Gonzalo Gamio Gehri
Qué triste saber que Constantino Carvallo ha fallecido. Se va a echar de menos su lucidez y coraje para enfrentar los retos de la educación en el Perú. Su trabajo como director del colegio Los Reyes Rojos, sus aportes en el Consejo Nacional de Educación y sus contribuciones a la formación de la opinión pública como columnista en el diario La República ponen de manifiesto un sueño que muchos compartimos, pero que él supo expresar de una manera brillante: el ideal de una educación en y para la libertad. Una educación escolar que erradique el autoritarismo y los rituales militarizantes – las marchas de julio, los “brigadieres” y “policías escolares” -, que sustituya el culto al orden y la disciplina por el cultivo del pensamiento libre y el desarrollo de la autonomía. Quienes consideran que este ideal es imposible, allí tienen Los Reyes Rojos como un peculiar contraejemplo. Un colegio en el que se cuida por igual el trabajo científico, la forja de la empatía y de la imaginación estética. Hace treinta años que prueba que es posible la paideia democrática.
Pero Constantino quería llevar este ideal a las canteras de la política pública, a pesar de que sabía que bregaba en un terreno que era relativamente hostil a sus ideas. Se enfrentó por igual a los gobiernos que descuidaban sistemáticamente el problema educativo (se sabe que muchos ministros y viceministros se rehusaron a debatir con él), como al sindicato magisterial que en ocasiones concebía el gremio como una especie de reducto ideológico. Polemizó también con quienes entendían la educación privada como un mero negocio carente de espiritualidad y proyecto social. Cuestionó las ideas de quienes defendían una educación tradicionalista, centrada en la transmisión acrítica de los “valores”, y regían el cultivo del discernimiento libre. Defendió la laicidad de la educación estatal, y promovió un patriotismo democrático identificado con la cultura cívica, desprovisto de cualquier errática devoción a las presuntas “instituciones tutelares”. Vamos a extrañar su presencia y entereza moral en las batallas intelectuales que quedan por librarse en el seno de la educación peruana.
En este blog hemos recurrido con frecuencia a sus artículos y declaraciones sobre la educación. Algunas veces sus textos nos servían de fuente de inspiración – recuerdo su nota sobre el mal banal -, y en otros casos polemizábamos con él. Recuerdo que en una ocasión discutimos sobre qué debía hacerse con el curso de Religión en los colegios estatales. Ambos considerábamos que en un Estado democrático esta materia no debía abordarse de manera catequética, dada la multiconfesionalidad de nuestro país. Constantino se inclinaba por que se elimine el curso; yo consideraba que podría convertirse en un espacio de reflexión abierta y rigurosa sobre las ‘grandes religiones’ y el ‘hecho religioso’, de modo que podría promoverse desde allí la búsqueda de verdades compartidas, así como el ejercicio del respeto y la tolerancia interconfesionales. Aún en medio de la discrepancia, él sabía transmitir su posición amistosamente, con agudeza y claridad. Como lo hace un auténtico educador.
Qué triste saber que Constantino Carvallo ha fallecido. Se va a echar de menos su lucidez y coraje para enfrentar los retos de la educación en el Perú. Su trabajo como director del colegio Los Reyes Rojos, sus aportes en el Consejo Nacional de Educación y sus contribuciones a la formación de la opinión pública como columnista en el diario La República ponen de manifiesto un sueño que muchos compartimos, pero que él supo expresar de una manera brillante: el ideal de una educación en y para la libertad. Una educación escolar que erradique el autoritarismo y los rituales militarizantes – las marchas de julio, los “brigadieres” y “policías escolares” -, que sustituya el culto al orden y la disciplina por el cultivo del pensamiento libre y el desarrollo de la autonomía. Quienes consideran que este ideal es imposible, allí tienen Los Reyes Rojos como un peculiar contraejemplo. Un colegio en el que se cuida por igual el trabajo científico, la forja de la empatía y de la imaginación estética. Hace treinta años que prueba que es posible la paideia democrática.
Pero Constantino quería llevar este ideal a las canteras de la política pública, a pesar de que sabía que bregaba en un terreno que era relativamente hostil a sus ideas. Se enfrentó por igual a los gobiernos que descuidaban sistemáticamente el problema educativo (se sabe que muchos ministros y viceministros se rehusaron a debatir con él), como al sindicato magisterial que en ocasiones concebía el gremio como una especie de reducto ideológico. Polemizó también con quienes entendían la educación privada como un mero negocio carente de espiritualidad y proyecto social. Cuestionó las ideas de quienes defendían una educación tradicionalista, centrada en la transmisión acrítica de los “valores”, y regían el cultivo del discernimiento libre. Defendió la laicidad de la educación estatal, y promovió un patriotismo democrático identificado con la cultura cívica, desprovisto de cualquier errática devoción a las presuntas “instituciones tutelares”. Vamos a extrañar su presencia y entereza moral en las batallas intelectuales que quedan por librarse en el seno de la educación peruana.
En este blog hemos recurrido con frecuencia a sus artículos y declaraciones sobre la educación. Algunas veces sus textos nos servían de fuente de inspiración – recuerdo su nota sobre el mal banal -, y en otros casos polemizábamos con él. Recuerdo que en una ocasión discutimos sobre qué debía hacerse con el curso de Religión en los colegios estatales. Ambos considerábamos que en un Estado democrático esta materia no debía abordarse de manera catequética, dada la multiconfesionalidad de nuestro país. Constantino se inclinaba por que se elimine el curso; yo consideraba que podría convertirse en un espacio de reflexión abierta y rigurosa sobre las ‘grandes religiones’ y el ‘hecho religioso’, de modo que podría promoverse desde allí la búsqueda de verdades compartidas, así como el ejercicio del respeto y la tolerancia interconfesionales. Aún en medio de la discrepancia, él sabía transmitir su posición amistosamente, con agudeza y claridad. Como lo hace un auténtico educador.
3 comentarios:
Te enlazé Gonzalo. En mi blog he puesto también un comentario sobre esta pérdida.
Muchas gracias, Susana. Es una lástima que precisamente los espíritus más lúcidos en materia educativa se vayan tan pronto. Constantino tenía muchísimo que aportar.
Un abrazo,
Gonzalo.
Soy estudiante de la facultad de Educación. Siento que Constantino ya está en el actuar de futuros docentes, pienso, además, que el espíritu de cada uno trasciende y aporta en los lugares más inesperados, en cada situación academica, en cada salón de clase, en el nido, hay una experiencia de vida que no se va nunca y perdura, pienso que aquellos que no la buscan como conquistadores, llegan a esta verdadera trascendencia, la trascendencia del corazón. Constantino sigue aportando en nuestro pensamiento, aunque no sepamos mucho de él en mi ser y en el de los demás futuros educadoras(es) está ese cariño esa fuerza de lo humano, que es a dónde está el verdadero actuar el que nos corresponde, la escencia de nuestro ser, nuestro amor.
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