Gonzalo Gamio Gehri
Conocemos el amargo y etnocéntrico juicio que Hegel hace sobre América en sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal según el cual los habitantes de este continente constituyen pueblos sin historia. Hay que decir a favor de Hegel que esta obra no fue publicada en vida ni bajo su supervisión, y que solamente es fruto de los apuntes de clase de sus discípulos. Allí este autor señala que América “está aun en trance de formar sus momentos elementales” y que ella está fuera del horizonte en el que “se ha desarrollado la historia universal”[1].
¿Cuál es este horizonte? En términos de Hegel, el de las realizaciones sociopolíticas de la libertad, la capacidad del individuo de autodeterminarse, de comprender y elegir conscientemente las condiciones del mundo y de una vida racional. Edificar un sistema de leyes e instituciones observante de ese principio. La cultura de los Derechos Universales y del Estado constitucional son expresiones de esa racionalidad, “el ser-ahí (Dasein) de la voluntad”. Cuenta la historia que cuando Haya de la Torre se topó con la frase hegeliana, su lectura le impactó profundamente. Se dice que se trazó el propósito de contribuir a reconducir la conciencia política americana hacia el “curso de la historia”.
Mi relato requiere dos aclaraciones. La primera, señalar que soy perfectamente consciente de que - por razones filosóficas e históricas que nutren el pensamiento contemporáneo – no tiene sentido concebir un necesario hilo conductor de la historia: ni dialéctico, ni escatológico, ni de ninguna otra clase. Sin embargo, resulta difícil no admitir que el incremento de la libertad y de la simetría en las relaciones humanas constituye signos de progreso social y político, signos que son resultado del esfuerzo de los seres humanos. Tampoco quiero decir que existan las sociedades que hayan consumando este progreso ético-político (en Europa o en algún otro lugar): nada de eso, la libertad siempre está en proceso. La segunda aclaración tiene que ver con Haya y su desconcierto frente a la aseveración de las Lecciones: no creo – en absoluto - que Haya sea el más lúcido intérprete de la realidad latinoamericana, o peruana (Mariátegui y Basadre me parecen, con diferencia, espíritus más agudos y sutiles). No obstante, estoy convencido que observaría con espanto el modo como sus hijos ideológicos conducen el Estado que alguna vez él intentó gobernar. Los sucesos de esta semana que pasó avergonzarían sin duda al joven Haya (respecto del viejo Haya tendría mis dudas). Digo todo esto con rabia, porque lo que hemos vivido en los últimos ocho días constituye la expresión de una suerte de culto a la impunidad, a la violencia y a la ausencia de civilización.
Lo sucedido en Chile con el caso Fujimori acaso llevaría a Hegel a confirmar su lamentable juicio etnocéntrico sobre nuestro continente. Un ex dictador, que huyó a Japón y abandonó el cargo cuando se revelaron ante la opinión pública los delitos de corrupción y lesa humanidad de su gobierno, se ve librado – en primera instancia, es cierto – de ser extraditado para que la justicia de su país (¿Será su país?) lo procese. Es cierto también que el juez chileno es conocido por sus fallos complacientes para con Pinochet y su mafia. De todas formas, parece evidente que, de acuerdo con el juicio de muchos connotados juristas – Álvarez no parece haberse tomado el trabajo de darle una mirada a los cuadernillos de extradición ¡Decir que la Ley de Amnistía fue aprobada por un congreso independiente, o que Fujimori no conocía las acciones criminales del Grupo Colina, que él premió y ascendió! No es difícil darse cuenta que aquí han jugado juntos la derecha chilena (que tiene cierta proximidad con el Poder Judicial), el gobierno japonés (que está ratificando un TLC con Chile), y el oscuro gobierno de García, que se ha desentendido del tema de la extradición, bajo el pretexto de no “politizar” el asunto. Cuando el Estado peruano es parte interesada – como agraviado – en el proceso, poner empeño en que se castigue al ex dictador no significa “politizar” el caso, es hacer lo que debe hacerse. Uno se pregunta si García está sencillamente devolviéndole el favor a Fujimori (y congraciándose con los fujimoristas que tiene dentro del gobierno, y con los que lo apoyan desde el congreso).
Conocemos el amargo y etnocéntrico juicio que Hegel hace sobre América en sus Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal según el cual los habitantes de este continente constituyen pueblos sin historia. Hay que decir a favor de Hegel que esta obra no fue publicada en vida ni bajo su supervisión, y que solamente es fruto de los apuntes de clase de sus discípulos. Allí este autor señala que América “está aun en trance de formar sus momentos elementales” y que ella está fuera del horizonte en el que “se ha desarrollado la historia universal”[1].
¿Cuál es este horizonte? En términos de Hegel, el de las realizaciones sociopolíticas de la libertad, la capacidad del individuo de autodeterminarse, de comprender y elegir conscientemente las condiciones del mundo y de una vida racional. Edificar un sistema de leyes e instituciones observante de ese principio. La cultura de los Derechos Universales y del Estado constitucional son expresiones de esa racionalidad, “el ser-ahí (Dasein) de la voluntad”. Cuenta la historia que cuando Haya de la Torre se topó con la frase hegeliana, su lectura le impactó profundamente. Se dice que se trazó el propósito de contribuir a reconducir la conciencia política americana hacia el “curso de la historia”.
Mi relato requiere dos aclaraciones. La primera, señalar que soy perfectamente consciente de que - por razones filosóficas e históricas que nutren el pensamiento contemporáneo – no tiene sentido concebir un necesario hilo conductor de la historia: ni dialéctico, ni escatológico, ni de ninguna otra clase. Sin embargo, resulta difícil no admitir que el incremento de la libertad y de la simetría en las relaciones humanas constituye signos de progreso social y político, signos que son resultado del esfuerzo de los seres humanos. Tampoco quiero decir que existan las sociedades que hayan consumando este progreso ético-político (en Europa o en algún otro lugar): nada de eso, la libertad siempre está en proceso. La segunda aclaración tiene que ver con Haya y su desconcierto frente a la aseveración de las Lecciones: no creo – en absoluto - que Haya sea el más lúcido intérprete de la realidad latinoamericana, o peruana (Mariátegui y Basadre me parecen, con diferencia, espíritus más agudos y sutiles). No obstante, estoy convencido que observaría con espanto el modo como sus hijos ideológicos conducen el Estado que alguna vez él intentó gobernar. Los sucesos de esta semana que pasó avergonzarían sin duda al joven Haya (respecto del viejo Haya tendría mis dudas). Digo todo esto con rabia, porque lo que hemos vivido en los últimos ocho días constituye la expresión de una suerte de culto a la impunidad, a la violencia y a la ausencia de civilización.
Lo sucedido en Chile con el caso Fujimori acaso llevaría a Hegel a confirmar su lamentable juicio etnocéntrico sobre nuestro continente. Un ex dictador, que huyó a Japón y abandonó el cargo cuando se revelaron ante la opinión pública los delitos de corrupción y lesa humanidad de su gobierno, se ve librado – en primera instancia, es cierto – de ser extraditado para que la justicia de su país (¿Será su país?) lo procese. Es cierto también que el juez chileno es conocido por sus fallos complacientes para con Pinochet y su mafia. De todas formas, parece evidente que, de acuerdo con el juicio de muchos connotados juristas – Álvarez no parece haberse tomado el trabajo de darle una mirada a los cuadernillos de extradición ¡Decir que la Ley de Amnistía fue aprobada por un congreso independiente, o que Fujimori no conocía las acciones criminales del Grupo Colina, que él premió y ascendió! No es difícil darse cuenta que aquí han jugado juntos la derecha chilena (que tiene cierta proximidad con el Poder Judicial), el gobierno japonés (que está ratificando un TLC con Chile), y el oscuro gobierno de García, que se ha desentendido del tema de la extradición, bajo el pretexto de no “politizar” el asunto. Cuando el Estado peruano es parte interesada – como agraviado – en el proceso, poner empeño en que se castigue al ex dictador no significa “politizar” el caso, es hacer lo que debe hacerse. Uno se pregunta si García está sencillamente devolviéndole el favor a Fujimori (y congraciándose con los fujimoristas que tiene dentro del gobierno, y con los que lo apoyan desde el congreso).
La iniciativa en pro de la pena de muerte, la jugada contra las ONG, los movimientos bajo la mesa para controlar el Tribunal Constitucional, nada de esto se condice con el incremento de la libertad y de la simetría en las relaciones humanas. La vena autoritaria de este nuevo gobierno de García es patente. Sus recientes ataques verbales contra los maestros en huelga, su disposición a que sean las Fuerzas Armadas las que repriman las manifestaciones, ponen de manifiesto que no considera que el diálogo constituya la solución a este conflicto; lo suyo es avivar el fuego y la “mano dura”. La “lógica de guerra”, como ha dicho Sinesio López. Después de cuatro años de la entrega del Informe de la CVR y siete del gobierno de transición, nuestra clase política no ha aprendido nada. Lo suyo no es la democracia, es el autoritarismo de la retórica vana, la componenda y el arrogante manotazo en la mesa.
[1] Hegel, G.W.F. Lecciones sobre Filosofía de la Historia Universal Madrid, Alianza Universidad 1989 p. 177.
2 comentarios:
Hola Gonza,
Interesante tu texto. Solo una corrección. Sin pretender ser feminista acérrima ni mucho menos, en este caso si creo que quedaría mejor "el esfuerzo de las personas" o "de los seres humanos" que el esfuerzo de los hombres...
Perfecto. Error corregido.
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