jueves, 29 de diciembre de 2011

SIGFRIDO Y LAS PRUEBAS DE ISLANDIA


Gonzalo Gamio Gehri

Me gustaría continuar brevemente con la historia de Sigfrido. Había contado cómo el héroe había obtenido la invulnerabilidad – salvo en un punto pequeño entre ambos omóplatos – luego de bañarse en la sangre de Fafner. Luego se hizo del tesoro que custodiaba el dragón, y emprendió el camino de regreso a su patria, Neerlandia, donde le esperaba su padre Sigmundo. Recuperó así su condición de príncipe.

Pronto Sigfrido marchó a Worms, capital del reino de Burgundia, luego de tener noticias acerca de la belleza de Crimilda, hermana del rey Gunther. De modo que Sigfrido de presenta en Worms y es recibido con honores - con los honores debidos a un amigo del reino -, pues los burgundios temían enemistarse con un príncipe tan poderoso como el dueño del tesoro de los Nibelungos. Como muestra de buena voluntad, y como signo de respuesta a sus atenciones, Sigfrido presenta batalla contra los daneses y los sajones, que habían reunido un ejército con el que pretendían invadir Burgundia. El héroe brilló de tal manera en el combate que – tras la victoria – los burgundios celebraron un festín rindiéndole homenaje. Y por fin Sigfrido pudo conocer a Crimilda.

Efectivamente, el héroe quedó impactado con la belleza y la inteligencia de la princesa, con su radiante cabello azabache y con el intenso brillo de sus ojos. La agudeza de las palabras de Crimilda fascinó al vencedor del dragón y dejó una huella indeleble en su ánimo. El Cantar describe las emociones que imperiosamente sacudieron el corazón de Sigfrido: "Ni placeres ni victoria ni los más bellos paisajes trajeron nunca dicha y gozo comparables a los que entonces sintió junto a la hermosa Cimilda, dueña ya de su persona, de su corazón y de su vida". El texto medieval no rehuye en absoluto la tarea de explicitar la aguda conmoción que padece el espíritu del guerrero ante los asedios del amor. El poema examina las profundidades del alma, allí donde no brindan protección alguna las armaduras de hierro.

Pero Gunther deja claro que sólo accederá a que Crimilda y Sigfrido estén juntos si éste lo ayuda a conquistar a la walkiria Brunilda, quien vive en Islandia y ha prometido desposar únicamente a quien la venza con el uso de las armas. En la antigua mitología germánica, las walkirias eran unas doncellas guerreras al servicio del dios Wotan, que recogían del campo de batalla las almas de los combatientes más valientes para ser acogidos con honores por el dios en el Valhalla, su fortaleza y palacio. Brunilda representaba un extraordinario rival - en vigor y bravura - para cualquier hombre de armas que le planteara batalla. Sin embargo, la percepción del peligro no aplaca la recia voluntad del monarca. De tal manera que una comitiva burgundia zarpa hacia la helada Islandia en busca de la implacable reina guerrera.

Gunther tiene que librar dos pruebas terribles para salir airoso frente a Brunilda. Por fortuna, cuenta con la ayuda de Sigfrido, quien le asiste invisible gracias al manto de invisibilidad que obtuvo junto con el tesoro de los Nibelungos. Primero el rey burgundio tiene que enfrentarse a Brunilda arrojándole una lanza y resistiendo la lanza de su rival armado con un escudo. La lanza de la walkiria propina tal golpe al escudo de Gunther que lo atraviesa; si no hubiera contado con la fuerza de Sigfrido - que sostenía el escudo por él - el rey hubiera muerto inmediatamente. El Cantar señala que el golpe fue tan contundente que el propio Sigfrido "sintió el sabor acre de su propia sangre". Llegado su turno, el guerrero invisible arrojó la lanza con tal fuerza (tuvo el gesto de lanzarla invertida, con la punta hacia atrás, para que el impacto no fuese mortal) que derribó a Brunilda. La reina es derrotada.

La segunda prueba consistía en lanzar una pesada roca y luego saltar sobre ella. Se trataba de una roca tan grande que doce hombres debían ser necesarios para cargarla con holgura. Brunilda arrojó la roca doce pies lejos de sí, y luego saltó sin problemas sobre ella. Gunther - que sólo hacía los gestos, puesto que Sigfrido sostenía la piedra - la lanzó más allá y saltó a sobre ella, gracias al impulso que le dio el propio Sigfrido.

Así, la reina de Islandia terminó sometida a Gunther, y se embarcó hacia Worms. Sigfrido guardó el secreto en su corazón, y se encaminó inmediatamente a buscar a Crimilda.

domingo, 25 de diciembre de 2011

NAVIDAD




Gonzalo Gamio Gehri
La idea de fraternidad humana no es una invención del cristianismo, pero es una idea que ha recibido un impulso importante, decisivo, con el cristianismo. Jesús de Nazaret habla de un Dios que se compromete con los seres humanos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Un Dios que da la vida por sus amigos. No me cansaré en repetir que un importante legado del cristianismo es el principio de encarnación, un movimiento que va de la eternidad a la temporalidad finita de la vida humana. Un movimiento que va a contrapelo respecto de la corriente general de muchas religiones humanas. Las consecuencias de este movimiento en materia de la comprensión de las relaciones humanas, de los vínculos sociales, la compasión y la justicia son de una riqueza enorme.
Los elementos de la kenosis son notables. Que según los textos y la tradición el Hijo nazca en un establo, sea adorado por los pastores constituye un signo de fragilidad que dice mucho acerca de su identificación con la condición humana que compartió y pone de manifiesto su preocupación por la precariedad de los modos en los que las personas – en particular los excluidos – tienen que lidiar con el mundo. Su prédica de un Reino de paz y justicia llevó a Jesús a enfrentarse con las élites políticas y religiosas de su propia comunidad. Su magisterio de amor y no-violencia lo llevó a desafiar la supuesta “ortodoxia” de su tiempo, a pesar de que recurría conscientemente a los propios textos para cimentar su proceder. Este compromiso radical con el amor lo llevó a la cruz. Y, según el Evangelio, la vida finalmente – e inapelablemente - derrotó a la muerte.
Creo que este mensaje posee un extraordinario valor y preserva una notoria vigencia. Todavía hoy en tiempos en que la Navidad – fecha de encarnación – es asociada al negocio, a un materialismo craso y frívolo, absolutamente desespiritualizado. Contemplar lo divino en lo humano, concentrar la atención en la misericordia y no sólo en el formalismo ritual, a eso apunta el misterio de la encarnación. Re-cordar esas dimensiones constituye una exigencia importante para quien pretende superar la dura y cruel epidermis comercial con la que lamentablemente se ha revestido la Navidad.
Felices Fiestas.

La imagen viene de aquí,

domingo, 11 de diciembre de 2011

ALICIA Y EL CONEJO


Si pienso que fui hecha
Para soñar el sol
Y para decir cosas
Que despierten amor.

¿cómo es posible entonces
Que duerma entre saltos
De angustia y horror?

(S.R)


Gonzalo Gamio Gehri


Alicia en el país de las maravillas (1865), de Lewis Carroll, constituye una de las obras más apasionantes que se hayan escrito jamás. Está a la vez llena de fantasía y de reflexiones filosóficas sobre la realidad y sobre el sentido de las palabras: conocida era la devoción del autor por la lógica. Cuenta la historia de Alicia, una niña encantadora e inteligente que abandona el mundo de la vida cotidiana para sumergirse en un universo cargado de magia e incertidumbre, para asumir un viaje de descubrimiento de una realidad en la que las reglas del mundo común parecen no funcionar del todo.

La obra plantea al lector el antiguo desafío lanzado por siglos por los mitos y los antiguos cuentos de hadas. Un desafío inquietante. Saber mirar. Plantea que hay que asumir una actitud especial para adentrarse en lo que Tolkien llamaba “realidad secundaria”, la realidad que se ocultaría tras el velo del mundo de la inmediatez (y que a juicio de Campbell, reaparecería en el mundo de los sueños de los seres humanos de la era moderna, desencantada y “racionalizada”). Los signos para el ingreso en la realidad mítica estarían disponibles – de una manera limitada – en el mundo de la vida cotidiana; simplemente los pasamos por alto, no los identificamos porque no observamos con atención. La persecución de un conejo que emprende la carrera mirando ansioso su reloj lleva a Alicia a iniciar su extraño viaje mítico.

Es el problema que también plantea la extraordinaria película El laberinto del fauno. El espectador tiene que discernir si las situaciones fabulosas que la niña vive son una invención, fruto de la necesidad psicológica de escapar de una realidad terrible e inaceptable – su madre es pareja de un perverso jefe político-militar de la represión franquista posterior a la guerra civil española – o si efectivamente ella ha ingresado a un mundo sobrenatural que no queremos ver nosotros, que preferimos ver la libélula en lugar del hada. Los antropólogos culturales y los mitólogos dirían que estas “claves de entrada” a un mundo mítico están presentes en todas las tradiciones humanas, salvo en la de la ilustración occidental. Alicia ha transformado su apariencia – su tamaño - tantas veces que ya no sabe quién es. Es el complejo tema mítico de la identidad en el viaje iniciático. Alicia se repite a sí misma que no debe llorar ante esas súbitas transformaciones, entre otras cosas, porque se ha vuelto tan pequeñita que sus lágrimas podrían ahogarla. Asume con coraje su viaje a un mundo mágico, absolutamente desconocido. Con el objetivo de mantener cierto control sobre estas insólitas circunstancias, repasa los conocimientos que ha adquirido en la escuela. Pretende así aferrarse a las certezas que le ha brindado el seguro y claro mundo moderno. Sin embargo, el escurridizo conejo la ha guiado a las entrañas mismas del universo mítico.


Imagen viene de aquí.

sábado, 10 de diciembre de 2011

SENTIDO DE REALIDAD




Gonzalo Gamio Gehri

Lo mínimo que uno debe pedirle a los ‘críticos’ es un cierto sentido de realidad. Si va a cuestionarse el perfil académico de una institución – por ejemplo -, por lo menos, es preciso tener claro si el perfil presupuesto coincide con la trayectoria, obra y compromisos asumidos por esa institución en el tiempo. Las lecturas fragmentarias o antojadizas revelan una mayor carga ideológica que argumentativa. El reciente debate mediático sobre la PUCP ha puesto de manifiesto tales vicios: muchos de los “analistas” no han pasado por sus aulas, o no han revisado sus estatutos o su historia, ni examinado su contribución al país. Más allá de la importante cuestión legal – la parte cardenalicia ha mutado sospechosamente su posición, del tema de las potestades de la Junta en el Testamento a si la PUCP es un “bien eclesiástico” -, el asunto parece ser de “línea política”, si la PUCP es o no “izquierdista” o si debe convertirse en un recinto religiosamente conservador. Se intenta desconocer – por mala fe o por ignorancia – el carácter plural de la PUCP, una condición básica para la existencia de cualquier universidad de calidad.

Pero muchos artículos de impronta ultraconservadora contribuyen a generar confusión ante la opinión pública. Por ejemplo, se afirma que Riva-Agüero era un intelectual cuya herencia determinó que la PUCP se convirtiera en una gran Universidad. Sin duda, Riva-Agüero fue un académico muy importante, cuya obra ha contribuido decisivamente a la reflexión sobre el Perú, dentro y fuera de la PUCP; del mismo modo, la donación del fundo Pando y otros bienes han favorecido el crecimiento de la PUCP. Sin embargo, sostener que la grandeza de la PUCP se debe exclusivamente o fundamentalmente al legado o la herencia de Riva-Agüero implica no conocer los hechos. Si tuviésemos que destacar en una historia la evolución de la PUCP como la Universidad privada más importante del país, tendríamos que mencionar una serie de importantes gestiones rectorales, entre ellas la de Felipe McGregor sj, quien contribuyó a consolidar la PUCP como un espacio académico plural, abierto al diálogo y a la búsqueda rigurosa del conocimiento y la justicia. Una Universidad abierta al pensamiento crítico, al debate nacional y a la comunidad académica internacional.

Los enemigos de la PUCP suponen que el catolicismo conservador (el de quienes pretenden intervenir la PUCP) es el único catolicismo posible. Se equivocan. Que Riva-Agüero era sumamente conservador es un dato real – curiosamente, los propios blogueros reaccionarios han intentado vincular reiteradamente a Riva-Agüero con el franquismo e incluso con el hitlerismo – que no voy a comentar ni a discutir aquí: dejo ese asunto a los historiadores de las ideas que se han dedicado a esa materia. El hecho es que Riva-Agüero no fue fundador ni rector de la PUCP, y su donación no supuso el establecimiento de condiciones de una línea teológica en particular, o de un enfoque metodológico puntual. Como académico riguroso, Riva-Agüero no impuso condiciones teóricas a la Universidad que amó: sabía que no podía hacer eso sin distorsionar la idea misma de Universidad. Pero no perdamos el tema crucial. El asunto es que la Iglesia católica es plural. Como consta en diversos documentos pontificios y magisteriales, la Iglesia cree en los derechos humanos, el diálogo intercultural e interreligioso, la comunicación con la ciencia y con la democracia. Ha pasado mucho tiempo desde los años cuarenta, y han sucedido sin duda cosas positivas para la Iglesia: el Concilio Vaticano II, y, en el plano regional, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. La teología no es la misma que en los años cuarenta: el pensamiento sobre el cristianismo ha pasado por las teologías anamnéticas, el método histórico-crítico, la teología pluralista de las religiones, la hermenéutica, las teologías inductivas, etc. No existe un único enfoque filosófico-teológico dentro del catolicismo, como algunos columnistas erróneamente suponen. Existen diferentes enfoques y tendencias en su interior.

Por supuesto, en la Universidad – y también en la Iglesia – hay un sitio para el conservadurismo y su defensa de una perspectiva comunitaria. También lo hay para el liberalismo y para los enfoques sociales, que ponen énfasis en la libertad individual y en la justicia social respectivamente: en general, las posiciones conceptuales que se entregan al libre intercambio de argumentos tienen espacio en una auténtica Universidad. Pienso que los extremismos son dañinos, tanto el conservadurismo radical que proscribe la crítica y tolera más la represión política y las violaciones de derechos básicos que los principios teóricos de la teología de la liberación; así como el fundamentalismo marxista, que avala formas expresas de violencia - supuestamente "revolucionaria" - y propugna una lectura dogmática de la historia. Esa condescendencia con la violencia es incompatible con los principios del diálogo y con una auténtica cultura de paz. Tales extremismos ideológicos se reconocen y se denuncian como tales desde el trabajo de la razón y de la crítica, no desde una mirada inquisitorial que condena de antemano los sistemas de pensamiento que no convergen con la propia doctrina epistémica, monolítica e inescrutable. Una Universidad es un recinto de investide derechosgación y no un centro de agitación y propaganda. Una Universidad católica aporta además una preocupación por el cuidado honesto y transparente del diálogo entre la razón y la fe en el marco del cultivo libre y estricto del conocimiento y la expresión.

El debate mediático sobre la PUCP ha introducido otras variables, bastante discutibles, particularmente desde la agenda antipluralista. Las consideraciones académicas y religiosas parecen encubrir los propósitos políticos: se pretende doblegar a una Universidad que se opuso de manera principista al autoritarismo y a la vocación por la impunidad. La PUCP ha jurado preservar su condición de Universidad, una institución plural al servicio del saber, de una fe dialogante y del sentido de justicia. Este compromiso la ha acompañado desde su origen. No renunciar a él constituye una prioridad de tipo moral no susceptible de negociación. El prestigio de la Universidad se debe a que cuenta con profesores que provienen de disciplinas distintas y que cultivan enfoques teóricos diferentes, que están dispuestos a intercambiar argumentos y buscar interpretaciones razonables sobre el mundo y la vida. Ninguna postura ni fuente textual está a priori excluida, pues constituye parte del material que la investigación científica y humanista requiere para su despliegue. Es también una institución democrática, cuya toma de decisiones depende de consensos forjados en instancias de deliberación común, y cuyas autoridades son elegidas por la propia Universidad.






(La imagen ha sido tomada de aquí).



domingo, 4 de diciembre de 2011

SIGFRIDO Y FAFNER



















Gonzalo Gamio Gehri




Pocos relatos han ejercido en mí una fascinación tan duradera como Los Nibelungos
. De hecho, fue el primer libro “adulto” que leí, aproximadamente a los once años. Se trata de un antiguo cantar de gesta alemán, y también encontramos su historia en el Edda escandinavo, en la Voslunga Saga. Hebbel y Wagner elaboraron su propia versión del mito de Sigfrido, que enriquecieron decisivamente la trama y la complejidad de los personajes.

Quisiera decir algo acerca de la parte inicial de la historia. Sigfrido – hijo del rey Sigmundo – es educado en el bosque por el enano Mime, quien se propone que el muchacho vuelva a forjar la espada mágica Balmung, que perteneció al rey y se rompió al enfrentarse a la poderosa lanza del dios Wotan. Mime sabe que sólo Sigfrido podría soldar la espada. El enano abriga la esperanza que empuñar la Balmung permitiría al héroe matar al dragón Fafner – originalmente hermano de Mime -, que custodia el fabuloso e inagotable tesoro de los Nibelungos. El herrero pretende deshacerse luego del joven y hacerse del tesoro.

Efectivamente, Sigfrido forja nuevamente la espada, y se encamina a enfrentar a Fafner, sin conocer los oscuros planes de Mime. Encuentra la gruta del dragón, y desenvaina rápidamente la espada evadiendo su ataque. La batalla dura poco, y finalmente Sigfrido consigue herir a Fafner en el mismo corazón. Una gota de sangre toca sus labios, lo que le permitie conocer el lenguaje de los pájaros. Un ave del bosque le advierte que si se baña en la sangre del dragón, su piel se convertirá en invulnerable en el combate.

Sigfrido se desnuda y cubre su cuerpo con la humeante sangre que mana de la herida del monstruo, y siente como su piel va adquiriendo la dureza del acero. No obstante, una hoja de tilo se desprende del árbol situado al pie de la gruta de Fafner. La hoja queda pegada en la espalda del guerrero, justo entre los dos omóplatos. La sangre no moja ese pequeño lugar. Mientras se calza sus armas, Sigfrido descubre que esa zona de su cuerpo ha quedado vulnerable. Y duda por un instante si volver al bañarse bajo el cuerpo de Fafner, de donde sigue manando la humeante sangre. Concluye que ser completamente invulnerable privaría de sentido y valor una vida dedicada al espíritu de la batalla. Y decide no regresar. Como el lector habrá adivinado, el episodio de la hoja de tilo será crucial en la posterior ruina de Sigfrido.

No obstante, al héroe le esperan no pocas hazañas que convertirán su nombre el inmortal. La muerte de Mime, el viaje a Worms, el amor de Krimilda, la victoria sobre Brunilda. Pero esa es otra historia que contaremos en otra ocasión.




(Publicado en Ideele)







Imagen tomada de aquí: http://www.timelessmyths.com/norse/gallery/fafnir.jpg

domingo, 27 de noviembre de 2011

APUNTES SOBRE PLURALISMO Y FILOSOFÍA













Gonzalo Gamio Gehri

He señalado que los espacios de la sociedad civil constituyen escenarios para la discusión en torno a la vida buena y la trascendencia. Mientras el Estado permanece al margen de estas cuestiones – esforzándose por garantizar los derechos y libertades de cada uno -, la sociedad civil propicia lugares de debate en los que la preocupación por los fines de la vida, las virtudes y las creencias sobre lo absoluto: como señala Lessing, a menudo las interrogantes son más importantes que las respuestas. La Universidad es uno de estos espacios, mas no el único.


Decía que este tipo de discusiones e interpelaciones no siempre es recibido por quienes asumen de manera dogmática sus puntos de vista sobre lo bueno y la trascendencia. El diálogo genuino requiere de interacción de horizontes y una actitud falibilista, estar dispuesto a escuchar las razones del otro y a darle la razón si es el caso que haya que dársela en virtud de la solidez de los argumentos. Esta actitud nos remite al magisterio de Sócrates, y al corazón mismo de la filosofía. No todos tienen el pathos necesario para asumir el duro trabajo del concepto. Algunos prefieren no poner en riesgo sus convicciones sometiéndolas a escrutinio racional. Exponer las propias convicciones siempre implica arriesgarse a perder las propias “certezas”.


Estos debates tienden a socavar lo que podría describirse como el “afán de seguridades”, la actitud que presupone que el propio punto de vista es el único razonable o verdadero, el único vehículo de plenitud humana, de modo que se identifica “a priori” cualquier otra posición como intrínsecamente falsa o defectuosa. Es común que desde esta actitud dogmática se sindique cualquier defensa del pluralismo como “relativista”, “nihilista”, o etiquetas arrancadas de manuales de “recta enseñanza”, que recurren a la simplificación y a la caricatura para tentar disolver los problemas conceptuales que habría que afrontar desde el lógos. Este dogmático afán de seguridades es contrario al espíritu de la filosofía, para el cual una vida no examinada no merece la pena ser vivida.


La obsesión por la verdad a nenudo le hace mucho daño a la búsqueda de la verdad..























miércoles, 23 de noviembre de 2011

100 DÍAS .....









Gonzalo Gamio Gehri





A cien días de iniciado el gobierno de OIllanta Humala, la percepción ciudadana de este corto camino oscila entre la esperanza y la preocupación. Gana Perú logró la victoria en medio de una confrontación muy clara con el fujimorismo, grupo al que se le recordó su nefasto record en materia de corrupción y violaciones de derechos humanos durante los años noventa. La candidatura de Humala logró capitalizar el apoyo de importantes personalidades y contar con el respaldo de sectores sociales y políticos comprometidos con la democracia gracias a un acertado discurso de concertación en torno a temas vinculados a la preservación del Estado de derecho y los principios de la ética pública. Matizó el ideario de la “Gran transformación” con una invocación al lenguaje clásico del liberalismo político (distribución del poder, estabilidad jurídica, derechos humanos), y esta estrategia caló en los electores. Ahora se trata de constatar – a partir de actitudes y políticas concretas – si ambos discursos pueden articularse en una única y consistente propuesta política.


Por supuesto que los gestos iniciales han sido muy interesantes. Humala pronunció un primer discurso presidencial sólidamente principista – bastante lejano al imaginario “chavista” con el que los adversarios se proponían relacionarle -, marcado por la declaración de un compromiso férreo con el orden constitucional y con la lucha contra la corrupción. Ha convocado a un grupo plural de especialistas e intelectuales para la conformación del gabinete y para los cargos de responsabilidad en las principales instituciones del Estado, que contrasta con el entorno básicamente conservador de la gestión anterior. La administración Humala se ha comprometido con el fortalecimiento de instancias de diálogo como el Acuerdo Nacional. Del mismo modo, se ha aprobado la Ley de Consulta previa y se han llevado a cabo negociaciones con las empresas mineras para que su contribución al Estado sea mayor al de el célebre “óbolo voluntario” de la gestión aprista. El énfasis que ha puesto el nuevo gobierno en el tema de la inclusión social a través de la configuración de un ministerio y el diseño de políticas sociales puntuales, sin duda constituye la expresión de una preocupación clara por el tema del combate contra la desigualdad.


Sin embargo, estos buenos gestos e iniciativas corren el riesgo de echarse a perder si es que el gobierno de Ollanta Humana no actúa con buenos reflejos frente a situaciones conflictivas generadas por personajes cercanos al gobierno y a declaraciones de funcionarios públicos, circunstancias que han puesto en cuestión el espíritu que ha caracterizado el ideario de la segunda vuelta, el primer discurso presidencial y los aciertos en cuanto a los nombramientos y las primeras medidas en curso. El caso Chehade ha cubierto innecesariamente de sombras esta primera etapa, y la absurda resistencia del personaje a dar un paso al costado perjudica severamente a un gobierno que acertadamente había convertido la lucha contra la corrupción como uno de sus estandartes políticos fundamentales. De igual forma, las lamentables declaraciones del ministro Vega solicitando una amnistía “en todos los sectores” – incluyendo los temas de derechos humanos - introducen en la escena pública la típica invocación conservadora de políticas de silencio e impunidad, un alegato por demás extraño para un grupo político que se ha comprometido – de manera programática - a honrar el anhelo de memoria, justicia y reparación de parte de las víctimas del conflicto armado interno.


Estos mensajes contradictorios debilitan considerablemente las líneas de acción que el poder ejecutivo ha anunciado y ya empieza a poner en ejercicio. La ciudadanía espera que nuestros representantes se pronuncien con firmeza sobre estos asuntos y que se desestime claramente aquellas actitudes y aquellos discursos que atentan contra los principios que el nuevo equipo de gobierno ha jurado defender.


(Publicado en Ideele)


lunes, 14 de noviembre de 2011

SOBRE PLURALISMO Y RELIGIÓN











Gonzalo Gamio Gehri




Examinemos algunas cuestiones prácticas vinculadas al cultivo del pluralismo. De hecho, sugiero que afrontemos casos especialmente difíciles, como los que entrañan elementos religiosos. Por supuesto, nada de lo que diga en lo que sigue está libre de controversia y cuestionamiento, y debe considerarse como un conjunto de reflexiones en voz alta – todavía en borrador –, es decir, como una aproximación inicial a una materia importante.

Me da vueltas por la cabeza la expresión “evangelizar la cultura” – que apareció en varios comentarios en este blog, a ellos me refiero aquí específicamente-, y trato de identificar los sentidos en los que ese proyecto puede revelarse fecundo en una democracia liberal (y los hay, sin duda, si flexibilizamos esta expresión, apartándola de cualquier pretensión epistémica). Es obvio que una sociedad democrática ofrece espacios – más allá del Estado – en los que se pueda promover, discutir y difundir una fe religiosa, en un clima de respeto frente a otras confesiones; existe un espacio para la prédica y el proselitismo siempre y cuando se respete la libertad y el derecho de todos a creer o a no creer. El pluralismo se nutre de un sano escepticismo frente a quienes suponen que existe una sola forma de vida plena, una sola vida que pueda reunir todos los bienes humanos sin tensión o conflicto. El pluralismo percibe el potencial impulso intolerante y violento en las versiones radicales de esta presuposición, pues ella entraña el anhelo de uniformizar a los seres humanos en un único estilo de vida y un único propósito.

Es posible examinar el proyecto de “evangelizar la cultura”, fuera de un marco epistémico de adoctrinamiento religioso y exhortación a un único modo de creer y actuar. El Evangelio alude a la “buena nueva” de la acción del ágape en la vida de los seres humanos, más allá de las consideraciones sobre la observancia de la “ortodoxia” o la preservación de una “pureza doctrinal”, que preocupaban más a los fariseos que a Jesús. Incluso la fe del centurión – un pagano – es objeto de elogio, por su disposición a dejar actuar al Espíritu en la vida. Visto de este modo práctico y amplio, la buena nueva no lesiona en manera alguna el cuidado de la diversidad, cuestiona severamente todo integrismo y nos sitúa en un horizonte de compromiso desinteresado con el otro. Una forma sutil y poderosa de universalismo ético que (más allá de la innegable originalidad del cristianismo en cuanto a su tratamiento de estos valores) converge con los principios de no pocas religiones y visiones seculares de la praxis. Por supuesto, esta última afirmación requiere un trabajo de precisión y detalle que no puedo ofrecer en este espacio. La conexión entre la idea de ágape y la de solidaridad constituye un tópico en el estudio de los imaginarios morales.

Consideremos brevemente un caso de diálogo interreligioso cotidiano en los escenarios de la sociedad civil. Si conozco a un creyente budista o judío que vive genuinamente su credo, y está dispuesto a conversar con otras personas sobre los cimientos éticos y espirituales de sus creencias en un clima de fraternidad y búsqueda compartida de conocimiento, de tal forma que todos los interlocutores puedan reconocer los elementos comunes y apreciar las diferencias entre las confesiones ¿Tendría sentido intentar “convertirlo” a mi propia fe, concebida como “verdadera”? Honestamente, creo que no. La posibilidad misma de una conversación - o investigación – interreligiosa podría considerarse una experiencia espiritual importante para cualquiera que valore seriamente la religión como un elemento significativo en la vida. Esa clase de diálogo podría potenciar la comprensión del ágape en el sentido práctico y no epistémico evocado hace un momento. Intentar improvisar alguna forma de prédica proselitista que pretenda lograr que el personaje en cuestión abandone la fe de sus padres para asumir otra podría y revelarse como un acto de manipulación e intolerancia, o incluso como una expresión de soberbia. En una sociedad pluralista, el ejercicio de escuchar al otro y propiciar el encuentro de razones y aspiraciones comunes – sin proponerse lograr un acuerdo definitivo en cuestiones doctrinales – constituye un hábito que no se aleja del ágape, y que toma distancia de la obsesión integrista por imponer un único modo de creer y de vivir.

(La imagen ha sido tomada de aquí).


domingo, 6 de noviembre de 2011

PLURALISMO, FALIBILISMO Y EDUCACIÓN. ALGUNOS APUNTES









Gonzalo Gamio Gehri





¿Cómo afrontar el desafío de la educación en un contexto democrático de respeto a la diversidad y de promoción del pluralismo? Lo primero que salta a la vista es la escasa comprensión de la idea de “pluralismo” en cuanto tal, y la extraña hostilidad que el sólo término genera en sectores conservadores llama la atención; del mismo modo, resulta cómico y patético el empleo – por parte de los representantes de la extrema derecha política y religiosa - de la expresión “pensamiento único” (más allá de la escueta y antojadiza alusión a Ramonet) para caracterizar al pluralismo democrático-liberal: extrañamente, parecen sugerir que la tesis pluralista que no existe una única forma de llevar una vida plena o racional es “intolerante”, y que la fórmula integrista según la cual existe sólo un relato válido (apreciado por ser “monolítico”) sobre los fines de la vida y la trascendencia – un relato que excluye a los demás sindicándolos como “falsos” o “perniciosos” – se concibe como “sensata” (¿?). En suma, el mundo cabeza abajo. Como en nuestro espacio público el esfuerzo por la claridad conceptual brilla por su ausencia, tal burdo despropósito florece casi sin resistencia.

Desde el punto de vista actitudinal, es evidente que esta clase de integrismo calza con el molde de un “pensamiento único”, precisamente por su antipluralismo. Una sociedad democrática debe contribuir a la formación del carácter y del juicio de sus ciudadanos, de modo que ellos muestren interés por la protección de los derechos de quienes tienen otras creencias y costumbres, y participen activamente en los espacios de la vida pública. La defensa de un “pluralismo razonable” (Rawls) implica la convicción de que la sociedad se convierta en un escenario en el que las personas puedan suscribir, examinar y discutir visiones de la vida buena sin que ninguna instancia oficial imponga criterios de corrección doctrinal, en la medida en que el ejercicio de estas visiones no lesionen los derechos y libertades de los demás. Constituye un absurdo – que ya hemos comentado – atribuir un trasfondo “relativista” al pluralismo: se trata de un error de manual (de manual retro, obviamente).

La escuela democrática tiene que preocuparse por promover el contacto reflexivo y empático con lo diverso, así como con el cuidado del falibilismo, la actitud según la cual podemos estar dispuestos a reconocer – si existen buenas razones para ello – que podemos estar equivocados y que somos capaces de aprender de nuestros interlocutores. Esta constituye una actitud básica para dialogar en el sentido estricto de la palabra. Si asumimos una actitud dogmática ante las propias convicciones y no estamos expuestos a las razones del otro no dialogamos en absoluto. Esto no implica por supuesto – para anticiparme a los objetores de manual – considerar que todas las posiciones son “igualmente válidas” (como reza el fantasmal “relativismo”). La “superioridad intelectual” de una concepción del bien es resultado del ejercicio del diálogo, cuando es auténtico.

En el Perú – por varias razones – la escuela ha sido por lo general un recinto autoritario, en el que la palabra del profesor es definitiva y pauta de lectura decisiva de los problemas. El diálogo no es una práctica común, y la apertura y el rigor argumentativo constituyen valores secundarios frente a la “disciplina” y la “obediencia a la autoridad”. La “mano dura” se celebra más que la capacidad de debatir o concertar. Fomentar el pluralismo requiere desmontar una serie de actitudes y estrategias pedagógicas arcaicas y funestas, presentes en las aulas, en la esfera pública, y en otros espacios sociales que conocemos bien. Construir la democracia “desde abajo” implica presentar batalla a la proclividad al “pensamiento único” (al integrismo y al autoritarismo) en estos frentes.

sábado, 22 de octubre de 2011

PLURALISMO ÉTICO Y ESTADO MODERNO




Gonzalo Gamio Gehri



Hemos argumentado que en una sociedad compleja coexisten – a veces en tensión – diferentes perspectivas sobre la vida buena. Hemos insistido en que cualquier pretensión de imposición de una exclusiva lectura del sentido de la vida sobre otras por parte de la organización política entrañará violencia; la experiencia de las guerras de religión (y de la Inquisición) todavía está fresca en el recuerdo de la mentalidad liberal. Los conservadores alegan de manera precaria y extravagante que “no imponer (una forma de vida) es imponer(la)”. Incluso deslizan la idea de que la promoción oficial de una doctrina se justificaría si es suscrita por la mayoría. Olvidan (¿o no?) que una democracia opera políticamente – ojo con el término - a partir de decisiones tomadas por mayoría, pero que también ella consagra ética y legalmente el principio del respeto de los derechos y libertades de las minorías. El Estado democrático-liberal se compromete con una concepción política de la justicia observante del pluralismo, no suscribe ninguna doctrina comprensiva. Permite que los ciudadanos examinen y elijan por sí mismos su propia percepción del bien y de la trascendencia.

Quienes presuponen irreflexivamente que el Estado podría suscribir expresamente una visión de la vida buena confunden gravemente el rol que cumplía la antigua pólis y el que hoy podría cumplir el Estado moderno (1). Olvida el crítico que la pólis desconocía (no podría ser de otra manera) la separación entre Estado y sociedad y que descansaba – a diferencia de la sociedad moderna – sobre un ethos común inmediato. Quienes conocen realmente a Hegel (así como un poco de historia académica) no pierden de vista estas ineludibles determinaciones espirituales. El surgimiento del Estado moderno supone el factum de la diversidad. Constituye una ilusión peligrosa (y potencialmente perversa) convertir al Estado en el “sujeto” de un extraño retorno al modelo de la comunidad orgánica. El espacio de la discusión sobre la buena vida – en el marco de un ‘pluralismo razonable’ – corresponde al de las ‘instituciones intermedias’, a lo que en un registro cívico-humanista contemporáneo se denomina “sociedad civil”.

¿Quién garantiza este pluralismo? En tanto el cuidado de la diversidad y la laicidad requieren de un marco legal y político preciso, en parte esta tarea corresponde al Estado democrático, garante de las libertades y derechos de las personas. Al mismo tiempo, esta responsabilidad recae asimismo en los hombros de los propios ciudadanos, quienes asumen la experiencia histórica del pluralismo, así como la percepción de los riesgos que entrañaría perder su vigencia o sacrificarla. Uno podría preguntarse qué motivaría al Estado y a los ciudadanos preservar el pluralismo y /o luchar por él. Me preocupa el precipitado y frecuente uso nada estricto del concepto de “ideología” con el fin de descalificar retóricamente éste propósito político (y tantos otros). Si se usa el término “ideología” en el sentido de Marx (como “conciencia falsa”, reflejo de algún interés socioeconómico), entonces se trata de un recurso que debe justificar el denunciante, puesto que se trata de un arma arrojadiza que en principio se podría usar contra cualquier posición, con el simple objetivo de levantar sospechas contra ella: el objetor tendría que precisar cuál es la tradición unitaria y homogénea presuntamente imperante que los pluralistas pretenden destruir como parte de un supuesto proyecto conspirativo particular. La diversidad de puntos de vista ético-religiosos (así como la realidad manifiesta de las identidades plurales, para citar a Sen) constituye un hecho que no puede borrarse de un plumazo. Constituye un hecho que no puede disolverse desde el escueto deseo de retorno, por ejemplo, de la combinación premoderna de trono y altar, o la nostalgia por el monismo cultural o por el Estado confesional de antaño. El Estado democrático, tiene el deber de garantizar la existencia de escenarios de libertad en los que los ciudadanos puedan cultivar el diálogo y la suscripciónn crítica de aquello que confiere sentido a la vida. Los ciudadanos son los guardianes de que la instancia política esté a la altura de este fin.

Preservar ese pluralismo ético constituye un desafío medular para las políticas democráticas en el registro del sentido de lo público.



(1) Debo esta interesante puntualización al destacado colega y buen amigo Rafael Campos García Calderón, de la UNMSM.







domingo, 16 de octubre de 2011

PLURALISMO Y ENCARNACIÓN






Gonzalo Gamio Gehri



Una de las objeciones más sencillas – y manidas – al pluralismo ético consiste en identificarlo con “el punto de vista desde ningún lugar”, para utilizar una expresión de Thomas Nagel. No es un cuestionamiento novedoso. El crítico supone que la defensa del respeto por la diversidad o el reconocimiento de la heterogeneidad y la potencial conflictividad de los bienes se plantea desde una concepción de la racionalidad práctica ahistórica y socialmente desvinculada. Me parece que la crítica incurre en la confusión y en más de un lugar común.

Voy a concentrarme brevemente en el pluralismo liberal como interpretación ético-política, y a dejar para otra oportunidad una reflexión específica en torno a la vida de instituciones puntuales, como por ejemplo las universidades. La tesis liberal en torno a que se hace necesario construir un marco legal y político que permita la coexistencia de diversas visiones de la vida buena o de la trascendencia religiosa, un marco que genere la apertura de espacios extra-estatales que constituyan escenarios de discusión en torno a los fines de la vida, resulta a la vez sensata e importante. Se deja así en manos de los propios ciudadanos (y de las instituciones sociales a las que han elegido pertenecer) la responsabilidad de examinar críticamente y cultivar sus creencias sobre el sentido de las cosas. El Estado como tal no se compromete con la corrección de ninguna doctrina particular, sólo prumueve una concepción de la justicia que permita la coexistencia social y la observancia del sistema de derechos básicos.

Esta comprensión no es fruto de un mero experimento conceptual - tipo el contrato -, es resultado de una amarga historia de experiencias de violencia cultural e intolerancia religiosa. Las guerras de religión, los crímenes de odio, así como diversos abusos cometidos desde los Estados confesionales, persuadieron a los pensadores de la modernidad a encontrar en la perspectiva de un Estado plural una estructura política abierta a las libertades religiosas. Las personas, las asociaciones religiosas y las comunidades académicas están entregadas a la búsqueda de la verdad y al cuidado del sentido de la vida, pero la verdad doctrinal no es una ‘meta de Estado’, a diferencia de la observancia de la justicia. Convertir la búsqueda de la verdad doctrinal en una ‘meta de Estado’ generó expresiones de barbarie como la inquisición, la cruzada contra los albigenses y otras formas seculares de persecución ideológica bajo el estalinismo y el fascismo. Este propósito provocó el control de las conciencias, la quema de libros y diversos atentados contra la vida y la dignidad. El enemigo del pluralismo liberal es el integrismo (la actitud del "pensamiento único", aunque los conservadores usen hoy esta expresión en un sentido diferente).

El pluralismo constituye una concepción ética encarnada que no implica "relativismo". Quien en el seno de las asociaciones religiosas y las comunidades académicas – fuera de la tutela del Estado - se compromete con el trabajo de reflexión crítica sobre la verdad y el cuidado del sentido de la vida, no considera (ni al inicio ni al final del diálogo) que todas las visiones de la vida valen lo mismo o son igualmente “correctas”; esa precaria hipótesis constituye un lugar común en diversos libros de texto que dejan de lado una descripción más detallada de lo que realmente está en juego en el ejercicio del diálogo. La “superioridad racional” es un asunto que se pone de manifiesto en el propio proceso del diálogo - pensemos en el oficio del propio Sócrates -, y que depende de la disposición de los interlocutores al contacto genuino entre las posiciones y los horizontes que les subyacen. No hay aquí “relativismo”, tampoco “desvinculación”. Isaiah Berlin lo ha planteado muy bien al examinar el pluralismo de Vico y Herder:


“Yo prefiero café, tu prefieres champagne. Tenemos diferentes gustos. Aquí no hay más que decir´. Eso es relativismo. Pero el punto de vista de Vico y el de Herder no corresponden a esto: esto es lo que he descrito como pluralismo – esto es, la tesis de que hay muchos fines diferentes que el hombre puede buscar y aún ser plenamente racional”[1]

















[1] Berlin, Isaiah “The idea of pluralism” en: Anderson, Walter T. The truth about the truth New York, G.P. Putnam´s sons 1995 p. 51.

sábado, 8 de octubre de 2011

SOBRE UNIVERSIDAD, FE Y RACIONALIDAD



















Gonzalo Gamio Gehri




La polémica sobre la PUCP ha destacado el asunto del perfil de las universidades católicas en una sociedad democrática. El tema presenta diversas aristas, pero yo intentaré detenerme en una, vinculada a su irrenunciable condición de universidad. Como tal, una universidad católica genuina – esto es, que no sea un recinto dedicado a la promoción de una única doctrina, a a la imposición de la “tiranía del anillo único”, para citar a Natán el sabio – debe examinar toda perspectiva científica y dialogar de manera honesta y razonada con las diversas teorías y visiones de la vida que habitan en el mundo contemporáneo. Debe ser plural.



Entiendo y suscribo la idea de universidad católica en estos términos. Me parece importante que el diálogo entre la ciencia, el mundo social y la cultura incorpore asimismo a la fe (concebida no como actitud dogmática y excluyente, si no como una manera sutil y reflexiva de adentrarse en las cosas) en ese espacio decisivo de interlocución que es la universidad. Se trata de un propósito sensato si se trata de un verdadero diálogo, sin imposiciones ni perspectivas privilegiadas ni “inmunes” a la crítica. El diálogo supone una apertura real al horizonte y a las razones del otro; de lo contrario, se trataría de una práctica falsa, de una burda estrategia conducente a la manipulación ideológica y el control de las conciencias, más allá de cuál sea la ideología que se profesa.



No estoy seguro de que la universidad sea un espacio para la “evangelización de la cultura”. Depende de qué se entiende por esa expresión. Si se entiende como la incorporación del mensaje ético y espiritual del Evangelio como una voz – junto a las otras formas de pensamiento, saber y creación – en la trama de interlocución que constituyen las culturas en el seno de nuestras sociedades (en una línea afín al Concilio Vaticano II), no puedo estar en desacuerdo. Si “evangelización de la cultura” es interpretado en el sentido del adoctrinamiento religioso e ideológico, que pretende suprimir la diversidad o imponer una suerte de “segunda cristiandad” (en el estricto sentido teológico – político del concepto, en convergencia con el proyecto medieval), entonces disiento. Y añado que, más allá de lo dicho, el propósito de predicar el Evangelio en nuestro mundo (el verbo es crucial, ciertamente) es importante y encomiable, pero no debe distorsionar la naturaleza y alcances de la actividad académica y la pluralidad constitutiva de sus espacios, la universidad entre ellos.



Es por estas razones que no puedo ocultar cierta preocupación frente a quienes plantean de manera imprecisa “una mayor presencia del catolicismo en la PUCP”. La Pontificia Universidad Católica del Perú tiene una inspiración católica en la conducción de su vida institucional, sus estudiantes deben llevar dos cursos de teología a lo largo de su proceso de formación. Cuenta con cinco obispos en la Asamblea Universitaria, y existe un Centro de Asesoría Pastoral Universitaria. Es clara y evidente la presencia del catolicismo en la PUCP, en un contexto pluralista. Como recientemente ha señalado Raúl Mendoza, el trabajo específicamente de la prédica doctrinal debe tener un espacio puntual en las actividades extracurriculares de una universidad católica; se trata de un espacio significativo, que no debe confundirse con el académico en absoluto. En la vida académica deben ponerse de manifiesto las excelencias del trabajo del concepto, la apertura crítica y la urrestricta libertad intelectual. Las excelencias del diálogo y del cultivo honesto del conocimiento.




















domingo, 2 de octubre de 2011

CATOLICISMOS





Gonzalo Gamio Gehri



El problema de la autonomía de la PUCP ha puesto de nuevo en discusión el tema del sentido o sentidos del catolicismo. Publiqué hace unos días la carta anónima de una persona que decía ser una economista egresada de la Universidad, y madre de dos hijos adolescentes, que exigía desde una reflexión teológica, considerar una mayor libertad de pensamiento entre los católicos. Reclamaba para sí acaso el tipo de trabajo crítico que el propio Jesús ejercía contra la jerarquía eclesiástica de su comunidad y época. Una crítica desde el propio espíritu del cristianismo. Dada su lucidez y sentido del respeto, la publiqué con gusto.

No se trata del único punto de vista. En la otra orilla, sólo por poner un ejemplo, Fernán Altuve señala en Expreso - sobre el conflicto con la PUCP - que “no se puede interpretar la doctrina católica”, invocando una absoluta obediencia y ortodoxia que puede recordarnos a cierto talante literalista – fundamentalista – que en rigor podría percibiste como ajeno a la matriz hermenéutica del pensamiento católico tal y como se ha puesto de manifiesto desde la Patrística e incluso antes. La exégesis bíblica, la reflexión teológica sobre el diálogo fe-razón, así como el trabajo original sobre relatos y parábolas apunta sin duda al ejercicio de la interpretación, y la doctrina recoge formas de interpretación, más allá del núcleo dogmático que todo sistema religioso de creencias exhibe.

Está claro que no existe una sola forma de pensar el catolicismo. Las posiciones varían de acuerdo a los referentes teóricos (filosóficos y teológicos, incluso literarios) y a un importante elemento actitudinal y práctico: todas se remiten al núcleo al que hemos aludido hace un momento. Algunas versiones tradicionalismo ponen énfasis en el tipo de teología arquitectónica elaborada durante la escolástica, e incluso consideran ciertos desarrollos del realismo metafísico característicos del tomismo y del neotomismo como canónicos y vinculantes como soporte conceptual de la espiritualidad cristiana; en lo moral y político, suelen recurrir al Catecismo y al Derecho Canónico como una fuente de inspiración. Otras versiones más progresistas concentran su atención en el carácter narrativo y práctico del Evangelio, y procuran establecer vínculos con el mensaje de fe y justicia presente en la tradición de los profetas. Sus fuentes filosóficas suelen ser más contemporáneas, p.e. la fenomenología o el neohegelianismo. Ambas lecturas coexisten (a veces en una difícil tensión) en el seno de la comunidad teológica católica y en los espacios de discusión filosófica. Incluso encíclicas como Fides et Ratio indican claramente que no existe una “filosofía oficial” dentro de la Iglesia (la idea misma de una “filosofía oficial” tiene un pobre valor filosófico, como resulta más que evidente). Aquí también existe (y se hace necesario) un cierto pluralismo crítico.

Nuestro mundo es saludablemente diverso, y es natural encontrar el factum de la diversidad en los diversos escenarios que lo integran. También es el caso de nuestros espacios de reflexión espiritual.



































jueves, 29 de septiembre de 2011

LA AUTONOMÍA, LA OBEDIENCIA Y EL “FINAL DE LOS TIEMPOS” (AUTOR ANÓNIMO)



ULTIMA CENA ALTAR DE SAN MIGUEL - Click en la imagen para cerrar




He recibido este mensaje en forma anónima, una reflexión aguda en materia teológica, que puede ser de interés de los lectores. A pesar de que no conozco a su autor, el texto me resulta digno de ser publicado por su lucidez y corrección (G.G.).






LA AUTONOMÍA, LA OBEDIENCIA Y EL “FINAL DE LOS TIEMPOS”








Estimado profesor Gamio:





Soy una madre de familia que se considera y se siente católica. He hecho todo lo posible por transmitir a mis dos hijos adolescentes los valores cristianos que recibí de mi familia, y que he tratado de fortalecer y desarrollar a lo largo de mi vida… porque los tiempos cambian, y así como lo que funcionaba bien para mi mamá o para mi abuela no funciona exactamente igual para mí, pienso que sería absurdo creer que mis hijos van a poder vivir toda su vida, y transmitir los valores esenciales a sus hijos, sin irnos adaptando al paso del tiempo. Los tiempos cambian, y nunca he sido (ni mi mamá tampoco) de los que creyeran que esto fuera malo, sino todo lo contrario, más bien prueba de la capacidad del cristianismo y del mensaje cristiano de seguir propagándose y seguir siempre actual.


De un tiempo a esta parte, sin embargo, veo con preocupación cómo va tomando cuerpo lo que considero un momento peligroso para la fe en nuestro país, uno de esos problemas familiares donde hay que proceder con cuidado. En los últimos meses se ha ido configurando un problema de esos que me hacen difícil sostener ante mis hijos la necesidad de seguir unidos a la Iglesia. A través de ellos y algunos de sus amigos (soy de las que creen que estar enterada y dialogar abiertamente es la mejor forma de vivir y defender mis ideas) he seguido últimamente el problema que se está dando en la Universidad Católica, donde yo misma estudié economía. Por ellos he estado viendo por ejemplo algo del material que circula en su blog, como parte de un honesto (y difícil) esfuerzo por entender la situación.


Para empezar, debo decir que he escuchado al Dr. Amprimo explicar la situación en sentido jurídico, y me parece creíble lo que dice. Si tuviera razón, y quedara demostrado en los tribunales que de acuerdo a la ley corresponde que la Iglesia (de la manera que fuere) tuviera en la PUCP un nivel de presencia determinado, y que esto no se ha estado cumpliendo por las razones que fuere, entonces mi actitud sería defender en ese momento el cumplimiento de la ley. Y haría todo lo posible por hacer ver a mis hijos que se trata de un asunto legal.


Pero lo que me dificulta cada vez más las cosas es la mezcla de religión con ley, del más allá con el más acá. Por supuesto, considero que la vida espiritual y la relación con Dios son lo más importante, y junto al amor al prójimo son la base que da sentido a todo lo que hacemos, pero también he crecido toda mi vida (y mi mamá también) en un país donde ciertas cosas las maneja la ley, y no la religión. Y creo que esto es saludable y es así por buenas razones. Entonces me siento asombrada cuando el Cardenal cree necesario decir algo como lo que leí el lunes en el periódico: que los profesores y los chicos de la Católica están desafiando a Dios, burlándose de Dios, y que Cristo les pedirá cuentas “al final de los tiempos”.


Ya había oído a periodistas afines al Cardenal llamar “súcubos” a los profesores, y me parecía una figura poética (aunque peligrosa), pero ahora se acusa a profesores y alumnos, y lo del juicio final puede ser tomado como amenaza y no hace más que confundir y alejar a los chicos aún más de la Iglesia, especialmente viniendo de una persona que ha cometido tan graves errores en su trayectoria política. Por los cuales ciertamente, como todo cristiano, tiene derecho a ser perdonado, pero que no lo califican necesariamente como funcionario del juicio final. Cosa que nadie es. El juicio final, espero, es entre Dios y cada uno.


La confusión es muy simple y se relaciona con el desarrollo de fuerzas que yo había creído superadas en la historia. Pero que parece no lo están tanto así. Tomar en sus propias manos el juicio de Dios fue un problema (quizá una necesidad, no soy quién para juzgarlo) que vivió la Iglesia en otros tiempos, que yo siempre creí felizmente superados. Yo crecí, y mis hijos también, en una iglesia abierta, no en una iglesia que pretendiera tomar la justicia del mundo en sus manos. Yo crecí agradeciendo este avance y sintiéndome agradecida por él. Si dijéramos que la Iglesia tiene el derecho de juzgar a nombre de Cristo porque es el cuerpo visible de Cristo, con las autoridades a la cabeza (y esto se escucha decir cada vez más), entonces a mi criterio esto sería un grave retroceso y un gran error.


Afortunadamente parece que el error es del Cardenal (que carga, como digo y como todos sabemos, con errores graves en su pasado político). Claro que uno escucha el error en una cantidad de personas y el error parece tomar cuerpo en nuestra sociedad, y parecen retornar fuerzas que yo creía superadas en la historia, pero me refiero a lo siguiente: Quisiera creer que no se trata de un error de la Iglesia. El lunes, cuando leí en Expreso eso del juicio de Dios, leí también allí, con alivio, que el Papa llama más bien a una actitud más humilde en la Iglesia, a la necesidad de separar las cosas y renunciar al poder político, terrenal, y a la necesidad de recordar que la iglesia somos todos, “no sólo la jerarquía, el Papa y los obispos”.


Me parece que los errores del Cardenal (y del movimiento conservador que parece resurgir, del que él parece ser parte) tienen que ver con una excesiva cercanía con el poder político y económico. Es posible que el error venga de la convicción de que el poder permitiría a la Iglesia una acción más eficaz, pero creo que se trata de un obvio error por el simple hecho de que Jesucristo no actuó a través del poder. Cuando decimos que “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”, creo honestamente que la gran mayoría no creemos que esa gloria sea de este mundo, ni el juicio tampoco.


Yo diría que el Cardenal está confundiendo peligrosamente las cosas, cuando habla de “desacato”, que según el diccionario es delito, “en algunos ordenamientos”. Me parece claro que no está demostrado que las autoridades de la Católica, y mucho menos los alumnos, estén cometiendo ningún delito; me parece que no vivimos en un “ordenamiento” donde “desacatar” lo que dice el Cardenal, o su interpretación de lo que dice la Santa Sede, sea delito. La confusión es sutil, pero es.


Yo diría que el Cardenal no es infalible, que no es el Papa, y mucho menos es Cristo, y que un poco de humildad no le vendría mal, porque tampoco me parece cierto que por ser el Cardenal sea “el” representante de Cristo en la tierra, como se rumorea que dijo últimamente. Creo que es una autoridad y respeto su investidura, pero mi formación católica y mi formación cívica siempre han funcionado juntas, cada una en su nivel, y estoy acostumbrada a tener derecho a ser crítica con las autoridades. Lo contrario sería justamente, cito al Cardenal, no ser autónomos, y en efecto estar “sometidos a no conocer más que un pedacito de la verdad” (como dijo en El Comercio el sábado pasado). Creo que a él mismo no le vendría nada mal, por el bien de todos, un poquito de humildad, un esfuerzo por no dar la triste impresión de sentirse dueño de la verdad, de pretender una posición legal privilegiada, de tratar de operar institucionalmente por encima de la ley, o peor aún, de impartir la justicia a nombre de Dios.


Tengo la sincera esperanza de que no sea ésta la voluntad de la Iglesia, y la posibilidad mencionada por el Dr. Uribe, de ir el Vaticano a un tribunal internacional para apelar a la decisión de la justicia peruana si ésta fuera desfavorable, no devenga en un conflicto donde la Iglesia dé la impresión de imponerse en forma prepotente. En este último caso yo acataría y respetaría, pero justamente, acataría y respetaría la fuerza mayor, y allí no creo que estuviera Cristo de por medio. No, en todo caso, el Cristo en el que fui criada yo, y en el que crié a mis hijos. Allí podría empezar a reconstruirse un Cristo más parecido al de tiempos que yo creía felizmente superados, un Cristo que nunca he creído fuera parecido al original, felizmente.


Mientras tanto, y con cuidado, sigo expresando mi opinión. Al Cardenal lo puedo cuestionar; a la Iglesia no me atrevería. Ojalá los tiempos no se pongan difíciles de esa manera, que suficientes dificultades terrenales tenemos ya.


viernes, 23 de septiembre de 2011

PUCP: LA BATALLA POR LA AUTONOMÍA











Gonzalo Gamio Gehri






Hoy tendrá lugar la sesión de la Asamblea Universitaria en la que la PUCP se pronunciará sobre la carta enviada desde el Vaticano – entregada por el Arzobispo de Lima – en la que se solicita se hagan algunos delicados cambios en los estatutos de la Universidad. Se trata de una jornada en la que la PUCP asumirá una posición clara respecto de su estructura democrática, su autonomía institucional y su pluralismo. El conflicto con el Cardenal tiene ya larga data y muestra diversos frentes. Primero se planteó el tema de la correcta interpretación del testamento de Riva-Agüero – asunto que está en manos del Poder Judicial -, hoy quienes pretenden intervenir la Universidad ponen en cuestión la propiedad misma de la PUCP; Rosa María Palacios explica el conflicto legal aquí. Hay un frente mediático bastante convulsionado – véase las notas de la prensa ultraconservadora, de vocación cortesana, particularmente las afectadas y completamente desubicadas columnas de Martín Santiváñez en Correo, sólo para citar lo más pobre de lo que aparece en los diarios – y un frente político abierto hace ya varios meses; recuérdese los denodados y vanos esfuerzos del cardenal por apoyar la candidatura de Keiko Fujimori y sus intentos por sacar el tema de las esterilizaciones forzadas del debate público para que su candidata no se debilite.




Aquí también está en juego la libertad de pensamiento, que es esencial a todo recinto universitario que merezca tal nombre. En una Universidad no existen temas vetados ni libros prohibidos: se trata de someter los juicios y las opiniones al espacio de la argumentación y del examen crítico. Las ideas y las interpretaciones son bienvenidas en la medida que son expresión de razones que se puedan discutir honesta y libremente en espacios académicos, sin presiones y sin cortapisas. Es preciso proteger esa apertura fundamental para el progreso del conocimiento y la investigación. Por desgracia, en algunos círculos conservadores impera la costumbre de restringir el acceso a determinados autores y contenidos que parecen no converger con sus convicciones. Hace un tiempo, Francisco Tudela patinó estrepitosamente al sostener que en la PUCP se leía a Gustavo Gutiérrez, un autor supuestamente “condenado por la Iglesia”, lo cual es falso: la obra de Gutiérrez jamás ha sido condenada. Hace unos días, Alonso Cueto publicó un artículo en el que manifestaba su preocupación por la cerrazón intelectual de aquella facción que describía como “extremista en lo religioso”:






“El conflicto entre la PUCP y el arzobispo Cipriani es una de las consecuencias de la consolidación de este extremismo ideológico-religioso, que sin duda tiene un objetivo político en la búsqueda del poder. Los grupos religiosos que apoyan al Cardenal en esta gesta, empezando por el Opus Dei, han dado notorias muestras a lo largo de su vida de una visión intransigente y dogmática de la vida. En mi relación, a lo largo de los años, con personas y sacerdotes del Opus Dei solo he escuchado hablar de prohibiciones y consejos. Nunca he escuchado de ellos una idea o una interpretación interesante de algún texto. Para el Opus Dei hay autores malditos, entre ellos Umberto Eco (un sacerdote del Opus Dei me dijo hace un tiempo que era un “apóstata”), MVLL (otro sacerdote del Opus me dijo después de una conferencia que no debía mencionar “ese nombre”), García Márquez (otro autor “reservado” en las bibliotecas de las universidades del Opus), y, por supuesto, el Nobel José Saramago, entre muchos otros. Para los miembros del Opus Dei, según me dijo uno de ellos, hay algunos libros que pueden “hacer daño” a la mente juvenil, lo cual no es sino una muestra de la poca estima que tienen por la capacidad de los jóvenes a los que dicen proteger. En este contexto, su ideal de enseñanza es tener a un grupo de borregos a su servicio”.









Duras palabras, las de Cueto, sin duda. Se encoge el alma al saber que la lectura de estos grandes autores es prohibida y sancionada por temor y prejuicio. Lo que resulta claro es que esta clase de limitación a la libertad y manipulación intelectual no es lo que se quiere para una Universidad. La PUCP ha consolidado su prestigio académico en base a la apertura de sus aulas a diferentes voces y enfoques, recurriendo al diálogo y a la autoridad básica del mejor argumento.



Queremos seguir siendo una Universidad libre y plural, que elija a sus autoridades a partir de procedimientos democráticos. Queremos seguir siendo un lugar para la investigación y el intercambio de ideas que nutra el país y la vida de los jóvenes. Queremos seguir siendo un espacio en el que se pueda vivir espontánea y razonadamente la fe, cultivando el sentido crítico y la apertura a lo diverso. Confiamos en que hoy la Asamblea ratifique este compromiso.










viernes, 16 de septiembre de 2011

EL INSTANTE




Gonzalo Gamio Gehri


De todas las obras literarias que examinan el carácter del individuo instalado la cultura moderna, probablemente Fausto sea la más conmovedora e iluminadora. Goethe relata la historia de un venerable científico que, ya anciano, habiendo dedicado la vida entera a la búsqueda del conocimiento en la senda de la Ilustración – “Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología” -, descubre que el camino hacia la plenitud es otro, el de la experiencia. Fausto quiere tomar la vida con las dos manos, como sugiere Hegel en la Fenomenología del espíritu. Celebra un pacto con Mefistófeles, que le permite recuperar la juventud e iniciar un vertiginoso camino de experiencias en pos de la plenitud anhelada. El diablo pregunta cuándo podrá llevarse el alma de Fausto. El sabio no tarda en responder:



“FAUSTO



Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: «¡Deténte, eres tan bello!», puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado para mí.”


Fausto busca acumular inagotables experiencias que deleiten su mente y sus sentidos, de modo que su vida culmine cuando la fascinación del instante lo impulse a no desear nada más. Esta convicción lo lleva – por lo general en compañía de Mefistófeles – a vivir la Noche de Walpurgis, conocer el amor de Margarita, y luego, convertirse en uno de los consejeros del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, visitar a las Madres del Ser, viajar al mundo griego (para celebrar la “Noche de Walpurgis clásica”). Incluso es testigo de la invención del papel moneda, creación de Mefistófeles. El diablo genera, por supuesto, situaciones trágicas y dolorosas que Fausto – a pesar de su inteligencia – no comprende del todo: ese es el lado siniestro del contrato que ha sido firmado con sangre. Su vocación por la destrucción del alma de Fausto no se disimula en la sutileza de sus juicios y maneras.
Pero la experiencia fundante que buscaba Fausto no será encontrada en los festines de poder y placer que se ha procurado por años, instigado por Mefistófeles. Con el tiempo, a Fausto se le entregan extensiones de tierra, y él logra arrebatarle tierra al mar para hacerla cultivable. La contemplación del trabajo humano en un clima de tranquilidad, así como la suave brisa marina le traen paz a su corazón. La experiencia del servicio le concede ese instante que buscaba.


“FAUSTO


Ahora se extiende hasta el pie de la montaña una ciénaga que apesta todo lo que ya se ha conseguido. Cuando desagüemos esa charca pestilente, habremos alcanzado el más alto logro. Abro espacios a millones de hombres, espacios en los que tal vez no estén seguros, pero sí podrán estar activos y libres.

La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en esta novísima tierra junto a la parte más sólida de esta colina levantada por un pueblo audaz y laborioso. Aquí en el interior hay un paraje paradisiaco, si allá afuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus dentelladas violentas hace un boquete en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la culminación de la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los días. Y así, rodeados de peligros, el niño, el adulto y el anciano viven provechosamente sus años. Quiero ver una multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este instante: «Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el presentimiento de esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo”.



El final propuesto por Goethe es tan interesante como conmovedor. La mano de Mefistófeles no alcanza al alma de Fausto: no la precipita a las profundidades como exigía el Pacto. Las oraciones de Margarita consiguen salvarlo. Más allá de lo sinuoso del camino emprendido, el mal es burlado.