sábado, 27 de abril de 2013

UNA GOLONDRINA NO HACE VERANO






APUNTES SOBRE IDENTIDAD Y NARRATIVA



Gonzalo Gamio Gehri

 Quisiera decir una cosa muy breve sobre la identidad narrativa. Conocida es la tesis aristotélica según la cual sólo podemos sostener de alguien que ha sido “virtuoso” y “feliz” si se reconstruye su vida como una totalidad, acaso, al final de su vida, y se reconoce en él el cuidado de las excelencias del intelecto y del carácter. Una buena acción no convierte en “bueno” al sujeto práctico, sino la elección de un modo de ser marcado por la práctica de las virtudes, un hábito permanente. Una golondrina no hace verano.

Esta clase de reflexiones conducen a la concepción narrativa de la vida y de la razón práctica. Es el relato el modo en que es posible dar cuenta de la identidad, quiénes somos y qué lugar ocupamos en el tiempo y en el espacio de las relaciones humanas. Reconstruimos retrospectivamente la historia de la formación de nuestras convicciones y propósitos en las diferentes situaciones que tuvimos que enfrentar y los conflictos que procuramos resolver a través de la deliberación. La narración revela la presencia ineludible de los otros en la vida humana.

Este relato pretende describir e interpretar las crisis existenciales que afronta el agente en el curso de la vida. Conflictos del mundo ordinario que exigen clarificación. Situaciones en las que nuestras creencias se revelan inconsistentes o nuestros vínculos sociales se tornan problemáticos. Imaginemos algunos casos de crisis. Con el paso del tiempo tomamos distancia de las asociaciones voluntarias en las que participamos. O caemos en la cuenta que algunas personas que creíamos que nos querían no nos quieren, o tal vez sí. O tenemos una crisis vocacional y sentimos que nuestra profesión no nos llena. Todos estos ejemplos son cotidianos, y muestran que las crisis existenciales son crisis que comprometen la inteligibilidad de la narración.

Incluso la confusión y la incertidumbre son dimensiones de la vida que requieren una descripción narrativa. El discernimiento y la elección de una forma de vida que juzgamos importante o valiosa entraña asignarle un lugar a tales actividades en la narrativa vital. A veces, cuando esta elección hace explícito un proceso de conversión, genera un cambio en la trama misma del relato. La necesidad de brindarle unidad a la narrativa vital implica explicar el tránsito de una forma de dirección de la vida a otra radicalmente diferente.  

LAS IZQUIERDAS Y LA “ILUSIÓN DE LA UNIDAD”










Gonzalo Gamio Gehri

Me gustaría hacer una precisión más para completar las ideas del texto anterior. Dijimos - en diálogo con  Levitsky y otros autores - que la izquierda tendría que discernir si desarrollar una revisión crítica de su ideario para seguir el cauce democrático-liberal, en la clave del reconocimiento de derechos y la ciudadanía activa, o sucumbir a la obsesión por la unidad, que la llevaría a establecer alianzas con la izquierda más integrista, y a hacer concesiones ideológicas o sacrificar esa línea de pensamiento más próxima a una suerte de humanismo liberal. El caso de su evidente condescendencia con el chavismo va en esa dirección. Juan Carlos Tafur ha expresado una idea similar en un editorial en la Revista Velaverde. Sostiene que hoy, la derecha tiene una mayor conciencia de que las diferencias internas son útiles para producir una identidad política:

“Pues bien, hoy por hoy, en la derecha las cosas parecen algo claras. Una es la derecha mediana o plenamente liberal, y otra muy distinta la conservadora y, en particular, la denominada DBA. No hay punto de encuentro allí. Es impensable un proyecto político común. No podrían sentarse en la misma mesa partidaria Álvaro Vargas Llosa con Francisco Tudela; Lourdes Flores con Martha Chávez; o Pablo Secada con Rafael Rey. Son de derecha todos, pero las diferencias son mayores que las identidades. 

Idéntico o similar camino tendrá que recorrer la izquierda si quiere convertirse en una opción política o electoral y, sobre todo, gubernativa. Marcar los terrenos entre quienes siguen viendo paradigmas en Fidel o en el pajaritico de Hugo Chávez y quienes miran los casos de la Concertación chilena o la política interna de Lula como sus referentes”.

Estoy de acuerdo (aunque la clasificación de las derechas podría ser más estricta; no suscribo el uso de la expresión "DBA" para describir a la ultraderecha, por las mismas razones que repruebo que se use "caviar"). El apoyo a Maduro está erosionando el espíritu cívico y el buen desempeño de la izquierda y la centro-izquierda en la defensa de la institucionalidad en contra de Fujimori y su entorno. Debe entenderse que no hay regímenes autoritarios “buenos”, que su signo político no los legitima. Las cuestiones de principio no pueden ser objeto de negociación en nombre de las afinidades ideológicas o las alianzas estratégicas con un vecino poderoso. El trasfondo moral de la lucha contra el autoritarismo se ve golpeado por la incoherencia de la propia izquierda.

El ejemplo de la Concertación (Bachelet y Lagos) muestra una senda liberal consistente y clara, en el sentido que hemos estado discutiendo. No obstante, tomar en serio esta senda implica cultivar una sensibilidad democrática y constitucional que nuestra izquierda no parece haber interiorizado sin resistencias. La tentación del continuismo y el apoyo al régimen chavista así parecen atestiguarlo. Se hace necesario un honesto examen de conciencia (ética y política) en esta materia para asumir el rumbo de un espíritu realmente democrático, más allá de la debatible “ilusión de la unidad”.

domingo, 21 de abril de 2013

SOBRE LOS CAMINOS DE LA IZQUIERDA






Gonzalo Gamio Gehri

Steven Levitsky publicó en La República el artículo Dilemas para la Izquierda, en el que plantea las dificultades que tendría que afrontar una izquierda peruana institucionalmente debilitada, sumida en una crisis de identidad, batallando en medio de un electorado conservador como el de Lima. No voy a detenerme a examinar si las situaciones que describe Levitsky son formalmente dilemáticas. Quisiera discutir algunas de las posibilidades bosquejadas al final de su texto.
El columnista precisa que la izquierda tendrá que discernir acerca de su propia identidad a la vez que innovar - en el orden de sus programas ideológicos y en el de su organización -  para posicionarse en el espacio político, recuperar su conexión con la población, definir una estrategia para convertirse en una alternativa de gobierno o conformar un grupo con una presencia relevante en el Congreso. Tiene que revisar sus fundamentos, elegir si retomar el camino de Izquierda Unida o si asumirá el de una Izquierda con un perfil más liberal, humanista o tal vez socialdemócrata.
“No hay salida fácil. La izquierda tendrá que innovar. Reconstruir una Izquierda Unida (ahora llamado Frente Amplio) es, probablemente, un sueño. Pero quizás está bien. Muchas veces, la innovación surge de múltiples experimentos.    Uno de estos experimentos será una izquierda más liberal o social democrática –una izquierda que promueve la igualdad y la expansión de los derechos sociales dentro de una economía de mercado–.”
Una izquierda liberal (quizá en el registro de Dewey, Rawls, Sen o Walzer) es, sin duda, una vía posible para que la izquierda de cuenta del proceso de autoexamen que debió afrontar luego de la caída del muro de Berlín. És un camino posible - que encuentro cercano -, no es el único. El trabajo sobre los temas de ciudadanía, derechos humanos y pluralismo (que el marxismo ortodoxo siempre encontró sospechosos) constituye un avance en esta dirección, aunque la izquierda política local nunca se propuso explícitamente desarrollar una revisión teórica detallada; esa tarea ha sido parcialmente acometida desde espacios intelectuales. La dicotomía estructura / superestructura, el determinismo de clase, el dogmatismo del curso lineal de la historia e incluso el recurso a la violencia revolucionaria siguen siendo elementos ideológicos recurrentes en la mayoría de grupos que se reclaman como izquierdistas, pese a que resultan problemáticos en la perspectiva de la teoría social y el pensamiento político. La condescendencia de algunos movimientos con el uso de la fuerza o con esquemas autocráticos (piénsese, sin ir muy lejos, en la penosa actitud frente a las recientes y malogradas elecciones en Venezuela) resulta a todas luces inaceptable desde un enfoque democrático. En general, se necesita tanto una derecha liberal como una izquierda moderna, formaciones políticas que rechacen toda forma de autoritarismo e integrismo.
La renovación de la izquierda en una clave humanista o liberal permitiría rescatar el motivo programático socialista que gira en torno de la crítica de la alienación (en la economía y la política) y el énfasis en la justicia distributiva, a la vez que incorporar el tema del reconocimiento cultural y de género, y las políticas de memoria. El “lenguaje de los derechos” y la preocupación por la construcción de la ciudadanía aportan un nuevo horizonte conceptual que permite someter a crítica ese integrismo materialista, así como purificar el discurso progresista del viejo dogmatismo de la ortodoxia marxista. El pensamiento progresista manifiesta así una mayor apertura a consideraciones “postmaterialistas” que los nuevos movimientos políticos ponen en la agenda de discusión. Se trata asimismo de plantear un cambio radical en el terreno de la acción, pues esta nueva perspectiva apunta a fortalecer el compromiso cívico con la vida democrática y con los cimientos del Estado de derecho. La izquierda más dura alegará que este enfoque toma excesiva distancia del ideario marxista, que incorpora en lo teórico una serie de referentes “clásicos” (la agencia política, lo público, las libertades positivas, etc.), y que, en la práctica, acerca el programa izquierdista al programa  de la “alianza paniaguista” que el propio Levitsky ha descrito en algunas de sus columnas anteriores, una alianza que recupere el programa de la transición del año 2000. En lo particular, considero que ninguna de estas objeciones debilita el argumento de que esta posible dirección de una izquierda reformulada podría revitalizar la causa de la justicia social en el Perú. De hecho, pienso que – más allá de las necesidades internas de los movimientos de izquierda – recuperar la agenda de la transición en materia de lucha contra la corrupción y la vindicación de los derechos humanos constituye una prioridad. Necesitamos una izquierda realmente comprometida con la democracia, tanto con sus procedimientos como con su dimensión participativa.
El autor se pregunta si una izquierda liberal o humanista estaría inmersa en el juego político que le plantea la derecha, si sería la expresión de una izquierda hecha a la medida de las necesidades del ideario conservador.
Rechazar esa izquierda como “la izquierda que tanto necesita la derecha” es, además de infantil, falso. La derecha dura ha sido clara (y nunca más clara que en la revocatoria): no quiere una izquierda liberal o moderada. Quiere una izquierda muerta. Y hoy en día parece tenerla”.
Este es un asunto discutible. Para algunos, la derecha prefiere una izquierda menos radical, que haya renunciado a su proyecto revolucionario, centrado en la superación definitiva del capitalismo en una sociedad comunista. Para otros, ella anhela una izquierda que permanezca en el esquema decimonónico del determinismo histórico y la ideología de clase, una perspectiva que alegremente ceda a la derecha el tema de la democracia y las libertades individuales. Lo que parece cierto es que un sector de la derecha conservadora quiere una izquierda muerta y sepultada.  La izquierda liberal le parece una versión edulcorada (o encubierta) del comunismo marxista. Recordemos el categórico escrito de Vásquez Kunze publicado hace algún tiempo, en el que el periodista señalaba que votaba “Sí” en la revocatoria no por alguna objeción puntual a la gestión municipal, sino fundamentalmente porque rechazaba de plano la concepción izquierdista del mundo, así como “la “institucionalización” de una “ciudadanía” “construida” con sus desechos ideológicos”. O evoquemos las patéticas notas de Santivañez, en las que acostumbra estigmatizar el pensamiento progresista sin ofrecer un solo argumento. Por supuesto, esta clase de cuestionamientos tendrían que ser materia de discusión política.

Cierta derecha cree que la izquierda ha muerto en el plano político y en el ámbito electoral. Desliza la idea de que sólo se presenta fuerte en las instituciones de la sociedad civil y en algunas organizaciones radicales que actúan en las zonas más conflictivas del país. Sugiere que hace tiempo que no produce ningún pensamiento novedoso o relevante. Estas afirmaciones revelan falsas suposiciones, medias verdades o evidentes prejuicios. Corresponde a la izquierda salir de su letargo ideológico y demostrar que esto no es así. En lugar de preguntarse qué clase de izquierda resulta funcional a la reductiva estigmatización conservadora, los movimientos de izquierda tendrían que indagar qué tipo de derrotero intelectual y político pretenden asumir y si éste responde o no a las exigencias de justicia y libertad de la sociedad peruana.

viernes, 12 de abril de 2013

EL ÁGORA. ESPACIO Y VIDA CÍVICA





Gonzalo Gamio Gehri


Mi primera clase del Seminario de Deontología en la Academia Diplomática del Perú, la revisión de algunos escritos filosófico-políticos de Aristóteles y la lectura de las Lecciones de Historia del Pensamiento Político de Oakeshott han motivado la composición de este post. Quisiera decir un par de cosas sobre el ágora griego y su relevancia para la filosofía política. El ágora está a la base de la concepción clásica de la acción política, y los alcances ético-espirituales de esta noción con frecuencia  han pasado desapercibidos en las discusiones teórico-políticas. Aquí pretendo recuperar algunas ideas en torno a la valoración ateniense del espacio público. Se trata tan sólo de algunos apuntes preliminares  sobre este asunto. Dejo un desarrollo más detallado para un próximo artículo.

El ágora es el espacio deliberativo. Es el espacio dedicado a la discusión, la forja de consensos y la expresión razonada de disensos. Existió desde los primeros tiempos de la cultura griega – desde la llamada “edad heroica” – pero de una manera restringida. En la Iliada se pueden apreciar los debates del consejo de guerra que a menudo convocaba Agamenón, conformado por reyes guerreros. A ellos correspondía diseñar estrategias de combate, distribuir el botín, y hacer justicia. Los restantes miembros de la comunidad – en realidad compañeros de armas, aún no puede hablarse propiamente de una pólis, sino de un conjunto de clanes vinculados por la estirpe y el parentesco – no participaban de aquel espacio como interlocutores. Eran únicamente testigos de la discusión que llevan sus jefes.

Con el advenimiento de la democracia en Atenas – la aparición de la propia pólis -  el ágora se convirtió en el centro de gravedad de la vida de la ciudad. Además de “plaza pública”, escenario de la conversación política, era un lugar para la administración de justicia, para la celebración del culto, y para la realización de transacciones comerciales. Con el tiempo, se afianzó como el escenario del ejercicio de la “razón pública”, y su condición de espacio comercial quedó en un segundo plano. El Areópago se constituyó como el ágora por excelencia, como sede de las discusiones de la asamblea de ciudadanos y como el lugar de los procesos judiciales. En el pasado era solamente la “colina de Ares”, un espacio destinado al culto al dios de la violencia y a la violencia misma: Las euménides muestra cómo se convierte en precisamente en lo contrario, en el lugar del cuidado de la justicia basada en la deliberación pública, lográndose que las terribles erinias se tornen en las diosas protectoras de los tribunales atenienses.

El ágora se convirtió en la objetivación geográfica del espíritu político ateniense. Un espacio consagrado al tipo de libertad que se puede construir y ejercitar a partir de las acciones coordinadas de los agentes. En el ágora los ciudadanos se dedican a considerar dialógicamente los conflictos y a buscar soluciones razonables para los mismos. En el espacio público, sugiere Arendt, tiene lugar la aparición de lo humano. Es el locus del discernimiento sobre lo contingente que es el elemento básico de la vida, y el de la vida buena. Los seres humanos, en cuanto animales, están sometidos a la regularidad y la necesidad propias de los entes regidos por el kósmos. Ellos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero como seres capaces de deliberación, elección y acción, pueden escoger caminos y sentidos posibles para la vida que trascienden ese implacable ciclo vital y dejan un espacio para el ejemplo y la memoria. El ágora es también el espacio para discernir y poner en juego aquella forma fundamental de trascendencia.

domingo, 7 de abril de 2013

JUEGO DE FUERZAS E INDULTO





Gonzalo Gamio Gehri

Diferentes personalidades de la política corriente y autoridades sociales – el Cardenal Juan Luis Cipriani y Alan García son las más saltantes – han dado declaraciones en favor del indulto a Fujimori. El tono de sus expresiones ha sido confrontacional. El propósito obvio de esta estrategiaes ejercer presión sobre el Presidente para liberar al condenado. Las simpatías fujimoristas de Cipriani son harto conocidas – incluso intervino en la campaña pasada apoyando de una manera poco sutil la candidatura de Keiko Fujimori – y su opinión era bastante previsible. El entendimiento entre el aprismo y los fujimorismo es ya un elemento a considerar a la hora de evaluar el juego de fuerzas político en el Perú. A Alan García esta posición le ha costado un alto precio, pues la atención de la opinión pública se ha desplazado hacia la extraña política de indultos y conmutaciones de pena en pro de narcotraficantes durante su gobierno. Se trata de un tema grave y complejo. Las investigaciones en torno a este asunto recién se inician.

El Cardenal Cipriani ha invocado otra vez, para justificar su posición en torno al indulto, una espuria noción de “reconciliación” asociada con el controversial “borrón y cuenta nueva”, una concepción que no es compatible con una lectura de esta categoría ética y política desde los trabajos de justicia transicional – lo cual no constituye una sorpresa -, pero es un punto de vista que tampoco resulta consistente con la interpretación teológica católica de la reconciliación. Considérese en la línea de pensamiento sobre este tema, por ejemplo,  la .exhortación de Juan Pablo II Reconciliatio et paenitentia y el estudio de la Comisión Teológica Internacional Memoria y reconciliación. La reconciliación no es una suerte de sereno reencuentro que supone silencio, olvido e impunidad: incluso el Sacramento de la reconciliación implica, paso a paso,  “examen de conciencia” (memoria crítica / verdad), “dolor de corazón” (arrepentimiento), “propósito de enmienda”, “confesión sincera” (testimonios) y “penitencia” (esto es, justicia). En este punto, la doctrina católica y los trabajos de justicia transicional parecen converger. Verdad y justicia son condiciones de la reconciliación.

Un indulto que no resulta justificado no puede contribuir con un proceso público de reconciliación. La información procedente de los médicos apunta a que el estado de salud de Fujimori no amerita un indulto humanitario. Los reflectores se concentran en la condición de Fujimori, pero nadie se pregunta qué piensan los afectados por las violaciones de derechos humanos respecto de los pedidos de Cipriani y García, que exigen una decisión inmediata sobre el tema, y que promueven la excarcelación del ex Presidente. Tampoco se reflexiona en torno a la cultura de impunidad que reforzaría el indulto de un reo que, según el informe médico, no se encuentra en una situación de salud que le permitiría acogerse a este beneficio humanitario. De todos modos, el Presidente es el que tiene la última palabra. Esperemos que decida sin verse afectado por esta clase de presiones. Tal y como está planteada la norma, desgraciadamente, el indulto se asemeja más a la figura de una gracia real que a una medida propia de una república. Es un problema que un mandatario en general tenga la potestad de conmutar penas y conceder indultos sin más justificación que la mera expresión de su voluntad.

Pienso que – en tanto el indulto humanitario no cuenta con una justificación médica – estas expresiones de presión sólo apuntan a promover la impunidad de Alberto Fujimori. En la medida en que la condición del  reo no cumple con las condiciones que exige el indulto humanitario – y no cumple -, Fujimori no debe recuperar su libertad.  Este es el punto. La condena de Fujimori pone de manifiesto un mensaje muy claro: ni siquiera un ex Presidente escapa del brazo de la justicia. Esta es una importante lección moral y política que los peruanos tendríamos que tomar en serio.