La historia romana tiene aún mucho que enseñarnos con respecto a los problemas que tenga que afrontar una determinada sociedad cuando se enfrente a temas tales como los criterios de la justicia, el poder, la autoridad, o cualquier otro que pertenezca al día a día de la existencia humana. Un caso particular es el de la supresión de la monarquía en Roma, donde se puede apreciar precisamente uno de los tópicos más relevantes para la existencia de las sociedades humanas, las consecuencias que tiene para la vida común el poder concentrado en un solo individuo.
Roma se fundó en el siglo VIII a.C. y hasta el siglo VI a.C. fue gobernada por un sistema monárquico. Este sistema de gobierno se conjugaba con otros dos elementos, el senado y los comicios. Cabe notar que el senado SIEMPRE estuvo presente en la vida romana, variando con el tiempo el grupo social del que provenían sus miembros (primero se excluía a los plebeyos en favor de los patricios, situación que aparentemente cambió con la leges Liciniae Sextiae en 367 a.C.). La idea de que el senado no formaba parte de la vida temprana (monárquica) o tardía (imperial) romana debe ser eliminada del pensamiento, en tanto esta presuposición hace creer que Roma no fue una res publica antes de la caída de la monarquía y luego del comienzo del imperio. Como vemos, esos “rótulos” únicamente hacen referencia a la forma de gobierno, no a la organización estatal en cuanto tal. Roma siempre fue una república.
Roma tuvo siete monarcas, los cuales eran escogidos entre ciertas familias patricias y cuyos poderes duraban a lo largo de su vida[2]. El titulo, por tanto, no era hereditario. Los poderes del rey le eran otorgados mediante una ceremonia religiosa, donde se le dotaba del auspicium de los dioses. Esta ceremonia, además de las facultades cívico-militares que le habían sido otorgadas por su designación por el senado[3], le otorgaba unas de tipo religioso. Estas facultades tenían una función muy particular, que fueran resumidas de forma brillante por Cayo Salustio en su texto “Conspiración de Catilina”, donde dice que la función del Rey no era otra que la de:
“…Conservare libertatem, augere rem publicam…”[4]
Esta forma de comprender la existencia de la figura del monarca y de las facultades que le fueran otorgadas, no debe sorprendernos. El mundo antiguo no era ni pacifico ni compasivo con aquellos pueblos que no estuvieran a la altura de las circunstancias con respecto a temas de supervivencia. Así, como bien señalara Mommsen:
“…la estricta concepción de unidad e omnipotencia de la republica
sobre todos los asuntos que fueran de su competencia, que era el principio
central de las constituciones italianas, colocó en las manos de un único líder,
nominado de por vida, un poder formidable, el mismo que era sentido sin duda por
los enemigos de su tierra…”[5]
Cabe ahora preguntarnos ¿Por qué fueron expulsados estos monarcas de Roma? ¿Qué pudo llevar a esta población a tomar la decisión de expulsar a aquellos hombres que fungían tanto de autoridades religiosas[6], como autoridades cívico-militares? ¿Qué puso de manifiesto la miseria de la monarquía?
La historia romana nos indica que fue un hecho en particular aquel que desató la revuelta contra el último monarca romano Tarquinius Superbus (Tarquinius el Soberbio), la violación de Lucrecia y su subsecuente suicidio. Según indica el historiador romano Tito Livio, Lucrecia, quien fuera una mujer bella y decorosa, fue amenazada con ser acusada de adulterio cometido con un esclavo, si no cedía a la lujuria de su atacante, quien no era otro que el hijo mayor del Rey, Sextus Tarquinius. Luego de ocurrido el hecho, esta denuncio el mismo a su padre y esposo, quienes luego de jurar venganza contra los excesos cometidos por la realeza, no pudieron sino observar cómo Lucrecia termaba con su propia vida por la afrenta cometida contra ella[7]. Este hecho, según parece, fue el detonante de un malestar generalizado contra el gobierno tiránico de Tarquinius Superbus, quien había dejado de consultar con el senado para el desarrollo de leyes y para la confiscación de tierras y bienes de ciudadanos romanos, pronunciado sentencias de muerte y acumulado gran cantidad de bienes[8]. Como bien señalara Mommsen con respecto al poder ilimitado otorgado a un individuo, “el abuso y la opresión no podían dejar de aparecer”. La actitud de Tarquinius Superbus y la de su familia con respecto al Roma, parecían manifestar una especie de desprecio no sólo contra los individuos que conformaban la republica, sino contra la republica misma. Así, algunos patricios que percibían su actitud hacia el senado como una falta de respeto a su “dignitas”[9] (como ha sido documentado[10]) apoyaron la consiguiente expulsión[11].
Como se puede apreciar, los excesos cometidos por el rey y la familia real, llevaron a la comunidad a considerar que un individuo no podía tener un poder absoluto dentro del cuerpo político, viendo la necesidad de restringir tanto el tiempo que el sujeto estuviera en el cargo, como la capacidad de acción que tuvieran ellos en el ejercicio de la función pública. Así, se configuraron restricciones anuales a los cargos como limitaciones en términos de poder. Las segundas se configurarían bajo el principio de collegium e implicaría que los magisterios serian ocupados por dos funcionarios, capaces de vetarse unos a otros, en función de limitar el abuso de poder que pudiera ejercerse en el ejercicio de los mismos.
Cabe notar que todo este proceso de expulsión de los monarcas romanos, no se basó en la reafirmación de los derechos de los individuos con respecto a la comunidad, ni a la reducción de la misma; por el contrario, se suprimió la monarquía para garantizar la existencia de la república. La forma de gobierno debía retomar un cariz de autoridad legítima y por ende, se debía limitar los actos de los individuos que pudieran perjudicarla. La autoridad era, en todos los aspectos de la vida romana, un elemento fundamental que guiaba la vida de los ciudadanos, así, esta misma autoridad debía tener en cuenta las costumbres y el Mos Maiorum (tradición ancestral) la cual nunca podría legitimar un gobierno tiránico que perjudicara a la propia república.
[2] Al fallecer el rey y no haberse elegido a su sucesor, las facultades del mismo recaían en los propios miembros del senado, quienes, tomando turnos, actuaban como interreges.
[3] Cabe notar que el senado, conforme lo indicaba la tradición romana, fue establecido por el mismo Rómulo, quien al fundar roma instauró el concilio de los miembros más ancianos de los clanes, y por ende los más sabios, los senatores.
[4] Conservar la libertad y agrandar la república
[5] Mommsen, Theodor. History of Rome. Traducido del alemán por William Purdie Dickson. Richard Bentley & Son. Londres. 1894. Vol. I Pág. 313.
[6] El Rex, también era el Pontifex Maximus
[7] Livius, Titus. The History of Rome. Traducido por George Baker. Peter A. Mesier Collins & Co. 1823. Libro I, LVIII. Pág. 95.
[8] Mommsen. Op. cit, 316.
[9] El termino latino Dignitas refería la condición de honor que tenían los senadores en función de su cargo y del valor personal que los había hecho merecedores al mismo. La dignitas, por tanto, no era inherente, era ganada por meritos.
[10] A legal History of Rome. George Mousourakis. Routledge. New York. 2007. Pág. 7.
[11] Según el mismo Mommsen, esta expulsión de los monarcas y su cambio por magistrados con cargos sujetos a temporalidad, habría sido un movimiento generalizado en toda la región.
4 comentarios:
Felicitaciones por tu artículo Gonzalo. Es uno de los mejores entre los que has escrito en tu blog.
Este artículo sobre la miseria de la monarquía pertenece a Jorge Sámchez. Las felicitaciones a él.
Gracias Ricardo.
Jajajaja no se te pasa una
?
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