martes, 21 de febrero de 2017

SOBRE EL INTEGRISMO “RENOVADO”





Gonzalo Gamio Gehri

Hoy concluí mis clases de verano en Estudios Generales Ciencias. La última parte de las clases se concentró en el libro de Richard J. Bernstein El abuso del mal. Allí el autor discute el discurso de la derecha norteamericana después del 11 de Septiembre, sumamente influido por el integrismo religioso y político, que tiende a demonizar y caricaturizar a sus enemigos, dificultando el combate que se ha entablado por ellos. George W. Bush decía recibir el consejo divino para tomar decisiones bélicas en el contexto de una “guerra santa”. El libro sostiene que esa actitud socava el espíritu democrático norteamericano, presente en el magisterio de los padres fundadores, en la primera Constitución y en el legado de los filósofos pramatistas, promotores de la deliberación práctica y el falibilismo.

Uno de los elementos más interesantes de esa investigación reside en la historia de la formación de la Nueva derecha cristiana – durante los años setenta y ochenta – y, como un movimiento suyo, la  llamada Mayoría Moral, un grupo ultraconservador formado por el integrismo protestante y un sector de la ultraderecha católica.  Ella buscaba recuperar la idea de un Estado dibujado desde los cánones del cristianismo más conservador, particularmente en las áreas de salud y educación. En el libro, Bernstein reseña los trabajos de Steve Bruce sobre este tema.  

Resulta interesante  constatar la forma en que estos grupos diseñaron un enemigo fundado en la simplificación y el prejuicio: se inventaron un “humanismo secular” que suscribía a la vez el “relativismo”, el aborto, el ateísmo y una serie de creencias a la carta del conservador. Una perspectiva inexistente a la medida de sus campañas. Me pregunto si esa experiencia ha sido llevada al Perú de alguna forma.  Es difícil evitar comparar la prédica rancia de la Mayoría Moral con los grupos conservadores que se movilizan contra el MINEDU y otras instituciones pedagógicas y científicas en relación con la igualdad de género. Sustituyan el “humanismo secular” por “la izquierda” o “ideología de género” y se harán un retrato bastante claro sobre el discurso y las estrategias de estos grupos. La idea central – que “existe una minoría poderosa que quiere imponer su agenda a la mayoría” – está prácticamente calcada de más de un discurso de la Nueva derecha cristiana.  El ideario básico – “provida”, “pro-moral” y “pro valores patrióticos” – también está presente en el lenguaje de la Mayoría Moral.  Las reflexiones de Bernstein y las de Bruce son interesantes en lo que respeta a la forma de cuestionar a estos movimientos. Una vez más el recurso al falibilismo puede ser muy útil.










viernes, 10 de febrero de 2017

LA ESTIGMATIZACIÓN DEL OTRO




Gonzalo Gamio Gehri[1]


A pocos días de iniciado su mandato como Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump ha decretado un veto migratorio contra siete países que cuentan con mayoría musulmana. La medida se propone en el contexto de la lucha contra el terrorismo. La fiscal general en funciones, Sally Yates, anunció que el Departamento de Justicia norteamericano no defenderá este polémico decreto, pues recae sobre él la sospecha de ser ilegal. Por emitir estas declaraciones, Yates fue removida de su cargo el último lunes 30 de enero.

No pocas personalidades políticas y especialistas en la materia, tanto locales como extranjeros, se han pronunciado públicamente en contra de esta decisión. Impedir el ingreso al país de personas en razón de su origen cultural, nacionalidad o religión constituye una forma de discriminación incompatible con el espíritu de la constitución estadounidense; se trata de una medida que además contraviene los principios básicos de la cultura de los derechos humanos. Esta decisión entraña una penosa forma de estigmatización de las personas, en tanto se identifica de manera injustificada la profesión de fe en el Islam con la posible práctica de actos terroristas, o con la afinidad con quienes los cometen. Esta nefasta práctica prospera en tiempos en los que sus usuarios promueven la ignorancia y el temor en un sector de la ciudadanía. Se confunde así el cultivo de la religión musulmana con el integrismo y con el ejercicio de la violencia.

Estigmatizar es marcar a alguien como objeto de desprecio y tratos crueles a causa de su pertenencia a un grupo social discriminado. La estigmatización supone la construcción de una imagen falsa y destructiva de la persona y de la colectividad, una imagen que mina su libertad y las expone a la violencia. El estigma se convierte en el único esquema interpretativo desde el cual el individuo y el grupo son descritos y evaluados, anulándose la posibilidad misma de conocerlos en profundidad y sin prejuicios. En el caso señalado, se hace abstracción de los notables aportes de la cultura islámica al desarrollo de las ciencias y de las artes, así como la contribución de los reinos de Al Andalus al cuidado de la tolerancia religiosa en sus dominios. Para quien orienta su vida desde el prejuicio, lo que importa es sindicar a todo creyente musulmán como un fanático, un enemigo.

La estigmatización es una herramienta para la deshumanización de las personas. La cultura democrática y el sistema de derechos ofrecen elementos de juicio y de práctica para combatirla, en la medida en que fundan sus instituciones y normas en la idea de dignidad y en el principio de autonomía. Se combate la idea de que existen religiones, culturas y estilos de vida que son intrínsecamente perniciosos y perversos, y que se pueda llegar a esta discutible conclusión sin esforzarse por conocer estas formas de pensar y de vivir, y discutir con ellas recurriendo a argumentos. Con frecuencia, grupos políticos y religiosos que se pronuncian en contra de las políticas de diversidad en materia de cultura y de género, invocan el principio de tolerancia para proponer que se admitan sus puntos de vista en la esfera pública. Como la filósofa norteamericana Nancy Fraser ha argumentado en un reciente escrito, tal invocación equivale a solicitar el “derecho” a excluir a otros grupos cuyos modos de pensar y vivir en verdad menosprecian. La autora señala que se trata de un alegato conservador completamente inaceptable. Una sociedad democrática no acepta la discriminación ni tolera la intolerancia. Y hace bien al conducirse así.

La estigmatización es causa de injusticia contra seres humanos concretos en circunstancias concretas. Pretender conducir la vida pública y guiar la política migratoria a partir de etiquetas falsas y destructivas resulta funesto para una sociedad democrática. Si queremos respetar la dignidad y la libertad de los individuos, debemos acercarnos a ellos procurando escuchar con atención lo que tienen que decir acerca de sus identidades, convicciones y aspiraciones. De otro modo, no podremos comunicarnos ni interactuar genuinamente en un marco ético-político de respeto y reconocimiento recíproco.


(Publicado La Periferia es el Centro)




[1] Doctor en filosofía por la Universidad de Comillas. Profesor de la PUCP y la UARM.

miércoles, 8 de febrero de 2017

¿’TODOS CORRUPTOS’?








Gonzalo Gamio Gehri


Los primeros resultados de la investigación sobre el caso Odebrecht que involucran al ex presidente Toledo resultan particularmente inquietantes. Un colaborador eficaz del caso habría revelado la recepción de una coima de varios millones de dólares. Se especula acerca de si se propondrá una orden de captura contra él en los próximos días.  Si se demuestra su culpabilidad, Alejandro Toledo tendrá que recibir un justo castigo por sus acciones. Se trata de un final triste para quien una vez capitaneó una importante  movilización contra el régimen corrupto de Fujimori.

Se sabe cuál será el tono del discurso político de las próximas semanas: algunos columnistas aseverarán que quienes otrora dividieron el país entre “corruptos” y “guardianes de la corrección política” se ha revelado artificial porque los supuestos “pontífices de la ética de lo público” se habrísn revelado corruptos. Esta distinción es obviamente espuria, y ha sido diseñada para ser caricaturizada por sus críticos conservadores. La idea que pretenden imponer es que “todos son corruptos”, y que no tendría sentido buscar en la “clase política” a quienes no lo sean [1]. Los olmos no producen peras. Entre nuestros políticos, hemos de buscar a los más “eficaces” y a aquellos que tengan más “autoridad” y “firmeza”. Aquel que robe pero que produzca “obras”. Esa es la mirada cínica, que se pretende falsamente “realista”.

Otros simplemente identificarán el quehacer político con la comisión de delitos de  corrupción y con la búsqueda de provecho privado. Habrá que alejarse de la vida pública, y aspirar a otros bienes (el trabajo, las relaciones afectivas, etc.), para preservar una vida proba y tranquila, sostienen. Esta es la mirada escéptica, que desalienta a los ciudadanos a intervenir en la política, e incluso a fiscalizar a los funcionarios públicos.

Es probable que los fujimoristas (y también algunos apristas que desconocen los primeros escritos de su fundador), opten por la primera perspectiva. Todos están cubiertos por el mismo lodo, podrían argüir. Como la corrupción no es patrimonio de ningún partido, entonces la acusación de corrupción se convierte en un lastre llevadero; entre gitanos no se van a leer las palmas de las manos. Habrá que considerar otros talentos, como la “eficacia” y la “severidad”. La invocación a la prepotencia no es impopular en una sociedad habitada por una seductora tradición autoritaria de sólidas raíces. Ese es el discurso desencarnado. No tenemos que aceptarlo. Es hora de refundar la política en el país. No se trata solamente de renovar los liderazgos en el sistema político – en el Estado y en las agrupaciones políticas -, lo fundamental es que la ciudadanía de la voz y rechace cualquier forma de condescendencia con la corrupción, actitud por la que apuestan los políticos en actividad que han conducido el país desde la década de Fujimori hasta hoy.

Este es el desafío ético y político que se plantea a la ciudadanía. La caída de los políticos no puede socavar nuestra fe en nuestras instituciones y en la acción política. Refundar lo público no equivale a 'regenerar' el país apelando a un mero “cambio de actitud” de la “clase dirigente”. Se trata de que actuemos nosotros, dado que somosla fuente de todo genuino poder público. Seamos agentes de cambio, ciudadanos en cuanto tales. Discutamos, propongamos proyectos razonables para el país. Demos razón de nuestra condición de actores libres, capaces de transformar nuestro entorno actuando en concierto. Somos nosotros – no ellos – quienes decidimos nuestro destino como miembros de una República.




[1] Cfr. El último artículo de Salomón Lerner Febres en La República - del día 3 de febrero - en el que critica dicha idea.