sábado, 28 de diciembre de 2013

SOBRE EL PERDÓN Y LA JUSTICIA








Gonzalo Gamio Gehri

Leo con interés la entrevista a Carlos Álvarez Osorio en Perú 21, publicada en Navidad. Álvarez desarrolla una intensa labor pastoral en las cárceles, continuando las tareas emprendidas por el P. Hubert Lanssiers, con quien colaboró a lo largo de años. El entrevistado señala que el cuidado del arte puede ser liberador, no sólo del límite físico que suponen las celdas, sino de la prisión espiritual generada por el odio y la desesperanza que provocan el delito y la reclusión. El alma humana puede liberarse a través de una cultura del perdón. La redención y la libertad son posibilidades humanas fundamentales. Álvarez destaca con estas declaraciones algunas dimensiones fundamentales del cristianismo. Luego comparte algunas opiniones que tienen un claro (e importante) filón ético-político.



“¿Qué condiciones especiales tuvo el padre Lanssiers?

Hizo de su sufrimiento una fuerza para comprender al ser humano. Lanssiers decía que el ser humano no se agotaba en sus actos, y que lo que a él le había tocado vivir –estuvo en la Segunda Guerra Mundial– eran acciones humanas funestas, pero a pesar de ello consideraba que el ser humano no estaba acabado, que si uno le ponía una gota de amor y dedicación podría encontrar aquello que todos buscamos: humanidad.

¿Es posible hallar humanidad en el peor delincuente?

Se acaba de morir Nelson Mandela y él es un ejemplo de cómo se puede sobrevivir y seguir siendo noble a pesar de lo horrible que otros seres humanos te pueden hacer. En el Perú hay mucha gente herida, pero si no se curan de ese odio, no podrán vivir en paz. El problema aparece cuando se politiza o se intelectualiza el dolor: si una ideología quiere arreglar los problemas siguiendo sus postulados, estos no se solucionan, el odio permanece. Cuando lo racional prevalece siempre habrá un contrario, un rival a quien acusar. Con el pretexto de la “no impunidad” uno empieza a odiar toda la vida”.

Bueno, en términos generales, es difícil no estar de acuerdo con lo dicho. El odio tiene efectos perniciosos sobre el alma de las personas. Existen muchos estudios de psicología y de ética que lo confirman. Y mucha literatura extraordinaria se ha escrito en torno al sutil y fecundo análisis del carácter destructivo del odio. No tengo dudas acerca de que precisamos de edificar una cultura del perdón y de la reconciliación para combatir el odio. Lo que suscita algunas dudas es la alusión al tema de la “no impunidad” aquí. Pienso que debemos tener cuidado con el uso de los conceptos. Por supuesto, Álvarez tiene razón acerca de que a veces – le faltó, supongo, acotar eso, o quizás se trata de una omisión en la edición del texto, por eso yo procuro subrayarlo ahora como es debido – “con el pretexto de la “no impunidad” uno empieza a odiar toda la vida”. Sin embargo, debo decir que desde un punto de vista ético, el perdón supone  un compromiso básico con la “no impunidad”. El perdón no implica suspender la justicia y “voltear la página”. Hagamos precisiones conceptuales para evitar caer en involuntarias confusiones sobre este asunto crucial.
La acción de la justicia implica combatir los sentimientos de venganza que pervierten las relaciones humanas a todo nivel. Se necesita garantizar procesos de deliberación pública en condiciones de imparcialidad y simetría. La venganza destruye los lazos humanos. El perdón ennoblece el juicio y el carácter de quien lo concede, además de liberarlo del yugo de la violencia. Pero el perdón no puede imponerse a las personas. Es una gracia que concede únicamente la víctima - como individuo - , y nadie puede hacerlo en su nombre sin degradar el acto mismo, desnaturalizarlo sin remedio [1]. Estamos hablando de un proceso personal y voluntario. Cuando desde el poder estatal se propone – paródicamente -  “perdonar”, lo que se hace es promover leyes de amnistía, que cancelan las investigaciones judiciales, las penas e institucionalizan el olvido (“el olvido de la huida”). La amnistía busca garantizar la impunidad de los perpetradores.
El perdón es otra cosa. Hannah Arendt ha sostenido con razón que el perdón constituye el gran aporte del cristianismo al pensamiento crítico y a la ética. Quien perdona reconoce al victimario como tal, pero decide contemplar el daño padecido sin la carga del rencor. No opta por el olvido. Se plantea mirar el pasado de otra manera, y así liberarse del peso y la corrosión del odio. Tampoco suspende la sanción, que corresponde a las instancias legales cuando se trata de asuntos de carácter público. El victimario, por su parte, reconoce la falta producida y el daño generado, y pretende asumir un proceso de conversión moral.  El perdón no anula la justicia: esto es válido en el plano de la ética, en la teoría política e incluso – ya en el plano religioso  – en el sacramento de la reconciliación (cfr. Las reflexiones de S. Lerner sobre la materia).  De modo que el perdón está implicado estrechamente en la lucha por la “no impunidad”.
Es fundamental curar el odio para que la sociedad se reconcilie, y para que la vida triunfe sobre la muerte. Combatamos el odio y el ánimo de venganza, pero también la impunidad.  Álvarez ha identificado acertadamente un peligro (el de la revancha sin límites), pero no descuidemos el otro, el que podría debilitar el esfuerzo por la justicia y fomentar el olvido frente a las violaciones de derechos humanos. Sin duda, el imperio de la impunidad puede exacerbar el odio: el Perú ha padecido ya numerosos proyectos políticos que pregonaban el silencio y la indolencia frente a la posición de las víctimas. Un peligro es tan nefasto como el otro. No confundamos las cosas. Para decirlo claramente, un concepto distorsionado de "perdón" podría también  convertirse en un funesto pretexto para  imponer la supresión de la justicia y la represión de la memoria. El fujimorismo y el MOVADEF han defendido inaceptables formas de amnesia legal e impunidad. Sobre ese trasfondo de ideas e interpretaciones prácticas no sería posible edificar una sociedad libre y justa. Una  genuina cultura del perdón está asociada con el anhelo ineludible de justicia.












[1] Estoy siguiendo los escritos de Hannah Arendt , Paull Ricoeur y Salomón Lerner sobre este concepto moral.

martes, 24 de diciembre de 2013

NAVIDAD Y ENCARNACIÓN





Gonzalo Gamio Gehri

Navidad. El nacimiento de Jesús es recordado por los cristianos como un acontecimiento básico en la historia sagrada. Es el signo de la encarnación. Mi padre comentaba hace una semana que podría argumentarse teológicamente que la Navidad podría ser considerada el corazón de la fe cristiana. Que con frecuencia hemos desplazado el centro de gravedad espiritual hacia el martirio de la Cruz, desatendiendo acaso la Navidad como clave para reconocer el ingreso de Dios en la temporalidad humana. A su juicio, el pesebre sería tan importante como la Cruz como fuente de redención. Me pareció muy interesante como posible objeto de reflexión y conversación más bien filosófica. Tomé nota. A esa encarnación se asocia la Buena Nueva, y ésta es indesligable del sacrificio y la Resurrección de Cristo.

La Navidad me conmueve especialmente por la cuestión de la fragilidad. Los cristianos rememoran que el Hijo nace como uno de los más pequeños y débiles, identificándose con ellos. Jesús se compromete especialmente con los más vulnerables (el pobre, la viuda, etc.), pero no excluyó a nadie. Se trata del llamado a la construcción de una comunidad espiritual fundada en el ágape. La construcción de un nosotros sin fronteras de ninguna clase. Ninguna de las creaturas de Dios está fuera de las redes de confianza y solidaridad que constituyen esa comunidad. Para los cristianos, el nacimiento de Cristo es un signo fundamental en la historia de la formación del Reino. La violencia no constituye un medio legítimo para la edificación de ese Reino. La violencia se opone radicalmente al ágape. Jesús jamás consintió en usar la fuerza o a imponerse para guiar a los seres humanos. Opuso la libertad al ejercicio de la fuerza, y el servicio al uso del “poder”. Si bien  - según lo que dice el propio Evangelio - el Reino está en medio de nosotros, no es de este mundo, es decir, su gestación no responde a las estrategias y exigencias habituales en la conducción del “mundo” del enfrentamiento por el poder y de la competencia económica. Requiere gratuidad, compromiso con los demás, y sentido de justicia.

La Navidad constituye el inicio de ese itinerario espiritual y ese llamado radical a la fraternidad.. Feliz Navidad. 






lunes, 23 de diciembre de 2013

NOVALIS: NOCHE, TIEMPO Y POESÍA









Gonzalo Gamio Gehri


“Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche;
jamás en este mundo temporal
se calmará la sed que nos abrasa. Debemos regresar a nuestra patria,
allí encontraremos este bendito tiempo”.

Nuevamente quien habla es Novalis – desde los Himnos a la Noche - y lo hace desde la conciencia de la pérdida de lo que más quería – su amada Sophie, muerta poco tiempo antes de la escritura de esta obra – y la certeza de que aquella pérdida no podría verse superada en el reino de lo finito y contingente. Volverse a la Noche, al principio de todo, parece ser la respuesta. La nostalgia es una vez más el temple de ánimo del poeta, el dolor de la ausencia y el anhelo del retorno a la patria.

Pero – a diferencia de los guerreros argivos, que pretendían poner fin a la guerra y volver a sus tierras – la “patria” del poeta romántico no es un lugar, es lo que se ama con mayor fervor y vehemencia.  Lo divino, la propia  infancia, la libertad, Sophie, en el caso de Novalis, la plenitud e infinitud que ella entraña. Una fuerza más poderosa que la que ejerce la propia Naturaleza o el Mundo conocido por la ciencia  (el mundo de la luz  del día y sus creaturas, en la perspectiva del aerista); un sentido de pertenencia más poderoso que el que exige la propia sociedad, sus militancias, sus consensoss. El poeta persigue lo que más ama, y aspira a ser auténtico con esa misión. La visión novaliana de la oscura cabellera de la amada es la visión de la misteriosa Noche. El verdadero misticismo de la poesía amorosa. Las categorías poéticas tienen en los Himnos un sustrato biográfico a la vez que cósmico. El tiempo del reencuentro es el acceso a la Eternidad. Trascender los fenómenos desde la vivencia genuina del amor.

“Medrosos y nostálgicos los vemos,
velados por las sombras de la Noche”.

viernes, 13 de diciembre de 2013

CONCEPTOS Y CONTEXTOS EN TORNO A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LIBERAL



Gonzalo Gamio Gehri


El jueves di una conferencia, evento organizado la Asociación Debate Político – grupo compuesto por estudiantes y egresados de la Maestría de ciencia política de la PUCP -, a quienes agradezco la oportunidad de plantear esta reflexión. Aquí la estructura de mi intervención.




CONCEPTOS Y CONTEXTOS EN TORNO A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LIBERAL


I.- CONTEXTO NARRATIVO.

1.- Lidiar con la diversidad. Reforma y contrarreforma.
2.- Guerras de Religión.
3.- Ilustración y progreso de la racionalidad.

II.- IDEAS FUERZA DEL IDEARIO LIBERAL.

1.- Tolerancia y pluralismo razonable.
2.- Autonomía y cuidado de la crítica.
3.- Secularización de lo público.
4.- Libertades cívicas y derechos universales.

III.- LIBERALISMO Y JUSTICIA DISTRIBUTIVA. PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS.

1.- El liberalismo procedimental de Rawls. Concepciones políticas de la justicia y razón pública.
2.- Michael Walzer y el liberalismo hermenéutico. Justicia distributiva e igualdad compleja en el mundo social contemporáneo.
3.- El Perú y la ausencia de organizaciones políticas liberales.




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26 /12

Alwssandro Caviglia escribe sobre las similitudes entre Stalin y Hayek

lunes, 9 de diciembre de 2013

NELSON MANDELA, EL ESFUERZO POR LA PAZ Y LA CULTURA DE LOS DERECHOS HUMANOS







Gonzalo Gamio Gehri


Nelson Mandela ha muerto.  Será recordado como una figura de gran relevancia en la vida pública del mundo contemporáneo. Se convirtió en el líder indiscutido de una lucha moral y política contra un régimen fundado en la discriminación por motivos raciales. Es, en este sentido, un exponente del movimiento por una ciudadanía universal, fundada en la libertad y la igualdad de todos los seres humanos. Ese compromiso lo llevó a ser recluido en una cárcel por cerca de veintisiete años.  Fue presidente de su país y su vida y obra cuenta con el reconocimiento de las personas que valoran la cultura de los derechos humanos.

¡Tantos años en prisión a causa del compromiso con la igualdad de derechos! Tanto sus enemigos políticos de entonces como sus propios carceleros tienen una opinión respetuosa sobre Mandela, que trasunta admiración ante una fe inquebrantable en la humanidad y una genuina vocación por la paz (Ver el artículo - en La República - de John Carlin). Mandela tuvo que conversar y negociar con sus rivales afrikáner, tanto desde la prisión como desde el ejercicio de la política, para lograr alejar de Sudáfrica el fantasma de la guerra civil. En el contexto de estas comunicaciones, nunca sacrificó los principios básicos acerca de la construcción de una sociedad no dividida por consideraciones sobre el color de la piel o por la condición social. No se claudicó en materia de la defensa de los derechos humanos.

Desde sus primeros años en la actividad política, Mandela se sumó a los partidarios de la doctrina de la no violencia y encontró en la obra de Gandhi una poderosa fuente de inspiración política. Entiendo que, por principio, se inclinó por la invocación a la desobediencia civil antes que al ejercicio de la insurrección violenta. Es cierto que la lucha contra el apartheid asumió con frecuencia la forma de la insurrección armada. No siempre la exigencia de no violencia fue honrada plenamente. El régimen segregacionista rechazaba los principios básicos de la democracia y los derechos humanos y a menudo llevó a sus víctimas a situaciones de desesperación. Sólo en situaciones realmente extremas - vinculadas a la autodefensa - podemos recurrir a la fuerza. Tenemos que pensar que las condiciones de la paz y la justicia deben construirse con medios no violentos, sin duda, a la vez que discernir qué situaciones sociales y políticas son incompatibles con la idea misma de dignidad humana. Está claro que el régimen del apartheid había cruzado un límite moral muy nítido. No obstante, Nelson Mandela intentó conducir el curso de la política contra la discriminación en la dirección de la forja de consensos públicos, aún los más complicados.

Construir una nación grande e inclusiva, abierta a todas las patrias, clases y credos, ese era el sueño de Mandela. Ese era también el sueño de Gandhi y King. Eso entrañaba su opción por la “reconciliación”. Hacer nuestro ese sueño constituye un elemento básico para la afirmación concreta de la cultura de los derechos humanos.  

martes, 3 de diciembre de 2013

NOVALIS Y LA RETIRADA DEL PRESENTE






Gonzalo Gamio Gehri


“¿Qué es lo que nos retiene aún aquí?
Los amados descansan hace tiempo.
En su tumba termina nuestra vida;
miedo y dolor invaden nuestra alma.
Ya no tenemos nada que buscar
–harto está el corazón–, vacío el mundo”.

La cita indica un nuevo interludio de meditación literaria. Nuevamente son los Himnos a la noche de Novalis.  Siempre me ha impresionado el enorme impacto de la nostalgia en el romanticismo alemán; definitivamente su temple de ánimo constitutivo. Siempre vuelvo sobre esta idea, que he rastreado desde mis primeros años en el estudio de los autores de ese complejo proyecto espiritual. La retirada del presente, la progresiva desaparición del re-cuerdo de las vivencias del pasado. Sophie se ha ido – ha muerto – y Novalis contempla su tumba con profundo dolor. “En su tumba termina nuestra vida; miedo y dolor invaden nuestra alma”.

Novalis está explorando una experiencia básica de la condición humana, la vivencia de la temporalidad como la anulación del instante, la conversión inexorable del presente en pasado. El instante se convierte en sombra. Los propios recuerdos se van desdibujando. Los intentos por retener de manera fidedigna esa memoria del pasado están condenados al fracaso. La finitud es el elemento fundamental de la vida humana. En Novalis este sentimiento lo lleva a afrontar una situación de radicalmente extrañamiento frente al mundo circundante. Lo dice con  reveladora claridad: “–harto está el corazón–, vacío el mundo”. Siente que no tiene nada que buscar.

Novalis descubre su propio lenguaje a partir de esta dura experiencia. Los Himnos y el Enrique de Ofterdingen  dan testimonio del surgimiento de este lenguaje. Ese lenguaje constituye el mapa que orienta el alma que anhela el nóstos. Sin embargo, la patria no es un lugar – como en Homero -, es el sentimiento de plenitud perdida.