Gonzalo
Gamio Gehri
Suele suponerse que el
debate y la configuración de las cuestiones relativas al bien público – líneas de
gobierno, ley y legislación, edificación de instituciones – corresponden al
sistema político, el Estado y los partidos que compiten por convertirse en
alternativas de gobierno o de labor legislativa. Nos referimos a asuntos (y bienes específicos) que apelan a la sociedad en términos de una entidad política común. La discusión en torno a la
agenda pública y la toma de decisiones recaen por supuesto en nuestros
representantes y en los militantes de las organizaciones políticas, pero los
ciudadanos podemos participar en estas actividades desde otros lugares, como
las instituciones de la sociedad civil.
Ciudadanos que no
mantienen membrecía en un movimiento político puntual pueden intervenir en la
conversación política o fiscalizar a sus autoridades desde los espacios
abiertos en universidades, colegios profesionales, sindicatos, comunidades
religiosas, gremios, grupos de reflexión, ONGs, etc., espacios externos al
sistema político que median entre las personas y el Estado, y que pueden
convertirse en foros para la forja del juicio ciudadano. Problemas como la
corrupción o la defensa de derechos básicos pueden ser abordados desde estos
foros, y traducirse en iniciativas que pueden traducirse – a través de los
canales legales – en políticas concretas.
Difícilmente podríamos
imaginar el movimiento de las ideas en el país sin la investigación y la
discusión crítica al interior de las universidades, o la vindicación de
derechos sociales sin las organizaciones de trabajadores y los movimientos feministas,
sólo por poner tres ejemplos. Lo mismo
podemos decir sobre la defensa de derechos humanos y las políticas de educación
intercultural desde la acción de organizaciones sociales y los movimientos de
derechos humanos. Y podemos citar otros casos. Estos escenarios pueden abrirse
a la intervención de ciudadanos independientes, o potenciarse otros lugares
para este fin. Una democracia requiere de partidos políticos sólidos – de los
que adolece nuestro país desde hace tiempo -, pero también exige contar con una
sociedad civil plural organizada
y diversa, que permita el planteamiento y la contrastación del juicio cívico. A mbos constituyen espacios para la acción y la deliberación común.
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