Gonzalo
Gamio Gehri
El
debate sobre el liberalismo ha asumido configuraciones nuevas. Alberto Vergara
ha respondido recientemente a sus críticos, explorando la fecunda relación
entre el liberalismo y el institucionalismo. Nelson Manrique se ha sumergido en
un debate con una suerte de liberalismo militante desde un punto de vista ideológico, cultivado por Carlos Atocsa, Paul Laurent y otros, sobre el
“modelo chileno”, discutiendo si los Chicago
Boys avalaron o no la entraña sanguinaria y antiliberal de la dictadura
chilena a cambio de una política de apertura económica, si existió o no una especie de 'alianza ideológica' entre el autoritarismo y el llamado "neoliberalismo", etc.
Manrique
ha señalado desde sus primeros aportes al debate inicial que nuestros
“liberales criollos” tienden a privilegiar los principios del liberalismo
económico, y a darle una menor atención al plano político liberal (distribución
del poder, democracia, derechos humanos, laicidad del Estado, etc.). En determinadas
situaciones han sido claramente condescendientes con dictaduras funestas y
regímenes autoritarios, como el caso de Pinochet y el de Fujimori. En
principio, esa hemiplejia moral e intelectual es claramente antiliberal. No hay
dictadura “buena” ni libertades básicas que sean prescindibles. La situación es
tan patética como la del socialista que dice valorar la democracia pero que
defiende el régimen tiránico de los Castro. Todo recorte ilegal de las
libertades, todo atentado contra los derechos básicos de las personas – sea
cual sea su origen o fuente de interés – debe ser rechazado en la perspectiva
de una democracia liberal.
Los
defensores de una supuesta “ortodoxia liberal” (la expresión suena a contradicción, por
supuesto, pero sus apologistas tienden a promover la “pureza doctrinal” en sus canteras
ideológicas y a identificar de manera militante el surgimiento de “focos
heréticos” en otros foros) rechazan la primacía del aspecto político del liberalismo
que detectan en posiciones como las de Manrique o Vergara. Incluso Laurent establece un injustificado - y francamente delirante - paralelo entre losdefensores del liberalismo político y la inaceptable solicitud de los miembros de Sendero Luminoso de una “solución política” frente a las condenas de losresponsables de la violencia vivida durante los años del terror subversivo y la represión. Absurdo, simplemente. El papel lo aguanta todo, lamentablemente. Pareciera
que de lo que se trata solamente es de desenmascarar “socialistas” y
“estatistas”, y denunciar “herejías” aquí y allá. Les aterra el “pensamiento de
la manada”, y creen divisar sus manifestaciones fantasmales por doquier (divisar al "hereje" por todas partes, en eso
los talibanes de derecha y los radicales de izquierda se asemejan de un modo
inquietante).
Por
eso considero que estos “liberales criollos” comparten una suerte de fe antes
que cultivan alguna forma de pensamiento crítico; por eso su énfasis
inquisitorial en la “pureza doctrinal”. Al renunciar al cuidado de la filosofía
práctica, estos creyentes renuncian a lo más interesante y persuasivo del
pensamiento liberal, empezando por la idea de autonomía y por el cuidado de
la justicia distributiva. Confunden la valoración ético-política de las
libertades del individuo con la perspectiva epistemológica atomista, y
pretenden reducir los principios liberales al catecismo del mercado. Les cuesta
reconocer el hecho evidente de que los planteamientos de Locke y Mill son
esclarecedoras construcciones teórico-políticas que buscan cimentar un sistema
de derechos y libertades individuales concernientes a la expresión del
pensamiento, la tolerancia religiosa, la actividad económica y la elección del
estilo de vida, entre otras importantes cuestiones. El liberalismo tal y como
lo conocemos – no lo olvidemos – nació como un intento por resolver
políticamente el terrible problema de las guerras de religión. Los liberales se
han esforzado por siglos en combatir toda forma de integrismo ideológico y de
despotismo. Autores contemporáneos como Isaiah Berlin, John Rawls y Richard
Rorty han desarrollado con originalidad esta senda crítica.
Pero
lo que realmente sorprende es la defensa a ultranza que hace este grupo
“ortodoxo” de “la experiencia chilena”. Lo de Atocsa puede comprenderse como un
intento por distinguir la labor de los economistas del prontuario asesino de
los golpistas chilenos y quizás procurar diluir las responsabilidades de estos
técnicos respecto de su colaboración con un régimen político a todas luces delictivo.
Atocsa y Manrique han citado documentos de la época – lo que ha enriquecido notablemente
esta controversia -, y es posible que su polémica continúe. No pretendo intervenir en la discusión sobre
Chile, sino examinar otro asunto que refuerza los cuestionamientos a la
hemiplejia de nuestros “liberales locales”, un tema que fortalece aceradamente el punto
esbozado por las columnas publicadas por Manrique desde que intervino en la primera etapa del debate sobre el liberalismo.
Los
críticos de Nelson Manrique dieron un paso más, uno que llama poderosamente la
atención. Publicaron un texto de Carlos Sabino en el que se pretende justificar el golpe de Pinochet, y avalar la oscura aventura dictatorial de 1973 a partir de las supuestas “debilidades inherentes” del sistema democrático – sistema
político que es descrito pobremente a partir de los principios de la soberanía
popular y de la regla de la mayoría, prescindiendo de toda referencia a
mecanismos públicos de distribución y contención del poder conocidos desde los tiempos de
los griegos y romanos -. Esta es la vieja retórica de los "golpes inevitables" y de las "dictaduras benéficas", bien aderezada con curiosas descripciones de coyuntura. Una posición que ya los sectores democráticos chilenos
de derecha e izquierda - tanto en la política como en la academia - se han encargado de
cuestionar y refutar. Recuerdo la respuesta lúcida de Alejandro Foxley cuando
se le preguntó en el Perú si el crecimiento económico sureño compensaba los tiempos de dictadura.
"No lo sé. Si usted puede poner en un
lado de la balanza las torturas, las desapariciones y la supresión de la
democracia, y en el otro, manzanas y cobre, hágalo, sopese ambas cosas - ya que
sugiere que es posible - y saque sus conclusiones. Yo no puedo hacer un cálculo
semejante. Me repugnaría el sólo hecho de intentar hacerlo". Creo que esa es
la respuesta de un auténtico demócrata.
Llama
la atención cómo tan a menudo tantos presuntos liberales sacrifican
gustosamente – en la teoría y en la práctica – las libertades políticas con el fin de asegurar libertades económicas. No parece incomodarles la explícita renuncia a
las libertades cívicas o la pérdida del régimen constitucional; piénsese en los
periodistas devotos de Hayek que florecieron en los noventa y callaron en siete
lenguas los males del autoritarismo de Fujimori y Montesinos. Como he
sostenido, quienes suscriben realmente esa amplia “familia de argumentos”
liberales tienden a apreciar y a defender ambos frentes. El coqueteo y
“trueque” entre el autoritarismo y el libre mercado es marcadamente
antiliberal. Somete tanto a los “técnicos” (que suponen dominar una “ciencia”)
como a los “ciudadanos” a una lamentable situación de servilismo ante el feroz
tirano y a su corte de aduladores. Ya lo decía La Boetie en el siglo XVI: “esta
obstinada voluntad de servir se ha enraizado tan profundamente que ya parece
que el amor mismo a la libertad no es tan natural”[1]. Ya no se trata solamente de que esta actitud autoritaria prive de contenido la idea misma de un "espíritu liberal": el asunto es que esta actitud de silencio y complicidad conspira contra la vida y la dignidad de las personas y quiebra la libertad.
La
respuesta de Foxley no comulga con el aparentemente “celebrado” (y poco
preciso a nivel conceptual) análisis de Sabino. Tampoco es compatible con las
tesis de La Boetie y otros pensadores de la libertad. Los “liberales criollos”
parecen mostrarse proclives a sacrificar la democracia si a cambio se cuenta con
una economía más o menos “libre”. Sea como sea, el argumento central de Nelson
Manrique en la discusión parece haber dado en el blanco. La condescendencia de cierto “liberalismo económico ad hoc” – como el de estos escritores
militantes, afines al “modelo chileno” - frente al autoritarismo resulta tan
manifiesta como preocupante. Como se ha dicho, el pensamiento liberal brilla
por su ausencia en nuestro medio.
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