domingo, 27 de julio de 2014

REFLEXIONES SOBRE LOS MEDIOS DE PRENSA Y EL PLURALISMO DEMOCRÁTICO














Gonzalo Gamio Gehri


Hace un tiempo que se discute la compra de Epensa por el grupo El Comercio, y este importante debate nos ha llevado a una reflexión más amplia sobre el rol de los medios de prensa en una sociedad democrática, pluralista por definición. Desde el siglo dieciocho la prensa está asociada al cultivo de las libertades ciudadanas e intelectuales.

Los ciudadanos necesitan formarse un juicio propio sobre las circunstancias y conflictos propios de la vida pública. Este juicio propio le permite discernir y actuar, votar y asumir una posición en el juego político. Para construir este punto de vista, requiere tener acceso a información veraz que pueda contrastar; precisa – asimismo – de tomar contacto con opiniones racionalmente fundadas sobre asuntos de interés común que él pueda examinar críticamente y confrontar con otras posturas y argumentos.  En principio, los ciudadanos disponen de esta información o participan en la conversación cívica en la esfera de opinión pública, de la que los medios de comunicación forman una parte. La  esfera de opinión pública ha de ser diversa para que cumpla con su cometido: la discusión que la constituye es la materia prima de la deliberación que llevan a cabo los agentes sociales y políticos.

Hace ya tiempo que los medios de comunicación se comportan exclusivamente como empresas privadas, o se han convertido formalmente en empresas. Son empresas. Transmiten a menudo las opiniones y las expectativas de sus dueños, y encarnan intereses económicos y políticos concretos.  Destacan la figura de un personaje político o confrontan a otro. Es una realidad que no puede ser desconocida o no considerada con la debida atención. Esa es una de las razones por las cuales la concentración de los medios (y evidentemente el monopolio, si éste tuviera lugar) es incompatible con una sociedad democrática. Simplemente lesiona el marco de pluralidad que exigen tanto el ejercicio del derecho a la información como el uso de la libertad de expresión y socava la idea misma de la esfera de opinión pública.

La pluralidad es condición para la vida democrática y para el ejercicio de la ciudadanía. Si un grupo mediático (el que sea) acapara los medios de prensa, la diversidad constitutiva de la esfera de opinión pública se corrompe. En adelante – en un escenario como ese -, para recabar información significativa o para participar en la dinámica de la emisión y contrastación de opiniones relevantes para la vida pública habrá que pasar por las puertas y las ventanas abiertas por tal grupo de interés, cerrando las posibilidades de escuchar otras perspectivas o tomar contacto con otras visiones de las cosas. Se debilitaría la percepción de otras opciones potencialmente valiosas para el debate público. Una lectura económica del fenómeno resulta unilateral; es necesario desarrollar también una reflexión rigurosamente política del mismo. Se trata de examinar diferentes aspectos de una situación que puede afectar la marcha de una democracia.

Si es el caso que un grupo empresarial mediático pueda llegar a concentrar bajo su imperio e influencia aproximadamente 81 % de la prensa escrita, entonces afrontaríamos un severo riesgo para el pluralismo democrático, una evidente amenaza la salud de la esfera de opinión pública y la libertad de expresión. Es claro que este peligro se combina con la aguda crisis en la que está sumido nuestro periodismo de investigación y de opinión razonada. En muchos casos, las columnas de opinión en muchos diarios de circulación nacional se han convertido en espacios en los que sus autores comparten sus simpatías y sus fobias sin el concurso de ninguna cimentación racional, omo también algunos críticos han señalado con cierto detalle.. Estamos descuidando el cuidado de argumentación en el espacio cívico. El periodismo es algo más que una actividad cultivada para la simplificación ideológica y el mero conflicto de intereses en el campo de batalla por la hegemonía política o económica. Recordarlo será bueno para todos y para la vigencia de nuestras libertades.



sábado, 19 de julio de 2014

LA RAZÓN PRÁCTICA COMO CAPACIDAD NARRATIVA. (UNA NOTA)









Esta es la sumilla del ensayo que he publicado en el libro de GRIDHAL, Inclusiones y desarrollo humano, editado por Fidel Tubino, Catalina Romero y Efraín Gonzales de Olarte, y publicado por el Fondo Editorial PUCP.


LA RAZÓN PRÁCTICA COMO CAPACIDAD NARRATIVA

REFLEXIONES SOBRE IDENTIDAD CULTURAL, AGENCIA  RACIONAL Y MUNDO CIRCUNDANTE




Gonzalo Gamio Gehri





El texto examina la relación entre agencia y trasfondo cultural en una perspectiva filosófico – práctica. El punto de partida es la reflexión crítica de Amartya Sen en torno al integrismo que concibe una identidad fija en términos de la pertenencia cultural y la militancia religiosa. El modo de combatir esa posición consiste en hacer explícita la pluralidad de aspectos del sentido del yo, así como la importancia del diálogo y la comunicación en el proceso de constitución de la identidad. El autor destaca el fenómeno de la anagnórisis, el reconocimiento de uno mismo a partir del examen del mensaje proferido por los otros y la percepción de situaciones que el agente no necesariamente ha provocado. El cuidado de la deliberación ética y política supone el ejercicio de la libertad individual y a la vez la atención reflexiva de los escenarios y trasfondos compartidos en los que vivimos y tomamos decisiones significativas para el curso de nuestra existencia personal y comunitaria.


NOTA PUCP SONRE EL LIBRO:


"Los artículos de este libro analizan, desde una perspectiva crítica, la multiplicidad de dimensiones que intervienen en los procesos de exclusión-inclusión. En algunos casos se trata de un diálogo con el enfoque del desarrollo humano y, en otros, de aproximaciones que articulan una diversidad de disciplinas".

viernes, 11 de julio de 2014

PLURALISMO Y HUMANISMO. REFLEXIONES SOBRE ÉTICA Y EDUCACIÓN






Gonzalo Gamio Gehri


He escuchado y leído en estas últimas semanas – a propósito de la Ley Universitaria – diversos mensajes que reivindican la “educación humanista” como un rasgo de identidad de múltiples instituciones universitarias. A algunas - entre todas - podía reconocerlas como promotoras de tal enfoque; a otras, de ninguna manera. Se achaca a la Ley de alentar una “educación técnica”, “sin formación ética”. Como no se trata de sumergirse en nombres o en anécdotas - eso no tendría mayor sentido -  sino de plantear una cuestión filosófica, permítanme dedicar unas breves líneas a aclarar algunas ideas sobre el humanismo, asunto que valoro y considero de suma importancia práctica, y teórica. Dejo el tema específico de la Ley Universitaria para otro post.

El humanismo supone, por supuesto, el cuidado del ser humano, de su dignidad y libertad, la búsqueda de un conocimiento riguroso de sus condiciones, sus capacidades y posibilidades como agente y como creador de sentido. Atender a lo humano no equivale a imponer una visión de lo humano. Centrarse en la persona no puede reducirse a elaborar una “antropología filosófica” abstracta (o postular una “axiología”). Pretender fundar una perspectiva antropológica que sea incorregible es a todas luces una lamentable hybris (una desmesura que merece una detenida lectura política vinculada a los peligros del totalitarismo). Que sea asumida como  “deductiva” es altamente discutible (¿De qué misterioso arte extraemos sus principios?, lo dejo por ahora como una pregunta). Es preciso comprender al ser humano desde el ejercicio situado de sus actividades, y considerar rigurosamente su vulnerabilidad, así como constatar el modo como la diversidad marca decididamente su capacidad de lidiar con lo real. 

Existen dos elementos básicos en una “educación humanista” que me gustaría destacar. No son los únicos. Que el lector juzgue si muchas de esas universidades tradicionalistas que recurren a una “antropología metafísica” y una “axiología” no discutida  son o no humanistas. El primero es el pluralismo. La idea básica es que no existe una única manera de ser un ser humano pleno, o de actuar poniendo de manifiesto la racionalidad o la corrección de la vida. Los valores humanos son diversos y en ciertas situaciones pueden enfrentarse. “la diversidad es la esencia de la raza humana y no una circunstancia pasajera”[1], sostiene sabiamente Berlin. Valorar la diversidad requiere empatía e imaginación. Sólo quien no examina el asunto con cuidado puede concluir que el pluralismo se identifica con el “relativismo”. Se trata de modos opuestos de lidiar con la diversidad. El supuesto “relativista” – pues es difícil encontrar algún autor que piense así - admite la diversidad sin diálogo ni crítica y asume que todas las visiones del mundo son “igualmente válidas”, de modo que no necesitamos de la deliberación. El defensor del pluralismo reconoce que existen diversos modos de llevar una vida plena de sentido, pero no cree que todas sean  “igualmente válidas”. Todas son susceptibles de discusión racional; es preciso verificar cuáles entre ellas se ven sostenidas por el mejor argumento desarrollado hasta hoy, y elegir entre ellas según su solidez. Para ello es preciso ir a las fuentes intelectuales y artísticas, y desestimar la información de manuales. El pluralista valora la diversidad, pero la afronta en virtud del examen crítico.

Esto me lleva a plantear un segundo elemento. Es aquel ideal socrático de la “vida examinada”. Sócrates sostenía que una vida sin examen no merece la pena, que es humano invocar y ejercitar el lógos.  Estar dispuestos a dilucidar y a poner sobre la mesa de discusión las tradiciones  y concepciones de la vida y del mundo. Las propias y las ajenas. Valorar la capacidad de discrepar - más allá de si podemos arribar o no a acuerdos en cada uno de los asuntos discutibles -, como un signo de libertad y de justicia democrática y cívica.  La actitud contraria a la ética del examen crítico es el llamado "espíritu de ortodoxia" (Grenier), el talante autoritario de aquel que anhela acallar toda pregunta que remueva los cimientos de la tradición. Dejar sin examen las propias visiones culturales, religiosas y políticas supone claudicar en cuanto a la idea de asumir el trabajo de la razón. Y pasa a menudo con ciertas escuelas intelectuales. Ha pasado con el marxismo ortodoxo, con el neotomismo, con el llamado “derecho natural” y otros sistemas y cosmovisiones que han pretendido convertirse en “zonas de confort” frente a las justas exigencias del  pensamiento crítico y el ejercicio de la razón práctica. Hoy existen instituciones educativas conservadoras que proscriben los estudios de género y que sospechan de la investigación intercultural: ese es el Lecho de Procustes que ellas imponen desde sus rígidas presuposiciones teóricas sobre lo humano. Rechazar a priori la diversidad constituye una forma de evitar afrontar una vida examinada. Emprender el camino de la crítica implica estar dispuesto a abandonar la propia concepción de la realidad si hay buenas razones de por medio. Cambiar de perspectiva si lo amerita el proceso de deliberación o el curso de la investigación. No renunciemos al derecho de examinar nuestras tradiciones desde sus fuentes y expresiones. Se lo debemos a Sócrates.

Considerando estos elementos (y otros sobre los que podemos discutir luego) nos acercamos al ser humano concreto desde las diversas ciencias y artes, y desde las circunstancias complicadas de la práctica. Contribuir a ka formación del duscernimiento y del juicio propio no es lo mismo que "inculcar valores": lo primero es reflexión, libertad y paideia; lo segundo es  propaganda y adoctrinamiento.No tomar en cuenta esta clase de dimensiones – que son amplias y flexibles, pues pueden aparecer asumiendo diversas formas – puede condenar el “humanismo” a tornarse en una mera palabra vacía, o en una vana estrategia de marketing. En una declaración sin asidero ni contenido. O en una forma, a veces elegante, otras veces francamente trivial, de encubrir cierto dogmatismo ideológico.




[1] Berlin, Isaiah “Libertad” en: Sobre la libertad Madrid, Alianza 2008 p. 324.

martes, 1 de julio de 2014

EXAMINAR LA UNIVERSIDAD PERUANA







Gonzalo Gamio Gehri

La nueva Ley universitaria ha desatado grandes iras en diversos sectores de la sociedad, principalmente entre los políticos y numerosos empresarios del llamado “negocio de la educación superior”. La ley tiene diversos puntos a revisar, pero considero que resulta saludable que se pueda contar con una norma sobre la materia. Es razonable promover la supervisión la calidad académica de las universidades peruanas en una sociedad en la que abundan instituciones que no cumplen con lo que prometieron a sus estudiantes – una formación de alto nivel -; muchos de estos centros  intentan sustraerse a la verificación de calidad aduciendo que son “empresas” y que este tipo de evaluación sería “controlista”. Sólo el mercado – a su juicio – producirá buenas universidades. Los hechos, no obstante, no parecen respaldar esta presuposición.

El Decreto Legislativo 882 expedido bajo el fujimorismo ha hecho mucho daño. Diecisiete años después, se constata el fracaso de la doctrina del ‘sólo mercado’ en la educación superior: ninguna de las universidades “con fines de lucro” ostenta estándares de calidad académica o figura en Rankings decentes de desempeño universitario. Las investigaciones y publicaciones que producen – allí donde realmente existen – son escasas y por lo general carecen de impacto público y científico (en muchos de estos lugares – no en todos -, la selección de los docentes es deficiente e incluso el trato a los trabajadores es indigno). Con este giro meramente mercantil, la mayoría de universidades privadas han decidido convertirse exclusivamente en centros de instrucción profesional. La universidad renuncia así a dos de sus propósitos cruciales: producir conocimiento y arte en cuanto tales, y contribuir a discutir y a pensar la comunidad política como un espacio potencial de justicia y ejercicio de las libertades básicas. La universidad como sociedad profética, para citar al célebre profesor F. Mac Gregor, quien dedicó parte de su vida a pensar la 'naturaleza' de la institución universitaria.
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Con el Decreto Legislativo 882 se pretendió proponer el imperio de ¿Quién se ha llevado mi queso? (y otros textos de autoayuda empresarial por el estilo) sobre el sentido común de académicos y profesionales ¿Qué ganamos los peruanos con la creación criolla de ese formato de universidad? Nada, en realidad, al menos en el terreno de la excelencia académica, o en el de la construcción de pensamiento y en el desarrollo de la ciencia. Los únicos que han ganado con esta medida son los empresarios de la educación superior, quienes además de haber promovido un negocio rentable han logrado incluso – en algunos casos – edificar una atalaya convergente con sus aspiraciones políticas, en las que se ejerce un descarado clientelismo. Numerosos políticos en actividad son hoy promotores de esta clase de instituciones. La mayoría de estos centros educativos son sólo negocios, y nada más. Ni siquiera han logrado convertirse en lugares decentes de formación  profesional. Sin embargo, hemos llegado a esta lamentable situación sin mayores resistencias ni críticas, gracias a la creencia ingenua de que sólo el mercado mejorará la educación. Dentro de muy poco tiempo, numerosos médicos, pedagogos y abogados de estos precarios centros aspirarán al ejercicio profesional. Muchos verán frustrados sus sueños a causa de una formación deficiente; otros pondrán en peligro la salud y el futuro de muchas personas, entre estudiantes, pacientes y clientes. Frente a este escenario sombrío, algún tipo de supervisión de calidad se hace necesario. Por eso la idea de una Superintendencia resulta saludable. Que su composición sea plural será importante. Debe garantizarse no sólo la representación del Estado, sino la presencia de académicos de probada trayectoria.  Recuperar la universidad como un espacio para el libre cultivo de la ciencia, las artes, el espíritu crítico y la civilidad constituye una prioridad para el país.

Es preciso reconstruir la universidad peruana sobre los cimientos de un trabajo que no pierda de vista los objetivos esenciales de la educación superior, que rescate el espíritu del quehacer académico y científico en el Perú. En otras palabras, ya es hora de cuestionar con severidad y rigor esas absurdas alusiones a la “raza distinta” y discursos similares que sólo confunden aquello que significa formar el intelecto con la raquítica y repetitiva monserga del “emprendimiento” y la “innovación”.  Esa es una retórica vacía, de la peor calidad. El pensamiento crítico es condición de una vida social fecunda. Sin genuino conocimiento y vocación de justicia es imposible edificar una sociedad democrática y libre, que promueva las capacidades de sus ciudadanos.