
Gonzalo Gamio Gehri
Para algunos columnistas locales,
precisar el significado de las palabras es una tarea de orden menor; lo
importante es la pulla, la frase impactante. La verdad y el rigor son lo de
menos para cierto “periodismo”. Muchos de nosotros hemos insistido – en el
debate sobre la autonomía de la
PUCP - en que una de
las virtudes que practica esta
Universidad es el cuidado del pluralismo, y que éste constituye uno de los elementos medulares de
su probada excelencia académica y de su proyección hacia la vida de la
comunidad. En algunas columnas de opinión publicadas por la prensa conservadora
– que ha construido una campaña de demolición contra la PUCP – se ha pretendido
ocultar o desmerecer el sentido del pluralismo como un rasgo distintivo de toda
institución universitaria que merezca ese nombre. Los últimos artículos de
Martín Santiváñez en Correo - textos altamente cuestionables en cuanto al razonamiento, la redacción y el estilo - constituyen
un ejemplo (no el único) del total desconocimiento que impera en esta prensa
acerca de lo que el pluralismo es. La pobreza de argumentos sobre una materia tan importante es manifiesta. Es triste que en tales espacios la
caricatura y los balbuceos de manual retro
sustituyan el desarrollo de un concepto y sus implicancias para el terreno de
la práctica.
Voy a desarrollar en este y en un siguiente post las ideas básicas de un enfoque pluralista en lo relativo a la práctica y a la vida del intelecto. El pluralismo constituye una
actitud ética y una posición intelectual frente a la vida consistente en el
reconocimiento de que existen diversas formas de llevar una existencia humana
plena y racional. La formulación más contemporánea de esta tesis la encontramos
en la cultura política liberal – en el pensamiento de Isaiah Berlin y sus
discípulos Bernard Williams y John Gray, por ejemplo -, pero es posible
detectar claras manifestaciones de pluralismo en importantes pensadores del
mundo griego, en el cristianismo, en el renacimiento y el romanticismo. En
nuestro blog hemos discutido las
ideas de Berlin sobre este asunto en más de una ocasión. Gray lo plantea en los
siguientes términos:
“El bien humano se manifiesta en modos de vida rivales. Este argumento ya
no es sólo un planteamiento de la filosofía moral. Es un hecho de la vida
ética. En la actualidad sabemos que los seres humanos florecen de maneras
conflictivas y lo sabemos no desde el punto de vista poco comprometido de un
observador ideal sino a partir de la experiencia corriente. A medida que las
migraciones y las comunicaciones han mezclado modos de vida que estaban
separados y claramente diferenciados, la contienda de valores se ha ido
convirtiendo en nuestro estado natural. El pluralismo es nuestro destino
histórico”[1].
En esta perspectiva, la idea
monista que presupone la existencia de una única
forma de vida con sentido resulta teóricamente miope y potencialmente violenta
en la práctica - como resulta obvio, nada tiene que ver con el amor judeocristiano -, dado que conduce a una posición integrista que rechaza de
antemano las diferencias – y las discrepancias racionales - en cuanto al
pensamiento y al modo de vivir. La diversidad es percibida automáticamente como
mero error o como un síntoma de confusión de la mente (o del alma). Berlin ha
descrito de manera elocuente el pathos
fundamentalista de quienes desprecian el pluralismo en nombre de la "pureza" doctrinal.
“Puesto que yo conozco el único camino verdadero para
solucionar definitivamente los problemas de la sociedad, sé en qué dirección
debo guiar la caravana humana; y puesto que usted ignora lo que yo sé, no se le
puede permitir que tenga libertad de elección ni aun de un ámbito mínimo, si es
que se quiere lograr el objetivo. Usted afirma que cierta política determinada
le haría más feliz o más libre o le dará más espacio para respirar; pero yo sé
que está usted equivocado, sé lo que necesita usted, lo que necesitan todos los hombres”[2].
He aquí la “espiritualidad” de
Tomás de Torquemada, Stalin, Mao, Franco y tantos otros que aseguraban conocer
la única medida de humanidad y excelencia, incluidos algunas autoridades de
ciertas universidades confesionales y centros educativos conservadores que
prohíben a sus estudiantes la lectura directa de libros que no comulgan con “la
línea” doctrinal (o dificultan considerablemente el acceso a estos textos
“peligrosos”). Con frecuencia, se ha intentado desautorizar el pluralismo
caracterizándolo como “relativismo”, pero esa burda salida se evidencia tan falsa
como manipuladora. El pluralista no concluye para nada que todas las formas de
vivir y pensar “sean igualmente válidas”, una tesis teóricamente débil que
termina autodestruyéndose sin remedio; el pluralismo no renuncia a la búsqueda
de la verdad y del mejor argumento. Se
entiende por “pluralismo” – citando nuevamente a Gray - el reconocimiento de
que existen “muchas diferentes maneras
de florecimiento humano” y que “a pesar de ello, pueden haber buenas razones para preferir unos bienes
inconmensurables a otros”[3].
Más claro, el agua. El absurdo recurso al relativismo – en las hiperbólicas columnas de
Santiváñez y otros – aparece como un ardid nítidamente ideológico, y conceptualmente
escuálido.
El pluralismo no es contrario al esfuerzo por el conocimiento y la
crítica, antes bien, constituye una expresión rigurosa de estos valores. Los derechos
humanos y las libertades individuales constituyen categorías y construcciones
sociales que buscan garantizar el respeto por la diversidad y el cuidado del
debate sobre la verdad y el florecimiento humano en un espacio de libertad (es curioso que los conservadores
sindiquen falsamente a los defensores de la democracia y los derechos humanos
como cultores del “pensamiento único”, cuando lo que buscan es promover el
pluralismo. El papel aguanta todo; son estos integristas los que observan y pretenden imponer una única doctrina e intentan hacer pasar la cultura de los derechos humanos
como “relativismo”). Es curioso que quienes se llaman a sí mismos "liberales" en el Perú no consideren el pluralismo como uno de los elementos básicos del imaginario liberal, es más grotesco incluso que lo rechacen explícitamente en los campos de la política, la religión y la educación (un signo más de la ausencia de liberalismo entre nosotros). El pluralismo es el fantasma que quita el sueño de quienes
creen que existe sólo una forma de llevar una vida o de pensar las cosas. En mi siguiente post desarrollaré esta afirmación.
Leí hace poco algún comentario que señalaba – sobre el tema
de la PUCP - que
“si (los estudiantes , docentes y autoridades) quieren pluralismo, que vayan a buscarlo en otro lugar”. Esta afirmación
revela un profundo desconocimiento de lo que significa participar en la vida de
una universidad, un foro dedicado al encuentro de diferentes argumentos y
formas de expresión de lo real, con miras a una búsqueda honesta de la verdad,
concebida como la meta (y no el punto de partida) del conocimiento. Así se
concebía incluso la universidad medieval, un recinto más amplio de miras que lo
que nuestros “reaccionarios” criollos presumen. La construcción de la ciencia
no requiere de un recetario, si no del trabajo académico en un clima de
libertad y de apertura a las razones, a las articulaciones de sentido y a las
evidencias. Desde tiempos de Sócrates, el trabajo intelectual ha estado asociado no con el adoctrinamiento, si no con la construcción del juicio propio. En la escuela talvez pueda ser deseable la transmisión de una
visión del mundo (siempre acompañada de un sentido crítico, por supuesto). En
una Universidad, lo que se busca es cultivar la tarea reflexiva de examinar y
contrastar diferentes visiones de las cosas, atendiendo a reconocer sus
fundamentos, en virtud de un honesto esfuerzo por la verdad y por el cuidado de la vida ciudadana.