miércoles, 29 de abril de 2009

LA ILUSIÓN DEL DESTINO: IDENTIDADES Y CONFLICTOS EN UN MUNDO POSTMODERNO




UNA DEFENSA DE LA PLURALIDAD DE LAS IDENTIDADES



Gonzalo Gamio Gehri



Es "natural" pensar que – en nuestro mundo postmoderno – la cultura y la religión son causas permanentes de conflicto. Basta mirar lo que sucede en diversos lugares del planeta para constatarlo. Sectores fundamentalistas islámicos predican la jihad contra los “francos”, es decir, las naciones occidentales que son aliadas de Estados Unidos e Israel. En el otro extremo, hasta hace muy poco, George Bush aseguraba consultar en oración si debía o no bombardear Irak. Las guerras de la ex Yugoeslavia atestiguan la relevancia de los elementos étnicos, culturales o religiosos en esta clase de lamentables conflictos. Aunque a la base de estas guerras encontremos causas geopolíticas y económicas (la posesión de petróleo, por ejemplo), la variable etnia / cultura / religión entra en el juego de los elementos a considerar a la hora de explicar esta clase de enfrentamientos.

Uno de los riesgos mayores que subyace a esta clase de interpretación, es que nos invita a elaborar una explicación casi ‘cósmica’, distante – “abstracta” en términos hegelianos, esto es, indeterminada – de los conflictos humanos. Los protagonistas de las guerras siempre buscan algo más que exclusivo reconocimiento cultural: poder, soberanía, control sobre la economía, etc. La perspectiva "culturalista / civilizatoria" nos lleva a perder de vista los matices, y hacer simplificaciones que empobrecen seriamente nuestro análisis de las culturas. Es el caso de la visión del finado intelectual neoconservador Samuel Huntington – ex asesor de la Casa Blanca - , quien describía esta clase de conflictos en términos de un choque de civilizaciones. Huntington creía estar en capacidad de dividir el mundo en diferentes grupos, determinados por gruesas identidades culturales, étnicas y religiosas (presuntamente “homogéneas”, o en vías de homogenizarse) que determinan el juego de fuerzas mundial en lo político y lo militar. No pocos críticos han considerado que esta lectura reductiva de las identidades alienta de alguna manera la violencia cultural. “El reduccionismo de la alta teoría”, advierte el economista y filósofo indio Amartya Sen, “puede hacer una gran contribución, a menudo inadvertida, a la violencia de la baja política[1]. Creo que Sen tiene razón. Quiero comentar – muy brevemente, como lo permite el formato de blog – lo perniciosa de esta interpretación ‘culturalista’ / ‘civilizatoria’ de las identidades en materia ética y política, y ensayar una lectura diferente. Esta perspectiva entraña una antropología falsa y una deficiente filosofía moral. Voy a servirme – deliberadamente – de algunos autores de origen no-occidental (aunque conocedores de la tradición europea y formados en Occidente) que se han ocupado con singular agudeza de estos temas; la filósofa turca Seyla Benhabib, el escritor libanés Amin Maalouf, y por supuesto Amartya Sen, mi interlocutor principal (dejaré los análisis del pensador británico-ghanés Kwame Appiah para un post futuro sobre cosmopolitismo y ética).

Sen considera que la caracterización de la identidad desde su matriz étnica, cultural y religiosa es simplificadora en el nivel del concepto y mutiladora en el nivel de la práctica. Es preciso combatir lo que el autor llama agudamente la ilusión del destino, la hipótesis según la cual de manera inexorable existe un elemento dominante en la construcción del sentido del yo (presente en la religión, la etnia, o la cultura), que nos impone un propósito ineludible – un “destino” -, así como una actitud ante la vida y la muerte sin posibilidades de modificación. Somos en primera instancia, “esencialmente” armenios, peruanos, católicos, musulmanes, etc. Determinados líderes religiosos o políticos trazan programas de acción que exigen nuestra obediencia incondicional, mandatos que pueden implicar el ejercicio de la violencia o la invocación a la guerra. El supuesto teórico de esta perspectiva es que poseemos “una identidad única que no permite elección”[2].

Esta presuposición es manifiestamente falsa. Nuestras identidades se construyen a través de complejos procesos de socialización en el que intervienen diversas fuentes. Desde la Fenomenología del espíritu de Hegel – cuando menos – sabemos que nuestro sentido del yo y los “lenguajes” que le dan expresión toman forma a través del reconocimiento intersubjetivo al interior de mundos vitales y trasfondos significativos susceptibles de interpretación y crítica (dicho sea de paso, es lamentable que algunos "intelectuales" consideren a Hegel un apologeta de la Kulturkampf; este tipo de simplificaciones revelan quiénes se han dedicado sistemáticamente al estudio de la obra hegeliana y quiénes no la conocen realmente - o talvez han llegado a ella por casualidad -, a pesar de citarla o evocarla alegremente en la red o en las aulas; todo es posible, el papel aguanta todo. Reducir el Geist - inclusiva en la forma finita del “espíritu objetivo”- a una especie de ‘infraestructura étnico-cultural’ pone de manifiesto el profundo desconocimiento de los textos del filósofo – claramente un pensador de la autorreflexión tanto como de la historicidad -; ni siquiera se repara en que la categoría “cultura” es desarrollada por Hegel en la Fenomenología como “el mundo extrañado de sí” que supera la inmediatez de la primera eticidad `- y antes, aunque en un sentido algo diferente, como una figura de la autoconciencia -. Pero bueno, sabemos que Hegel suele ser un pensador más citado que leído con rigor). Nuestras identidades no son monolíticas. No están talladas en una sola pieza. Nos remiten a diferentes aspectos que una vida humana particular reconoce como valiosos o como posibles focos de sentido. La idea de una identidad unitaria e indivisa constituye una ficción conceptual, que –proyectada sobre el terreno de la práctica como ‘ideal’ – puede recortar una vida significativa, o someterla al imperio de la violencia bajo la forma de un nuevo Lecho de Procustes.

Las identidades son plurales. Suponen una amplia gama de redes de pertenencia, roles sociales y compromisos que no son ajenos al trabajo de la reflexión y la elección (evidentemente, en contextos sociales muy precisos). Origen geográfico, idioma, costumbres, género, hábitos sexuales, ciudadanía, religión, preferencias literarias, creencias políticas, etc., son dimensiones de nuestra identidad. Cada una de ellas nos remite a formas concretas de comunidad e institucionalidad: Estado, tribus y clanes, vecindarios, familias, escuelas y universidades, comunidades religiosas, partidos políticos, instituciones de la sociedad civil, clubes y otras organizaciones sociales.


“Puedo ser, al mismo tiempo, asiático, ciudadano indio, bengalí, residente estadounidense o británico, economista, filósofo diletante, escritor, especialista en sánscrito, fuerte creyente en el laicismo y la democracia, hombre, feminista, heterosexual, defensor de los derechos de los gays y lesbianas, con un estilo de vida no religioso, de origen hindú, no ser brahmán, y no creer en la vida después de la muerte (y tampoco, en caso de que se haga la pregunta, creer en una “vida anterior”)”[3].


Estos diferentes modos de adhesión y vínculo social constituyen – sin agotarlo – el entramado de mi identidad. Algunos de estos elementos constituyen parte de mi herencia – que puedo asumir, modificar, y, en algunos casos, abandonar -, otros son fruto directo del ejercicio del discernimiento práctico en circunstancias vitales precisas. Por supuesto, no todos estos elementos tienen la misma significación en el seno de mi vida. Sobre la valoración de las facetas de la identidad, Maalouf sostiene acertadamente lo siguiente:


“No todas estas pertenencias tienen, claro está, la misma importancia, o al menos no la tienen simultáneamente. Pero ninguna de ellas carece por completo de valor. Son los elementos constitutivos de la personalidad, casi diríamos que los “genes del alma”, siempre que precisemos que en su mayoría no son innatos.

Aunque cada uno de esos elementos está presente en gran número de individuos, nunca se da la misma combinación en dos personas distintas, y es justamente ahí donde reside la riqueza de cada uno, su valor personal, lo que hace que cada ser humano sea singular y potencialmente insustituible”
[4].


Sen se pregunta qué clase de compromisos, adhesiones y formas de pertenencia tienen prioridad para la construcción de la identidad cuando se trata de plantearse seriamente la pregunta ¿Quién soy yo? Quienes suscriben la ilusión del destino consideran que – a priori – las causas culturales, religiosas y raciales tienen primacía sobre todas las demás. No tiene que ser así. Sen sostiene que es necesario reivindicar nuestra capacidad de elegir los modos de vida ‘que tenemos razones para valorar’ (lo que llama agencia; en la terminología de Martha Nussbaum, razón práctica). Tenemos que generar espacios para elegir por nosotros mismos el orden jerárquico de las facetas de nuestra identidad, y evitar que esta jerarquía nos sea impuesta “desde fuera”. Es perfectamente posible que un individuo creyente en una religión considere que sus exploraciones literarias hayan influido con mayor fuerza que su credo en materia de los determinados compromisos morales o sociales que ha asumido en su vida; esta confesión personal no lo convierte en un blasfemo, o un hereje, o un apóstata. Es posible que otra persona encuentre en su trabajo una fuente mayor de realización que su militancia política de antoño. Por supuesto, esta capacidad de elegir la orientación de nuestra vida puede estar sumamente limitada por las circunstancias – evidentemente, construimos nuestra identidad de cara a condiciones histórico-sociales complejas, eso está fuera de toda duda - , pero eso no equivale a sostener que esa libertad es nula. Ciertamente, si un sistema de creencias y valores – o un régimen político y económico - constriñe severamente nuestras posibilidades de elegir nuestra senda vital, podemos calificarlo de opresivo.

El proceso de configuración de la identidad puede describirse en términos de la composición de una narrativa, un relato que articula – de manera reflexiva y dinámica – las acciones, contextos, relaciones y propósitos que le dan sentido y coherencia a la vida concebida como una totalidad (la idea proviene de Aristóteles, pero ha sido desarrollada luego por Hegel, MacIntyre, Ricoeur, Nussbaum y otros). Se trata de un relato que se compone dialógicamente, a través de la reflexión y la interacción. En sentido estricto, este relato está en permanente construcción y reconstrucción, dado que nuevas experiencias, relaciones o pensamientos le dan giros nuevos (incluso imprevistos) a la narración. Las situaciones de crisis imponen nuevas formas de escritura e interpretación a la luz de nuevos fines y nuevos vínculos. Si bien la vida es comprendida como un todo, esta está abierta a nuevos sentidos y nuevas orientaciones. La cultura misma puede ser concebida en términos narrativos, que introducen esta interesante dialéctica entre el yo, los otros, y las circunstancias de la vida (la tyché de los griegos). En esta perspectiva, nuestra libertad consiste en la habilidad para hilvanar de manera fidedigna – pero también lúcida y penetrante – el relato de nuestras elecciones, valoraciones y compromisos. Benhabib es particularmente persuasiva en este punto:


Nacemos en redes de interlocución o en redes narrativas, desde relatos familiares y de género hasta relatos lingüísticos y los grandes relatos de la identidad colectiva. Somos conscientes de quiénes somos aprendiendo a ser socios conversacionales en estos relatos. Aunque no escogemos estas redes en cuyas tramas nos vemos inicialmente atrapados, ni seleccionamos a aquellos con quienes deseamos conversar, nuestra agencia consiste en la capacidad para tejer, a partir de aquellos relatos, nuestras historias individuales de vida.(…) Así como una vez que se han aprendido las reglas gramaticales de un idioma éstas no agotan nuestra capacidad para construir un número infinito de oraciones bien armadas en ese idioma, la socialización y la aculturación tampoco determinan la vida de una persona, o su capacidad para iniciar nuevas acciones y nuevos enunciados en la conversación[5].”


Siguiendo esta línea de reflexión, la represiva ilusión del destino consistiría en fijar de antemano reglas presuntamente "inapelables" y propósitos rígidos para la construcción de la narrativa cultural, el intento por impedir o limitar por la fuerza el ejercicio de la conversación intracultural e intercultural. En las sociedades cerradas – aquellas que que aspiran a la homogeneidad cultural o moral – la heterodoxia e incluso el exilio voluntario están prohibidos, constituyen una traición a la presunta identidad “esencial” y su “destino”. En esos casos, la cultura puede convertirse ya no solamente en una fuente de identidad y fuente de reconocimiento, sino en una verdadera prisión. Esta concepción neoconservadora de las identidades constituye el caldo de cultivo de las formas de control político y “espiritual” que gozan las autoridades que predican el integrismo.


Cualquier visión de las culturas como totalidades claramente definibles es una visión desde afuera que genera coherencia con el propósito de comprender y controlar. (…). Desde su interior, una cultura no necesita parecer una totalidad (cerrada); más bien, configura un horizonte que se aleja cada vez que nos aproximamos a él”[6].


La cultura y la religión pueden ser utilizados ideológicamente para lograr fines para nada edificantes. Consideremos brevemente el caso de la religión. Puede constituirse en una fuente de florecimiento y libertad, pero puede convertirse – en las manos incorrectas – en una fuente de dominación que distorsiona su mensaje. La religión puede manifestarse como un elemento cohesionador de la sociedad, pero no siempre para bien: corresponde a los creyentes (y a los agentes en general) discernir el sentido de su práctica y la conducta de sus autoridades de cara al espacio público. Es cierto que en la Irlanda del siglo XIX y en la Polonia del siglo XX la invocación al catolicismo en parte hizo posible la construcción de una agenda de libertad, soberanía y reivindicación de derechos. Sin embargo, no es menos cierto que en la Argentina de Videla, el Chile de Pinochet y la España bajo Franco se proclamaba ideológicamente los valores de la “tradición occidental y cristiana” para defender regímenes dictatoriales que practicaban la supresión de los derechos ciudadanos y el asesinato. Por supuesto, nada de lo que hacían estos malhechores tenía que ver con el Evangelio.


Sen considera que muchos políticos e intelectuales contemporáneos se equivocan al sostener que el modo “adecuado” de combatir el fundamentalismo consiste en des-cubrir el “lado amable” de las religiones y las culturas, apoyar a los líderes religiosos “moderados” para que la opinión pública pueda reconocer que la figura de una religiosidad abierta y dialogante no constituye una ficción. Ello permitiría al ciudadano común apreciar la transformación de la conciencia católica que supuso la Gaudium et Spes o caer finalmente en la cuenta de que “el Islam no es Al Qaeda”, por ejemplo. Es evidente que identificar la religiosidad con el fanatismo religioso constituye un profundo error. Está claro que el Islam no es Al Qaeda. El Islam practicaba la tolerancia religiosa en los reinos moros de España en tiempos en que los cristianos europeos usaban la Inquisición para preservar la “pureza doctrinal” de sus fieles. Sin embargo, la salida más juiciosa no es esa. El proyecto más eficaz – en un largo plazo -, sostiene el pensador indio, es promover la agencia y el ejercicio de la libertad cultural, la libertad de suscribir o cuestionar las tradiciones, salir o entrar en nuestras comunidades. Reconocer que nuestras identidades son plurales, y que la imposición de una identidad singular acrítica constituye una forma de mutilación moral, una forma de violencia simbólica que no deberíamos aceptar. Las políticas públicas en materia cultural tendrían que estar dirigidas a garantizar espacios de discernimiento y elección en torno a la relevancia de las facetas de nuestra identidad (también en materia intercultural: uno de los modos posibles de evaluación de la "significatividad" de una cultura alude a cuán saludablemente plantea sus relaciones con las otras culturas y otras identidades). Nuestro sentido del yo se construye, no se descubre.

Las reflexiones de Sen, Benhabib y Maalouf buscan desmontar la lectura “civilizatoria” orquestada por los asesores neoconservadores que colaboraron con la administración Bush. La hipótesis de la fuente cultural y religiosa como la matriz dominante de los conflictos violentos que el mundo padece en la hora presente constituye una presuposición altamente cuestionable, entre otras cosas, porque simplifica y distorsiona gravemente la complejidad de las propias identidades y torna invisibles las posibilidades del cultivo de la agencia y la libertad cultural como condiciones para una vida humana de calidad. El bosquejo de Huntington está dibujado con brocha gorda, con trazos imprecisos que empañan una visión más penetrante de las relaciones internacionales, interculturales e interreligiosas, así como dificultan una comprensión más clara del fenómeno de la violencia. Entre otras cosas, describe los conflictos culturales como inexorables. Sin duda, un diagnóstico como ese, además de impreciso, no ayuda a conjurar el odio cultural; en determinados contextos – como asevera el autor de Identidad y violencia -, puede llegar incluso a promoverlo o agudizarlo. En lugar de pintar el mapamundi con colores gruesos para identificar los “frentes civilizatorios” en pugna, deberíamos concentrarnos más en la complejidad y el detalle de lo que significa configurar de facto las identidades humanas.







[1] Sen, Amartya Identidad y violencia Buenos Aires, Katz p. 16.
[2] Ibid., p. 15.
[3] Ibid, p. 44.
[4] Maalouf, Amin Identidades asesinas op.cit., p. 19.
[5] Benhabib, Seyla Las reivindicaciones de la cultura Buenos Aires, Katz 2006 pp. 44 -5 (las cursivas son mías).
[6] Benhabib, Seyla Las reivindicaciones de la cultura op.cit., pp. 29 -30 (las cursivas son mías).

jueves, 23 de abril de 2009

APUNTES SOBRE EL CONCEPTO DE CIUDADANÍA








Gonzalo Gamio Gehri
I

En una nota del diario conservador Correo, Carlos Meléndez me acusa de distinguir de manera antojadiza entre “ciudadanos” y “fujimoristas”:
“Pensemos en el ciudadano fujimorista "de a pie" (no como Gonzalo Gamio, que opone "ciudadanos" versus "fujimoristas")”.
Me extraña la mención (por demás gratuita), y lo que en ella se insinúa. Quisiera saber en qué texto yo planteo esa distinción, o excluyo explícitamente a los fujimoristas de la condición ciudadana. Nunca he sugerido nada parecido: creo que la lectura que hace Meléndez de mis textos no es la correcta y presenta serias imprecisiones conceptuales. Cuando ha pretendido justificar su lectura, algunas falacias han aparecido. He sostenido que los individuos son titulares de derechos y agentes políticos, y la constitución y las leyes reconocen esta condición en ellos sin distingos de cultura, raza, género, etc., y por supuesto, sin hacer distingos en razón de sus creencias políticas. Uno puede ser incluso contrario a la democracia y a los Derechos Humanos, y eso no modifica un ápice su condición de ciudadano.
Tampoco he sugerido que los fujimoristas tengan una conducta no racional. Ser racional es actuar conforme a principios, de modo que se pueda reconstruir mi acción – y la de los otros – reconociendo móviles, medios, fines, etc. En suma, ser capaz de actuar de modo inteligible. Nunca he dicho que los fujimoristas sean irracionales: actuar o movilizarse buscando la eficacia o la "mano dura" también es parte de una conducta racional. Que se trata de propósitos discutibles, incluso cuestionables, es evidente. Puedo discrepar respecto de sus principios (incluso considerarlos inmorales), así como cuestionar la legitimidad de sus medios, pero eso no equivale a consoiderarlos irracionales.
Quisiera recordar algunas ideas que he esbozado antes sobre la doble raíz del concepto de ciudadanía (antigua y moderna). Voy a sostener que nos definimos como ciudadanos apelando a la concepción clásica (“agentes políticos”) y a la concepción ilustrada / liberal (“sujetos de derechos”). Voy a poner énfasis en el tema de la participación.
II

Si examinamos la tradición filosófico-política occidental, constatamos que desde ésta se han construido dos grandes concepciones de ciudadanía. La primera – la ciudadanía como condición -, nos remite a la génesis misma del pensamiento liberal. La segunda – la ciudadanía como actividad – tiene un origen clásico. Mostraré en que medida una comprensión compleja del agente político de las democracias tardomodernas incorpora los elementos de ambas perspectivas[1]. Ambas imágenes de la ciudadanía aportan articulaciones de valor a la democracia y a la cultura de los Derechos Humanos.

La primera concepción de ciudadanía es un desarrollo del esquema liberal, centrado en la condición política y legal de los individuos como titulares de derechos inalienables (y deberes para con la preservación de la sociedad y el cuerpo político que garantiza tales derechos). El nacimiento y los procesos de naturalización confieren al sujeto el estatuto de ciudadano. Esta perspectiva se nutre teóricamente de las filosofías del contrato social, que conciben la estructura básica de la sociedad como producto de un hipotético acuerdo voluntario entre individuos libres e iguales, que deciden configurar los principios que regulan la vida común y dan forma a las instituciones. Las ‘partes’ del contrato eligen estos principios desde una supuesta situación de imparcialidad – el Estado Natural en el contractualismo clásico, la “posición original” en el planteamiento de John Rawls – a la que acceden al ‘poner entre paréntesis’ sus concepciones de la vida buena, así como la información con la que cuentan acerca de su lugar en el sistema socioeconómico e incluso el conocimiento de sus talentos naturales. El Estado natural y la “posición original” constituyen imágenes antijerárquicas de la vida social; nos recuerdan que la fuente de legitimidad del poder constituido reside estrictamente en el consentimiento racional de los individuos.

El cuerpo político concede a todos los individuos iguales privilegios y prerrogativas a todos los individuos, protege sus vidas, su libertad y sus propiedades (he aquí el germen de los llamados “Derechos Humanos de primera generación”). El Estado – por encargo de quienes componen la sociedad – vela por el estricto cumplimiento de la ley, pero deja un amplio margen de libertad (entendida en este punto como un espacio de no intervención) en el ámbito privado. De este modo, las personas pueden discutir o elegir sus visiones personales de aquello que le confiere sentido a su existencia, o pueden decidir sin obstáculos (siempre y cuando no vulneren la ley) qué asociaciones crear o qué clase de creencias suscribir o abandonar. El Estado debe garantizar que estas decisiones puedan concretarse, pero él mismo no puede inmiscuirse en el proceso de decisión, que es responsabilidad exclusiva de los individuos. Más adelante, se crearon instituciones internacionales cuya función residía precisamente en garantizar esas libertades ante los Estados.

La segunda concepción describe la ciudadanía como una forma de vida. Nos remite a la definición ofrecida por Aristóteles en la Política, según la cual ciudadano es aquel que a la vez gobierna y es gobernado[2]. Es gobernado porque se atiene a las decisiones que se toman en las asambleas; es gobernado porque acata las directivas de las autoridades legítimamente constituidas. Pero también gobierna, en tanto participa activamente en los debates públicos realizados en las reuniones de las asambleas, y ha intervenido en los procesos de elección de los representantes de su comunidad. En esta línea de reflexión, el ciudadano es un agente político, que construye con sus iguales – a partir de la palabra y de la acción – un destino común de vida. Si para la interpretación liberal ejercicio de la política constituye para las personas una opción vital entre otras, de modo que puede elegir replegarse y comprometerse con otras actividades, en la versión clásica se convierte en el corazón mismo de la ciudadanía.

Se trata de dos interpretaciones de la ciudadanía que son complementarias en una democracia constitucional inserta en la cultura de los Derechos Humanos (con primacía de la primera sobre la segunda). La ciudadanía como condición pone énfasis en las formas de protección del individuo que los Estados deben observar rigurosamente, con el fin de que éste pueda encontrar – al interior de espacios sociales libres de violencia y coacción ilegítimas – sus propias formas de realización. Esta perspectiva supone una cierta cultura legal (y una cierta ‘sensibilidad constitucional’) que lleva al individuo a reconocer el Estado de Derecho como el trasfondo público que garantiza la posibilidad de una vida libre y civilizada. La ciudadanía como actividad nos recuerda a los usuarios de un régimen democrático que podemos ser coautores de la ley y en general sujetos responsables de aquello que sucede con nuestras instituciones. Desde los escenarios abiertos en los fueros del Estado, en los partidos políticos y en la sociedad civil, los agentes pueden realizar funciones de vigilancia y control democrático del poder. Sin ciudadanos alertas, los gobiernos pueden ceder a la tentación de generar políticas autoritarias, o de asumir una actitud concesiva respecto de los casos de corrupción y violación de la ley. La política cívica se pone al servicio de la defensa de los derechos de las personas.

La democracia y la cultura de los Derechos Humanos no puede fortalecerse sin ciudadanos dispuestos a actuar y a denunciar el abuso en donde aparezca. El asesinato, la tortura y las desapariciones forzadas constituyen violaciones de estos derechos, pero también la pobreza y la autocracia, racismo, la discriminación sexual, constituyen lesiones gravísimas contra la humanidad del otro. Es preciso combatir la violencia directa, pero también la violencia estructural que la promueve y la violencia cultural que la legitima (la clasificación es de Johan Galtung). Sin agentes políticos que cultiven el respeto por el otro y estén dispuestos a movilizarse por ello y presionar democráticamente por ello, la Declaración universal de los Derechos Humanos puede convertirse en un saludo más a la bandera. En un país como el nuestro, en donde la extrema pobreza y la ausencia del Estado constituyen un hecho verificable, en el que todavía existen cuatro mil fosas comunes identificadas y sin abrir, está claro que los Derechos Humanos no han sido una prioridad para nuestra (autodenominada) clase dirigente. Incluso en la actualidad, muchos columnistas de la prensa conservadora siguen predicando la impunidad de los perpetradores mientras que no pocos congresistas aderezan cuando pueden inconstitucionales leyes de amnistía. Corresponde a todos los ciudadanos – más allá de las afinidades ideológicas que uno cultive, o de la tienda política a la que se pertenezca, finalmente - comprometerse para que esta historia siga un curso diferente.





[1] He discutido el concepto de ciudadanía en Gamio, Gonzalo “El cultivo de las Humanidades y la construcción de ciudadanía” en Miscelánea Comillas. Revista de Ciencias Humanas y Sociales Vol. 66 (2008) Nº 29 pp. 237 – 54.
[2] Política 1277b 10.

lunes, 20 de abril de 2009

LOS DEBATES PENDIENTES



Gonzalo Gamio Gehri


Hace poco más de un par de semanas, este blog cumplió dos años de existencia. Pretende ser un espacio para la discusión filosófica y cívica sobre la política y el mundo ordinario. En ocasiones – como ahora mismo – concentro toda mi atención en la discusión política de coyuntura. He querido en todo momento dialogar y pensar con quienes estén interesados en estos temas - filósofos y no filósofos, da igual - recurriendo juntos al lenguaje corriente y al trabajo conceptual. En otros casos, me detengo en cuestiones filosófico-políticas y éticas que pueden ser de utilidad para esclarecer (siquiera parcialmente) los conflictos que se plantean en el espacio público. Este blog se ha convertido un escenario de debate para personas provenientes de diferentes derroteros ideológicos, gente de derechas y de izquierdas de todos los grados, inclusive de sectores extremistas (no me sorprendería, por poner un ejemplo, que algunos de esos participantes radicales estuviesen disponiéndose a celebrar hoy el cumpleaños número 120 del genocida Adolf Hitler). Por supuesto, todo aquel que administra un blog sabe que tiene que lidiar con la agresión, la intolerancia y el irrespeto tanto como con el diálogo y la interacción de horizontes. Todo aquel que esté dispuesto al libre intercambio de argumentos es bienvenido, no así el que cultiva la violencia y opone al razonamiento la consigna, el insulto o las meras proclamas sin fundamento. Este espacio ha sido pensado para el aprendizaje mutuo, la búsqueda de la verdad y la meditación en torno a aquello que nos preocupa.

También ha sido señalado que el horizonte desde el cual escribo es el de la cultura de los derechos humanos y el de la ética cívica democrática. Se trata de un trasfondo que permite examinar críticamente los problemas sociales y políticos relativos a la justicia, la exclusión y la violencia, pero se trata de un trasfondo que es susceptible de escrutinio e interpelación. La tarea del filósofo consiste en la permanente revisión crítica de las presuposiciones que orientan el saber y la práctica. Una vida sin examen – recuerda Platón en la Apología de Sócrates – no merece la pena vivirse. El ethos de los derechos humanos – como cualquier sistema de creencias y valores – requiere del dinamismo de la reflexión.

El caso de la condena de Fujimori constituye un hito en la historia de la defensa de los derechos humanos en el Perú. Algunos analistas temen que el tema genere polarizaciones en el país. Yo considero que la toma de posición sobre un tema tan sensible como éste resulta fundamental para que crezcamos como sociedad, aún bajo el riesgo de la polarización. Ayer Mario Vargas Llosa publica - en El ComercioAviso para dictadores, un sesudo artículo en el que destaca el rigor y el valor de un tribunal que ha llevado un proceso ejemplar y ha emitido una sentencia que pone de manifiesto las razones por las que un ex gobernante puede ser condenado a la pena máxima en materia de homicidio calificado y secuestro:

“Uno de los aspectos más aleccionadores de la sentencia es la demostración inapelable de que, contrariamente a la pretensión de los fujimoristas de exonerar al ex dictador con el argumento de que Montesinos era quien delinquía y, aquel, un cándido que no se enteraba de nada de lo que pasaba bajo sus narices, había una absoluta simbiosis del dictador y su asesor, la que existe entre una persona y su sombra o entre el muñeco y el ventrílocuo que lo hace hablar. Ambos se repartían un trabajo en el que, por una parte, los hombres del poder se enriquecían a manos llenas, eliminaban adversarios, compraban y amedrentaban jueces, copaban cargos públicos, y de otra, mediante el soborno o el chantaje, controlaban los medios para manipular a la opinión pública con campañas televisivas ad hoc y hundir en el desprestigio a sus críticos valiéndose de los plumarios de una prensa amarilla que financiaban o de conductoras de reality shows.


Solo en un medio ambiente semejante, de desplome total de la legalidad y la decencia política, de imperio del úcase y la prepotencia, se entiende que prosperara el grupo Colina y que en un par de años asesinara, en nueve operaciones perfectamente planeadas y ejecutadas, a unas cincuenta personas. Quienes integraron sus filas sabían que lo que hacían estaba ordenado y amparado por la más alta autoridad y, por eso, recibieron el amparo logístico necesario de la institución militar y el encubrimiento político y judicial debido —incluida una ley de amnistía— cuando sus negras hazañas fueron descubiertas y denunciadas. Lo que no sabían es que la dictadura caería —siempre caen—, la democracia rebrotaría de sus cenizas y —por primera vez en la historia del Perú— un ex dictador y sus principales cómplices serían llevados al banquillo de los acusados.”


Comparto el análisis y el optimismo del autor, pero soy consciente también de la dura lucha política que se avecina. Ya numerosos políticos, periodistas y agencias encuestadoras que habían cooperado con el fujimorato han vuelto – luego de una larga pausa en los tiempos de la transición y el gobierno de Toledo – ha exhibir las viejas armas que emplearon al servicio de Fujimori y la organización que encabezó. Los juicios por corrupción están por comenzar, pero la condena del 7 de abril dejará una larga estela de confrontaciones ideológicas. Creo que esta situación debe ser ocasión para plantear una serie de discusiones conceptuales importantes que podrían contribuir – en mayor o menor medida – a aclarar puntos confusos y a purificar algunos prejuicios que emergerán en el debate mediático.

1.- La discusión académica – propia de juristas y filósofos del derecho - en torno a la teoría de la autoría mediata y las razones por las cuales el caso de Fujimori puede asumir la figura de la autoría mediata.


2.- El examen del concepto de “prueba” e “indicios” en la teoría y la epistemología jurídicas a la luz de las investigaciones más recientes.


3.- El análisis politológico de los conceptos de “autoritarismo”, “dictadura” y “tiranía”. Discutir qué categorías permiten describir mejor el recorte de las libertades, el debilitamiento de las instituciones y el sistema de corrupción generalizada y las violaciones de los derechos humanos bajo el régimen de Fujimori.

4.- El carácter y alcances de los derechos humanos. La imposibilidad de “indulto” y “amnistía” para casos de violaciones de los derechos humanos.


Este tipo de discusiones – y otras posibles – podrían contribuir a acotar y denunciar la manipulación y el prejuicio en el debate mediático (p.e., "a Fujimori se le condena sin pruebas", y otras suposiciones discutibles), y a informar y a incorporar al diálogo al ciudadano interesado. En algunos casos se trata de debates propios de especialistas, pero que tienen efectos en la corrección del diálogo en la esfera de opinión pública. En cuanto al ámbito propiamente político-cívico, creo que es pertinente recordar el tipo de descomposición moral que exhibió el fujimorato, para el cual la persecución a la prensa independiente, el control de las instituciones y los medios, e incluso las violaciones de los derechos humanos eran moneda corriente. En este punto, los vladivideos constituyen una fuente fecunda. Ricardo Vásquez Kunze ha recordado – en Las Furias – el modo en que los fujimoristas solían plantear la posibilidad de perpetrar crímenes para preservar el poder que gozaba el régimen de Fujimori:


Finalmente, el furor de Luisa María Cuculiza se desborda en defensa de su líder, Alberto Fujimori. “Es inocente y no sabía nada”, grita en jarras. De repente no sabía cuando ella y Montesinos conspiraban contra Carlos Ferrero. “A ese hijo de perra yo lo desaparecería ahorita. Es una malagua de mierda. ¡Ay, doctor, que le pase algo a este hombre!”. Tsífone, la verdugo, no lo habría hecho mejor."

miércoles, 15 de abril de 2009

TRAS LA SENTENCIA




Gonzalo Gamio Gehri


Vuelvo brevemente sobre el tema de la sentencia y el ‘frente político’ que se abre con ella – como en otras ocasiones, escribiendo en el registro de la preocupación ciudadana, esa perspectiva que irrita a los “científicos” que prefieren el discurso grandilocuente y las letras góticas, los posts plagados de citas (aunque no siempre rigurosamente conectadas a una argumentación detenida, sobria y clara, sustancial), el esnobismo "intelectual", el mal uso de la lógica inductiva, las alusiones light a los griegos, etc. -. No importa. Prefiero tomar en serio mi posición de ciudadano preocupado por lo que sucede en la sociedad - en la "caverna" -, antes que simular una fría mirada "objetiva", "nórdica", el enfoque de quien pretende sobrevolar serenamente el escenario político y examinar sus conflictos 'desde fuera'.
No es el caso del académico cuyo texto voy a comentar a continuación. Leo el último artículo del notable politólogo Martín Tanaka aparecido en La RepúblicaLa condena de Fujimori – en el que considera plausible el razonamiento que lleva al tribunal presidido por San Martín a condenar al ex presidente a 25 años de cárcel. Se trata de un texto persuasivo y agudo. No obstante, Tanaka hace una concesión a los objetores mediáticos del fallo, que encuentro innecesaria y discutible:

“Si uno busca en la sentencia “pruebas sólidas” (como lo hacen Federico Salazar o José Luis Sardón en sus últimas columnas), de que Fujimori creó y dirigió el grupo Colina, o que ordenó personalmente las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, en efecto, no las va a encontrar. Si uno lee el fallo buscando vínculos directos entre Fujimori y estos crímenes, encontrará, me parece, un documento con lagunas e inferencias arriesgadas.”

Tanaka admite que no existen “pruebas sólidas” contra Fujimori. No entiendo a qué se refiere realmente con esta aseveración. Repito lo que se ha señalado muchas veces: ¿Qué podría considerarse una “prueba sólida” en el contexto de un proceso a un ex presidente acusado de homicidio calificado y secuestro? ¿La existencia de un arma humeante con las huellas de Fujimori? ¿Una orden de asesinato contra los estudiantes y el profesor de la Cantuta, firmada y sellada por la Presidencia de la República? Eso es precisamente lo que pedía la Defensa del acusado. Es evidente que nada de eso se podría encontrar. Nakazaki solicitaba buscar lo que sabía perfectamente que no existía, y que no podía existir. La construcción de un aparato de poder – dirigido por Montesinos con el conocimiento y apoyo de la Presidencia –, constituido para implementar una “doble estrategia” antisubversiva, asume como uno de sus propósitos fundamentales garantizar la impunidad de quienes comandan esta organización. La búsqueda de armas y documentos oficiales que muestren de una manera directa e inmediata la responsabilidad de Fujimori en estos hechos delictivos estaría condenada al fracaso de un modo semejante a la absurda pretensión de encontrar una llave que activa las cámaras de gas en los campos de exterminio con las huellas de Adolf Hitler.

El aparato de poder destinado a perpetrar esta clase de crímenes está diseñado para proteger a sus altos mandos de esta clase de acusaciones y procesos. Es por eso que se optó por seguir la 'teoría del autor mediato' y buscar el hilo de un argumento sólido que revele la responsabilidad de Fujimori frente a este aparato de poder, el otorgamiento de prerrogativas especiales a Montesinos en esta materia, los beneficios oficiales conferidos a los miembros del Grupo Colina, el encubrimiento sistemático de las masacres de Cantuta y Barrios Altos, la ley de Amnistía, etc. El Tribunal examinó una serie de documentos y contrastó múltiples testimonios que constituyeron los insumos del razonamiento que concluyó con la condena de Fujimori.

Creo que es un buen momento para que los juristas emprendan la tarea de discutir teóricamente la perspectiva del autor mediato, y expongan sus argumentos al escrutinio ciudadano. En otro pasaje de su artículo, Tanaka sostiene acertadamente que Fujimori recibió la pena máxima al negarse a reconocer la complicidad de Montesinos en la comisión de estos delitos, y al rechazar asumir alguna suerte de mea culpa frente a los hechos que eran materia del proceso. Desestimó hacer suyo el argumento cínico – “realista” para otros – del sector más extremista del fujimorismo, representado por la Dirección del diario La Razón. Tanaka recuerda como el editorial retoma las palabras que el autor de Virtú e Fortuna atribuyó - en un antiguo y original post - al mismísimo Mefistófeles (cfr. la Carta de Mefistófeles a Alberto Fujimori):

“... en vez de hacer sumas y restas sobre meses o años más o menos en prisión, Fujimori debería decir lo que todos saben pero callan hipócritamente: para lograr la paz se tenía que pagar una cuota de sangre”.

Efectivamente, como afirma Tanaka, Uri Ben Schmuel expresa sus pensamientos con una honestidad realmente brutal. A su juicio, las acciones de Colina eran “necesarias” para lograr la pacificación. Se trata de un pensamiento moralmente inaceptable, e históricamente falso: sabemos que la derrota de sendero Luminoso se debió fundamentalmente al trabajo de inteligencia policial, y no a la estrategia de “guerra sucia”. Sin el trabajo del GEIN y de los Comités de Autodefensa (CADs) no se hubiese logrado la victoria sobre el terrorismo. Hay que decir también que el propio cabecilla terrorista Abimael Guzmán había declarado – en una conocida entrevista – que el éxito de su criminal “revolución” requería el pago de “una cuota de sangre”. Curiosa coincidencia. Las mismas palabras, el mismo desprecio por la vida. A veces, los extremos tienden a tocarse.

lunes, 13 de abril de 2009

ENTRE EL 5 Y EL 7 DE ABRIL: LA CAÍDA DE FUJIMORI Y LA REACCIÓN FUJIMORISTA







SOBRE "DIOSES" Y "GEISHAS"



Gonzalo Gamio Gehri



En un 5 de abril el fujimorismo logró afirmarse en el poder casi sin resistencias. Un 7 de abril ha marcado el inicio del fin de la presencia de Alberto Fujimori en la vida política peruana. Más importante todavía, se ha probado que nadie es intocable para la justicia peruana, que un ex presidente puede recibir una larga condena si promueve y encubre violaciones a los Derechos Humanos. Martha Chávez ha manifestado en Punto Edu que los fujimoristas no se detendrán hasta que las instancias legales nacionales e internacionales declaren nula la sentencia emitida hace poco menos de una semana. Será una cuestión de justicia poética ver a los fujimoristas apelar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para lograr tal propósito. Por supuesto, tienen derecho a hacerlo. Se trata del mismo derecho que intentaron negarle al peruano de a pie cuando pretendieron que el Perú salga de la jurisdicción de la Corte.

Creo, de todos modos, que el escenario político que se abre tras la sentencia es el más importante, en comparación con las reacciones fujimoristas en el plano legal. Ahora muchos políticos y analistas – los que se “democratizaron” después de la caída del régimen de Fujimori – dejan ver el kimono que siempre llevaron puesto. Es momento de examinar con detenimiento la sentencia, y debatir con el texto en la mano. Dejemos los slogans para los fujimoristas´, y concentrémonos en los argumentos. No obstante, yo no pienso escudarme en una “mirada científica”, desvinculada de lo que aquí está en juego. Vayamos al documento, argumentemos, pero no dejemos de fijar una posición en este debate. No me interesa el punto de vista desde ningún sitio; la reflexión conceptual siempre está instalada en algún lugar. En este caso, en la cultura de los Derechos Humanos y la ética cívica. No pierdo de vista lo que se pone en riesgo aquí. Una mirada “objetiva” y distante – “epistémica” para los que aprecian la (hace tiempo superada) distinción clásica entre dóxa y epistéme para el caso del pensamiento ético y político – puede disolver o dejar escapar una serie de matices que sólo se revelan en la perspectiva del agente. Me rehuso a concebir la vida ética y política como un gigantesco ajedrez en el que las piezas se mueven calibrando potenciales costes y beneficios. Percibirse a sí mismo como un espectador fuera del escenario sociopolítico – o pretender estar fuera del mismo – y además suponer que se conocen las reglas que se observan en él me parece un signo de miopía conceptual (y acaso falta de fortaleza moral).

Me gustaría comentar brevemente un dato importante para el análisis que ha sido tocado sólo en algunas notas periodísticas. Se ha dicho que la sentencia contiene una estructura lógica digna de destacarse. Se dice que el texto no concede ningún punto a la argumentación de la defensa. Se sostiene que, en parte, ello se debe a que el propio acusado Fujimori – en su alegato final – no recogió ningún argumento esbozado por Nakazaki; en lugar de ello, pronunció un discurso pletórico de soberbia y autocomplacencia acerca de las bondades de su política antisubversiva, la misma que habría “salvado” al Perú de la barbarie. Por supuesto, tales afirmaciones evitaban toda referencia al trabajo previo del GEIN y al cambio de estrategia en tiempos de García. Fujimori indicó que bajo su gobierno no hubo ninguna “guerra sucia”, sino la acción aislada y traicionera de un “sector militar” (no del todo identificado) que perpetró las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. Este es mi punto: en ningún momento de su alegato el reo mencionó a Montesinos como parte de esa presunta "facción díscola" de las Fuerzas Armadas, a pesar de que está probado que Montesinos se hallaba detrás de la organización y operativos del Grupo Colina. ¿Por Qué no mencionó a su ex asesor? ¿Los cómplices están actuando nuevamente en coordinación? Se trata de una hipótesis que debe ser examinada rigurosamente. Es preciso señalar que la hija del acusado omite – tanto en discursos como en entrevistas – cualquier referencia al ex jefe real del SIN.

En general, Montesinos es el gran ausente en las declaraciones públicas de los líderes fujimoristas; diríase que su participación en el régimen de la década del noventa fue intrascendente. O estas omisiones revelan temor frente a lo que Montesinos pudiese revelar ante los tribunales, o pone de manifiesto la complicidad de los antiguos socios. Incluso los fujimoristas" de a pie", los que manejan la tesis inverosímil de que Fujimori y Montesinos actuaban por separado (y que el primero no sabía nada de lo ejecutado por el segundo) deberían reparar en esas omisiones. En casos como estos, el silencio puede ser bastante elocuente.
La caricatura es de Carlín.

viernes, 10 de abril de 2009

CREENCIA Y ENCARNACIÓN: REFLEXIONES SOBRE EL SERMÓN DE LAS TRES HORAS



Gonzalo Gamio Gehri



Siempre veo – como una costumbre ya instalada en mi vida – el llamado Sermón de las tres horas por televisión. En parte porque la relación entre Iglesia y sociedad me parece importante, desde el punto de vista de una ética civil secularizada y desde la vida democrática; en parte porque me considero un hombre de fe y me interesa mucho conocer la perspectiva de los diferentes sectores eclesiales; en parte porque la homilética es un arte retórico sofisticado que aprecio junto con la propia prédica. En fin, como creyente católico, ciudadano y académico me interesa escuchar el Sermón. Y comentarlo críticamente.

Debo decir que el Sermón de este año no deja mucho para el diálogo conceptual, a diferencia de otros años. La estupenda intervención de Armando Chico - a quien conozco desde sus años de estudiante - en torno a la Palabra Tengo sed fue, en mi opinión, la solitaria excepción. Muchos participantes repiten la ocasión. Como siempre, la palabra Dios mío ¿Por Qué me has abandonado?, que es la que me parece más profunda y poderosa para nuestro tiempo – es la menos trabajada y desarrollada críticamente a pesar de su riqueza existencial y especuñativa. Quedó muy poco para el debate filosófico – teológico este año, quizás sólo una controversial reflexión de la Séptima Palabra, en la que se identificó aceleradamente el agnosticismo como una posición éticamente indolente e espiritualmente indiferente. No estoy de acuerdo. Se simplifica en demasía el agnosticismo, y se ignora lo que significa en clave intelectual. No soy agnóstico – soy creyente en mi fe cristiana y en el trabajo de la razón que busca entender lo que cree -, pero yo no caricaturizaría tal posición, la examinaría con atención y sin simplificaciones de ninguna clase. El agnóstico declara que no puede conocer la esencia divina, y que la razón cognoscitiva no puede demostrar la existencia en Dios. Podríamos – más allá de las distancias – evocar a Protágoras en este punto, cuando dice:




"Respecto a los dioses, no puedo saber si existen
o no existen nicual puede ser su forma, pues muchos son los impedimentos para
saberlo, laoscuridad del problema y la brevedad de la vida del
hombre”(1).



Sin embargo, las dudas que el agnóstico plantea en torno a la potencia de la razón frente a este tema no tiene porqué llevarlo necesariamente a la increencia. Hay quienes deciden no creer hasta saber, y quienes precisamente creen sin necesidad de saber. Era el caso del luterano pietista y filósofo Inmanuel Kant. El comentarista de la Séptima Palabra considera categórico que el agnóstico incurre forzosamente en una suerte de raquitismo moral. No considero eso evidente ni argumentativamente estricto. Yo considero – al contrario, y a pesar de no ser nada kantiano en ética, sino más bien neoaristotélico / hegeliano – que pocas mentes filosóficas han sido tan rigurosas y enfáticas en asumir y fundamentar una moral de obligaciones absolutas como Kant.

Decía que la Palabra Dios mío ¿Por Qué me has abandonado? Resultaba profundamente espiritual – tan llena de humanidad - en la hora presente, tiempo de memoria y de decisiones importantes en la ética, en la política y en la religión. Me remito para ello a G.K. Chesterton, ese extraordinario escritor y pensador católico, autor de una aguda biografía de San Francisco de Asís, y otra de Santo Tomás de Aquino. Adviero que, curiosamente, se trata de un autor "no problemático"; lo digo para prevenir de una vez la "embestida" de improvisados y desinformados 'cazadores doctrinarios de brujas' (pues nunca faltan, y deambulan por allí en la Web), aquellos que le temen al pensamiento libre. Documentarse nunca está de más - aún para esos blogueros intolerantes -; el prejuicio es mal consejero. Las frases de Chesterton pueden sonar polémicas, pero están cargadas de fe y poderosa lucidez:

“Cuando tembló la tierra, y el sol se ocultó del cielo, no fue por la crucifixión, sino por el grito que partía de la cruz: el grito que confesaba que Dios había abandonado a Dios. Y ahora que los revolucionarios elijan un credo entre todos los credos, un dios entre todos los dioses del mundo, luego de haber comparado minuciosamente a todos los dioses de asistencia segura y de invariable poder. No encontrarán otro Dios que se haya rebelado. Y aún más (aunque el asunto se hace demasiado difícil para la expresión humana), dejemos que los ateos elijan un Dios. Encontrarán sólo una divinidad que haya traducido su desamparo: solamente una religión en la cual, por un instante, Dios pareció ser ateo”(2).


Lo que Chesterton pone de manifiesto tan persuasivamente en el texto citado es la compenetración más profunda del cristianismo con el sentido de la humanidad. Esa clase de experiencias ponen de relieve – a juicio de este inspirado autor – la encarnada divinidad y la poderosa humanidad de Jesús. Se trata de un Dios que amó habitar entre los hombres – particularmente entre los más pequeños – y que se identificó con ellos hasta en el dolor y el temporal sentimiento de vulnerabilidad y abandono.



(1) Fragmento 4 en Diógenes Laercio, IX, 51 y en Eusebio, Prop. Ev., XIV, 3, 7.
(2) Chesterton, G.K. Ortodoxia México, Porrúa 1998 p. 79.

LA PRENSA CONSERVADORA Y LA OPCIÓN POR LA IMPUNIDAD





COMENZÓ EL BAILE DE MÁSCARAS




Gonzalo Gamio Gehri



En momentos en que la opinión pública internacional celebra la sentencia condenatoria contra Fujimori por homicidio calificado, lesiones graves y secuestro – y los juristas comienzan a analizar con interés académico un documento que consideran ejemplar -, el tablero de ajedrez mediático – político se va organizando para intentar torcer el brazo de la justicia. Los fujimoristas – con Keiko Fujimori a la cabeza – desestiman lo que el Poder Judicial pueda hacer al respecto. Está claro que cuando el Sistema judicial no está bajo control tiránico (y cuando éste muestra signos de independencia) los partidarios de la dinastía fujimorista lo rechazan sin reparos. No olvidemos el burdo aparato de impunidad que montaron para evitar que el tema Cantuta / Barrios Altos pudiera ser resuelto con justicia: primero lo derivaron arbitrariamente al fuero militar – para convertirlo en un “delito de función” y no en un crimen de lesa humanidad -; luego decretaron una Ley de amnistía para poner a los asesinos en la calle y borrar la memoria de sus fechorías. No olvidemos las declaraciones de Martha Chávez acerca de que las víctimas de la Cantuta se habrían “autosecuestrado”. Así de kafkiano, impúdico y cruel era el Perú bajo Fujimori.

La Razón ha asumido la oscura “cruzada” por conseguir que algún “jurista” o político avale un proyecto de “indulto” para el condenado fujimori. La perspectiva de este pasquín impresentable no merece mayores comentarios. Ha funcionado como una auténtica cloaca mediática en donde ha recalado lo peor de la prensa “de opinión”. Esa prensa que nunca se retracta, y para la cual la verdad es lo de menos. Recordemos cómo seguía las directivas de Montesinos desde la base naval (todavía en 2004, Wolfenson seguía las anotaciones del asesor en pleno tribunal), recordemos la campaña contra la CVR, etc. Recordemos que ya la CIDH ha señalado que no existe la figura del indulto y la de la amnistía para violaciones de Derechos Humanos. El Presidente y la “gracia” que tiene potestad de otorgar no están por encima del sistema legal internacional y los tratados en esta materia.

Correo pretende sorprender a la ciudadanía señalando que (según una encuesta de CPI) el 59 % de los encuestados limeños está contra la condena de Fujimori. Agrupa a quienes rechazan la condena y a quienes apoyan la condena, pero encuentran que los 25 años de prisión excesivos. Manipula así las cifras. Marco Sifuentes, en el Blog El ütero de Marita, comenta lo siguiente:

“Lo de la encuesta de CPI ya es alucinante. en realidad, SOLO EL 26.2% de encuestados piensa que se le debió absolver. o sea, el núcleo acostumbrado de fujimoristas.
Pero la encuestadora eligió agrupar también a los que sí están de acuerdo con la condena pero con menos años bajo el rubro de “en desacuerdo”, inflando artificialmente a los fujimoristas.
releyendo las cifras, el resultado debió presentarse así:


SE LE DEBIÓ CONDENAR 69%


SE LE DEBIÓ ABSOLVER 26.2%


NO SABE / NO OPINA 4.8%


el desagregado de la encuesta no aparece en la versión online de Correo.”

El diario de los Agois se suma al de los Wolfenson y otros para sorprender a la opinión pública.


Hay que agregar que las últimas notas de Jaime de Althaus y Víctor Andrés Ponce sobre el tema Fujimori son lamentables por su carencia de solidez y evidente parcialidad. Realmente patético. Althaus no se había pronunciado contra la extradición del reo Fujimori; recién revela que lleva puesto el kimono. Althaus y Ponce se están sumando al coro de furias que busca librar al condenado de toda imputación criminal ¡Y eso que ya vienen los juicios por corrupción!

Evidentemente, la verdad y la justicia les importan poco a las fuerzas que se están amontonando en torno al propósito de lograr la impunidad del reo Fujimori, la agenda única del grupo fujimorista. No sería extraño que pretendiesen indultar también a Montesinos.

La facción más reaccionaria de la blogósfera está sufriendo amargamente con la sentencia de Fujimori. Casi todos los "reaccionarios" - con la solitaria y honrosa excepción de Eduardo Hernando - se entregaron velozmente en brazos del régimen autoritario de Fujimori, concibiéndolo como un antídoto contra la democracia y la modernidad humanista en el país. Por ahora, han elegido cuestionar la teoría del autor mediato. Cuestionan la "novedad" de esta teoría. Hasta donde tengo entendido, algunas primeras versiones de la autoría mediata fueron asociadas a los juicios de Nuremberg. Sirvieron aquí para condenar al delincuente Guzmán. Me imagino que algunos "metapolíticos criollos" lamentarán que algunos mandos nazis hayan sido condenados por los campos de concentración y otros - ¿Cómo les llaman graciosamente ellos? - "excesos".

Los ciudadanos debemos permanecer alertas frente a los movimientos de los sectores autoritarios, que ya se reagrupan luego de la dura derrota que acaban de sufrir.

miércoles, 8 de abril de 2009

SE HIZO JUSTICIA









UNA SENTENCIA HISTÓRICA Y UN NUEVO FRENTE POLÍTICO






Gonzalo Gamio Gehri


Alberto Fujimori acaba de ser condenado a 25 años de prisión por homicidio calificado, lesiones graves y secuestro. Los jueces se han pronunciado – a través de una exhaustiva sentencia – sobre la responsabilidad del acusado respecto del aparato de poder desde el que se promovió y ejecuto las masacres de La Cantuta y Barrios Altos, así como el secuestro del periodista Gustavo Gorriti y del empresario Samuel Dyer. No se han encontrado atenuantes y se ha aplicado la máxima pena considerada para tales delitos. Se ha ganado una batalla decisiva contra la impunidad. Se recordarán las múltiples ocasiones en que el gobierno de la dupla Fujimori – Montesinos intentó silenciar cualquier información sobre estos crímenes – con salida de tanques incluida -, el acoso a los periodistas y a los familiares de las víctimas. Y cómo, cuando no les era posible seguir negando lo evidente, se urdió una ley de amnistía para dejar libres a los perpetradores. Esa historia de fechorías y encubrimientos va llegando a su fin.

El fallo transmite un mensaje inequívoco a quienes ejercieron o ejercen funciones de poder en el país: nadie tiene corona, todos somos iguales ante la ley. Los familiares de Cantuta y Barrios Altos son personas humildes que han luchado por espacio de 17 años para poder ver satisfechas sus exigencias de justicia. Batallaron contra el acoso del régimen fujimorista primero, y luego contra la indiferencia de los políticos y los medios. Hoy pueden ver condenado al máximo líder del sistema que eliminó a sus seres queridos. Ello algún alivio puede brindarles en medio del profundo dolor que han padecido desde entonces.

Sorprende la forma de argumentación de los fujimoristas. Aducen que “se condena al presidente que trajo la paz”. Con claridad – pero paradójicamente con pocas luces – pretenden decirnos que este logro (llevado a cabo a sangre y fuego, recurriendo a una legislación cuestionable) puede avalar el crimen contra la vida. El fin justifica los medios, nuevamente. Se olvidan que este juicio ha examinado y emitido una sentencia en torno a la comisión de estos delitos contra la humanidad (homicidio calificado, lesiones graves y secuestro); no se trata de un “balance político” – por demás discutible – de la gestión gubernamental del reo. Los éxitos y fracasos del fujimorarto no están en discusión, sólo la responsabilidad penal del acusado Fujimori. La presunta “eficacia” no brinda un cheque en blanco a quienes delinquen.

Sorprende el ciego “pragmatismo” de los acólitos del fujimorismo. El cálculo entre costos y beneficios constituye su único estándar de razonamiento práctico. Las cuestiones morales y políticas vinculadas al respeto a la vida y la dignidad de las personas, la observancia de la legalidad y el sistema democrático parecen estar completamente fuera de la ecuación. Sino pueden colocarse en los platillos de la balanza del cálculo estratégico entonces no existen como opciones o fuentes de valor. Esta penosa abstracción de lo humano y negación de la reflexión en el esquema fujimorista ha sido reseñado en un comentario agudo, rudo y sincero de mi colega y amigo Ricardo Falla:

“Siempre me pregunto qué demonios hay en la cabeza de aquellos que aun defienden a Fujimori. ¿Qué tipo de ser humano es aquel que sigue negando lo evidente? ¿Cómo nuestra historia pudo haber parido a un Fujimori y, peor aun, a los llamados "fujimoristas"?.¿Cómo definir a un fujimorista? ¿De qué vida proviene? ¿Qué arrastra en su conciencia? Tendríamos que elaborar una tipología del fujimorista para comprender, de mejor manera, la relación terrible entre el mal y la estupidez”.

Duras palabras, sin duda, pero ponen de manifiesto la actitud del fujimorismo. Negacionista a veces, y con frecuencia indiferente: “se cometieron crímenes, pero se hicieron obras”. Nuevamente, la lógica perversa del “balance”, la retórica malsana del “costo social”. Y el desprecio para con las víctimas. Esa pobre concepción de la política no dignifica al Perú. Lo envilece.

Ahora los ciudadanos tendremos que considerar el frente político que se abre tras esta sentencia. Los fujimoristas van a victimizar a su líder, van a salir a las calles. Tienen algunos cuadros violentos. Existen medios de comunicación que nos quieren hacer creer, con dos años de anticipación - lo de Althaus es realmente vergonzoso -, que la poco iluminada Keiko Fujimori es una candidata fija para disputar una segunda vuelta. Que tendremos que elegir entre dos presidenciables con opciones “antisistema”. - No es así. Desenmascaremos esta burda maquinación de quienes apuestan por el retorno de la corrupción fujimontesinista. De nosotros depende que los prosélitos del condenado Fujimori no vuelvan a ocupar posiciones de poder en nuestro país.

lunes, 6 de abril de 2009

ESPERANDO LA SENTENCIA. REFLEXIONES SOBRE EL 'CASO FUJIMORI'



Gonzalo Gamio Gehri


Alberto Fujimori ha decidido – en las dos ocasiones en las que el tribunal le cedió el uso de la palabra – sustituir el recurso a la defensa legal por el del discurso político criollo. Prefirió no concentrarse en el tema legal, sino defender el ‘éxito’ de la lucha antisubversiva que se llevó a cabo bajo su mandato. Por supuesto, omitió toda referencia a que el GEIN que logró la captura de Guzmán tuvo lugar al final del gobierno de García, y que el ‘cambio de estrategia’ no se debe a su gestión. Insistió el ex autócrata en que su política de pacificación tuvo un ‘rostro legal’ y que las masacres de La Cantuta y Barrios Altos se debieron a la “traición” de algunos cuadros militares (por supuesto, no explicó en qué consistió dicha “traición” ni dio cuenta de los efectivos militares que habrían incurrido en la misma). Señaló que su “legado” (¿?) sería continuado por sus hijos Keiko y Kenyi.

En lo único en que el alegato de Fujimori coincidió con la estrategia que asumió su defensa fue en la tesis de que no existen pruebas que lo incriminen directamente. Este es un argumento que no funciona en estos casos. Si lo que se busca es un arma humeante con las huellas de Fujimori o documentos firmados y sellados por él ordenando asesinatos entonces tal búsqueda no llegará a buen puerto. Tampoco encontrarán documentos firmados por Hitler y Stalin enviando a personas a campos de concentración o contratando sicarios para asesinar a rivales políticos. Lo que se ha venido probando es la conexión del Grupo Colina con el Ejército y el SIN, y cómo la cadena de mando ascendiía hasta Salazar Monroe – ya condenado por estos casos – Montesinos y Fujimori. Su gobierno felicitó a los asesinos, obstaculizó las investigaciones sobre el tema y amnistió al Grupo Colina. Se trata de la figura del autor mediato. La justicia peruana, además, cuenta con un precedente en el uso de esta estrategia; gracias a ella condenó a cadena perpetua al propio Abimael Guzmán.

Es altamente probable que Fujimori sea condenado a una pena mayor de veinte años por delitos contra los Derechos Humanos. Él apuesta a conseguir una disminución de la pena en las instancias superiores, y quizá por lograr un triunfo electoral de su hijo Keiko el 2011, que propicie su indulto. Hasta donde sabemos, el indulto es una figura que no se admite en el caso de crímenes de lesa humanidad. Pero creo que Fujimori se arrima a un mal palo. Está claro que Keiko no tiene reales condiciones para la vida política. Tiene un pobre discurso, y casi nulos reflejos políticos. Uno se pregunta de qué sirvieron tantos años de estudios en Boston (tengo entendido que la fuente de financiamiento de los estudios de los Fujimori aun no ha sido aclarada). Su gestión congresal se ha reducido al cumplimiento de una agenda única: promover la libertad de su progenitor ¿Para eso sirven nuestros impuestos, que pagan su sueldo? Y kenyi es famoso por jugar al patanzuelo amenazando sacar a las calles a las “barras bravas” del fujimorismo si el padre es declarado culpable. Fujimori optó en los noventa por convertir la democracia peruana en un gobierno despótico; ahora pugna por convertirlo en una monarquía dinástica. Algunos medios afines se esfuerzan por hacernos creer - ¡Con dos años de anticipación! – que la segunda vuelta del 2011 habría de decidirse entre dos candidatos antisistema: el nacionalismo militarista de Ollanta Humala y el continuismo del fujimorismo corrupto con Keiko Fujimori. No nos dejemos llevar por esa clase de hipótesis.

Pero lo más pintoresco del asunto es que – de acuerdo con el alegato de Fujimori y con las declaraciones de Keiko Fujimori – Montesinos no formaba parte de esta historia. Si antes la estrategia era disociar a los hermanos siameses – “Fujimori no sabía nada de lo que hacía Montesinos” -, ahora Montesinos es una variable ajena a la defensa fujimorista. Deslizar la idea de un Fujimori ignorante de la compra de congresistas y de medios de comunicación, y de crímenes contra la vida constituye una hipótesis que ofende a la inteligencia humana (ni siquiera Martha Chávez podía creerse ese cuento). La estrategia fujimorista es ahora no mencionar a Montesinos ¿No será porque se están aliando nuevamente con él (si acaso alguna vez se distanciaron)? Este conveniente silencio parece bastante revelador.

La sentencia de mañana constituye un valioso precedente para el Perú y para el mundo: un ex Presidente respondiendo ante la justicia por violaciones a los Derechos Humanos. El mensaje es evidente: todos somos iguales ante la ley, aquí no hay políticos todopoderosos que puedan burlarse de ella. Antes que pensar en torno al diseño de la campaña de su hijita en pro de su impunidad, Fujimori debería meditar seriamente sobre su responsabilidad frente a los terribles delitos cometidos. Una condena larga lo ayudaría a purgar sus culpas. Se merece el castigo, qué duda cabe. Al menos tiene la oportunidad de pagar serenamente su deuda con la sociedad.

sábado, 4 de abril de 2009

APUNTES SOBRE UNIVERSIDAD Y DESARROLLO





Gonzalo Gamio Gehri


Hace tiempo que en nuestro país se discute el perfil de una universidad realmente comprometida con el progreso social y la construcción de conocimiento y ciudadanía democrática. Una institución que no ceda a los cantos de sirena del generalizado formato empresarial de la educación superior, que tanto daño hace a la vida universitaria, sometiéndola a simples criterios instrumentales. Necesitamos universidades que produzcan seres humanos nuevos, personas capaces de examinar con coraje y lucidez sus instituciones sociales y políticas – así como sus tradiciones de pensamiento y acción - con genuino espíritu crítico y creatividad. Aquí algunos apuntes sueltos (casi a manera de guión preliminar, bosquejo o borrador) sobre este tema.

Las dos columnas básicas que sostienen un proyecto de esta naturaleza son la idea de libertad y el concepto de desarrollo humano. Por libertad se entiende no la mera ausencia de impedimentos para la realización de los planes privados de una voluntad atomizada, sino la capacidad de los sujetos de construir mundos significativos a través de la interacción y el diálogo: ella se refiere tanto a la autonomía como a la expresividad. La universidad debe ofrecer un espacio abierto al trabajo del pensamiento y la creación científica y estética, con miras al planteamiento de problemas teóricos y prácticos que permanecen invisibles ante la mentalidad meramente calculadora y estratégica, únicamente sensible a los poderes del control instrumental - sobre la naturaleza o la sociedad – y la eficacia económica. La universidad debe formar en el cultivo de la sabiduría y la prudencia, y no sólo en los principios de la técnica.

El desarrollo humano alude a las posibilidades efectivas de una vida humana plena en armonía con el entorno natural y social. Supone el cuidado de una ecología natural – la conciencia de la atención a las condiciones físico – biológicas para la preservación de la vida animal y vegetal, y la protección del medio ambiente -, como el de una ecología social (cfr. Robert Bellah), la reflexión sistemática sobre las condiciones sociales de una vida digna y razonable, la reflexión sobre las instituciones fundadoras del habitat humano tal y como el sujeto encarnado las vislumbra desde el horizonte histórico – crítico que lo circunda y desde el cual él se interpela e investiga. Se trata del pensamiento acerca de la justicia distributiva y el reconocimiento.

La investigación ecológico – social requiere para la concreción de su trabajo, superar el concepto abstracto del individuo, propio de la ilustración temprana. Un yo sin atributos sustantivos (sin corporalidad ni sexualidad, sin historia ni vínculos comunitarios), constituye una ficción teórica que el romanticismo y sus desarrollos posteriores cuestionaron, desde la tesis del carácter histórico – social de la racionalidad, asociada a la promoción de un ser humano integrado con su mundo circundante, y con la afectividad, somaticidad e interdependencia que lo constituyen. Desde una comprensión encarnada del agente humano es que es posible formular las consideraciones propias de las políticas de la diferencia (las demandas de reconocimiento relativas al género, las culturas, etc.). Una universidad plural debe tener en cuenta estas dimensiones del pensamiento y la práctica en la cultura contemporánea como centro de sus preocupaciones académicas.

La universidad busca, en esta línea de reflexión, formar seres humanos integrales, que sean útiles a su sociedad como académicos y profesionales tanto como ciudadanos y como personas abiertas a la argumentación y sensibles a la belleza. En ese sentido, ella promueve el cultivo del espíritu crítico como actitud para aproximarse a los fenómenos que el alumno estudia y vive, pero también la sensibilidad estética y ética, que le permita dirigir sus emociones hacia lo que es bello y hacia lo que inspira compasión y pone de manifiesto su sentido de justicia.

Una universidad no sólo es un centro de formación académica y profesional; ella tiene una ineludible responsabilidad para con el desarrollo de la vida pública. Se trata de educar futuros ciudadanos que estén dispuestos a comprometerse como agentes políticos en la defensa de la causa de la democracia y los derechos humanos. Ciudadanos que hayan adquirido y cultivado capacidades para la empatía y la solidaridad con quienes están en situación de indefensión o padecen alguna forma de discriminación o injusticia. Los ciudadanos y profesionales que educa la universidad deben estar habituados al trabajo interdisciplinario, de modo que no sólo descubran en los actos injustos modos de actuar aislados, sino mentalidades sociales que desenmascarar y cuestionar, y estructuras sociales que denunciar y cambiar a través de la acción política. Además, el alumno debe estar dispuesto a elaborar pensamientos de largo y mediano plazo – tan extraños en la historia reciente de las instituciones del país – que le permitan colaborar en el diseño y la discusión de programas con sentido, particularmente en la esfera pública. La universidad, como una institución de la sociedad civil, busca contribuir con la construcción de una auténtica comunidad política en el país, que reúna en condiciones de igualdad y equidad las diferentes culturas que la habitan.

miércoles, 1 de abril de 2009

UN MUSEO PARA LA MEMORIA CRÍTICA




Gonzalo Gamio Gehri


Finalmente, el gobierno formó la Comisión de alto nivel que supervisará la construcción y composición del Museo de la Memoria. Estará presidida por Mario Vargas Llosa, y conformada por Salomón Lerner Febres, Luis Bambarén, Frederick Cooper, Enrique Bernales, Fernando de Szyszlo y Juan Ossio. Saludamos la rectificación del Ejecutivo. El donativo alemán no ha sido retirado, y se utilizará para la construcción del Museo. El alcalde Salvador Heresi ha manifestado su intención de que el distrito de San Miguel se convierta en su sede. Incluso el ejército peruano – a través del general Otto Guibovich – se ha pronunciado a favor del proyecto.

El Museo podrá convertirse en un lugar de reflexión y diálogo en torno a lo que hemos vivido, y que no debe repetise. Esta decisión gubernamental manifiesta un giro peculiar en torno al tratamiento oficial del tema. Se trata de una Comisión interesante por su composición: Salomón Lerner y Enrique Bernales proceden de la CVR, y son importantes intelectuales que han dedicado años de su vida a la causa de los Derechos Humanos y la lucha contra la corrupción. Luis Bambarén representa a un sector de la Iglesia Católica que se ha preocupado con singular énfasis por los temas de justicia. Fernando de Szyszlo, Juan Ossio y Frederick Cooper provienen del mundo de la cultura y tienen una reconocida trayectoria política liberal. Los nombres de esta lista han sacudido las expectativas de los enemigos confesos del Museo, que creían que contaban con el apoyo incondicional de Alan García (ver el interesante análisis del historiador Jorge Valdez acerca de la situación actual de los “críticos” de esta iniciativa). Necesitamos más elementos para emitir un juicio concluyente, pero sin duda el imprevisto cambio de rumbo de los acontecimientos es muy interesante. De todos modos, no podemos cantar victoria. Ya sabemos que este gobierno actúa de acuerdo con criterios de utilidad política y no guiándose por consideraciones de principio. Estemos alertas.

Este cambio de perspectiva ya se insinuaba cuando Ántero Flores Aráoz reconoció públicamente que se había equivocado con la exposición Yuyanapaq; que después de verla por primera vez, podía decir que en ella encontraba objetividad. En general, estas circunstancias suponen un duro golpe para quienes han asumido públicamente la causa de la impunidad, quienes pronunciaban el cántico “o la gloria o el silencio” para los perpetradores. El Museo va. En un agudo y divertido artículo, Ricardo Vásquez Kunze describe cómo los "conservadores políticos" de salón (a quienes el periodista frecuentaba otrora) han perdido la alegría con la noticia, y le han puesto una cruz a Heresi dentro del círculo de sus amistades por brindar su apoyo para que el Museo se construya en San Miguel. Vásquez Kunze los llama “rabonas y sahumadores” porque suscriben la desconcertante y antidemocrática tesis según la cual – estoy citando la columna – “los únicos partidos de derecha son las Fuerzas Armadas y la Iglesia”. Estos personajillos, predicadores del viejo autoritarismo criollo de "trono y altar", son los grandes derrotados de este día.

En estos días – en medio de la polémica en torno a este tema – he escuchado una serie de opiniones de todo calibre sobre este asunto. Ciertamente, es necesario construir una ‘memoria plural’ (el propio Informe de la CVR lo plantea así), es preciso considerar como la piedra angular de la memoria de la violencia, el testimonio de las víctimas de la insania terrorista y de la represión militar. Decenas de miles de campesinos quechuablantes (o hablantes de la lengua aymara o de las lenguas amazónicas), aquellos que fueron arrancados de sus casas por la noche, y nunca volvieron a aparecer. Aquellos familiares que tocaron la puerta de las comisarías, los cuarteles, los municipios, etc., buscando ayuda para encontrar a los suyos, y fueron rechazados. Por eso sostengo que – en el enjambre de posiciones en torno al debate sobre la memoria – el Informe Final de la CVR cuenta con el sólido fundamento de 17,000 testimonios recabados, examinados, contrastados. La CVR escuchó las voces de quienes no habían sido escuchados jamás. Aquellas voces que los enemigos de la memoria quieren hoy silenciar.

La discusión ha puesto énfasis en la multiplicidad de “ideologías” que animarían a muchos presuntos “gestores de la memoria” a insistir en el proyecto del Museo. Sino se permite la entrada de otras “ideologías”, la iniciativa estaría “sesgada” desde su base. La crítica de esta afirmación merece un análisis ético y epistemológico más detenido, que prometo hacer en un futuro post. No obstante, quisiera decir algo breve sobre esto. Quien así piensa examina los temas de Derechos Humanos desde el unilateral prisma del poder: plantea esta clase de conflictos de interpretación desde la mera lucha de intereses de poder. Curiosamente, estos conservadores políticos y religiosos se llenan la boca de expresiones como la “búsqueda de la verdad”, pero piensan de facto como 'leninistas ortodoxos', pues creen que “salvo el poder, todo es ilusión” (creencia que encuentro por demás inaceptable). Se obsesionan con el ‘juego de fuerzas’ detrás de la memoria. Nótese que cuando se identifica y describe a los actores (los presuntos “grupos de interés”, es decir, los partidos, las FFAA, la jerarquía eclesiástica, las ONG, etc.), las víctimas no aparecen como interlocutores válidos. Su cinismo es evidente.

¿Y la verdad? A veces los ‘hechos’ nos saltan a la cara. Aunque los hechos están tejidos de interpretaciones, a veces determinados hechos fracturan nuestros juicios previos sobre algunos asuntos. 17,000 testimonios pueden hacer añicos nuestros “saberes” sobre la pacificación, por eso mi insistencia en la lectura del Informe Final. Recientemente se abrieron las fosas de Putis, se han descubierto los hornos en el cuartel de Los Cabitos. Hoy se están exhumando cadáveres en distintas zonas de Ayacucho. Decir categóricamente que aquí no hubo violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos, que es mejor el silencio, que recordar es lesivo para ciertas instituciones del Estado, o que todavía no es oportuno hacer memoria constituye una ofensa contra los que sufrieron, y anhelan justicia.