martes, 28 de julio de 2015

DOS LIBROS






Gonzalo Gamio Gehri

He tenido el honor de presentar dos libros en la FIL en los últimos días, el libro de Vicente Santuc SJ, Antropología existencial, y el libro compartido de teólogos jesuitas, Creer o no creer. La fe en tiempos de transición. El primero lo presenté con Rafael Fernández Hart SJ y el segundo con Luis Bacigalupo.

El primero es el libro póstumo de Vicente, un texto que resume sus reflexiones en torno al ser humano y la racionalidad. Originalmente se trató de un ensayo que pretendía introducir a los escritos de filosofía política que componían su investigación de Doctorado. Vicente siempre se preguntaba por el horizonte de enunciación de los problemas, el desde dónde se plantean como tales. Vicente se detiene en la vuelta al ‘hecho de la vida’ y el ‘hecho del mundo’ y a la reflexión en torno a sus elementos constitutivos. El lenguaje y la corporeidad como los canales de conexión con las cosas y con la producción de sentido. Son las “abstracciones”, el intento por escindir regiones del pensamiento y de la acción – presentes en la tecnociencia y en la economía de mercado, pero no sólo en ellas – que nos alejan del torrente de la vida, de la experiencia originaria del mundo. Las abstracciones son importantes – y, con los correctivos adecuados son útiles – pero no deben hacernos perder de vista esta vivencia fundadora.

El segundo es un libro elaborado por los teólogos jesuitas en torno al tema de la secularización, un libro escrito en clave académica y a la vez pastoral. Un libro riguroso y pluralista sobre el fenómeno de la creencia y la increencia en el Perú, fruto de dos años de trabajo. Los autores son Rafael Fernández Hart, Juan Dejo, Jaime Regan, José Piedra, Edwin Vásquez, Eduardo Schmidt, Fernando Roca y el recordado Jeff Klaiber. Los enfoques son diversos en la medida en que los teólogos provienen de diferentes especialidades y disciplinas: la filosofía, la historia, la antropología, la bioética, la ética de las empresas, etc. Un rasgo interesante de los textos que componen este importante volumen es el compartir la idea según la cual la secularización no constituye un proceso necesariamente dañino (el "olvido de los dioses" o la “desespiritualización” que denuncian los conservadores "neoteístas" y otros ); es un fenómeno relevante en lo cultural y social,  asociado al desarrollo de la cultura moderna y del propio cristianismo, asociado a la encarnación y a la autonomía de lo temporal, en convergencia con el Concilio Vaticano II.

 Se trata de un libro que recoge reflexiones convergentes con una línea de pensamiento pluralista que han cultivado los jesuitas del mundo a lo largo de mucho tiempo, mucho antes de la llegada del Papa Francisco: el diálogo con el mundo contemporáneo. La modernidad es concebida como una morada espiritual en clave hegeliana – sus progresos y dificultades en materia de democracia, derechos, interculturalidad, entre otras materias de discusión – constituye una parte de nuestro mundo concreto,, con el que hay que debatir, no al que hay que condenar, como demandan los “teocon” y sus simpatizantes. Es una interlocutora de la fe inspirada por el Evangelio, que puede verse esclarecida como esclarecer argumentos e imágenes del mundo y la vida.

Me parece fundamental destacar este tipo de reflexiones teológicas y filosóficas en un país como el Perú, un país que ha sido por mucho tiempo una suerte de reducto conservador en lo político, pero también en lo religioso. Las cosas están cambiando. Contribuciones como éstas ayudarán a que los ciudadanos podamos construir una visión más clara de los problemas que enfrenta hoy el diálogo entre la religión y las sociedades democráticas.

domingo, 19 de julio de 2015

UN JUSTO HOMENAJE A SALOMÓN LERNER FEBRES






Gonzalo Gamio Gehri 


El día 17 la Pontificia Universidad Católica del Perú le rindió un justo homenaje al Dr. Salomón Lerner Febres – su Rector emérito – por sus setenta años de vida, de servicio al país y a la Universidad. Un hombre justo, que presidió la Comisión de la Verdad y Reconciliación de manera juiciosa y valerosa;  ha continuado luego su labor en lo relativo al trabajo de la memoria y la defensa de los derechos humanos desde el IDEHPUCP. Se ha publicado La verdad nos hace libres, en homenaje a su trayectoria: soy uno de los autores de los ensayos que componen ese volumen, editado por G. Gutiérrez, M. Giusti y E. Salmón.  Lo conozco desde hace muchos años, pero tuve la oportunidad de conversar con frecuencia con él desde los primeros años de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, a cuyo Comité de filósofos fui convocado en 2001. Este grupo se reunía una vez por semana para discutir los conceptos centrales de la justicia transicional y los estudios de derechos humanos.Desde entonces tengo el honor de trabajar junto a él y ser su amigo.


Este ha sido un espacio para recordar al maestro y al amigo. Su generosidad y la claridad de su pensamiento son conocidas en la PUCP, y se han puesto de manifiesto en los diversos cargos que ha tenido que ejercer dentro y fuera de la Universidad. Gustavo Gutiérrez ha destacado la gran contribución de Salomón a la causa de la justicia en el Perú y el Rector Marcial Rubio ha mostrado cómo la Universidad afrontó un notable proceso de modernización gracias a la labor de Felipe Mac Gregor y Salomón Lerner Febres. Ambos (y quienes trabajaron con ellos) han batallado para articular de manera  lúcida el compromiso con el quehacer científico, el pluralismo y el espíritu católico. Ambos se esforzaron porque la PUCP concentre su atención en pensar y actuar respecto de los problemas del Perú. 


Esta clase de aspiraciones y trabajos supone también enfrentar dificultades y resistencias. Salomón ha sufrido amenazas – incluyendo un cobarde atentado informático que recordamos en las redes, cuyas pruebas pueden ser revisadas -  de parte de los sectores que se sintieron severamente interpelados - o directamente confrontados -  por el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Buena parte de la "clase política" y otros grupos de poder recibieron el informe con hostilidad. El texto recabó diecisiete mil testimonios de víctimas que no habían sido escuchadas, y que señalaron formas de violencia perpetradas por terroristas y por malos agentes del Estado. Verdades que nos cuestionan, que hay que afrontar si queremos construir una sociedad justa, establecer garantías de no repetición. Salomón se mantuvo firme en la rigurosa investigación que la Comisión elaboró. Ha afrontado estas situaciones con la entereza y la integridad moral que lo caracterizan. Ha asumido un compromiso expreso con el mensaje del Documento, con la exigencia ética de someter a discusión su mensaje. Sus escritos y trayectoria pública nos invitan  a no abandonar la causa del derecho irrenunciable  a la verdad y a la justicia que poseen quienes sufrieron violencia y discriminación. Su lucidez, coraje y perseverancia en tal situación constituye un ejemplo para los ciudadanos. La PUCP - su casa - celebra su vida y obra, dedicadas a la reflexión y a la acción en torno a las posibilidades de la justicia en el país. 







domingo, 5 de julio de 2015

SOBRE ' EL ECLIPSE DE LO PÚBLICO'






Gonzalo Gamio Gehri



El ethos cívico tiene que lidiar con dos poderosas dificultades de orden práctico. Uno de estos obstáculos es el hecho de que las desigualdades conspiran contra el sentido de comunidad política y la participación directa. La pobreza no es sólo carencia de recursos, es ausencia de libertad; la extrema pobreza puede convertirse, para usar las palabras de Gustavo Gutiérrez, en muerte prematura. Las desigualdades sociales minan la política democrática en cuanto tal. En la perspectiva de Amartya K. Sen, el desarrollo humano se evalúa tomando en cuenta si todas las personas pueden poner en ejercicio sus capacidades fundamentales, componentes básicos de una vida de calidad[1]. Los Estados y las instituciones deben ofrecer el marco político y legal – y generar los espacios – para que estas capacidades puedan desplegarse. No sólo lograr una vida longeva y saludable y un empleo digno, sino también disfrutar de libertades y oportunidades vinculadas a la expresión del pensamiento y los sentimientos, el cuidado de vínculos sociales y relaciones con las especies naturales, la igualdad civil,  el respeto de los derechos humanos, el cuidado de la autonomía pública y privada, etc. Cuando tener dinero se convierte en un elemento decisivo para acceder a las condiciones para el logro de dichas capacidades – por ejemplo recibir un tratamiento médico eficaz o contar con servicios educativos que promuevan la creatividad  y la formación del juicio -, la brecha entre las personas se hace más grande y los lugares de encuentro ciudadano se tornan escasos y extraños. Si los espacios educativos, por ejemplo, no son escenarios para interactuar y deliberar juntos, difícilmente podremos encontrar actividades o metas comunes[2]. Requerimos lugares públicos para el reconocimiento, el debate y la acción común. Espacios igualitarios, abiertos a las diferencias y al ejercicio de las libertades sustanciales de la vida cívica. Sin ellos – y sin las actividades que se llevan a cabo en y desde ellos – no tenemos una genuina democracia.

El otro problema tiene que ver con el debilitamiento de la acción política. Desde La Boetie hasta Dewey, Arendt y Bellah – pasando por Tocqueville – se ha observado que la deserción de los ciudadanos en materia de movilización y vigilancia genera formas de tutelaje o de autoritarismo, a través de la acción de la autodenominada “clase dirigente”, de los tecnócratas o incluso a través de la sujeción por parte de un tirano. La idea es que en la sociedad moderna los individuos tienden a aislarse, a dedicarse exclusivamente a las actividades propias de la esfera privada – el trabajo, el consumo, los pequeños círculos de la familia y los amigos -, concibiendo esta esfera como el lugar privilegiado de realización y libertad. La consecuencia de esta actitud y su concreción es que las personas abandonan el espacio público como foro de deliberación. De hecho, desatienden la acción política, en materia de decisiones comunes y fiscalización. Esta elección no deja las cosas tal como estaban en cuanto al ejercicio de la libertad. En efecto, los individuos dejan el ruedo político y sus exigencias a favor de sus metas privadas en el mercado y sus propósitos en la esfera de la vida personal. Al actuar de esa manera, los agentes abjuran del cultivo de sus libertades políticas y del ejercicio del poder cívico. Son los gobernantes y los políticos en actividad quienes se ocuparán de los asuntos públicos: son ellos los que tomarán las decisiones en representación de sus electores. Al replegarse en sus círculos privados, los individuos entregan esa libertad para actuar a las autoridades; renuncian a practicar la ciudadanía y se comportan como súbditos[3]. Esta renuncia genera formas de alienación política que propician la configuración de conductas autoritarias desde los gobiernos. Si los agentes no se preocupan por vigilar a los gobernantes y por preservar la vigencia plena del Estado de derecho, quienes ejercen la función pública pueden conculcar los derechos de otros, e incluso generar formas autocráticas de conducción política. Nada de esto se logra sin la complicidad de los propios individuos, que consienten la presencia de este poder tutelar. Por desidia, falta de valor, o quizá convencido por la promesa de eficacia, el ciudadano que renuncia a la acción permite el fortalecimiento del autoritarismo y lo aplaude. No hay señor sin siervo. En pleno renacimiento francés, La Boetie sostiene que “esta obstinada voluntad de servir se ha enraizado tan profundamente que ya parece que el amor mismo a la libertad no es tan natural[4].

Ambos fenómenos son inquietantes y minan la posibilidad de la democracia. Es preciso atacarlos a la vez, señalaría de inmediato. El desaliento respecto de la capacidad de transformación que ostenta el ciudadano fortalece las pretensiones de quienes prosperan en tiempos de regímenes autoritarios. Es necesario recuperar la fe en la acción política del ciudadano. Sólo se puede realizar la democracia produciéndola en diferentes espacios sociales y políticos. Se recupera la libertad ejercitándola, no existe otra salida. Combatir las desigualdades sociales implica comprometerse con políticas de redistribución y con una mayor inversión estatal en los servicios públicos de educación y salud. Propiciar la apertura de espacios para la participación cívica, luchar por esa apertura. En el presente existen muchos escenarios para la comunicación y el trabajo de la crítica, foros locales y también virtuales; recurrir a ellos significa recuperar espacios para la ciudadanía en cuanto sea posible hacerlos accesibles a todos. Vivimos una suerte de eclipse de la política, no cabe duda, pero superar esa situación está en nuestras manos. 






[1] Véase Sen, Amartya K. Desarrollo y libertad Buenos Aires, Planeta 2000; revísese asimismo Nussbaum, Martha  Crear capacidades. Barcelona, Paidós 2012.
[2] Consúltese Sandel, Michael Justicia ¿Hacemos lo que debemos? Barcelona, Debolsillo 2013 capítulo 4.
[3] Véase Tocqueville, Alexis de, La democracia en América Madrid, Guadarrama 1969.
[4]  De La Boetie, Etienne  Discurso de la servidumbre voluntaria Madrid, Trotta 2008 p. 31.

sábado, 4 de julio de 2015

APUNTES ACERCA DE LA ACCIÓN CIUDADANA*






Gonzalo Gamio Gehri


En una democracia, quien expresa su discrepancia acerca de temas de interés público constituye un interlocutor válido en la conversación cívica. Que pueda llevarse a cabo esta especie de conversación es un rasgo distintivo del sistema de instituciones libres  que vertebra la sociedad. En contraste, un régimen totalitario rechaza y prohíbe la expresión del desacuerdo, pues lo considera un signo de debilidad o de desarmonía en la vida común. Se persigue al crítico, se le percibe como un traidor, un apóstata o se le denuncia como un paciente de funestos “desórdenes ideológicos” que habría que corregir antes de que pueda convertirse en un foco de contaminación a mayor escala. La radicalización de la política autoritaria exige cultivar un “espíritu de ortodoxia” en el terreno de las ideas y las convicciones. La verdad o la interpretación del bien colectivo se conciben como un punto de partida, y no como la meta de la investigación y del ejercicio de la deliberación. De hecho, en una sociedad totalitaria la deliberación permanece proscrita o bloqueada, pues se la considera innecesaria o peligrosa. Ella introduce la duda y la incertidumbre allí donde supuestamente deberían existir la certeza y la adhesión sin cuestionamiento.

El diálogo cívico requiere del cultivo del falibilismo. Se trata de una actitud ética e intelectual básica para el ejercicio de la deliberación pública, tanto en los espacios políticos como en los foros académicos de la vida social. Consiste en estar dispuesto a defender los propios argumentos en la discusión hasta donde sea posible, pero también estar abierto a cambiar la propia perspectiva – en el sentido clásico de la metánoia – si los argumentos que esgrime el otro son sólidos. En suma, el falibilismo exige que aceptemos la posibilidad de estar equivocados y asumamos un nuevo punto de vista si este es el caso. Richard J. Bernstein asevera con razón que “el falibilismo de hecho plantea dudas sobre la posibilidad del conocimiento absoluto incorregible[1]. Se rechaza la idea de la conquista de un saber definitivo, un punto de vista que no deba ser examinado en el espacio común. Todo argumento o forma de juicio es susceptible de revisión.

La vida cívica se propone brindar a los agentes – personas comunes como usted o como yo - la posibilidad de intervenir en el diseño de la agenda política, la construcción de la ley y la toma de decisiones, a través de su discusión en público. Se trata de una forma básica de distribuir el poder y combatir su concentración. La acción ciudadana construye un nosotros que va más allá de los meros intereses de facción y las convicciones ideológicas. Nos pone en comunicación con la historia de las instituciones de cuya vida participamos, una historia de actividades y movilizaciones comunes, pero también de debates y reflexiones en torno a bienes compartidos, principios y procedimientos. A través de estas prácticas, la política deja de pertenecer a los “políticos” – los políticos “de carrera”, que actúan desde los movimientos y las organizaciones del sistema político – y comienza a convertirse en un asunto que nos involucra a todos los miembros de la sociedad que intervienen en la cosa pública.


* Esta es la segunda parte de un texto que aparecerá en el portalPólemos, de Derecho & Sociedad.







[1] Bernstein, Richard J. El abuso del mal  Katz 2006 p. 58.