martes, 26 de octubre de 2010

EL ESTADO LAICO ‘EXAMINADO’







Gonzalo Gamio Gehri


Hace una semana, el gobierno aprobó una ley que convertía al Señor de los Milagros en Patrono de la Espiritualidad Religiosa Católica del Perú. Se trata de una ley que a todas luces es contraria al carácter de una sociedad democrática, que garantiza el libre culto, que no discrimina a sus ciudadanos en materia de sus creencias y que cultiva el pluralismo. Es lamentable que nuestros políticos no duden en lesionar ciertos principios básicos del Estado constitucional de derecho con gestos demagógicos. Creo que con ello Alan García le ha dado un espantoso golpe al legado intelectual y moral del joven Haya de la Torre, que se opuso a la Consagración del Perú al Sagrado Corazón - promovida por Leguía - precisamente por estar reñida con la laicidad de un Estado que pretende ser moderno. La Procesión es multitudinaria y conmovedora, no necesita en absoluto el respaldo de una ley. La piedad de los peruanos no requiere de un espaldarazo legal; florece por sí misma.

El tema ha generado diversas reacciones, de diverso calibre y fortuna. Rosa María Palacios y Augusto Álvarez Rodrich han manifestado su preocupación en una perspectiva liberal, Humberto Lay ha planteado su desacuerdo desde el punto de vista de la comunidad evangélica. Sorprenden las declaraciones del Cardenal Cipriani (aunque él nos tiene acostumbrados a sus declaraciones polémicas y singulares: hace poco, con ocasión del Premio Nobel para Vargas Llosa, señaló que no había leído ninguna de sus novelas y tampoco las recomendaba). El Cardenal ha intentado responder a las críticas elaborando un dibujo poco sutil – considerablemente caricaturesco, en realidad – del llamado “laicismo”:

“El laicismo es la enfermedad (…) el laicismo es cuando vienes tú y le dices a la Iglesia `cállate la boca, no hables de educación, no hables de corrupción, no hables de justicia, esos son temas políticos´; no sean enfermos de laicismo, la laicidad, que el Papa la acepta muy bien, es una mejora del mundo contemporáneo; el laicismo es un ataque a la iglesia Católica fundamentalmente”.

Creo que estas controversiales declaraciones – aparecidas en el programa Diálogo de Fe – entrañan una lectura imprecisa de aquello que significa vivir bajo un Estado laico y en una sociedad liberal. Confunde lamentablemente la defensa de un Estado laico con el anticlericalismo (y sospecho que también con la mera increencia). El que un Estado se mantenga al margen de cualquier compromiso explícito con una religión particular (para no establecer distinciones entre sus ciudadanos que impliquen algún tipo de discriminación) no significa “callar a la Iglesia”. Las comunidades religiosas expresan con todo derecho puntos de vista que muchos ciudadadanos valoran, pero esos puntos de vista no son los del Estado ni requieren de los canales del Estado para expresarse. Tampoco tienen en sí mismas un carácter “oracular” ni desempeñan un rol “tutelar” en una sociedad democrática. Constituyen una voz dentro de la sociedad civil, al lado de las voces de otras asociaciones e individuos, algunos vinculados al mundo de la fe, otros vinculados a espacios de vida cívica. Siendo una institución antigua y venerable, la Iglesia Católica – a través de su organismo colegiado, la Conferencia Episcopal, o a través de la persona de sus autoridades – tiene cosas muy importantes que decir ante la opinión pública sobre temas de justicia y bien común. Y los ciudadanos podrán recoger, comentar, examinar lo dicho por ella desde los foros públicos correspondientes (o al interior de la propia Iglesia). La Doctrina Social de la Iglesia aporta significativamente al diálogo horizontal sobre la educación, la corrupción, la justicia. Se trata de temas vitales para garantizar la salud de una sociedad. No obstante, se trata de aportes al diálogo no se sitúan por encima o por debajo del diálogo. Recordarlo es positivo para la democracia, y también para las propias Iglesias.

Dudo mucho que el Estado laico constituya un signo de 'enfermedad', creo que constituye una condición positiva para la puesta en ejercicio de un fecundo diálogo intercultural e interreligioso en el seno de la sociedad democrática. Concebirlo como una perversión sólo revela la presencia de una lectura trasnochada y falsa de la modernidad cultural y política. La nostalgia por la alianza arcaica del trono y el Altar resulta vana y funesta en una sociedad plural. Tristemente, estos cuestionables esquemas prosperan cuando políticos astutos – formados en el mundo de la política corriente e inspirados por móviles escasamente “espirituales” - sienten que pueden sacar provecho de ellos. Eso es lo que acaba de pasar con esta innecesaria ley que hemos comentado: la igualdad religiosa ha sido lesionada por una iniciativa cuestionable de nuestro Presidente de la República y su entorno. Estos políticos cuentan con que el autoritarismo y el confesionalismo están instalados en nuestro medio como una suerte de "sentido común"; se trata de un conjunto de presuposiciones contrarias a la democracia que deben ser desmontadas en nombre de una ética cívica. Olvidamos con una irreflexiva rapidez que la separación de las cosas de la religión y las del Estado tiene una de sus fuentes en el propio Evangelio.


martes, 19 de octubre de 2010

EURÍPIDES: DELIBERACIÓN, TEMOR Y COMPASIÓN (EN TORNO A"LAS SUPLICANTES") *


Gonzalo Gamio Gehri


El miedo y la compasión tienen un lugar de privilegio en la trama de Las Suplicantes. Como en el bosquejo aristotélico de la tragedia, ambas pasiones invitan a los personajes al desarrollo de la katharsis, que aquí toma la forma del discernimiento práctico acerca de la medida correcta a partir de la evaluación de los contextos vitales que les toca afrontar. Etra comunica a su hijo la conmoción que generan en ella los lamentos de las madres de Argos, que claman que no experimentarán la paz hasta tener ante sí los cuerpos de sus hijos. Ella se sitúa por un momento en la posición de esas mujeres, imagina su pérdida, su desesperación, la incertidumbre acerca de si podrán reencontrarse con los suyos en el Hades. Se imagina por un momento rogando por la devolución del cuerpo de Teseo ante la presencia del indolente Creonte. Está convencida de que los argivos han recibido su castigo ya, y que lo que toca – de acuerdo con las exigencias de la justicia - es que se les permita a sus seres queridos despedirlos como se debe.

A Teseo es el temor lo que lo mueve a meditar sus acciones y evitar cualquier movimiento precipitado y fatal. Sabe que las guerras que se han desatado en Tebas, así como el auge y la caída de los gobernantes, están asociados con la comisión de la hybris y con la violencia injustificada. Está convencido de que Adrasto debe la ruina de sus ejércitos a su desafortunada idea de casar a sus hijas con Tideo y Polinices – como consecuencia de una errónea interpretación del mensaje délfico -, y luego por tomar la irreflexiva decisión de emprender el viaje a Tebas sin consultar con el oráculo. Teseo no quiere contaminar su campaña con la mala fortuna que las impías acciones de Adrasto han propiciado contra su propio pueblo. Es por ello que decide comandar en solitario a las fuerzas de Atenas. “Yo sólo, con mi propio destino, conduciré el ejército”, sostiene el héroe, “A nueva guerra, nuevo conductor”[1]. Esta lucha no está concebida estrictamente como una forma de reparar el daño producido en batalla contra los dánaos – esa será la motivación de la posterior expedición de los Epígonos -; se trata de honrar las leyes divinas y no dejar los cuerpos insepultos.

De acuerdo con las antiguas tradiciones helénicas, resultaba claro que el edicto de Creonte constituía un acto de crueldad innecesaria, una humillación para los parientes y los compatriotas de los muertos, pero también una ofensa contra los dioses subterráneos, que cuidan de los muertos y de los honores que les son debidos. Supone una clara trasgresión de lo que los mortales pueden hacer con sus semejantes sin desafiar las exigencias de la justicia, concebida como la observancia al orden natural de las cosas que los mortales deben observar. Dejar los cadáveres expuestos implica además convertir a la propia comunidad en un lugar vulnerable a la contaminación – física y espiritual – producida por dicha exposición y la propagación de los restos humanos a través de los animales carroñeros. En uno de los pasajes de Antígona, Tiresias revela a Creonte las terribles consecuencias de su decisión:

“La ciudad sufre (…) a causa de tu decisión. En efecto, nuestros altares públicos y privados, todos ellos, están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado hijo de Edipo que yace muerto. Y, por ello, los dioses no aceptan ya de nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de víctimas, y los pájaros no hacen resonar ya sus cantos favorables por haber devorado grasa de sangre de un cadáver”[2].




* Este post constituye una primera versión - esto es, el borrador - de unos breves pasajes de un ensayo mayor, titulado“Discernimiento práctico y sentido de justicia. Una lectura ético-política de Las Suplicantes de Eurípides”, publicado en: Cañón, Camino y Alicia Villar Ética Pensada y compartida (Libro homenaje a Augusto Hortal Madrid, UPCO 2009 pp. 227 -245.

[1] Eurípides, Las Suplicantes, 593.

[2] Sófocles, Antígona 1015 – 23.


Fuente de la imagen aquí.

miércoles, 13 de octubre de 2010

M. VARGAS LLOSA, LA LIBERTAD Y EL NOBEL


Gonzalo Gamio Gehri


Ha sido sin duda una gran noticia que Mario Vargas Llosa haya obtenido el Premio Nobel. Como se ha dicho muchas veces, Vargas Llosa es un liberal auténtico, un exponente de aquella derecha moderna que un país democrático necesita (tanto como se necesita una izquierda liberal), una derecha que todavía no existe propiamente en el seno de los partidos políticos locales, fascinados todavía con las aventuras autoritarias y las mal llamadas "instituciones tutelares". Vargas Llosa es un intelectual comprometido con la libertad desde su magnífica obra narrativa - acertadamente "picante" y desafiante frente al poder en todas sus formas - como desde el ensayo y las columnas de opinión, un hombre de letras que no ha dudado en pronunciarse abiertamente contra la estatización de la banca, pero también contra la masacre de los penales y a favor del trabajo de la CVR. Se trata de un ciudadano y un hombre de letras que no concibe el divorcio de una economía libre y un Estado que respeta la institucionalidad y los derechos humanos. Mientras muchos de sus ex compañeros de Libertad coqueteaban con el fujimorato y aplaudían el Autogolpe de 1992 – exaltados ante la perspectiva de la privatización de las empresas estatales -, Vargas Llosa no sucumbió ante los cantos de sirena de la supresión de las prácticas democráticas ante la promesa de “eficiencia”. Hoy el escritor peruano es reconocido en virtud de una obra dedicada al tema de la lucha contra la concentración del poder, y Fujimori está en la cárcel, condenado por homicidio calificado.

Vargas Llosa ha retratado de manera magistral el tipo de seres humanos disminuidos y lesionados que producen las tiranías latinoamericanas – personas como Urania Cabral, condenadas al exilio espiritual, seres con enormes dificultades para dar y recibir amor -, así como la necesidad de incrementar las libertades ejercitando la crítica y denunciando la opresión donde ella se manifiesta. En su famoso prólogo a El erizo y la zorra – el estupendo estudio de Isaiah Berlin sobre Tolstoi y de Maistre -, el novelista hace eco de la tesis del filósofo, según la cual las libertades negativas y positivas debían coexistir en tensión para garantizar la apertura de una sociedad sólidamente liberal. Mientras nuestra derecha mercantilista - incluso ese sector engañosamente "modernizante" que alentó su candidatura en el 90 - desestima torpemente el valor de las libertades positivas, Vargas Llosa las reivindica desde la producción estética y la acción política.

Es cierto que las decisiones políticas de nuestro gran narrador muchas veces han sido polémicas. No podría ser de otra manera, tratándose de un hombre de ideas preocupado por que éstas asuman una figura concreta en la práctica (como corresponde, finalmente, a todo intelectual que incorpora el compromiso político como parte de su proyecto vital). El Movimiento Libertad - en el proceso de construcción del FREDEMO - celebró discutibles alianzas con AP y con el PPC que le restaron fuerza a su candidatura, debilitada por la publicidad de los aspirantes al Congreso. Se le asoció con la “vieja derecha”, y ciertamente su propio Movimiento alentó el surgimiento de políticos de un claro perfil antiliberal, como Rafael Rey y otros. Su lúcida intervención en años recientes permitió que el gobierno del Perú asumiera el proyecto de edificación de un Lugar de la Memoria, pero su interés por ponderar posiciones lo llevó a tomar cierta distancia – y no siempre con el respaldo de las evidencias – respecto de aquello que documenta el Informe Final de la CVR, resintiendo un tanto el elemento crítico del proceso de recuperación pública de la memoria.

El ejercicio de la libertad invita a la polémica, y la vida de nuestro autor ha estado consagrada estrictamente a dicha causa; ella ha marcado los diferentes giros de su pensamiento político, cambios que se enmarcan en una búsqueda encomiable de coherencia personal y honestidad intelectual. En la tipología planteada por Berlin, Vargas Llosa sería un valeroso erizo, que desarrolla y defiende una idea fundamental que atraviesa su pensamiento, la vindicación de la libertad del individuo frente a las estructuras y mentalidades que lo oprimen, y frente a los espíritus tiránicos que buscan disolver toda forma de disentimiento. Este es un momento oportuno para rendir homenaje no sólo a su notable talento literario, sino a su genuina, controvertida e inspiradora pasión por la libertad.


La imagen viene de aquí.

martes, 5 de octubre de 2010

ESQUEMAS COMUNITARIOS




Gonzalo Gamio Gehri



Es común pensar que son los autodenominados “conservadores” y “reaccionarios” quienes han destacado la necesidad de recuperación de la comunidad como espacio social (y también político) de realización humana como alegato moral y como denuncia de los efectos atomizadores de la racionalidad moderna. A menudo, esta clase de invocaciones a las formas premodernas de coexistencia se cubre bajo la imprecisa etiqueta del llamado “comunitarismo”. Confieso que no estoy de acuerdo con el uso que hoy se hace de esta noción. El término fue usado – estrictamente con fines pedagógicos - en la década pasada por la bibliografía especializada, que elaboró un mapa del debate contemporáneo en ética y teoría política con el fin de introducir el tema y señalar el ‘aire de familia’ presente en las críticas de algunos filósofos a las concepciones procedimentales (véase los importantes textos de Holmes, Swift y Mulhall, Giusti y Thiebaut). Ese trabajo se llevó a cabo con rigor. En los últimos años, no obstante, creo que se viene abusando del concepto en la literatura no especializada. Lo constato en algunas publicaciones recientes sobre este tema que a veces llegan a mis manos. De hecho, los autores que suelen ser clasificados como “comunitaristas” (entre los que se cuentan Walzer, Taylor, Sandel, MacIntyre y otros) han objetado explícitamente que se use la etiqueta con ellos: hablar hoy del “comunitarismo de Walzer (o de Taylor)” resulta bastante discutible.

Pero hoy no pienso detenerme en la dimensión específicamente filosófica del asunto, sino talvez señalar muy brevemente un elemento propiamente político, retomando una sugerencia que he encontrado en Sandel y en Rorty. Me han traído esta cuestión a la memoria el absurdo intento de acusar a Susana Villarán de ser una “candidata inmoral” frente a quienes se proclaman “guardianes de los valores”, con frecuencia desde canteras que pretenden ser religiosas; esta acusación venía acompañada - como era de esperarse - con el intento de chantaje moral: "si eres creyente no puedes votar por ella", y disparates de esa especie. Los autodenominados “conservadores” y “reaccionarios” consideran que poseen el monopolio del recurso a la “comunidad” y a las “tradiciones”. La idea es que el “mundo moderno” (o la “civilización tecnológica”) ha promovido el “individualismo” y el “nihilismo” a través de las ideologías de la libertad individual que minan el sentido de la vida entre los agentes, de modo que se propone retornar a las “comunidades de memoria” (religiosas, vecinales, algunos incluso evocan a la familia) como reductos últimos de los valores tradicionales (incluida la Verdad, por supuesto). La organización lobbysta norteamericana de los ochenta “La Mayoría Moral”, así como buena parte del integrismo religioso e ideológico contemporáneo – pasando por los neocon y por los autodenominados “neoteístas” – han asumido esta posición con especial dureza. Muchas veces, como indica Sandel, este tradicionalismo señaló que los liberales que se mostraban contrarios a las oraciones en las escuelas públicas de Estados Unidos estaban en general en contra de la oración[1]. Nada de eso, los liberales en cuestión consideraban que la práctica de una religión y la participación en algún tipo de ritual es un asunto de elección personal en el que el Estado no puede intervenir, salvo garantizando las libertades religiosas. Muchos de estos liberales progresistas eran creyentes y valoraban el poder de la oración en sus vidas.

La oposición maniquea “comunitarismo” versus “individualismo” resulta caricaturesca (más todavía si proyectamos las escuetas categorías políticas “derecha” e “izquierda” sobre ellas). La izquierda liberal no menosprecia el papel de las “comunidades de memoria” en la forja de las identidades de las personas – de hecho, el término pertenece a Robert Bellah, coautor del célebre libro Habits of the Heart (1985) -; sólo pone énfasis en un elemento actitudinal crucial: la particular valoración de la capacidad del individuo de someter a crítica las propias tradiciones en el proceso de elección de una forma de vida buena (lo que Nussbaum llama ‘razón práctica’ y Sen ‘agencia’). Ello no debería de resultar extraño, dado que las tradiciones constituyen por sí mismas espacios de deliberación y debate. El recurso a las tradiciones no puede silenciar la posibilidad de la crítica.

La izquierda liberal valora asimismo – además de las “comunidades de memoria” – otros espacios deliberativos de no menor importancia. Me refiero a organizaciones y formas voluntarias de asociación que median entre los ciudadanos y el Estado y promueven la conversación cívica, el control democrático del poder y la incorporación de temas de interés común en la agenda política. De esta manera se recoge la tesis tocquevilliana que señala que la única forma de rescatar las libertades políticas en las democracias modernas (expuestas al individualismo y al despotismo administrativo) pasa por fortalecer “instituciones intermedias” a través de las cuales los individuos puedan actuar como ciudadanos, fiscalizar a sus representantes y discutir asuntos públicos. Inicialmente, los municipios fueron identificados con tales espacios; los discípulos contemporáneos (y heterodoxos) de Tocqueville se inclinan por asociar – dentro del “sistema político” – a los partidos como “instituciones intermedias” y particularmente a los organismos de la sociedad civil. Se trata de espacios diferenciados que cumplen tareas diferentes en el seno de una democracia constitucional.

Introducir el moralismo más pacato en la agenda política constituye un profundo error, especialmente si no se toma en consideración los asuntos de ética pública (derechos humanos, corrupción, ciudadanía) – que son cruciales para el funcionamiento mismo de lo político- , sino meras alusiones a las opiniones relativas a la “moral personal” como parte de una campaña electoral. De eso hablaré más adelante. Otro error importante consiste en creer que las cuestiones relativas al lugar de las comunidades en nuestra vida constituye un tópico conservador. Se trata de hacer de nuestras instituciones genuinos espacios de discernimiento libre y realización.



[1] Cfr. Sandel, Michael “La moral y el ideal moral” en Filosofía pública Barcelona, Marbot Editores 2008 p. 201.

viernes, 1 de octubre de 2010

LA PUCP Y LA DERECHA RELIGIOSA


Luis Felipe Zegarra B. PhD (1)

Desde hace varios meses somos testigos del conflicto entre la PUCP y el Sr. Cipriani (en representación de la derecha religiosa). Un conflicto que no solo debe preocupar a todos aquellos que forman parte de la PUCP, sino en general a todos aquellos que defienden la excelencia académica, la libertad de pensamiento y la tolerancia.

La PUCP no solo es la mejor universidad peruana, sino además es una institución académica de alto prestigio internacional que ha practicado la tolerancia frente a diversas posiciones. Por ello resulta especialmente lamentable la manera como la derecha religiosa desea intervenirla. ¿Acaso alguien puede honestamente defender la hipótesis de que si el Sr. Cipriani y sus seguidores logran el control de la PUCP esta tolerancia de ideas se respetaría? ¿Acaso no habría una revisión de los contenidos de los cursos (o incluso de los libros de las bibliotecas), con el fin de evitar que ciertas ideas “peligrosas” sean discutidas?

La tolerancia es un principio que lamentablemente se encuentra subestimado por algunos representantes de la Iglesia, incluso en pleno siglo XXI. Es decir, es un principio muy poco valorado por algunos que se autoproclaman defensores de la moral. ¿Cómo es posible que algunas autoridades de la Iglesia Católica puedan así considerarse cuando sus acciones muestran más bien un rechazo a aquellos que piensan de manera diferente?

La Iglesia Católica es una institución con influencia sobre todo en América Latina y que puede utilizar dicha influencia para hacer el bien. Lamentablemente, en vez de defender el medio ambiente y los DDHH, en vez de levantar la voz contra la corrupción, cierto sector de la Iglesia Católica ocupa su tiempo procurando intervenir en una institución como la PUCP, que ha hecho un trabajo encomiable en defensa de la excelencia académica, la apertura y la tolerancia.

La PUCP debe mantenerse fuerte ante el peligro que significa la intervención de la derecha religiosa. Es saludable que numerosas personalidades, tales como Mario Vargas Llosa, Benedict Anderson, Alain Touraine, Sabine MacCormack, Guillermo O’Donnell, Ernesto Laclau, Martha Nussbaum, entre muchos otros, apoyen a la PUCP en esta difícil hora.

Este apoyo internacional le recuerda a la derecha religiosa que el mundo de hoy no es el mundo de la Edad Media cuando la Iglesia abusó tantas veces del enorme poder que tuvo. Afortunadamente para aquellos que defendemos la libertad de pensamiento, hoy la comunidad internacional se mantiene vigilante ante el peligro que enfrenta la PUCP.


(1) Profesor de economía de la PUCP.

Publicado en La República