una forma de articulación y matriz de sentido acaso
insospechados hasta el momento de establecer un vínculo con ellas. Ellas nos ofrecen
una nueva lectura del alma. Como diría Joseph Campbell, en el mito y en los
cuentos de hadas habita una sabiduría que podemos intuir y que buscamos
(parcialmente) descifrar.
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