Gonzalo Gamio Gehri
Me gustaría ocuparme en unas pocas líneas de la concepción de la justicia distributiva desarrollada por Michael Walzer desde su Esferas de la justicia (1983)[1] - y en otras obras más recientes -, que se concentra en una teoría hermenéutica de los bienes sociales. Esta perspectiva es, en buena medida, una respuesta frente al intento de ofrecer una justificación meramente procedimental de la distribución justa, tal como el contractualismo de Hobbes y Locke hasta Rawls ha intentado hacer. Walzer defiende la tesis de que no existe un ‘principio maestro’ universalmente vinculante para asignar bienes y recursos a los agentes o a las instituciones: las reglas a aplicarse tienen un sentido eminentemente práctico y contextualizado. Para comprender la regla adecuada es necesario reconocer la especificidad de los bienes distributivos al interior de escenarios sociales muy precisos, y atender a la complejidad de transacciones humanas complejas. Se trata de una hermenéutica de la justicia que nos hace recordar a las reflexiones de Aristóteles acerca de los vínculos entre la dikaiosyne, el ejercicio de la sabiduría práctica y la remisión crítica a un ethos.
La justicia distributiva invoca modos determinados de repartir, compartir e intercambiar bienes sociales: riquezas, honores, poder, seguridad, acceso a los servicios de salud y educación, tiempo para el trabajo y el ocio e incluso los medios humanos para buscar la gracia divina. Estos modos están situados históricamente y son inteligibles para quienes comparten una cultura y formas de vida. Para reglamentar tales distribuciones hemos constituido cuerpos institucionales, en los que también se discute acerca de la corrección de las transacciones sobre la base de tales bienes. El mercado, el Estado y los espacios públicos, escuelas, universidades e Iglesias son en ese sentido los escenarios en los que practicamos y sometemos a crítica el uso y disposición de los bienes mencionados. En su interior adquirimos progresivamente las formas de saber, experiencia y excelencias para convertirnos en agentes distributivos lúcidos y competentes. Walzer aboga por una mirada racional local y encarnada, articulada desde dentro de la caverna platónica, el mundo de la dóxa y de las prácticas ordinarias de deliberación e interacción:
“No me jacto de haber logrado un gran distanciamiento del mundo social donde vivo. Una manera de iniciar la empresa filosófica – la manera original, tal vez – consiste en salir de la caverna, abandonar la ciudad, subir a las montañas y formarse un punto de vista objetivo y universal (el cual nunca puede formarse para personas comunes). Luego se describe el terreno de la vida cotidiana desde lejos, de modo que pierda sus contornos particulares y adquiera una forma general. Pero yo me propongo quedarme en la caverna, en la ciudad, en el suelo”[2].
Walzer propone seguir el ‘sendero de la interpretación’, el enfoque de las concepciones encarnadas y de los contextos de la justicia, atendiendo al sentido específico de los bienes a distribuirse[3]. Esta clase de investigación supone el esfuerzo por comprender desde y en el horizonte de la práctica la compleja gama de significados sociales tejidos en torno a los bienes de la justicia distributiva. Tras los honores y los cargos, tras los recursos económicos y las clases de saber se insertan redes de relaciones y construcciones sociales preñadas de creencias y valores. Haríamos mal en buscar un criterio común para explicar su relevancia en las vidas de los agentes. El talante filosófico universalista podría exigir un comportamiento semejante, pero terminaríamos malinterpretando los bienes, echando a perder la riqueza de su diversidad y la de los mundos y formas de expresión que se hilvanan en su nombre. En todo caso, los practicantes de tales bienes se resistirían razonablemente a este afán homogenizador.
“Incluso si favorecieran la imparcialidad, la pregunta que con mayor probabilidad surgirá en la mente de los miembros de una comunidad política no es ¿qué escogerían individuos racionales en condiciones universalizantes de tal o cual tipo? Sino ¿qué escogerían personas como nosotros, ubicadas como nosotros lo estamos compartiendo una cultura y decididos a seguirla compartiendo? Esta pregunta fácilmente puede transformarse en: ¿qué interpretaciones (en realidad) compartimos?”[4]
No existe una sola manera de distribuir con corrección los bienes sociales; debemos tomar en cuenta antes que nada lo que ellos significan para nuestras culturas. Aun los recursos cuya utilidad podemos a primera vista reconocer como una y la misma para todos – ciertos alimentos, por ejemplo – acogen diferentes interpretaciones para culturas diferentes. Los alimentos nutren a personas y a animales, pero en contextos muy precisos, en virtud de complejas construcciones sociales, se convierten, por citar un caso, en ofrendas para los dioses[5]. Así, el pan y el vino han sido importantes en la celebración de los misterios eleusinos como hoy en las misas católicas y en los cultos protestantes. Desde luego, la primera función de tales alimentos sigue siendo la de la nutrición, pero su uso en determinados ritos los convierte – para la comunidad de creyentes – en medios para la comunión con lo que algunos grupos humanos consideran lo más alto. Estas construcciones humanas de lo que constituyen los ‘bienes’ echan luces acerca de sus formas de distribución: en tiempos de escasez, la especulación con los alimentos y su acumulación clandestina son intrínsecamente injustas (probablemente para cualquier cultura)[6]. En aquellas comunidades particulares en donde el pan puede consagrarse y adquirir una significación espiritual, su uso en un contexto sacramental determina por lo general un conjunto preciso de formas de distribución.
“Pensemos en cada bien social como encerrado dentro de ciertos límites que son fijados por el ámbito impuesto por sus principios distributivos y por la actividad legítima de los agentes que realizan la distribución”[7], afirma Walzer. La gracia es el significado social medular de la práctica religiosa, como el poder lo es en la política y el saber en la educación. Walzer llama a aquellos espacios distributivos esferas de vida social. Cada esfera es un espacio de prácticas sociales reguladas desde los significados sociales de los bienes distributivos, que los practicantes configuran en el curso de sus interacciones cotidianas y en el esclarecimiento de sus conflictos a lo largo de la historia de estas esferas y comunidades. Si no conocemos estas historias, ni estamos familiarizados con estas prácticas, carecemos de los recursos para interpretar eficazmente estos bienes (y para eventualmente distribuirlos con corrección).
Las transacciones, interpretaciones y debates al interior de cada esfera determinan las reglas de distribución del bien que le corresponde. De esta tesis se siguen importantes consideraciones normativas. “Cuando los significados son distintos”, advierte Walzer, “las distribuciones son autónomas. Todo bien social o conjunto de bienes sociales, por así decirlo, una esfera distributiva dentro de la cual sólo ciertos criterios y disposiciones son apropiados”.[8] Para reconocer la ‘regla correcta’ en materia de justicia distributiva, es preciso comprender previamente qué clase de bien estamos enfrentando, y en qué esfera estamos inscritos. Como ya nos recordaba Aristóteles, no es lo mismo distribuir riquezas que asignar cargos públicos o conceder honores y reconocimientos: hay que saber juzgar de acuerdo con cada caso[9].
La justicia distributiva invoca modos determinados de repartir, compartir e intercambiar bienes sociales: riquezas, honores, poder, seguridad, acceso a los servicios de salud y educación, tiempo para el trabajo y el ocio e incluso los medios humanos para buscar la gracia divina. Estos modos están situados históricamente y son inteligibles para quienes comparten una cultura y formas de vida. Para reglamentar tales distribuciones hemos constituido cuerpos institucionales, en los que también se discute acerca de la corrección de las transacciones sobre la base de tales bienes. El mercado, el Estado y los espacios públicos, escuelas, universidades e Iglesias son en ese sentido los escenarios en los que practicamos y sometemos a crítica el uso y disposición de los bienes mencionados. En su interior adquirimos progresivamente las formas de saber, experiencia y excelencias para convertirnos en agentes distributivos lúcidos y competentes. Walzer aboga por una mirada racional local y encarnada, articulada desde dentro de la caverna platónica, el mundo de la dóxa y de las prácticas ordinarias de deliberación e interacción:
“No me jacto de haber logrado un gran distanciamiento del mundo social donde vivo. Una manera de iniciar la empresa filosófica – la manera original, tal vez – consiste en salir de la caverna, abandonar la ciudad, subir a las montañas y formarse un punto de vista objetivo y universal (el cual nunca puede formarse para personas comunes). Luego se describe el terreno de la vida cotidiana desde lejos, de modo que pierda sus contornos particulares y adquiera una forma general. Pero yo me propongo quedarme en la caverna, en la ciudad, en el suelo”[2].
Walzer propone seguir el ‘sendero de la interpretación’, el enfoque de las concepciones encarnadas y de los contextos de la justicia, atendiendo al sentido específico de los bienes a distribuirse[3]. Esta clase de investigación supone el esfuerzo por comprender desde y en el horizonte de la práctica la compleja gama de significados sociales tejidos en torno a los bienes de la justicia distributiva. Tras los honores y los cargos, tras los recursos económicos y las clases de saber se insertan redes de relaciones y construcciones sociales preñadas de creencias y valores. Haríamos mal en buscar un criterio común para explicar su relevancia en las vidas de los agentes. El talante filosófico universalista podría exigir un comportamiento semejante, pero terminaríamos malinterpretando los bienes, echando a perder la riqueza de su diversidad y la de los mundos y formas de expresión que se hilvanan en su nombre. En todo caso, los practicantes de tales bienes se resistirían razonablemente a este afán homogenizador.
“Incluso si favorecieran la imparcialidad, la pregunta que con mayor probabilidad surgirá en la mente de los miembros de una comunidad política no es ¿qué escogerían individuos racionales en condiciones universalizantes de tal o cual tipo? Sino ¿qué escogerían personas como nosotros, ubicadas como nosotros lo estamos compartiendo una cultura y decididos a seguirla compartiendo? Esta pregunta fácilmente puede transformarse en: ¿qué interpretaciones (en realidad) compartimos?”[4]
No existe una sola manera de distribuir con corrección los bienes sociales; debemos tomar en cuenta antes que nada lo que ellos significan para nuestras culturas. Aun los recursos cuya utilidad podemos a primera vista reconocer como una y la misma para todos – ciertos alimentos, por ejemplo – acogen diferentes interpretaciones para culturas diferentes. Los alimentos nutren a personas y a animales, pero en contextos muy precisos, en virtud de complejas construcciones sociales, se convierten, por citar un caso, en ofrendas para los dioses[5]. Así, el pan y el vino han sido importantes en la celebración de los misterios eleusinos como hoy en las misas católicas y en los cultos protestantes. Desde luego, la primera función de tales alimentos sigue siendo la de la nutrición, pero su uso en determinados ritos los convierte – para la comunidad de creyentes – en medios para la comunión con lo que algunos grupos humanos consideran lo más alto. Estas construcciones humanas de lo que constituyen los ‘bienes’ echan luces acerca de sus formas de distribución: en tiempos de escasez, la especulación con los alimentos y su acumulación clandestina son intrínsecamente injustas (probablemente para cualquier cultura)[6]. En aquellas comunidades particulares en donde el pan puede consagrarse y adquirir una significación espiritual, su uso en un contexto sacramental determina por lo general un conjunto preciso de formas de distribución.
“Pensemos en cada bien social como encerrado dentro de ciertos límites que son fijados por el ámbito impuesto por sus principios distributivos y por la actividad legítima de los agentes que realizan la distribución”[7], afirma Walzer. La gracia es el significado social medular de la práctica religiosa, como el poder lo es en la política y el saber en la educación. Walzer llama a aquellos espacios distributivos esferas de vida social. Cada esfera es un espacio de prácticas sociales reguladas desde los significados sociales de los bienes distributivos, que los practicantes configuran en el curso de sus interacciones cotidianas y en el esclarecimiento de sus conflictos a lo largo de la historia de estas esferas y comunidades. Si no conocemos estas historias, ni estamos familiarizados con estas prácticas, carecemos de los recursos para interpretar eficazmente estos bienes (y para eventualmente distribuirlos con corrección).
Las transacciones, interpretaciones y debates al interior de cada esfera determinan las reglas de distribución del bien que le corresponde. De esta tesis se siguen importantes consideraciones normativas. “Cuando los significados son distintos”, advierte Walzer, “las distribuciones son autónomas. Todo bien social o conjunto de bienes sociales, por así decirlo, una esfera distributiva dentro de la cual sólo ciertos criterios y disposiciones son apropiados”.[8] Para reconocer la ‘regla correcta’ en materia de justicia distributiva, es preciso comprender previamente qué clase de bien estamos enfrentando, y en qué esfera estamos inscritos. Como ya nos recordaba Aristóteles, no es lo mismo distribuir riquezas que asignar cargos públicos o conceder honores y reconocimientos: hay que saber juzgar de acuerdo con cada caso[9].
[1] Walzer, Michael Esferas de la Justicia. México, FCE 1993.
[2] Ibid., p. 12.
[3] Cfr. Walzer, Michael Interpretation and Social criticism The Tanner lectures on Human Values VIII. Salt Lake city ,University of Utah Press, 1988, capítulo III; Idem, La compañía de los críticos Buenos Aires, Nueva Visión 1993,consúltese la Introducción.
[4] Walzer, Michael Esferas de la Justicia op.cit., p. 19.
[5] Walzer, Michael “Objetividad y significado social” en Nussbaum, Martha y Sen, Amartya (comps.) La calidad de vida México, FCE 1996 pp. 226 y ss.
[6] Ibid.
[7] Walzer, Michael Moralidad en el ámbito local e internacional Madrid, Alianza Universidad 1996 p. 66.
[8] Walzer, Michael Esferas de la Justicia op.cit., p. 23.
[9] Walzer ha sostenido que dio forma a esta posición inspirándose en las reflexiones de Bernard Williams – célebre intérprete de la Ética Nicomáquea – sobre la igualdad. Véase Williams, Bernard “La idea de igualdad” en: Feinberg, Joel Conceptos morales México, FCE 1985 pp. 267 – 300.
3 comentarios:
Estimado Gonzalo,
Esl post se articula muy bien al último tema que hemos revisado, muchas gracias.
En realidad me queda una duda acerca de esta especie de justicia relativa a cada tipo de bienes [temo equivocar el concepto] y la capacidad de la sociedad o las instituciones en un pais como el nuestro de asignar la que mejor se aplica a cada caso.
Saludos,
Paolo
Hola Paolo:
Mil gracias. En breve discutiré acerca de la posibilidad de una "comunidad de pensamiento" en el Perú.
Saludos,
Gonzalo.
Una pregunta sobre Walzer. Estuve leyendo sus libros y me he dado con la sorpresa que Walzer busca un afirmacion de las comunicades. En otras palabras es partidario de la separacion de las comunidades que tienen su propia cultura. No se cuanto de esto es posible en su proyecto comunitarista. En general la separacion de culturas que estan dentro de una una nacion no es propio de Walzer sino de la mayoria de los comunitaristas. Por poner un ejemplo: Charles Taylor, ya que segun Taylor busca la autenticidad y originalidad de los individuos, que estos busquen su peculiar "manera de ser" (a esto es lo que llamaria autenticidad), pero lo mas sorprendente es que tambien busquen su autenticidad y peculiar "manera de ser" las culturas. Si se lo toma de esta manera entonces, estariamos justificando las luchas etnicas, para que las culturas menospreciadas tengan su propia identidad e cultura, estariamos avalando una especie de nueva guerra racial. Mas aun si lo tomamos en Sudamerica, estariamos frente a la constante creacion de naciones nuevas, con marcos institucionales debiles, que serian la fuente de inestabilidad regional.
En general, los comunitaristas son tachados de "conservadores", pero cuanto de los comunitaristas es aun viable y cuanto no?
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