Gonzalo Gamio Gehri[1]
La parresía es una muy rara virtud, en un doble sentido. Lo es porque
es una excelencia que aparece como tal – esto es, formulada expresamente – básicamente
en la cultura judeo – cristiana (en la Biblia y en la tradición de interpretación del
texto). También es rara porque exige para su ejercicio una lucidez y un coraje
especiales. Requiere lidiar con el temor, vencer la propia comodidad y combatir
la ensoñación que a veces produce la percepción del propio poder. Requiere
neutralizar las demandas que provienen del propio interés. No es una virtud
común, es difícil verla desplegarse en el espacio político y aún en el
religioso. La parresía (del griego pas, que significa 'todo', y rhesis,
que significa 'hablaꞌ) consiste en la disposición a hablar con libertad y con verdad
en una situación adversa o ante un público hostil. Juan Bautista ante Herodes,
Jesús ante Pilatos, Tomás Moro ante el tribunal que se propuso condenarlo a
muerte.
Se trata de una virtud que tiene
un lugar particular en el Evangelio y en el Magisterio de Jesús. Él habló
valerosamente cuando llamó a los fariseos – a la sazón autoridades religiosas
de su tiempo y comunidad – “hipócritas” y “sepulcros blanqueados”, en tanto se
mostraban proclives a renunciar a la protección y a la defensa de los más
pequeños e indefensos, y estaban dispuestos a colocar pesados fardos en la
conciencia de las personas, sin compartir la carga con ellas en ningún momento.
Denunció la incoherencia moral y espiritual tanto como la vana ilusión de poder y el
anhelo de control sobre la vida de la gente. Lo hizo además sin usar la
violencia o limitar la libertad de las personas. Todo lo contrario.
Muchos católicos observamos con atención y esperanza
el pontificado de Francisco I, en parte por su conducta parrética, al dirigirse
a la Iglesia
como a la comunidad internacional. No ha dudado en invitar a sacerdotes y
obispos a asumir un trabajo pastoral más próximo a la vida de la gente, en
particular atento a la situación de los pobres. Sueña con una Iglesia menos
“principesca”, más dialogante con los conflictos y necesidades de la gente. Ha
planteado un retorno al espíritu de las primeras comunidades cristianas a
partir de lo que llama “discernimiento evangélico”, la capacidad de juzgar el
presente (y en general la historia) desde el horizonte de la búsqueda del Reino[2]. Esta
posición implica hacer frente a un sistema económico que tiende a desechar al
sector más vulnerable de la sociedad por escasamente “útil” y “competitivo”. “Así como el mandamiento de «no matar» pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir
«no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede
ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que
sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede
tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte” (Evangelii Gaudium,
punto 53, p. 45).
Se trata de construir y propiciar
espacios de diálogo y cooperación, y pensar la justicia más allá de las
fronteras del paradigma del mercado, Buscar no solamente lo que nos enfrenta,
sino lo que podría generar lazos de solidaridad. “El
amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias”,
dice Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año. La perspectiva del amor
implica ir a contracorriente respecto de la lógica de la competencia, y abrirse
al encuentro y a la gratuidad. El mensaje del nuevo Papa colisiona tanto con el
discurso de quienes defienden el enfoque del mercado como el único que le otorga
racionalidad al mundo, como cuestiona la prédica conservadora de quienes prefieren
una Iglesia solemne y distante, basada en el imperio de la autoridad antes que
en el poder del ágape. En ambos
frentes pone de manifiesto el peculiar valor de la parresía.
[2] Véase
el artículo de Salomón Lerner Febres El
papa Francisco y el discernimiento evangélico http://www.larepublica.pe/columnistas/desde-las-aulas/el-papa-francisco-y-el-discernimiento-evangelico-01-12-2013
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