Gonzalo Gamio Gehri
En el último año he tenido la oportunidad de descubrir el pensamiento de Kwame Anthony Appiah, filósofo británico-ghanés, profesor de Princeton, y uno de los más importantes pensadores de la diversidad humana en el mundo anglosajón. Hijo de un hombre de Ghana metodista y una mujer inglesa de confesión anglicana, Appiah aprendió desde muy pequeño – desde la práctica – la idea que Diógenes tenía en mente cuando acuñó la expresión kosmóu polités, ciudadano del mundo. Obras como La ética de la identidad, Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños y Mi cosmopolitismo constituyen aproximaciones lúcidas y renovadas en torno a la posibilidad de conciliar – o mejor, articular – nuestro compromiso universal con la humanidad con las exigencias de la membresía comunitaria local.
Los héroes de esta historia son Marco Aurelio y Diógenes, autores que Appiah leyó muy pronto a sugerencia de su padre, un devoto de la cultura griega y latina. Conocida es la tesis cínica, según la cual los vínculos de obligación y solidaridad deberían trascender las fronteras particulares - las que separan a nuestros países -, y extenderse a todos los miembros de nuestra especie, especialmente aquellos que por las contingencias de la vida se convierten en nuestro “prójimo”. Debemos tratar a los demás – incluidos los “extraños” – como conciudadanos. Todos los seres humanos importan, su destino también es el nuestro. Esta idea, por supuesto, no implica abrigar la esperanza en construcción de un “Estado mundial”, ilusión que Diógenes consideraba indeseable y peligrosa. Uno de los pasajes más simpáticos de Mi cosmopolitismo ofrece una lectura política de la pintoresca anécdota en la que Diógenes le pide a Alejandro Magno – quien prácticamente regentaba sobre todo el mudo conocido en aquel tiempo – que no le tape el sol. El filósofo no miraba con buenos ojos el proyecto de control político global que representaba el monarca macedonio. Por su parte, el emperador romano Marco Aurelio, que tuvo la oportunidad de convertirse en el sumo guía del “Estado mundial”, prefirió dedicarse a la reflexión sobre la virtud y la libertad que brinda el pensamiento.
Esta clase de análisis son incorporados a una reflexión más general - cabalmente contemporánea - sobre el pluralismo, el hecho según el cual constatamos que no existe una única forma de llevar una vida plena y razonable. Debemos elegir un modo de vida, a veces sacrificando opciones valiosas. Las diferencias culturales ponen de manifiesto los múltiples propósitos que una vida puede asumir. Las otras culturas están allí, para aprender de ellas, y para ejercitar el pensamiento crítico. La globalización y la inmigración constituyen realidades inexorables que nos exponen – en el mejor de los sentidos – al con-tacto intercultural. Appiah propone ampliar la conversación intercultural e interconfesional lo más que podamos, bajo la premisa que la diversidad puede ser ocasión de crecimiento moral. Ella nos invita a escuchar al otro, y asumir una posición falibilista frente al propio sistema de creencias. Esta conversación permitirá distinguir asimismo las zonas oscuras de las culturas y los credos, allí donde ellos pueden promover formas de mutilación y menosprecio. El autor es categórico en señalar que “las culturas sólo importan si les importan a las personas”. La pertenencia cultural no debería convertirse en una espada de Damocles que ponga en peligro la integridad de los agentes.
Esta breve reseña es una invitación a revisar los libros de este importante pensador. En tiempos en los que vivimos en el Perú – en los que la ausencia de reconocimiento intercultural parece marcar la pauta – el recuerdo de que todas las vidas importan y que no hay muertos ajenos constituye una exigencia a la que no deberíamos renunciar.
En el último año he tenido la oportunidad de descubrir el pensamiento de Kwame Anthony Appiah, filósofo británico-ghanés, profesor de Princeton, y uno de los más importantes pensadores de la diversidad humana en el mundo anglosajón. Hijo de un hombre de Ghana metodista y una mujer inglesa de confesión anglicana, Appiah aprendió desde muy pequeño – desde la práctica – la idea que Diógenes tenía en mente cuando acuñó la expresión kosmóu polités, ciudadano del mundo. Obras como La ética de la identidad, Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños y Mi cosmopolitismo constituyen aproximaciones lúcidas y renovadas en torno a la posibilidad de conciliar – o mejor, articular – nuestro compromiso universal con la humanidad con las exigencias de la membresía comunitaria local.
Los héroes de esta historia son Marco Aurelio y Diógenes, autores que Appiah leyó muy pronto a sugerencia de su padre, un devoto de la cultura griega y latina. Conocida es la tesis cínica, según la cual los vínculos de obligación y solidaridad deberían trascender las fronteras particulares - las que separan a nuestros países -, y extenderse a todos los miembros de nuestra especie, especialmente aquellos que por las contingencias de la vida se convierten en nuestro “prójimo”. Debemos tratar a los demás – incluidos los “extraños” – como conciudadanos. Todos los seres humanos importan, su destino también es el nuestro. Esta idea, por supuesto, no implica abrigar la esperanza en construcción de un “Estado mundial”, ilusión que Diógenes consideraba indeseable y peligrosa. Uno de los pasajes más simpáticos de Mi cosmopolitismo ofrece una lectura política de la pintoresca anécdota en la que Diógenes le pide a Alejandro Magno – quien prácticamente regentaba sobre todo el mudo conocido en aquel tiempo – que no le tape el sol. El filósofo no miraba con buenos ojos el proyecto de control político global que representaba el monarca macedonio. Por su parte, el emperador romano Marco Aurelio, que tuvo la oportunidad de convertirse en el sumo guía del “Estado mundial”, prefirió dedicarse a la reflexión sobre la virtud y la libertad que brinda el pensamiento.
Esta clase de análisis son incorporados a una reflexión más general - cabalmente contemporánea - sobre el pluralismo, el hecho según el cual constatamos que no existe una única forma de llevar una vida plena y razonable. Debemos elegir un modo de vida, a veces sacrificando opciones valiosas. Las diferencias culturales ponen de manifiesto los múltiples propósitos que una vida puede asumir. Las otras culturas están allí, para aprender de ellas, y para ejercitar el pensamiento crítico. La globalización y la inmigración constituyen realidades inexorables que nos exponen – en el mejor de los sentidos – al con-tacto intercultural. Appiah propone ampliar la conversación intercultural e interconfesional lo más que podamos, bajo la premisa que la diversidad puede ser ocasión de crecimiento moral. Ella nos invita a escuchar al otro, y asumir una posición falibilista frente al propio sistema de creencias. Esta conversación permitirá distinguir asimismo las zonas oscuras de las culturas y los credos, allí donde ellos pueden promover formas de mutilación y menosprecio. El autor es categórico en señalar que “las culturas sólo importan si les importan a las personas”. La pertenencia cultural no debería convertirse en una espada de Damocles que ponga en peligro la integridad de los agentes.
Esta breve reseña es una invitación a revisar los libros de este importante pensador. En tiempos en los que vivimos en el Perú – en los que la ausencia de reconocimiento intercultural parece marcar la pauta – el recuerdo de que todas las vidas importan y que no hay muertos ajenos constituye una exigencia a la que no deberíamos renunciar.
6 comentarios:
Hola:
Es sugerente el pensamiento de Kwame appiah. Buscaré sus libros.
Bueno tengo algunas preguntas: ¿El cosmopolistismo sólo se puede dar cuando se ha perdido la identidad (tanto personal como cultural)?. Tambien es sabido que Diogenes renegaba de una pertenencia cultural, o a la pólis,ya que propugnaba una especie de "retorno a la naturaleza humana". En este caso ¿No seríamos "ciudadanos del mundo"? o ¿el mundo no sería nuestra patria?. En fin de cuentas en una epoca globalizada si parece viable.
Otro punto que me ha llamado la atencion es la "escucha del otro",esto se dá en una "sociedad sin rostro",donde los individuos son "anonimos" y "atomizados" (como bien se refiere Emmanuel Mounier). La metafora de la escucha nos lleva a planos tanto eticos como multiculturales, donde se realiza una genuina "atencion" del otro. En fin toda etica basada en las metaforas de la vision, va a mostrar desperfectos, y continuar el viejo paradigma Baconiano.
Atte.
Estimado Uriel:
Con respecto a las metáforas de visión, yo distinguiría entre su uso moderno – la idea neutral del Ojo divino, puramente epistémico -, y el uso platónico, de tipo moral, que tan bien ha desarrollado Iris Murdoch. La metáfora del oído, evidentemente, es muy provechosa desde un ángulo intercdultural.
Ni Diógenes ni Appiah postulan una pérdida de identidad local. Appiah sostiene que es posible ser “comunitario” y a la vez “cosmopolita”.
Saludos,
Gonzalo.
Lo escuche en Boston y me gusto mucho.
Susana
Estimado Gonzalo, te expreso mi reconocimiento y aprecio frente a la seguidilla de ataques que últimamente vienes recibiendo de algunos bloggers. No entiendo la virulencia y el encono de estos comentarios, ni las razones que esgrimen tus críticos. Tampoco entiendo el silencio de varios de nuestros conocidos frente a estos ataques.
Y acerca de tu texto, como alguna vez te dije, soy de los que se adscriben a una visión radical de la cosmópolis. Pero como también te dije en su momento, no me interesa debatir sobre ello, mucho menos en términos binarios.
un abrazo
Ricardo
Estimado Ricardo:
Gracias por tu mensaje. Sí, he detectado ataques de seres minúsculos y también intentos de suplantación en los comentarios aquí y en otros blogs. No hay que hacerles demasiado caso; el sólo hecho de ocuparse de ellos ya es concederles algo. Es una lástima que lo más sombrío de los blogs esté llegando a los espacios filosóficos. Reconforta que los amigos apoyen.
Saludos,
Gonzalo.
Hola Gonzalo, gracias por siempre estar en la inquietud de "abrir la cancha", dando a conocer nuevos pensadores y escritores que pueden decirnos cosas útiles para pensar mejor nuestro quehacer, la del país y la de nuestro mundo globalizado.
Este tema del cosmopolitismo me resulta muy sugerente. No por nuevo, sino porque nos va aproximando mejor de cómo entender el tema de la convivencia en el conjnto de la humanidad, donde todos debemos contar y nadie puede "sobrar".
Es muy significativo, en la capacidad de dialogar, el cómo se construye la aceptción del "otro", del diferente y el que piensa diferente, sabiendo establcer una lógica empática para establecer una adecuada comunicación, aunque siendo conscientes de que no todo tiene el mismo valor ni que el pluralismo puede confundirse con lógicas "relativistas".
Pero es todo un desafío. Hace poco, a propósito de los sucesos de Bagua discutía con un amigo sobre un artículo suyo publicado en un diario y le mencionaba que me parecía poco seria su apreciación. Él me hizo notar que eran muy serias sus palabras y caí en la cuenta que el tema era que se trataba (más bien) de apreciaciones superficiales sobre el tema, aunque para éste amigo fueran dichas muy en "serio".
¿Cómo posibilitarnos concordancias con quienes piensan que los habitantes de la selva (ciudadanos como nosotros) son considerados como "ignorantes" y "salvajes"; por lo tanto, tratados en condición de inferioridad? ¿Cómo encaminar el diálogo bajo esas consideraciones?
Saludos, Guillermo Valera
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