Gonzalo Gamio Gehri
Es preciso continuar la narración de la historia de Sigfrido allí donde la había dejado hace un tiempo. Pasaron años desde que un
invisible Sigfrido había ayudado al rey Gunther a lograr la mano de la valkiria
Brunilda. Esta gesta había generado a su vez que Sigfrido conociese a la bella
Crimilda – hermana de Gunther -, a la que dedicó un amor tan invulnerable y
poderoso como la piel revestida con la sangre mágica del dragón. Luego de un tiempo apacible en su patria, Sigfrido y Crimilda
volvieron a Worms. Un destino sombrío fue abriéndose paso en su vida.
Brunilda se había convertido en
una reina intransigente y furibunda, y no tardó en tener desavenencias con la
propia Crimilda. En una de estas terribles discusiones, Crimilda le revela que
fue Sigfrido – y no Gunther – quien realmente venció a Brunilda en las pruebas
de Islandia. El frío corazón de la valkiria se tiñó de sangre y pidió a los
suyos la cabeza de Sigfrido. Con la anuencia de Gunther, fue su tío Hagen de
Tronje quien se ofreció a asesinar a Sigfrido. Organizaron una cacería en el
bosque para cometer este crimen. El obvio problema era que el héroe, al vencer
al dragón, se había bañado en su sangre y se había vuelto invulnerable. Sin
embargo, recordaban que Sigfrido había dejado un punto sin que la sangre de
Fafnir lo tocase. Con engaños, Hagen consiguió que su sobrina Crimilda le
revelase el lugar de aquel punto, y que incluso bordase en la casaca de
Sigfrido una pequeña cruz en ese lugar.
Aquella mañana Crimilda se
despidió de Sigfrido con un mal sentimiento, con mucho temor. Encomendó a
Sigfrido a los cuidados de su hermano y de su tío. La última sonrisa de la pequeña Crimilda jamás se borró de la mente de Sigfrido en aquel día fatídico. El resto
del día el héroe y los burgundios se dedicaron a cazar jabalíes. Al atardecer,
Hagen se propuso cumplir con la orden de los reyes. Una vez que Sigfrido bajó
del caballo para divisar a su presa, Hagen supo que era el momento. A esa corta
distancia, la cruz que se elevaba en la espalda del héroe, entre los omóplatos,
era un blanco fácil. Allí arrojó su lanza.
Sigfrido sintió que la vida se le
escapaba por la herida causada por el golpe traicionero de Hagen. Se dio cuenta
que esta era su hora final. Muchos pensamientos cruzaron su mente. Pensó en su
batalla con Fafnir, en la tibia sangre del dragón, y en toda la gloria de ese día. Pensó en los
brillantes ojos negros de Crimilda y en el profundo amor que le profesaba; hubiera querido conocer todas las etapas de su vida. Pensó en todas las hazañas que le quedaban por realizar. En su reino y
su legado. Hizo el intento de volver a empuñar la reluciente espada, presentar batalla.
Quiso ponerse en pie, pero era tarde ya.
El manto de la más espesa noche cubrió Worms, y el canto de los negros cuervos lamentó por doquier la muerte de Sigfrido. Los habitantes de la región dicen que todavía pueden escucharse esos terribles graznidos en aquel lugar.
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