Gonzalo Gamio Gehri
No puedo ocultar mi aprecio por la literatura, por el modo en que ella se ha convertido en permanente cómplice espiritual de las personas, de sus afectos y aspiraciones más profundas. Por eso la presencia de Eurídice, Antígona, Orfeo, Teseo, Sigfrido, Alcestis, Alicia y el conejo, y tantos otros personajes e historias en este blog. La literatura está en las grandes cosas, pero también en los pequeños detalles; en eso reside su incalculable valor. Su cercanía respecto de la vida es considerablemente mayor que la del concepto. Ella se adentra en el alma de la gente, en sus pensamientos y conflictos y, a menudo, sirve de compleja guía y fuente de inspiración en momentos de confusión y desesperanza.
Los mitos y los cuentos nos ayudan a comprender las peculiaridades del tiempo y los espacios de la interacción humana. Muestran con suma claridad cómo la durabilidad del instante varía si se trata del momento del disfrute o de la melancolía. La literatura describe muy bien la irrupción milagrosa de aquellas personas que han aportado decisivamente a nuestras vidas a través del amor, la amistad, el conocimiento, la acción cívica o el conflicto mismo. Piénsese en el primer encuentro de Dante y Beatrice, o las primeras palabras de Ulises a Calipso (e incluso la súbita aparición del conejo blanco en la vida de Alicia). Y el aporte del que hablo se revela tanto en las grandes cosas como en los pequeños detalles. A veces, las personas que han echado luces sobre zonas antes desconocidas de la propia alma – lo que en sí mismo constituye un genuino milagro -, son las mismas que nos permitieron descubrir nuevos platos o bebidas exóticas, a consultar nuevos textos, o a comprender a cabalidad algunas líneas de The Beatles que antes habíamos pasado por alto. El contacto con ellas puede llegar a tocar incluso nuestra experiencia literaria, de manera tal que el predicamento de Fausto y el ingreso de Teseo al laberinto de Creta adquieran un sentido existencial que no tenían en el pasado y que ahora permanece en ellos. Mientras el concepto asciende hacia lo general y abstracto, la literatura nos permite mirar de otra manera los matices de la vida cotidiana, nos invita a prestarle atención al instante y a los vínculos cercanos. Describe nítidamente el ritmo y la distancia de la conversación, el sentimiento de plenitud ante la victoria en la batalla, el dolor de la pérdida o la ausencia del ser amado, la incertidumbre frente al destino y tantas otras configuraciones humanas de sentido. Nos recuerda esas deudas existenciales, nos invita a visitar nuestras emociones y experiencias. Llama nuestra atención sobre las personas y los propósitos que nos importan.
Los mitos y los cuentos de hadas nos permiten conciliar el sueño, pero también explorar lúcidamente la naturaleza misma de nuestros sueños. Nos ofrecen poderosas palabras y metáforas que nos ayudan a expresar el amor, el temor, la confianza, la nostalgia, el pesar, así como otras formas de sensibilidad y pensamiento, de una manera radicalmente nueva, reveladora, conmovedora. Nos exhortan a mirar con otros ojos el mundo ordinario, antes que procurar (acaso erróneamente) “trascenderlo”; ella nos insta a amar aquello que mueve enteramente el corazón: como diría Maalouf, nos exhorta a percibir el sutil perfume del instante - sin que se pierda - y tocar la materia del recuerdo. La literatura pretende comprender la diversidad y mutabilidad de la vida y del entorno: quizás se trate más de un arte hermético, "mágico", que de una disciplina apolínea. No en vano Hegel - en sus primeros años - afirmaba que desde muy antiguo la literatura era la maestra de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario