miércoles, 29 de septiembre de 2010

MALAS ACTITUDES




Gonzalo Gamio Gehri


Confieso que no me gustó el debate. Vi a Lourdes Flores excesivamente violenta, y a Susana Villarán demasiado displicente frente a los ataques; debió contestar al menos en dos ocasiones con cierta energía. Flores parecía suponer que ser de izquierda equivale a estar comprometido con el terrorismo, al punto que patinó estrepitosamente al sugerir que Villarán había participado en actividades organizadas por Perú Support Group, una institución británica a la que acusaba de apoyar a Sendero Luminoso. Dicho organismo ha rechazado estas aseveraciones y está exigiendo una disculpa pùblica. Es lamentable que las ambiciones electorales se antepongan al respeto por la verdad. Estamos asistiendo a una campaña particularmente sucia, tanto en el nivel de la prensa como en el de algunos de sus actores políticos (no es la primera campaña en la que los medios se ponen de parte de Lourdes Flores ¿Qué hay detrás de todo eso?). La mentira se usa como arma arrojadiza. Víctor Vich lo ha señalado con particular dureza:

“Son dos las constataciones al respecto: por un lado, se nos ha revelado la verdadera cara de una derecha –profundamente autoritaria y mafiosa- que no quiere tener interlocutores políticos y que está dispuesta a muchas cosas a fin de continuar en el poder. Mentir (y demás) se ha vuelto su estrategia. Por otro, es realmente obsceno e impresionante manipulación que realizan los medios de comunicación en la construcción de la opinión pública”.

En este debate el tema municipal ha quedado en un segundo lugar, ante el protagonismo de la cuestión ideológica. Este es un triste preludio del espíritu sombrío que acompañará a la campaña presidencial del 2011: que los ciudadanos se preparen ante lo que se viene. Ante los ojos de sus enemigos políticos y mediáticos, Susana Villarán no es ya una “izquierdista caviar”, es una cómplice de la subversión. Quedó atrás su rol como ministra en tiempos de la transición o su trabajo como Defensora de la Policía. Pretenden presentarla como una extremista (véase el contundente deslinde con Patria Libre).

“El último debate nos confronta ante dos formas de hacer política: una que está dispuesta a mentir, a injuriar, a manipular y a sembrar falsos miedos, y otra que ha optado por la necesidad de sumar esfuerzos”.

Me llamó la atención la arenga final de cada una de las candidatas. Villarán convocando a una pluralidad de voces para construir una ciudad más abierta y sana. Flores, sin dejar de ser incisiva, expresando su adhesión a los valores confesionales del "Perú oficial" – que para el fundamentalista "criollo" son los únicos valores posibles - ha procurado señalar a su rival como enemiga de la tradición; ha apelado su formación religiosa, su convicción en torno al inicio de la vida, etc. En sí misma esta declaración de principios no tiene nada de malo (de hecho, yo mismo tengo creencias religiosas y soy contrario al aborto), pero no olvidemos que constituye una pura y dura estrategia electoral: se trata de una exhibición de compromisos que se enmarcan en una campaña meditada de antemano (contando con el concurso de cierta prensa), consistente en la difusión del miedo, el propósito de escándalo y la estigmatización del que piensa diferente. Mostrar las propias “virtudes” para poner de manifiesto los “vicios” ajenos (¡Como en la parábola del fariseo y el publicano!)[1]. Hay que ver lo que produce en el ánimo la ansiedad por no perder una elección. Pareciera que, también para la derecha política, salvo el poder todo es ilusión.


[1] Lucas 18, 9-14.

lunes, 27 de septiembre de 2010

CONCEPCIONES POLÍTICAS Y PROBLEMAS CON EL PLURALISMO




Gonzalo Gamio Gehri


I



En el post anterior señalaba que las dos versiones rivales de nuestra derecha criolla – rivales en el concepto, pero estratégicamente aliadas en la arena política – se llevaban bastante mal con la democracia. Los mercantilistas y los reaccionarios coquetean de manera impenitente con el autoritarismo. Se hace necesaria la formación de una derecha moderna y democrática, creyente en el institucionalismo y en la economía de mercado, pero también en los derechos humanos y en el control democrático del poder. Esa clase de “derecha” no habita en los partidos existentes, acaso en ciertos espacios de prensa y de la cultura (Vargas Llosa, De Soto, Álvarez Rodrich, Salinas).

¿Qué sucede con la izquierda? Contamos con un sector de la izquierda vinculado con la socialdemocracia, que ha apostado por procesar de a pocos las lecciones de 1989, que hoy habla de humanismo cívico, de procedimientos democráticos, de reconocimiento de la diversidad cultural y de género, de derechos humanos, principios plurales de justicia distributiva y de desarrollo humano centrado en las capacidades. Esa izquierda ha aprendido de la herencia liberal y ha desterrado los viejos slogans del marxismo ortodoxo. Ha desmontado el viejo esquema estructura / superestructura, para dejar un espacio de libertad a la vida del intelecto y de la cultura. En algunos casos, ha descubierto – a partir de una lectura reflexiva del Evangelio y de los textos proféticos – que la religión puede ser liberadora y no causa de alienación. Considera que el recurso a las formas de vida democrática no constituye un instrumento para la captura del poder, sino que ellas pueden ponerse de manifiesto como un horizonte de libertad y realización humanas. Es saludablemente reformista, y no "revolucionaria". Esa izquierda moderna y democrática sí me convence, por su posible convergencia conceptual con propósitos liberales y pluralistas. Lamentablemente, ella habita contados espacios políticos, más bien su lugar de desarrollo es casi exclusivamente la academia y algunas instituciones de la sociedad civil.

La otra izquierda – mayoritaria en nuestro espacio político – es ortodoxa y radical. No se ha reexaminado a la luz de los sucesos que acabaron con el Muro de Berlín. Sigue pensando en que la Historia Universal está regida por leyes, y que – esto es penoso e inaceptable - la violencia constituye un medio “legítimo” para emancipar a las víctimas de la injusticia. Se pierde en debates cargados de dogmas acerca de si están dadas las “condiciones objetivas” para llevar a cabo la "Revoluvción". Esa izquierda ve en los mecanismos representativos de la democracia liberal la ocasión para introducir una agenda caduca. No le mortifica aliarse con los “etno-nacionalismos”, puesto que la consistencia teórica no es una de sus prioridades. Esta es la izquierda que habita en los viejos partidos legales de inspiración integrista. Una izquierda arcaica y funesta.

La izquierda democrática no ha logrado una representación parlamentaria, pero ha cobrado fuerza a partir del liderazgo de Susana Villarán como candidata a la alcaldía de Lima. Es una candidatura que yo veo con simpatía – la he escuchado y conozco a muchos de sus técnicos - y que en principio pienso apoyar el domingo; Sin embargo, confieso que me preocupa que algunos elementos de la vieja izquierda legal la acompañen. Creo que son elementos que han sido sobredimensionados por la prensa conservadora - tengo entendido que de 39 regidores, sólo tres son del MNI -, pero no es menos cierto que la candidatura de Susana Villarán no necesita de tales aliados, que ellos no aportan a su proyecto en lo práctico ni en lo ideológico: de hecho, contribuyen a minar su discurso. Esa compañía no contribuye a la necesaria renovación de la izquierda - renovación que la propia Villarán y otros han alentado con entusiasmo -, a pesar de que esta candidatura me parece digna de respaldo y que es impresionante la fuerza que ella ha asumido en corto tiempo. Necesitamos una izquierda y una derecha pluralistas, dispuestas a dialogar y a encontrar focos de consenso frente al diseño de políticas e instituciones genuinamente democráticas. Es el dogmatismo y la disposición a la violencia contra el que piensa diferente lo que enturbia nuestra escena política, en las dos orillas del espacio ideológico político, tanto en la derecha como en la izquierda.


II


Ayer en el Suplemento Domingo de La República, Eduardo Dargent publicó La conjura del genio, un agudo artículo en el que desenmascara el espíritu y proceder de Aldo Mariátegui al frente de Correo. El texto es valiente y posee calidad argumentativa. Pone de manifiesto cómo Mariátegui estigmatiza a quien piensa diferente – una actitud evidentemente antiliberal - , y se sirve del insulto como método para lograr una extraña e irreal “refutación”. La verdad y los argumentos no le interesan en demasía.

Hoy – como era de esperarse – Mariátegui contesta a Dargent, con una nota repleta de agravios y de falacias claramente identificables. Defiendes tus frejoles, señala, Te aferras a tus cargos, adulas a tus maestros, entre otras expresiones insultantes cargadas de estereotipos y de veneno en cantidades industriales. Mi solidaridad con el colega y el amigo por estos innobles ataques. No obstante, a mi juicio, Dargent no debería inquietarse con la “réplica” de Mariátegui, pues ha probado los dos puntos de su acertada crítica. Efectivamente, el director de Correo ha convertido ese diario en una extensión de su columna, contraviniendo los preceptos de la ética periodística, y degrada sistemáticamente el nivel de la discusión en la esfera pública. Quien lea la destemplada columna de hoy en Correo comprobará que Dargent tiene toda la razón.


La imagen viene de aquí.


jueves, 23 de septiembre de 2010

UNA AGENDA DE MIEDO


Gonzalo Gamio Gehri


Como he señalado en otros posts, en nuestro país habitan dos formas de “derecha” que colaboran estratégicamente a pesar de que no congenian de corazón. Una es individualista, mercantilista, piensa con la máquina registradora bajo el brazo. La sociedad entera – para ella – funciona a la manera del mercado o debería hacerlo si quisiera emprender el camino del progreso. La otra es “reaccionaria”, apela al retorno de las “antiguas tradiciones”, le rinde culto a las “instituciones tutelares” – la Iglesia católica jerárquica y las Fuerzas Armadas – y predica orden y autoridad contra las prácticas democráticas. Ambas han saludado los golpes de Estado, así como han respaldado las diversas formas de autoritarismo competitivo. Ambas rechazan las políticas de derechos humanos y en general el programa transicional. Tampoco aprecian los proyectos institucionalistas en el nivel del Estado (y desconocen la noción misma de "sociedad civil"). Ambas son antiliberales.

Ambas predican hoy la agenda del miedo. Alberto Vergara ha publicado en Poder un artículo interesante, El Tea party perucho. Allí sostiene que algunos espacios mediáticos conservadores – como Correo – están aplicando una lógica similar al Tea Party en nuestro medio, intentando hacer pasar a Susana Villarán como una bolchevique disfrazada de socialdemócrata.

En el Perú se viene fraguando nuestro Tea Party, nuestro Fox News y nuestro Glenn Beck. El diario Correo ha abierto fuego contra Susana Villarán con una lógica de Tea Party: quieren asustarme como a granjero gringo. Creen que por ser de derecha me voy a convencer de que la tía es terruca, pastrula y ladrona. No se pasen. Puesto que acusarla de pituca no ha tenido efecto entre sus votantes (lo cual es lógico pues su bastión ha sido el A/B... ¡los pitucos no se asustan de los pitucos!), Mariátegui y su primera plana han decidido cambiar de estrategia y asustar a los de arriba con el asunto de que Villarán es una Elena Iparraguirre new age. Así de explícito. Ella sería el vehículo de los extremistas de Patria Roja, estaría buscando la alcaldía para saquearla y entregarle todo el dinero a sus amigos comunistas y así convertir al Perú en Bolivia. Eso ya no es periodismo”.

No puedo estar más de acuerdo con Vergara: eso no es periodismo. La ultraderecha mediática está recurriendo a la mentira y a una campaña macartista consistente en propagar el temor a una eventual victoria de Susana Villarán. PPK nos habla del impacto de un acontecimiento semejante entre los inversionistas extranjeros, Correo oscila entre el alegato anti-izquierdista y las “pastillas para levantar la moral” (¡Con alusiones a Bolivar!) dirigidas a Lourdes Flores. Y no se trata solamente de la columna del Director. Véase la patética y engolada nota de Martín Santiváñez publicada hoy sobre el tema. La ejecución de esta curiosa agenda de miedo presupone que los votantes somos sujetos en permanente minoría de edad que necesitamos ser impresionados y manipulados para tomar una decisión que ellos consideran razonable. Otro signo antiliberal en el programa de este sector de la prensa, y en los esquemas de esta facción mayoritaria de la “clase política”, carente de imaginación e ideas. A pesar de que algunos espacios - como el programa de Bayly - han cargado las tintas hacia un sólo lado, y que el espionaje telefónico ha tenido por ahora como única destinataria a Flores, el efecto de esta campaña de miedo es notorio.

Aldo Mariátegui ha evidenciado su falta de reflejos en su precipitada y escueta respuesta a la nota de Vergara. Considera que él no puede estar promoviendo una suerte de Tea Party criollo, porque él habría criticado el Tea Party nortaeamericano. Parece no reparar en la posibilidad de que se critiquen diferentes contenidos particulares del proyecto republicano y sin embargo trasladar – en alguna medida - su formato y sus propósitos en nuestro medio. Allí saca a relucir unas enormes anteojeras conceptuales (de un modo similar a cuando señala que no es “ultraderechista” sólo porque está a favor del aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo). Incluso intenta replicar a Vergara apelando a la persona – recurriendo a la caricatura, a la ridiculización y a las etiquetas -, y renunciando a la argumentación:

“Leo que el columnista Vergara Paniagua me acusa de ser un "tea party" local y de asustar a la gente con Caviarán. ¡Plancha quemada, compadre! El domingo pasado escribí contra ese fenómeno republicano y sospecho, guardando respetos, que mucha de tu extrema generosidad al considerar a Caviarán como "izquierda moderna" (mientras que a mí me parece que es una disimulada Javier Diez Canseco con faldas) se debe a que tu madre es candidata a la alcaldía de Lince por Fuerza Social. Creo que la subjetividad te contamina”.

En lugar de examinar la calidad de las propuestas de los candidatos, y de discutir la trayectoria de cada uno de ellos en el ejercicio de la función pública - en la línea sugerida acertadamente, por ejemplo, por Ricardo Falla y Giovanni Krähe -, nuestros libertarios y nuestros reaccionarios criollos – ambas facciones de la “derecha”, por igual - han optado por la estigmatización ideológica del rival, por intentar manipular a la opinión pública infundiendo temor y esparciendo por doquier falsedades y medias verdades. Eligieron renunciar a las ideas y anunciar un extraño y súbito Apocalipsis. Si la derecha peruana está a punto de perder esa elección es porque es víctima de sus propios errores, porque permanece prisionera de su propio miedo.


La imagen viene de aquí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

TRAGEDIA GRIEGA Y DISCERNIMIENTO PRÁCTICO*



Gonzalo Gamio Gehri


La tragedia griega fue concebida desde sus inicios como una fuente de aprendizaje ético y político, fundamental para la construcción de la ciudadanía y la agencia moral. En el mundo político ateniense, la organización y la puesta en escena de la tragedia constituían los elementos centrales de un complejo ritual cívico y religioso que convocaba a la ciudadanía entera: los miembros del coro, los actores, los espectadores y quienes se ocupaban de la producción del espectáculo eran ciudadanos de la pólis (en contraste con el teatro moderno, que recurre al servicio de profesionales en la materia). En tiempos de Pericles, la asistencia y participación en la tragedia constituía un aspecto medular del proceso de paideia: la consideración de los conflictos prácticos que planteaba el drama por parte de los agentes era reconocida como una experiencia crucial en la formación del carácter y el cultivo del discernimiento público[1].

Debemos a Aristóteles una notable descripción del carácter de la tragedia griega y su impacto en la pedagogía moral del ciudadano. En Poética 6, 1449b 23, sostiene que la tragedia se propone, en virtud de la representación (mímesis) de la acción y del curso de una vida (práxeos kai bíou), “realizar, mediante la compasión y el temor, la katharsis de las experiencias de este género”. Como se sabe, el arte clásico asumía un rol mimético, aspiraba a ofrecer un retrato fiel del objeto que le servía de modelo, o intentaba representar la naturaleza como tal. En tanto la tragedia busca dar cuenta de la acción y del curso de una vida, su vínculo con la reflexión ética y política es manifiesto. Ella trata de representar en su complejidad las deliberaciones, elecciones y acciones humanas, la precariedad de los hábitos humanos, la incertidumbre que rodea a las decisiones que toman los agentes en situaciones conflictivas. En lugar de transmitir una visión tranquilizadora u optimista de la vida humana, la tragedia nos confronta con la vulnerabilidad de la vida humana, con la inconmensurabilidad de los bienes (y males) que debemos ponderar en nuestras deliberaciones, con la ausencia de ‘principios maestros’ que nos muestren una salida general y definitiva ante los dilemas concretos que nos presenta la vida ordinaria. Diríase que la tragedia constituye una suerte de laboratorio moral y político que examina el ejercicio y las condiciones de la razón práctica.

Concentrémonos un momento en el concepto de katharsis y en su proyección hacia la praxis. Como se sabe, se trata de una noción usada inicialmente en el ámbito de la investigación y el trabajo de la medicina antigua. Katharsis significa originariamente “purga” y “limpieza”[2]: a través de la ingestión de determinados medicamentos el organismo consigue expulsar sustancias que podían resultar dañinas para él y que son causantes de la enfermedad. En su dimensión propiamente ético – política – desarrollada básicamente en la tragedia -, la katharsis alude a un proceso de purificación del juicio, puesto en juego a partir de la experiencia del temor y de la compasión. Estas experiencias nos invitan a ponernos en el lugar del héroe trágico – por ejemplo, en el agudo predicamento de Antígona, o en el terrible dilema de Agamenón - quien debe decidir si sacrificará a Ifigenia o si respetará su vida y se enemistará con los dioses – para deliberar instalados imaginativamente en aquella compleja situación. La deliberación procura esclarecer el juicio respecto de cómo podríamos afrontar tales conflictos.

Se trata de conflictos prácticos sumamente difíciles de plantear y de resolver. Estamos acostumbrados – cuando hablamos de los ‘cimientos de la ética’ en clases y conferencias, o a través de artículos especializados – a considerar que los conflictos morales por excelencia se conciben en términos del contraste entre el “bien” y el “mal”. Es cierto que en ocasiones el discernimiento entre el bien y el mal se convierte en una tarea penosa y llena de dificultades. Las tragedias, no obstante, sitúan en el corazón mismo de la reflexión ética otra clase de conflictos éticos, acaso más complejos y desgarradores. Conflictos en los que el agente se ve confrontado por la colisión entre el bien y el bien, o por la ineludible necesidad de elegir entre el mal y el mal[3]. Con frecuencia, los agentes no pueden salir bien librados de tales situaciones – las ‘soluciones’ postuladas no dejan de ser dolorosas o entrañan alguna forma de riesgo o pérdida para el que las elige -, y sin embargo tienen que tomar una decisión ante ellas.

El agente se ve forzado a elegir entre alternativas que considera – en virtud de sólidas razones – valiosas, enriquecedoras o dignas de ser elegidas. Sin embargo, no puede realizar ambas opciones, tiene que escoger emprender un curso de acción y renunciar al otro. Consideremos el caso que, luego de una profunda meditación sobre el particular, el agente decide seguir el curso de acción A, porque lo estima como el más valioso y sensato. Revisa el proceso deliberativo que le conduce a pensar de esa manera, y ratifica su posición: efectivamente, A es una opción superior a B en virtud de razones que comprendo claramente. A pesar de esta justificada convicción, las razones que revelan la supremacía de A sobre B no anulan los argumentos que hacían de B una opción que podíamos reconocer como significativa y propia de una vida excelente. A pesar de que el agente ‘verifica’ la corrección del razonamiento, renunciar a B le provoca un agudo sentimiento de pérdida. Hubiera deseado que las circunstancias fuesen otras, y que hubiese existido la posibilidad de realizar A y B sin dificultades ni obstáculos.

También es posible que tenga que discernir entre males que colisionan entre sí. En ocasiones tenemos que afrontar situaciones en las que tenemos que elegir entre posibles cursos de acción que consideramos indeseables, o funestos. Las circunstancias no me permiten optar por alguna alternativa que no suponga afrontar alguna forma de dolor o frustración; desearía que el escenario en el que debo decidir y actuar fuese completamente diferente, pero – como es natural - la realidad no corresponde a la medida de mis deseos[4]. Debo procurar reconocer el mal menor. Uno podría pensar sensatamente que, frente a esta clase de dilemas desgarradores es mejor abstenerse de actuar. Sin embargo, permanecer inactivo podría constituir precisamente uno de los males en conflicto. Cualquiera sea el curso de acción que elija, encontraré razones para lamentar haber tenido que pasar por un trance de esta naturaleza.

La katharsis se constituye como el proceso de clarificación ética que pretende reconocer y plantear esta clase de conflictos prácticos – haciendo justicia a su complejidad e intensidad – buscando vías posibles para su eventual “resolución”. Para examinar con mayor rigurosidad la importante cuestión acerca de cómo el espectáculo trágico contribuye al ejercicio de la purificación del juicio, tenemos que detenernos un momento en el tipo de experiencias que Aristóteles asocia con la producción de la katharsis. Como recordamos, la definición aristotélica de la tragedia nos dice que es la vivencia del temor y de la compasión lo que pone en marcha este proceso deliberativo y perceptivo. Una mirada más atenta del tema de lo temible y lo digno de piedad debe llevarnos necesariamente de los análisis de la Poética al examen de estas pasiones en la Retórica.

Como se sabe, la Retórica constituye una obra que examina el discurso y la argumentación, pero también las pasiones que ellos podrían suscitar en un auditorio dispuesto a participar de la dinámica de la persuasión. En este texto encontramos una investigación rigurosa sobre las emociones morales. Es en este contexto de análisis que encontramos las definiciones aristotélicas del temor y la compasión. Aristóteles describe el temor como el sufrimiento motivado por la percepción de un mal venidero, real o hipotético[5]. Se trata una emoción que permite al agente reconocer una situación de riesgo, de modo que procure protegerse a sí mismo y a otros; es por ello que el filósofo sostiene que la experiencia del temor constituye una condición imprescindible para el ejercicio de la virtud de la valentía (en contraste con la temeridad, que revela insensibilidad frente al temor, y por tanto incapacidad para aprender de esta experiencia). La política también aprecia la vivencia del temor, puesto que ésta prepara al ciudadano para conjurar – a través de la observancia de la ley y la acción al interior de las instituciones - las situaciones de peligro en que puede verse sumida la comunidad, y lo empuja a preocuparse por atender las necesidades más acuciantes de sus compatriotas en tiempos de precariedad. La relevancia práctica del temor es destacada por el coro de erinias en Las Euménides de Esquilo:

“Veces hay en que está bien que exista miedo, y debe morar de contínuo, vigilante, en el alma. (…)¿Quién que en la luz de su corazón no alimente un contínuo temor – una ciudad o un simple mortal, para el caso es lo mismo – podría ya venerar a Justicia?”[6]

Aristóteles señala que la compasión se define como “un cierto pesar ante la presencia de un mal destructivo o que produce sufrimiento a quien no se lo merece y que podríamos esperar sufrirlo nosotros mismos o alguno de los nuestros”[7]. Se trata de una emoción moral que me lleva a sentir con el otro – con la víctima inocente – y a asumir su defensa, si esto es posible. Sólo es posible experimentar compasión a partir del ejercicio de la empatía, una operación de la reflexión y la imaginación que proyecta mis reacciones y pensamientos hacia las circunstancias que vive el otro, su dolor, su manera de percibirse en medio de una situación particular (por lo general adversa). La proyección empática hace posible la atención compasiva de quien padece injusticia, y constituye el punto de partida de cualquier compromiso ético o político de gran alcance. El contacto imaginario con la situación del otro me lleva a preguntarme cómo reaccionaría yo si tuviese que afrontar circunstancias similares, y qué podría hacer para combatir la injusticia padecida, o cómo podría reparar el daño infligido.

La experiencia de aquello que es objeto de temor y de compasión constituye el detonante – de acuerdo con la descripción aristotélica de la tragedia – de la deliberación práctica, concebida en términos de esclarecimiento del juicio y la percepción en torno a los conflictos que se plantean en el espacio público. El proceso del discernimiento purifica nuestro intelecto y nuestras emociones de prejuicios y reacciones que nos impedirían interpretar de manera compleja y lúcida situaciones de injusticia y riesgo. El espectáculo trágico nos invita a ponernos en la situación de personajes que tienen que afrontar dilemas desgarradores en los que cualquier elección entraña pasar por un trance doloroso o renunciar a un bien importante para la vida. La deliberación en torno a estos dilemas pone de manifiesto la insuficiencia de los “principios generales”, las “recetas” y las “soluciones definitivas” frente a los problemas prácticos. Aprendemos así a valorar el concienzudo examen de las condiciones particulares de la práctica, y a reconocer la ineludible vulnerabilidad de nuestras vidas, conceptos e imágenes de lo bueno y lo correcto. Podríamos decir que la katharsis trágica – bosquejada en esta clave hermenéutica – echa luces acerca del ejercicio de la razón práctica y su rol en la búsqueda de una vida sensata en el seno de la pólis.

La vivencia del temor y de la compasión son dolorosas, qué duda cabe. Nos remiten al corazón mismo de la paideia trágica en tanto ésta promueve el aprendizaje a través del sufrimiento. Una vida genuinamente humana no puede evadir el sufrimiento (como tampoco la incertidumbre o el deterioro del cuerpo y de las capacidades físicas e intelectuales). Todo ello forma parte de la fragilidad de nuestra condición. Si no es posible eludir la experiencia de lo negativo – en particular el dolor y la pérdida, en sus diversas manifestaciones -, lo que un agente humano sensato puede hacer es aprender de esa clase de experiencias. Podemos reconocer el sentido de nuestros errores, así como el impacto en nuestra vida de las acciones de los demás, e incluso comprender en qué medida una parte importante del escenario vital que tenemos que enfrentar ordinariamente ha sido bosquejado desde situaciones completamente exteriores a nuestras expectativas, elecciones o círculos de influencia (en la línea de lo que los griegos denominaban tyché y que los romanos tradujeron por fortuna). La experiencia de nuestras fallas y del dolor provocado por ellas nos permite discernir mejor la “medida correcta” en los diferentes asuntos de la vida y a la luz de la especificidad de los contextos prácticos. La virtud más elevada para los griegos – incluidos los autores de tragedias y el propio Aristóteles -, la phrónesis (la prudencia o sabiduría práctica), se ocupaba del reconocimiento deliberativo de la proporción adecuada de acuerdo con los diferentes elementos que constituyen una situación concreta. ´

Las tragedias procuran describir el tipo de habilidades y formas de razonamiento que tendrían que cultivar los ciudadanos para lograr adquirir la phrónesis. En el otro extremo, se describe al imprudente como aquel personaje que se haya sumido en la ceguera voluntaria – una de las formas de ate, el error – situación en la que el agente se evidencia incapaz de discernimiento y de moderación: no escucha a quienes confrontan su posición con argumentos rivales, y ni siquiera atienden a las razones de quienes les aconsejan. Es el caso de Creonte en Antígona, y el de Edipo en Edipo Rey; en ambos casos, las advertencias del anciano Tiresias se revelan insuficientes para hacerlos recapacitar y así evitar incurrir en la hybris. Tampoco el Coro – que suele representar la sabiduría práctica y la atención a la pluralidad de perspectivas que se ponen de manifiesto en el espacio público – suele lograr tal importante propósito, hasta el momento en el que a los insensatos les llega el momento de sufrir irremediablemente. La reflexión de estos personajes respecto de la mesura se plantea siempre tardíamente, cuando el mal está hecho y no hay forma de volver atrás. Ese tipo de actitud constituye el principal vicio que el ciudadano debe prevenir: la falta de lucidez frente a una situación conflictiva.


* Este post constituye una primera versión - esto es, el borrador - de unos breves pasajes de un ensayo mayor, titulado “Discernimiento práctico y sentido de justicia. Una lectura ético-política de Las Suplicantes de Eurípides”, publicado en: Cañón, Camino y Alicia Villar Ética Pensada y compartida (Libro homenaje a Augusto Hortal Madrid, UPCO 2009 pp. 227 -245.

[1] Me he ocupado del tema de la relación entre tragedia y paideia – a partir de una reflexión sobre La Orestiada de Esquilo - en Gamio, Gonzalo “La purificación del juicio político. Narrativas de justicia, políticas de reconciliación” en: Derecho & Sociedad Nº 24 pp. 378 – 389.

[2] Cfr. Nussbaum, Martha La fragilidad del bien Madrid, Visor 1995. Mi posición respecto al sentido de la katharsis trágica le debe mucho a los análisis de Nussbaum en esta obra.

[3] Isaiah Berlin y Bernard Williams han desarrollado el tema del conflicto trágico en la segunda mitad del siglo XX. Véase Berlin, Isaiah “La persecución del ideal” en: El fuste torcido de la humanidad Barcelona, Península 1998 pp. 21 – 37; 1995; Cfr. Williams, Bernard “Conflictos de valores” en: La Fortuna moral México, FCE 1993, (quinto ensayo) e idem "La congruencia ética" en Raz, Joseph El razonamiento práctico op.cit. pp. 171-207. Véase también Nussbaum, Martha La fragilidad del bien op.cit. especialmente el cap. 2. Véase asimismo Gray, John Las dos caras del liberalismo Barcelona, Paidós 2001.

[4] Cfr. Hortal Augusto Ética 1. Los autores y sus circunstancias op.cit., p. 179.

[5] Ret. II,5 1382ª 20 y ss.

[6] Euménides (519-26).

[7] Ret. II,8 1385b.

martes, 14 de septiembre de 2010

CÉSAR ZARZOSA ACERCA DE UN POLÉMICO DECRETO




DECRETO DE IMPUNIDAD




César Zarzosa González



La reciente emisión del Decreto Legislativo 1097 por parte del Poder Ejecutivo, es la prueba fehaciente del signo bajo el cual se erige este gobierno: la búsqueda continua de la impunidad. Una agenda sistemática, calculada, soterrada muchas veces, pero hoy más evidente que nunca. Tanto así, que Mario Vargas Llosa no pudo menos que deplorar la emisión de este dispositivo, que resulta en los hechos una especie de amnistía para los militares, denunciar una posible alianza aprofujimorista, y renunciar irrevocablemente a su cargo de presidente del Museo de la Memoria.

Pero vayamos al caso del D.L. 1097, e intentemos esbozar algunas de las razones por las que esta norma es inconstitucional y abiertamente contraria a Derecho. Vamos a ver además, que acá no hay falsas interpretaciones de los sectores pro-derechos humanos sino que resulta notoria la actitud del gobierno, que utiliza la ley para burlar la Constitución, los Tratados Internacionales y la jurisprudencia vinculada a los derechos fundamentales.

Según sus defensores, la única razón de ser de la norma se encuentra en el artículo 2, que busca la aplicación de los plazos procesales que rigen en el nuevo código procesal penal para la conclusión de los juicios en materia de derechos humanos. “¿O es que acaso los procesados por estos delitos no tienen derecho a un debido proceso y que este no dure eternamente?”, arguyen. Ciertamente, toda persona tiene derecho a un juicio justo y oportuno. Sin embargo, muchas veces los procesos duran bastante mas de lo razonable, por su complejidad, por la cantidad de pruebas a actuar, por el numero de implicados en el caso, y sobretodo porque los propios inculpados utilizan medios para obstaculizar el avance de la justicia: se presentan recursos sin mayor sentido o se niegan a facilitar información relevante para el juicio, a la espera de que los plazos venzan y queden impunes. Malas experiencias en ese sentido hay. Ya algunos generales han salido por la puerta falsa con dichas argucias. En ese caso, ¿de quien es la culpa?. Ciertamente, no del Estado. Y si en verdad, el aparato de justicia fuera el responsable de la dilación del proceso, existen mecanismos constitucionales como el habeas corpus para que el afectado haga valer sus derechos. No necesitamos entonces ninguna norma que reitere lo que ya sabemos, y que se preste a equívocos.

Pero entonces, ¿para que se da una ley de estas características? Por varias razones más que por este cuestionable articulo 2, y es donde sus defensores mienten. En realidad, ocurre que junto a esta innecesaria y malintencionada disposición, existen otras razones más fuertes, a las que hay que ver con detenimiento, porque en este contrabando esta el mayor problema. La norma faculta al juez en el artículo 3, a cambiar la situación de mandato de detención del procesado por un mandato de comparecencia libre o restringida. A su vez, dentro del artículo 4 se estipula que se levantan los impedimentos de salida del país, superiores a 8 meses. Si leemos estas dos disposiciones juntas y entre líneas, encontramos el grave problema. A estas alturas todos los procesos de los militares ya superaron de lejos los ochos meses. En algunos casos llevan años. Esto quiere decir que automáticamente se les levanta la prohibición de salida del país. Si además, el juez aplica el artículo 3, algunos pueden salir libres hasta que los citen. Bingo. Tal como ocurrió en el pasado donde magnates huían al exterior sin juicio, veremos a los procesados por lesa humanidad fugarse del país y asunto acabado. La típica criollada camuflada en un dispositivo legal.

Y la cuestión del contrabando no queda ahí. Apreciemos la Primera Disposición Final de la norma. Cito textualmente: “Para efectos procesales (…) la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y lesa humanidad (…) surte efectos y rige para el Perú a partir del 09 de noviembre de 2003, fecha en la cual Perú subscribió la citada Convención [sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y Lesa Humanidad]”. En buen cristiano, los defensores del crimen y la impunidad plantean que no se revise las graves violaciones a los derechos humanos que se dio antes del 2003, es decir, en los gobiernos de Fujimori y García. O sea, todos los hechos trágicos que envilecieron al país y que la Comisión de la Verdad desnuda, quedarían impunes. Felizmente esta reserva no tiene ninguna validez a nivel de nuestro ordenamiento. La jurisprudencia constitucional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y las fuentes del Derecho Internacional siempre fueron claras. No se trata de cualquier delito penal, se tratan de delitos de lesa humanidad. Los delitos de lesa humanidad no tienen fecha de caducidad ni tienen periodos de validez. Los delitos de lesa humanidad, son tales porque el derecho internacional y el ius cogens lo hace prevalecer, pues obedece a la corrección práctica en el actuar de las sociedades. Por tanto siempre fueron un delito. De otro lado, la misma Convención señala que las reservas no pueden ser incompatibles con la norma.

Ante la creciente oposición, algunos personajes como el ex ministro de Defensa ensayaron soluciones desesperadas. Argumentaron que si se leía la exposición de motivos quedaba claro que no estaban referidos al grupo Colina ni a Fujimori o Montesinos. Pero es sabido que una exposición de motivos no dirige al juez. Nunca lo ha hecho. Y además el Ejecutivo no le puede decir a los jueces como interpretar la norma. Ello excede gravemente sus funciones y al mismo tiempo entre en el campo de discrecionalidad con la que cuenta los jueces amparados además por la propia Constitución (art. 139, inc. 2). Era entonces lo mismo que decir nada. Casi al mismo tiempo los miembros del grupo Colina ya estaban interponiendo recursos basados en esta repudiable norma. Felizmente la rápida intervención de instituciones como la Defensoría o la Fiscalía, y la presión de la sociedad, habría bloqueado cualquier oscuro accionar. El único camino que le queda a este decreto que tiene las horas contadas es la derogación. Pero esta es una victoria de la sociedad civil organizada ante un gobierno que ha tenido que ceder por pura presión, pero que, felizmente, ha quedado desnudado tal cual, ante la opinión pública
.

CARTA DE RENUNCIA DE MARIO VARGAS LLOSA A LA COMISIÓN DEL LUGAR DE MEMORIA



(Texto tomado de La República)




París, 13 de setiembre de 2010
Excmo. Señor Dr. Alan García Pérez
Presidente del Perú
Lima





Señor Presidente:


Por la presente le hago llegar mi renuncia irrevocable a la Comisión Encargada
del Lugar de la Memoria cuya Presidencia tuvo usted a bien confiarme y que acepté
convencido de que su gobierno estaba decidido a continuar el perfeccionamiento de la
democracia peruana tan dañada por los crímenes y robos de la dictadura de Fujimori y
Montesinos.

La razón de mi renuncia es el reciente Decreto Legislativo 1097 que, a todas
luces, constituye una amnistía apenas disfrazada para beneficiar a buen número de
personas vinculadas a la dictadura y condenadas o procesadas por crímenes contra los
derechos humanos -asesinatos, torturas y desapariciones-, entre ellos al propio
exdictador y su brazo derecho. La medida ha indignado a todos los sectores
democráticos del país y a la opinión pública internacional, como lo muestran los
pronunciamientos del Relator de la ONU, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, la Conferencia Episcopal, la Defensoría del Pueblo y representantes de
numerosas organizaciones sociales y políticas, entre ellos algunos congresistas apristas.
Coincido plenamente con estas protestas.

Hay, a mi juicio, una incompatibilidad esencial entre, por una parte, auspiciar la
erección de un monumento en homenaje a las víctimas de la violencia que desencadenó
el terrorismo de Sendero Luminoso a partir de 1980 y, de otra, abrir mediante una
triquiñuela jurídica la puerta falsa de las cárceles a quienes, en el marco de esa funesta
rebelión de fanáticos, cometieron también delitos horrendos y contribuyeron a sembrar
de odio, sangre y sufrimiento a la sociedad peruana.

Ignoro qué presiones de los sectores militares que medraron con la dictadura y
no se resignan a la democracia, o qué consideraciones de menuda política electoral lo
han llevado a usted a amparar una iniciativa que sólo va a traer desprestigio a su
gobierno y dar razón a quienes lo acusan de haber pactado en secreto una colaboración
estrecha con los mismos fujimoristas que lo exiliaron y persiguieron durante ocho años.
En todo caso, lo ocurrido es una verdadera desgracia que va a resucitar la división y el
encono político en el país, precisamente en un periodo excepcionalmente benéfico para
el desarrollo y durante un proceso electoral que debería servir más bien para reforzar
nuestra legalidad y nuestras costumbres democráticas.

Pese a haber sido reñidos adversarios políticos en el pasado, en las últimas
elecciones voté por usted y exhorté a los peruanos a hacer lo mismo para evitar al Perú
una deriva extremista que nos hubiera empobrecido y desquiciado. Y he celebrado
públicamente, en el Perú y en el extranjero, su saludable rectificación ideológica, en
política económica sobre todo, que tan buenas consecuencias ha tenido para el progreso
y la imagen del Perú en estos últimos años. Ojalá tenga usted el mismo valor para
rectificar una vez más, abolir este innoble decreto y buscar aliados entre los peruanos
dignos y democráticos que lo llevaron al poder con sus votos en vez de buscarlos entre
los herederos de un régimen autoritario que sumió al Perú en el oprobio de la corrupción
y el crimen y siguen conspirando para resucitar semejante abyección.

Lo saluda atentamente,

Mario Vargas Llosa

jueves, 9 de septiembre de 2010

HAITÍ: OCHO MESES DESPUÉS


David Villena Saldaña

Haití tiene el mérito de ser el primer país de América Latina que obtuvo su independencia. Pero también tiene la triste virtud de ser el más pobre, analfabeto e inestable del hemisferio occidental. Es, de hecho, uno de los países con menor índice de desarrollo humano en el mundo – el 149 de 182, según cifras del PNUD. Puede, en este sentido, afirmarse sin riesgo que, aun antes del terremoto del 12 de enero, ya se trataba de un país devastado.

La historia de Haití como estado fallido tiene larga data. Tras su independencia de Francia en 1804, se le impuso una indemnización equivalente a unos veinticuatro mil millones de dólares actuales, cifra exorbitante para la época. Luego de múltiples sanciones, esfuerzos y empréstitos pudo completar el pago de este monto recién en 1938. En ese lapso, además de debatirse en violentas pugnas de poder a nivel local, tuvo que afrontar la ocupación de tropas estadounidenses de 1915 a 1934.

Jugó también un papel, pequeño pero significativo, en la Guerra Fría dentro del contexto de la política de contención norteamericana, específicamente, sirviendo como muro contra la influencia de Cuba en la región. Fue, así, desde mediados del siglo veinte y hasta 1986, presa de la dictadura de los Duvalier, célebre por su corrupción y crueldad. En 1990 tuvo en Jean-Bertrand Aristide a su primer presidente electo por la vía democrática – a lo cual debe añadirse que, luego de siete meses en el poder, terminó siendo depuesto. En el año 2000 Aristide es elegido otra vez mandatario. Cuatro años después, sin embargo, se le obliga a renunciar en lo que a todas luces se revela como un derrocamiento. Desde entonces, el país es una especie de protectorado de las Naciones Unidas, habiéndose destacado allí una misión de estabilización: el MINUSTAH.

Se trata de un país que depende de la importación de alimentos, cuyo territorio tiene una deforestación que llega al 98 % y en donde alrededor de tres cuartas partes de su población vive en la pobreza.

Haití es desde hace ocho meses objeto de la caridad mundial por el efecto mediático que en su momento suscitó el terremoto. Meses antes su miseria, e incluso su propia existencia, era indiferente para los medios – hoy incluso, tras haberse hecho trillada la noticia, la desgracia que vive Haití ha quedado nuevamente al margen, y si algún acontecimiento ha tenido eco reciente en la prensa, no es el de que más del 90% de los escombros continúen en las calles, o que las enfermedades y el hambre se hayan convertido ya en pandémicas, sino los vicios legales que presenta la candidatura a la presidencia de Wyclef Jean, líder de la banda musical norteamericana The Fugees, y las invectivas que éste ha dirigido a sus críticos.

Tal indiferencia no es cosa que deba extrañar. Pues, en algún sentido, es la nación más desvinculada del resto en términos culturales. El nacido en Haití no se siente ni francófono ni latinoamericano. Tampoco se ve a sí mismo reflejado en África. La verdad es que no hay nadie en el mundo que reclame un nexo con él.

El desarraigo cultural está al lado de una sempiterna crisis política, así como de un coeficiente de Gini paradigma de la desigualdad social más clamorosa. El descalabro económico se manifiesta, por si fuera poco, en el hecho de que la mitad de su presupuesto proviene de la ayuda internacional. El mal, podría pensarse, es inherente y la corrupción algo consustancial. No en vano Sarkozy invoca a acabar de una vez y para siempre con la “maldición” de Haití.

El seísmo ha dejado al estado sin infraestructura. Los pocos hospitales, escuelas y carreteras son hoy inservibles. Las sedes del legislativo y ejecutivo colapsaron. Como consecuencia de ello, en una clara manifestación de la hecatombe, el actual presidente, René Préval, operó durante semanas en una comisaría. (La sede de la ONU también se destruyó, pereciendo decenas de funcionarios, entre ellos el propio jefe de la MINUSTAH.)

Con 230 mil fallecidos y catorce mil millones de dólares en pérdidas, un reporte del BID no duda en calificar al terremoto de Haití como la peor catástrofe que haya ocurrido en la historia a un país en proporción con su número de habitantes y recursos.

Resulta claro que esta nación no podrá levantarse sola. La razón principal es que nunca estuvo de pie.

Haití, en palabras de Préval, no pide una recuperación, sino, más bien, ser refundado.

La cooperación internacional es necesaria. Organizaciones como Oxfam llaman a la condonación de la deuda externa. El G7 y el Club de París han hecho efectiva esta propuesta. Ya el Banco Mundial y el FMI habían absuelto el 80 % de la deuda en julio del año pasado para paliar los efectos de los cuatro huracanes que azotaron a Haití hacia fines de 2008. Pero, aunque altruistas y bien intencionadas, estas medidas no bastan.

Además de condonar la deuda, es recomendable que los intereses no se acumulen. La filantropía, no suscita crecimiento y mucho menos desarrollo. La condonación de la deuda no es suficiente, y, por tanto, no debe servir como pretexto de la comunidad internacional para eximirse de cualquier ayuda ulterior. Se requiere de un compromiso a futuro y coordinado para construir instituciones sólidas y superar efectivamente la pobreza.

Resulta penoso afirmarlo, pero la ONU no ha sabido asumir un rol de liderazgo en esta cuestión. Diferentes países y bloques regionales se han lanzado por su propia cuenta al rescate de Haití. Cada cual esgrimiendo los puntos que ellos consideran prioritarios. Para los Estados Unidos, por ejemplo, lo que se necesita es seguridad, a pesar de que Edmond Mulet, jefe interino de MINUSTAH, haya dicho que no comparte ese parecer. Ello hizo que, de espaldas a la ONU, colocasen veinte mil soldados en Haití y pasen a controlar el tránsito aéreo, terrestre y marítimo.

El terremoto se torna en un asunto geopolítico. Venezuela, principal acreedor bilateral de Haití con 295 millones de dólares, deploró la presencia estadounidense en el Caribe. De acuerdo con Chávez, los Estados Unidos se habrían aprovechado de la tragedia haitiana para recuperar la hegemonía perdida en la región a causa de sus preocupaciones en Medio Oriente a lo largo de la última década. Brasil, por su lado, quiere asumir el liderazgo regional que le corresponde en su condición de potencia emergente. Ha cuestionado también la presencia del contingente norteamericano y su Ministro de Defensa, Nelson Jobim, se permitió hacer una verificación in situ de los daños.

Mientras diferentes estados se disputan la competencia y el derecho a intervenir asumiendo que Haití carece de soberanía o, en todo caso, que ésta resulta irrelevante de cara a la crisis humanitaria que padece, una de las prioridades nueve meses después sigue siendo la provisión de módulos adecuados de vivienda. Se trata únicamente de asegurar que la población no viva bajo carpas y en campos de refugiados encontrándose en su propio país.