Gonzalo Gamio Gehri
El mundo de los debates conceptuales está lleno de oposiciones burdas e imprecisas. De todas estas oposiciones, una de las más perniciosas y forzadas es aquella que declara (precipitadamente) el antagonismo sin solución entre el universalismo – bosquejado a menudo desde la cultura de los derechos humanos, a veces desde la "globalización" – y los bienes de la pertenencia comunitaria o cultural. Los sectores más conservadores no se cansan de sostener que lo que necesitamos es constituir ‘identidades culturales monolíticas’; ellos deslizan la desafortunada y absurda idea (evidentemente no justificada) que la promoción de los derechos humanos en clave liberal es en sí misma nociva, y que incluso es tan negativa como la violación de los principios que consagra.
Hace años – en el contexto de un Congreso de filosofía en la PUCP – Martha Nussbaum recordaba el caso de Metha Bai, una joven madre de la India, que recientemente había enviudado. Sus parientes políticos no le permitían salir a trabajar, porque las tradiciones de su localidad restringían la esfera de actividades femeninas al hogar y el cuidado de los hijos. Si ella intentara salir de casa, sus cuñados la golpearían. De momento, ella y sus hijos eran mantenidas por su padre. Pero ella temía que en un futuro próximo podrían morir de hambre.
Este es un ejemplo claro de cómo las tradiciones pueden convertirse de espacios de formación de la identidad en vehículos de represión, mutilación o incluso muerte prematura. Los miembros de la comunidad no siempre podemos convertirnos en agentes de crítica cultural y cambio social (en muchos contextos culturales, p.e., la mujer se ve excluida del espacio de discusión). Quienes detentan el poder se convierten a menudo en quienes dictan artificialmente qué costumbres y qué valores cuentan como sagrados, y cuales no. Los potenciales afectados por sus decisiones no tienen cómo protestar. de hecho, no existen espacios en los que, por ejemplo, las mujeres de algunas comunidades africanas puedan emitir un juicio informado acerca de aquello de lo cual sus hijas se verán privadas si se les practica la clitoridectomía. "Eso es lo que nuestra cultura hace" no es una respuesta convincente para quienes se preguntan si determinadas prácticas tradicionales son justas o no. Es curioso que muchos tradicionalistas defiendan este recurso acrítico al “ethos” apelando a los típicos argumentos del llamado “relativismo cultural”.
Esta dicotomía infecunda se plantea completamente cuando se sugiere que la única alternativa a la inmediatez de la costumbre es la imposición externa de una “universalidad abstracta” (el sistema de derechos, por ejemplo) - de una supuesta "racionalidad desvinculada" -, que en realidad sería la encarnación de una cultura puntual que se ha tornado “imperialista”. La globalización del american way of life, por ejemplo. Entonces enfrentamos sin más una comprensión esencialista y tribalista de la identidad cultural con la cultura de los derechos como abstracción.
Voy a concentrarme en el campo teórico, y dejar el elemento político para otra ocasión. El caso es que se han ensayado diversos intentos de mediación entre la remisión al ethos y el universalismo ético, al menos desde Hegel (un autor que los partidarios de la "tradición" deberían conocer mejor; p.e., sus argumentos contra el fundamentalismo en sus diferentes versiones). Autores contemporáneos como John Rawls, Michael Walzer, Jürgen Habermas han planteado teorías muy interesantes sobre el tema; en nuestro medio, Miguel Giusti ha escrito un importante e influyente libro sobre este problema, Tras el consenso. Allí se plantea de una manera aguda y original la posibilidad de un consenso dialéctico que articule la fortaleza de los argumentos de neoaristotélicos y universalistas sobre la justicia y la buena vida.
Estos diversos proyectos de mediación buscan, por ejemplo, poner de manifiesto que el ‘lenguaje de los derechos humanos’ puede ser la expresión de una suerte de consenso intercultural normativo (como se sabe, la Declaración de 1948 fue fruto de una serie de discusiones por parte de usuarios de diversas culturas y experiencias políticas); creo que este camino debería ser transitado más a menudo, y que la discusión sobre la legitimidad de este lenguaje ante otras culturas – p.e., en temas como la situación de la mujer – podría ser provechosa en la teoría y en la práctica.
Otra perspectiva interesante es la de M. Nussbaum, una derivación del enfoque de las capacidades de Amartya Sen. Nussbaum sostiene que sólo podemos hablar de una vida de calidad – o de “desarrollo humano” – cuando los individuos tienen la posibilidad de cultivar ciertas capacidades indispensables para llevar una vida plena. Elaboró una lista sobre la base de trabajos de campo y discusiones con especialistas de diversas culturas y áreas del conocimiento. La lista es la siguiente:
Vida.
Salud física.
Integridad física.
Sensibilidad, imaginación, pensamiento.
Emociones.
Razón práctica.
Afiliación.
Otras especies.
Ocio y juego.
Control sobre el entorno (político y económico).
Nussbaum insiste en que la manera de llevar a cabo estas capacidades y áreas de actividad depende también de la interpretación cultural, pero estas capacidades tendrían que verse protegidas para considerar una comunidad como “cualitativamente positiva”, por así decirlo. Los derechos humanos podrían ser concebidos, en esta línea de reflexión, como herramientas ético-sociales que protegerían el acceso a estas capacidades.
No es difícil darse cuenta de la cantidad de capacidades que la supuesta “tradición” y los arreglos sociales derivados de ella le son negadas a una mujer pobre como Metha Bai. Nussbaum señala que el camino de Metha Bai hacia una vida de calidad supondrá el “empoderamiento”, conocer a otras mujeres de su condición, interpelar los “valores” que las oprimen. Recordemos la importancia en la lista de Nussbaum de la razón práctica, la capacidad de elegir el plan de vida que tenemos buenas razones para valorar. La capacidad de dialogar con nuestras tradiciones, y de promover la crítica en su interior.
Me quedo aquí por ahora. Hay muchas cosas más que decir (algunas ya han sido dichas en otras entradas de este blog, otras serán discutidas más adelante). Lo que quería dejar bien claro es que la oposición absoluta entre universalismo y pertenencia dista de ser insuperable. Se trata de una “trampa teórica conservadora” - bastante endeble, como resulta obvio - en la que no tenemos porqué caer.
4 comentarios:
Hola:
El enfoque de las capacidades, ya lo había mencionado Berlin, con su "condicion para la liebrtad" de su articulo: "Dos conceptos de liebrtad".
En general se puede resumir en una lista la posición de nuestros conservadores peruanos:
1)Critica a la modernidad
2)Critica al liberalismo
3)Autoritarismo
4)Posmodernos
5)Católicos
6)Odio a la CVR
7)Partidario de las elites
8)Nostalgicos
Bueno, la lista se puede ensanchar.
Hola Uriel:
Lo de Berlin no llega al esfuerzo de Sen (a pesar de que yo me identifico mucho con el liberalismo de Berlin).
Yo agregaría al número 5 de tu lista reaccionaria: "lefebvrianos", y también "devotos de las genealogías familiares", "anti-DDHH", "franquistas".
Saludos,
Gonzalo.
Saludos,
Estimulado por su post y la simpática lista del Sr. Uriel, comparto con uds. una anédocta a modo de comentario. Recuerdo a un profesor japonés que presentó (en Tokio) a otro profesor occidental que deseaba comentar una lista muy parecida a la suya (vida buena, salud física, emociones, etc.). El profesor occidental concluyó, añadiendo el fundamento político de su lista. Se refirió a la cultura de los DD.HH en occidente, diciendo algo muy parecido a lo que ud. afirma: "creo señores que este camino debería ser transitado más a menudo en Asia, y que la discusión sobre la legitimidad de este lenguaje ante otras culturas..." etc, etc. y etc. Los alumnos asiáticos reaccionaron exactamente como Ud., es decir, criticando la "identidad monólitica" de la cultura occidental de los DD.HH., etc., etc. y etc. Interesante es que no lo hicieron, como sucede en vuestro contexto, con tono extremista anti-DD.HH, sino partiendo simplemente de otra concepción del ser humano, la de ellos. Concepción que, además, el profesor occidental ignoraba por completo, más allá del rápido lugar común y la frase turística.
Era inevitable, entonces, ver más de una sonrisa frente a la vehemencia romántico-liberal del profesor occidental y su tema. En pocas palabras, yendo ahora al quid de la anécdota, si ud. Gonzalo lee su post en estos ambientes culturales, va a pasar exactamente por el criticado en su post, es decir, como un reaccionario tradicionalista pro-DD.HH occidentales.
¿Es entonces sólo una cuestión de diferencias entre cultura y cultura? No sabría decirlo. Yo tengo una imagen más técnico-jurídica de los DD.HH. y les doy en parte razón a esos estudiantes asíaticos: "exportar" la cultura de los DD.HH. fuera de occidente no es fácil, sobre todo en Asia o en China por ejemplo. En cualquier otro país en proceso de liberalización política (Irak, Afganistán, etc.) tampoco es fácil. No porque sean culturas "anti-democráticas" como se pregona tanto, sino porque los profesores como el de mi anécdota no se toman el más mínimo esfuerzo de confrontar su propia Menschenbild (imagen del hombre) con la que ya tienen estas culturas no-occidentales. Estamos hablando de Japón o China, no de las islas de aborígenes tipo L. Strauss y la antropología cultural "universal".
Curiosamente los intelectuales del lugar que reconocen la importancia de los procesos transicionales, reconocen - como es también mi opinión - los DD.HH. extrictamente limitado a lo jurídico y consideran que derivar, después, "una cultura" sea importante, sí, pero para CADA tipo de consolidamiento democrático.
En otras palabras, estos intelectuales no-occidentales vedrían legítimamente la argumentación de su post, Gonzalo, como "una trampa teórica conservadora de occidente". En un blog asíatico aparecería Ud., además, entre la lista de un Sr. Uriel japonés: en lugar de Francisco Franco, lo pondrían a Ud. al lado de Reagan. No sería esto último una broma después de todo: no por nada fue Reagan, en efecto, el que promovió por primera vez, a nivel internacional, la cultura de los DD.HH como eje de la nueva política americana
denominada, en la literatura especializada, con el nombre de “low intensity democracy” o “exporting polyarchy” (se vea el Association for Cultural Freedom, NED). No se trata de una "política" aislada, sino de simple realismo político en la dimensión cultural. Gramsci para todos los gustos, en pocas palabras. En efecto, la convergencia ideológica virtuosa entre doctrina liberal y pensamiento de izquierda marxista (americana, anti-estatal, anti-stalinista) en la Columbia University o en la New School for Social Reseach (Daniel Bell, Seymour Lipset), asi como también la influencia de intelectuales europeos emigrados (F. Leopold Neumann, Emil Lederer, P.F. Lazarsfeld, escuela de Frankfurt) determinarán en modo decisivo el pasaje de los técnico-juridico a lo cultural en el discurso sobre los DD.HH.
saludos,
Giovanni.
Hola Giovanni:
Ciertamente, el etnocentrismo radical es el peligro que hay que enfrentar. Por eso digo que los DDHH deben examinarse a la luz del debate intercultural, no basta lo adelantado en 1948: "creo que este camino debería ser transitado más a menudo, y que la discusión sobre la legitimidad de este lenguaje ante otras culturas – p.e., en temas como la situación de la mujer – podría ser provechosa en la teoría y en la práctica". Discutir los textos sagrados de otras culturas, sus obras filosóficas y literarias, etc. Sen ha mostrado que la idea de dignidad y libertad individuales no son exclusividad de occidente.
La lista de Nussbaum es fruto de un debate amplio, con estudios en la India y en AL. La HDCA trabaja en esa dirección.
El peligro opuesto, por supuesto, es el del esencialismo de la alteridad. Debemos prevenir ambos.
Saludos,
Gonzalo.
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