“El liberalismo se transforma finalmente en socialismo democrático cuando el mapa de la sociedad se define de manera social”.
Michael Walzer
Gonzalo Gamio Gehri
Ahora quisiera retomar algunas ideas de Michael Walzer – un autor mal llamado “comunitarista” – sobre el individualismo, la agencia política y la justicia. Este autor busca ofrecer una lectura encarnada de la ética liberal. Recordemos que el pensador norteamericano describía la sociedad moderna en términos de un conjunto de esferas relativamente separadas; insistía en que los criterios de la justicia dependían de los significados sociales que los agentes asignaban y discutían al interior de cada esfera (la tesis de la “igualdad compleja”): se trata de evitar que una esfera tiranice las demás, en particular la esfera correspondiente al mercado. La exacerbación del comportamiento económico por sobre todas las facetas del agente ha generado en la cultura moderna un individualismo que de acuerdo con Walzer distorsiona gravemente la interpretación liberal. Una “mala sociología”, a su juicio, ha desarrollado la imagen ficticia de un individuo independiente y desarraigado, que se concibe a sí mismo como un átomo social sin historia ni vínculos con otros o con el entorno. La lectura contractualista – común a Locke y a Rawls – alienta esta percepción: le hace creer al hombre moderno que su nexo con las instituciones es fruto de un acto creativo, de un acto heroico de su voluntad y de la de aquellos con los que se asocia para cumplir con sus expectativas de realización. No contamos con “comunidades”, sólo tenemos “asociaciones” grupos de individuos aislados que se reúnen para el logro estratégico de sus intereses privados.
Pero esta argumentación ha creado sólo ficciones conceptuales. La identidad del individuo es resultado de la historia de su formación, y de las relaciones con sus semejantes y con las instituciones en el contexto de esa historia: todo yo supone un nosotros[1]. “El individuo”, indica Walzer, “no crea las instituciones en las que participa, ni tampoco determina por entero sus limitaciones o las obligaciones que asume. El individuo vive en el seno de un mundo que no ha creado”[2]. La familia, así como las instituciones del Estado y de la Sociedad Civil de las que el ciudadano es usuario, por lo general poseen una historia que precede a la de sus miembros actuales. Uno es parte de esa historia – al menos cuando se reconoce como un agente inserto en dichas instituciones -, por lo tanto queda fuera de lugar cualquier ilusión de corte adánico.
La igualdad compleja constituye una propuesta normativa que exige agentes vinculados a sus comunidades de vida tanto como sujetos corresponsables de sus construcciones compartidas. El atomismo es una lectura defectuosa de la vida práctica de los individuos concretos y de sus vínculos: “no se separan los individuos, sino las instituciones”[3]. Las libertades que pretenden lograrse a través de la observancia de la igualdad compleja no son meramente privadas; son formas de vida que pueden – y que a veces sólo pueden – ejercitarse y disfrutarse en comunidad. Mientras el atomismo aparece como un bosquejo simplificado de la existencia social, el pluralismo pretende dar cuenta de los matices que ofrece la experiencia humana de interacción y trato con los bienes propios y ajenos en instituciones comunes. “No nos vemos a nosotros mismos como perfectos desconocidos, como extranjeros o como solitarios. Es más, sería bastante difícil imaginar cuál sería el significado de la libertad para esos individuos. Los hombres y las mujeres son libres cuando ellos o ellas viven rodeados de instituciones autónomas”[4]. Como resulta claro, Walzer no quiere escapar del paradigma liberal, sino afrontarlo de una manera realista y conceptualmente precisa.
Si bien las fronteras pueden ser nítidas, lo que divide una esfera de otras no es una muralla infranqueable. Resulta evidente que los mismos miembros de la comunidad somos usuarios de las diferentes esferas de vida, y por tanto, agentes distributivos en diferentes contextos de distribución. Somos ciudadanos (más o menos comprometidos) de un Estado, médicos o pacientes eventuales de los sistemas de salud, alumnos (o maestros) de escuelas o centros universitarios, consumidores en el mercado, empleados, miembros (o no) de una Iglesia, etc. Nuestra identidad asume cada una de estas formas de membresía y actividad como facetas de nuestro yo. Un agente distributivo competente en una sociedad compleja y liberal sabe – por la experiencia acumulada, así como por el desarrollo del juicio y el carácter a través de la educación – que estas facetas implican una comprensión diferenciada de los distintos bienes sociales, y la práctica de diferentes bienes distributivos. Interpretar los bienes de una esfera a la luz de los de otra no sólo genera graves malos entendidos e injusticias, como también distorsiones en la percepción de la identidad.
La política ciudadana es la actividad que en una sociedad liberal se encarga de la vigilancia de la autonomía de las esferas y sus principios de distribución[5]. El Estado, aun siendo considerado el “constructor” y “protector” de las fronteras de las instituciones – a través, fundamentalmente, de acciones legislativas – puede ser ‘colonizado’ por una lógica instrumental – burocrática, que tienda en la práctica al uso inmoderado del poder político: ello sucede cuando los gobiernos tienden a identificarse sin más con la instancia estatal. En países de escasa y precaria tradición democrática – como los nuestros – esto puede degenerar incluso en regímenes autoritarios. En las democracias del Atlántico Norte, esto puede traducirse en una afirmación de una ‘clase política’ (partidaria o técnica) que puede monopolizar de facto la administración del poder, aunque las libertades individuales básicas se sigan respetando. En uno y otro caso, las fronteras entre el Estado y las demás esferas tienden a debilitarse. En todo caso, los ciudadanos comunes, en situaciones como esa tienden a perder su lugar como agentes distributivos en general, y como agentes políticos en particular.
Si la excesiva fortaleza de los gobiernos puede configurar la violación sutil de la autonomía de las esferas, sólo el ethos cívico – originalmente liberal, pensemos en la obra de Montesquieu y en la de Tocqueville – podría garantizar la observancia de la igualdad compleja[6]. En última instancia, la determinación de los significados sociales proviene de los debates críticos de los agentes de cada esfera; son esos mismos agentes los que influyen en el trazo de las fronteras interesféricas cuando actúan como ciudadanos en el ámbito público. El objetivo de la acción política en ese registro consistiría en procurar, a través de la discusión cívica y legal y la acción, dejar el tema de las transacciones e interpretaciones internas a cada esfera en manos de sus propios usuarios[7], y así combatir cualquier tentación colonizadora. La legislación sobre el diseño de las instituciones sólo tiene auténtica legitimidad cuando cuenta con el reconocimiento y consentimiento de los ciudadanos, especialmente aquellos que están involucrados con los efectos de la ley. La forja de consensos públicos respecto del bosquejo del mapa social como resultado del debate constituye un rasgo esencial a las sociedades democráticas. “Los ciudadanos son personas que no pueden ser excluidas justamente de estas discusiones, no sólo acerca de los límites de las esferas, sino también sobre el significado de los bienes dentro de ellas: de allí que la ciudadanía cobre un mayor valor instrumental, y también simbólico”.[8] El autor reconoce que en el período de redacción de Esferas de la justicia no llegó a considerar con toda su intensidad el rol de la acción cívica para la preservación de la igualdad compleja; sólo tardíamente tomó consciencia de su relevancia como guardiana del pluralismo[9].
Pero esta argumentación ha creado sólo ficciones conceptuales. La identidad del individuo es resultado de la historia de su formación, y de las relaciones con sus semejantes y con las instituciones en el contexto de esa historia: todo yo supone un nosotros[1]. “El individuo”, indica Walzer, “no crea las instituciones en las que participa, ni tampoco determina por entero sus limitaciones o las obligaciones que asume. El individuo vive en el seno de un mundo que no ha creado”[2]. La familia, así como las instituciones del Estado y de la Sociedad Civil de las que el ciudadano es usuario, por lo general poseen una historia que precede a la de sus miembros actuales. Uno es parte de esa historia – al menos cuando se reconoce como un agente inserto en dichas instituciones -, por lo tanto queda fuera de lugar cualquier ilusión de corte adánico.
La igualdad compleja constituye una propuesta normativa que exige agentes vinculados a sus comunidades de vida tanto como sujetos corresponsables de sus construcciones compartidas. El atomismo es una lectura defectuosa de la vida práctica de los individuos concretos y de sus vínculos: “no se separan los individuos, sino las instituciones”[3]. Las libertades que pretenden lograrse a través de la observancia de la igualdad compleja no son meramente privadas; son formas de vida que pueden – y que a veces sólo pueden – ejercitarse y disfrutarse en comunidad. Mientras el atomismo aparece como un bosquejo simplificado de la existencia social, el pluralismo pretende dar cuenta de los matices que ofrece la experiencia humana de interacción y trato con los bienes propios y ajenos en instituciones comunes. “No nos vemos a nosotros mismos como perfectos desconocidos, como extranjeros o como solitarios. Es más, sería bastante difícil imaginar cuál sería el significado de la libertad para esos individuos. Los hombres y las mujeres son libres cuando ellos o ellas viven rodeados de instituciones autónomas”[4]. Como resulta claro, Walzer no quiere escapar del paradigma liberal, sino afrontarlo de una manera realista y conceptualmente precisa.
Si bien las fronteras pueden ser nítidas, lo que divide una esfera de otras no es una muralla infranqueable. Resulta evidente que los mismos miembros de la comunidad somos usuarios de las diferentes esferas de vida, y por tanto, agentes distributivos en diferentes contextos de distribución. Somos ciudadanos (más o menos comprometidos) de un Estado, médicos o pacientes eventuales de los sistemas de salud, alumnos (o maestros) de escuelas o centros universitarios, consumidores en el mercado, empleados, miembros (o no) de una Iglesia, etc. Nuestra identidad asume cada una de estas formas de membresía y actividad como facetas de nuestro yo. Un agente distributivo competente en una sociedad compleja y liberal sabe – por la experiencia acumulada, así como por el desarrollo del juicio y el carácter a través de la educación – que estas facetas implican una comprensión diferenciada de los distintos bienes sociales, y la práctica de diferentes bienes distributivos. Interpretar los bienes de una esfera a la luz de los de otra no sólo genera graves malos entendidos e injusticias, como también distorsiones en la percepción de la identidad.
La política ciudadana es la actividad que en una sociedad liberal se encarga de la vigilancia de la autonomía de las esferas y sus principios de distribución[5]. El Estado, aun siendo considerado el “constructor” y “protector” de las fronteras de las instituciones – a través, fundamentalmente, de acciones legislativas – puede ser ‘colonizado’ por una lógica instrumental – burocrática, que tienda en la práctica al uso inmoderado del poder político: ello sucede cuando los gobiernos tienden a identificarse sin más con la instancia estatal. En países de escasa y precaria tradición democrática – como los nuestros – esto puede degenerar incluso en regímenes autoritarios. En las democracias del Atlántico Norte, esto puede traducirse en una afirmación de una ‘clase política’ (partidaria o técnica) que puede monopolizar de facto la administración del poder, aunque las libertades individuales básicas se sigan respetando. En uno y otro caso, las fronteras entre el Estado y las demás esferas tienden a debilitarse. En todo caso, los ciudadanos comunes, en situaciones como esa tienden a perder su lugar como agentes distributivos en general, y como agentes políticos en particular.
Si la excesiva fortaleza de los gobiernos puede configurar la violación sutil de la autonomía de las esferas, sólo el ethos cívico – originalmente liberal, pensemos en la obra de Montesquieu y en la de Tocqueville – podría garantizar la observancia de la igualdad compleja[6]. En última instancia, la determinación de los significados sociales proviene de los debates críticos de los agentes de cada esfera; son esos mismos agentes los que influyen en el trazo de las fronteras interesféricas cuando actúan como ciudadanos en el ámbito público. El objetivo de la acción política en ese registro consistiría en procurar, a través de la discusión cívica y legal y la acción, dejar el tema de las transacciones e interpretaciones internas a cada esfera en manos de sus propios usuarios[7], y así combatir cualquier tentación colonizadora. La legislación sobre el diseño de las instituciones sólo tiene auténtica legitimidad cuando cuenta con el reconocimiento y consentimiento de los ciudadanos, especialmente aquellos que están involucrados con los efectos de la ley. La forja de consensos públicos respecto del bosquejo del mapa social como resultado del debate constituye un rasgo esencial a las sociedades democráticas. “Los ciudadanos son personas que no pueden ser excluidas justamente de estas discusiones, no sólo acerca de los límites de las esferas, sino también sobre el significado de los bienes dentro de ellas: de allí que la ciudadanía cobre un mayor valor instrumental, y también simbólico”.[8] El autor reconoce que en el período de redacción de Esferas de la justicia no llegó a considerar con toda su intensidad el rol de la acción cívica para la preservación de la igualdad compleja; sólo tardíamente tomó consciencia de su relevancia como guardiana del pluralismo[9].
[1] Este argumento – que se remonta a Hegel y a Marx – ha sido desarrollado con particular agudeza en Taylor, Charles Fuentes del yo Barcelona Paidos 1996; Taylor, Charles La ética de la autenticidad Barcelona, Paidós A.U.B.-I.C.E. 1994; véase también Sandel, Michael El liberalismo y los límites de la justicia Barcelona, Gedisa 2000; asimismo consúltese Sandel, Michael “The Procedural republic and the unemcumbered self”en:Political Theory 12,1984;pp.81-97.
[2] Walzer, Michael “El liberalismo y el arte de la separación” op.cit., p. 107 (las cursivas son mías).
[3] Ibid, p. 109. Walzer señala que esta afirmación tiene claras consecuencias políticas: “el liberalismo se transforma finalmente en socialismo democrático cuando el mapa de la sociedad se define de manera social” (p. 113).
[4] Ibid, Loc.cit.
[5]Cfr. al respecto Walzer, Michael “Respuesta” en: Walzer, Michael y David Miller (compiladores) Pluralismo, justicia e igualdad. México, FCE, 1996 pp. 370 – 74.
[6] Este es uno de los temas que sirven de contraste entre el liberalismo procedimental y el de corte hermenéutico.
[7] Michael “Respuesta” op.cit., p. 371
[8] Ibid,.
[9] Cfr. Walzer, Michael, “The civil society argument” en: Mouffe, Chantal (Ed.) Dimensions of radical democracy. Pluralism, citizenship, community. New York- London Verso 1992; pp.89-107.
3 comentarios:
Hola Gonzalo, este es uno de los temas del curso que más me gustó y en el que me hubiera gustado que profundizaras más desde la óptica de la gerencia social. Por ejemplo, conceptos como los de “igualdad compleja” y “agentes distributivos” son sumamente relevantes para las tareas de los gerentes sociales, precisamente desde el momento en que deseamos intervenir en esferas en las que no necesariamente contamos con una legitimidad o a las que no pertenecemos por no ser parte de su historia. ¿Cómo entender los significados sociales construidos y de-contruidos en nuestro país pluricultural y con identidades fragmentadas? Ojalá haya oportunidad de profundizar sobre estos temas y generar ese debate al que haces mención, tan necesario y tan urgente. Un abrazo y fue excelente tenerte como profesor. Concluida la maestría, seguiré fielmente tu blog. Mabe
Estimada Mabe:
Muchas gracias por tu generoso mensaje. Bienvenida. Para mí ha sido un honor acompañar en este curso a un grupo tan bueno e interesante como el de la maestría. En efecto, uno de los temas fue el de la Igualdad compleja. No era posible - por la diversidad de temas que incluía el curso - detenerse en los detalles y ejemplos de los capítulos finales de "Esferas de la justicia", uno de mis libros favoritos. Lo haremos en este blog.
Muchos saludos,
Gonzalo.
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