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viernes, 17 de agosto de 2012

SOBRE LOS PRINCIPIOS DEL PLURALISMO










Gonzalo Gamio Gehri

Para algunos columnistas locales, precisar el significado de las palabras es una tarea de orden menor; lo importante es la pulla, la frase impactante. La verdad y el rigor son lo de menos para cierto “periodismo”. Muchos de nosotros hemos insistido – en el debate sobre la autonomía de la PUCP  - en que una de las virtudes que practica esta Universidad es el cuidado del pluralismo, y que éste constituye uno de los elementos medulares de su probada excelencia académica y de su proyección hacia la vida de la comunidad. En algunas columnas de opinión publicadas por la prensa conservadora – que ha construido una campaña de demolición contra la PUCP – se ha pretendido ocultar o desmerecer el sentido del pluralismo como un rasgo distintivo de toda institución universitaria que merezca ese nombre. Los últimos artículos de Martín Santiváñez en Correo - textos altamente cuestionables en cuanto al razonamiento, la redacción y el estilo -  constituyen un ejemplo (no el único) del total desconocimiento que impera en esta prensa acerca de lo que el pluralismo es. La pobreza de argumentos sobre una materia tan importante es manifiesta. Es triste que en tales espacios la caricatura y los balbuceos de manual retro sustituyan el desarrollo de un concepto y sus implicancias para el terreno de la práctica. 

Voy a desarrollar en este y en un siguiente post las ideas básicas de un enfoque pluralista en lo relativo a la práctica y a la vida del intelecto. El pluralismo constituye una actitud ética y una posición intelectual frente a la vida consistente en el reconocimiento de que existen diversas formas de llevar una existencia humana plena y racional. La formulación más contemporánea de esta tesis la encontramos en la cultura política liberal – en el pensamiento de Isaiah Berlin y sus discípulos Bernard Williams y John Gray, por ejemplo -, pero es posible detectar claras manifestaciones de pluralismo en importantes pensadores del mundo griego, en el cristianismo, en el renacimiento y el romanticismo. En nuestro blog hemos discutido las ideas de Berlin sobre este asunto en más de una ocasión. Gray lo plantea en los siguientes términos:

 “El bien humano se manifiesta en modos de vida rivales. Este argumento ya no es sólo un planteamiento de la filosofía moral. Es un hecho de la vida ética. En la actualidad sabemos que los seres humanos florecen de maneras conflictivas y lo sabemos no desde el punto de vista poco comprometido de un observador ideal sino a partir de la experiencia corriente. A medida que las migraciones y las comunicaciones han mezclado modos de vida que estaban separados y claramente diferenciados, la contienda de valores se ha ido convirtiendo en nuestro estado natural. El pluralismo es nuestro destino histórico”[1].

En esta perspectiva, la idea monista que presupone la existencia de una única forma de vida con sentido resulta teóricamente miope y potencialmente violenta en la práctica - como resulta obvio, nada tiene que ver con el amor judeocristiano -, dado que conduce a una posición integrista que rechaza de antemano las diferencias – y las discrepancias racionales - en cuanto al pensamiento y al modo de vivir. La diversidad es percibida automáticamente como mero error o como un síntoma de confusión de la mente (o del alma). Berlin ha descrito de manera elocuente el pathos fundamentalista de quienes desprecian el pluralismo en nombre de la "pureza" doctrinal.

“Puesto que yo conozco el único camino verdadero para solucionar definitivamente los problemas de la sociedad, sé en qué dirección debo guiar la caravana humana; y puesto que usted ignora lo que yo sé, no se le puede permitir que tenga libertad de elección ni aun de un ámbito mínimo, si es que se quiere lograr el objetivo. Usted afirma que cierta política determinada le haría más feliz o más libre o le dará más espacio para respirar; pero yo sé que está usted equivocado, sé lo que necesita usted, lo que necesitan todos los hombres[2].

He aquí la “espiritualidad” de Tomás de Torquemada, Stalin, Mao, Franco y tantos otros que aseguraban conocer la única medida de humanidad y excelencia, incluidos algunas autoridades de ciertas universidades confesionales y centros educativos conservadores que prohíben a sus estudiantes la lectura directa de libros que no comulgan con “la línea” doctrinal (o dificultan considerablemente el acceso a estos textos “peligrosos”). Con frecuencia, se ha intentado desautorizar el pluralismo caracterizándolo como “relativismo”, pero esa burda salida se evidencia tan falsa como manipuladora. El pluralista no concluye para nada que todas las formas de vivir y pensar “sean igualmente válidas”, una tesis teóricamente débil que termina autodestruyéndose sin remedio; el pluralismo no renuncia a la búsqueda de la verdad y del mejor argumento. Se entiende por “pluralismo” – citando nuevamente a Gray - el reconocimiento de que existen  “muchas diferentes maneras de florecimiento humano” y que “a pesar de ello, pueden haber buenas razones para preferir unos bienes inconmensurables a otros”[3]. Más claro, el agua. El absurdo recurso al relativismo – en las hiperbólicas columnas de Santiváñez y otros – aparece como un ardid nítidamente ideológico, y conceptualmente escuálido.

El pluralismo no es contrario al esfuerzo por el conocimiento y la crítica, antes bien, constituye una expresión rigurosa de estos valores. Los derechos humanos y las libertades individuales constituyen categorías y construcciones sociales que buscan garantizar el respeto por la diversidad y el cuidado del debate sobre la verdad y el florecimiento humano en un espacio de libertad (es curioso que los conservadores sindiquen falsamente a los defensores de la democracia y los derechos humanos como cultores del “pensamiento único”, cuando lo que buscan es promover el pluralismo. El papel aguanta todo; son estos integristas los que observan y pretenden imponer una única doctrina e intentan hacer pasar la cultura de los derechos humanos como “relativismo”). Es curioso que quienes se llaman a sí mismos "liberales" en el Perú no consideren el pluralismo como uno de los elementos básicos del imaginario liberal, es más grotesco incluso que lo rechacen explícitamente en los campos de la política, la religión y la educación (un signo más de la ausencia de liberalismo entre nosotros). El pluralismo es el fantasma que quita el sueño de quienes creen que existe sólo una forma de llevar una vida o de pensar las cosas. En mi siguiente post desarrollaré esta afirmación.

Leí hace poco algún comentario que señalaba –  sobre el tema de la PUCP - que “si (los estudiantes ,  docentes y autoridades) quieren pluralismo, que vayan a buscarlo en otro lugar”. Esta afirmación revela un profundo desconocimiento de lo que significa participar en la vida de una universidad, un foro dedicado al encuentro de diferentes argumentos y formas de expresión de lo real, con miras a una búsqueda honesta de la verdad, concebida como la meta (y no el punto de partida) del conocimiento. Así se concebía incluso la universidad medieval, un recinto más amplio de miras que lo que nuestros “reaccionarios” criollos presumen. La construcción de la ciencia no requiere de un recetario, si no del trabajo académico en un clima de libertad y de apertura a las razones, a las articulaciones de sentido y a las evidencias. Desde tiempos de Sócrates, el trabajo intelectual ha estado asociado no con el adoctrinamiento, si no con la construcción del juicio propio. En la escuela talvez pueda ser deseable la transmisión de una visión del mundo (siempre acompañada de un sentido crítico, por supuesto). En una Universidad, lo que se busca es cultivar la tarea reflexiva de examinar y contrastar diferentes visiones de las cosas, atendiendo a reconocer sus fundamentos, en virtud de un honesto esfuerzo por la verdad  y por el cuidado de la vida ciudadana. 


[1] Gray, John Las dos caras del liberalismo Barcelona, Paidós 2001 p. 47..
[2] Berlin, Isaiah “La persecución del ideal” en: El fuste torcido de la humanidad Barcelona, Península 1998 pp. 33 – 34.
[3] Gray, John Las dos caras del liberalismo op. Cit., p. 16 (las cursivas son mías).