Gonzalo Gamio Gehri
En su libro Sobre la Religión, John Caputo se refiere a la separación entre lo finito e infinito - distinción relevante para el pensamiento religioso -, el abismo existente entre nosotros como agentes humanos, vulnerables y pensantes, frente ese misterio insondable que se revela cuando quiere, que se muestra y se oculta al mismo tiempo. Para dar cuenta de la experiencia religiosa, este autor recurre a la categoría de lo imposible[1]. Lo imposible tiene que ver con nuestra comprensión el futuro. Caputo distingue dos clases de futuro: el futuro presente y el futuro absoluto. El primero es aquel futuro que nosotros podemos programar. Este futuro presente abarca todos los deseos cotidianos, las metas a corto y largo plazo. Se trata del futuro que es la proyección “natural” del presente. Un futuro sin rupturas ni giros imprevistos. Pero existe también – señala Caputo – el futuro absoluto, aquel futuro que emerge de improviso en nuestras vidas sin pedir permiso (“como el ladrón”, dice Pablo), haciendo añicos nuestros planes y pronósticos: por ejemplo, el futuro que asoló la casa de Job y trastornó su salud. He ahí lo imposible.
Dentro del horizonte de la emergencia de lo imposible, nos encontramos con una serie de una serie de males humanos. En Los trabajos y los días, Hesiodo cuenta que, una vez abierta el ánfora de Pandora, los males asolaron la tierra: enfermedad, vejez, peste, etc. Uno de los peores entre estos males humanos era la terrible revelación del día, hora y el instante exacto en que la muerte iría a llegar para arrebatarle la vida a cada uno de los individuos. Hesiodo señala que el conocimiento del día de la muerte era tan pavoroso e insoportable de llevar que no importaba que la muerte llegara en años o días; cada hombre prefería esperar a la muerte tumbado en el suelo, alegando que no importaba lo que hicieran o aquello por lo cual vivieran, igual iban a morir. El propio Prometeo, protector de la humanidad, no sabía cómo resolver esta penosa y al parecer irresoluble situación. Se percató que dentro del ánfora quedaba algo más, demasiado pequeño para salir por su cuenta: “la espera” (que en nuestra tradición cristiana hemos llamado “la esperanza”, alterando en parte el mito griego original), uno de los efectos de esta “espera” fue que se borrara del alma humana esta información sobre el día muerte.
La constitución de la sabiduría de inspiración religiosa implica en parte la conciencia de que toda certeza meramente humana acerca nuestras creencias, incluso nuestro saber – también el doctrinal y teológico -, es ebel, vacío. Es en el desarrollo de esta actitud ‘escéptica’ de desmantelamiento de nuestras vanas seguridades que estamos abiertos a Dios y es allí – evoco las palabras de Caputo - donde la fe, la esperanza y el amor entran a escena como virtudes relevantes para la vida. Caputo señala que la religión es para los amantes, para los que aman sin medida y se entregan a sí mismos; la religión no es una doctrina, sino la expresión vital de nuestra capacidad de amar, incluso afirma que uno puede vivir la religión sin suscribir una religión puntual, si es que ama incondicionalmente.
Dentro del horizonte de la emergencia de lo imposible, nos encontramos con una serie de una serie de males humanos. En Los trabajos y los días, Hesiodo cuenta que, una vez abierta el ánfora de Pandora, los males asolaron la tierra: enfermedad, vejez, peste, etc. Uno de los peores entre estos males humanos era la terrible revelación del día, hora y el instante exacto en que la muerte iría a llegar para arrebatarle la vida a cada uno de los individuos. Hesiodo señala que el conocimiento del día de la muerte era tan pavoroso e insoportable de llevar que no importaba que la muerte llegara en años o días; cada hombre prefería esperar a la muerte tumbado en el suelo, alegando que no importaba lo que hicieran o aquello por lo cual vivieran, igual iban a morir. El propio Prometeo, protector de la humanidad, no sabía cómo resolver esta penosa y al parecer irresoluble situación. Se percató que dentro del ánfora quedaba algo más, demasiado pequeño para salir por su cuenta: “la espera” (que en nuestra tradición cristiana hemos llamado “la esperanza”, alterando en parte el mito griego original), uno de los efectos de esta “espera” fue que se borrara del alma humana esta información sobre el día muerte.
“En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de hombres
libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades que
acarrean la muerte a los hombres (…). Pero aquella mujer, al quitar con sus
manos la enorme tapa de la jarra los dejó diseminarse y procuró a los hombres
lamentable inquietudes”[2]
La constitución de la sabiduría de inspiración religiosa implica en parte la conciencia de que toda certeza meramente humana acerca nuestras creencias, incluso nuestro saber – también el doctrinal y teológico -, es ebel, vacío. Es en el desarrollo de esta actitud ‘escéptica’ de desmantelamiento de nuestras vanas seguridades que estamos abiertos a Dios y es allí – evoco las palabras de Caputo - donde la fe, la esperanza y el amor entran a escena como virtudes relevantes para la vida. Caputo señala que la religión es para los amantes, para los que aman sin medida y se entregan a sí mismos; la religión no es una doctrina, sino la expresión vital de nuestra capacidad de amar, incluso afirma que uno puede vivir la religión sin suscribir una religión puntual, si es que ama incondicionalmente.
1 comentario:
Interesante. cada vez me llama más la atención leer a Caputo. Ese es el cristianismo que me gusta.
saludos desde Colombia.
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