jueves, 29 de septiembre de 2011

LA AUTONOMÍA, LA OBEDIENCIA Y EL “FINAL DE LOS TIEMPOS” (AUTOR ANÓNIMO)



ULTIMA CENA ALTAR DE SAN MIGUEL - Click en la imagen para cerrar




He recibido este mensaje en forma anónima, una reflexión aguda en materia teológica, que puede ser de interés de los lectores. A pesar de que no conozco a su autor, el texto me resulta digno de ser publicado por su lucidez y corrección (G.G.).






LA AUTONOMÍA, LA OBEDIENCIA Y EL “FINAL DE LOS TIEMPOS”








Estimado profesor Gamio:





Soy una madre de familia que se considera y se siente católica. He hecho todo lo posible por transmitir a mis dos hijos adolescentes los valores cristianos que recibí de mi familia, y que he tratado de fortalecer y desarrollar a lo largo de mi vida… porque los tiempos cambian, y así como lo que funcionaba bien para mi mamá o para mi abuela no funciona exactamente igual para mí, pienso que sería absurdo creer que mis hijos van a poder vivir toda su vida, y transmitir los valores esenciales a sus hijos, sin irnos adaptando al paso del tiempo. Los tiempos cambian, y nunca he sido (ni mi mamá tampoco) de los que creyeran que esto fuera malo, sino todo lo contrario, más bien prueba de la capacidad del cristianismo y del mensaje cristiano de seguir propagándose y seguir siempre actual.


De un tiempo a esta parte, sin embargo, veo con preocupación cómo va tomando cuerpo lo que considero un momento peligroso para la fe en nuestro país, uno de esos problemas familiares donde hay que proceder con cuidado. En los últimos meses se ha ido configurando un problema de esos que me hacen difícil sostener ante mis hijos la necesidad de seguir unidos a la Iglesia. A través de ellos y algunos de sus amigos (soy de las que creen que estar enterada y dialogar abiertamente es la mejor forma de vivir y defender mis ideas) he seguido últimamente el problema que se está dando en la Universidad Católica, donde yo misma estudié economía. Por ellos he estado viendo por ejemplo algo del material que circula en su blog, como parte de un honesto (y difícil) esfuerzo por entender la situación.


Para empezar, debo decir que he escuchado al Dr. Amprimo explicar la situación en sentido jurídico, y me parece creíble lo que dice. Si tuviera razón, y quedara demostrado en los tribunales que de acuerdo a la ley corresponde que la Iglesia (de la manera que fuere) tuviera en la PUCP un nivel de presencia determinado, y que esto no se ha estado cumpliendo por las razones que fuere, entonces mi actitud sería defender en ese momento el cumplimiento de la ley. Y haría todo lo posible por hacer ver a mis hijos que se trata de un asunto legal.


Pero lo que me dificulta cada vez más las cosas es la mezcla de religión con ley, del más allá con el más acá. Por supuesto, considero que la vida espiritual y la relación con Dios son lo más importante, y junto al amor al prójimo son la base que da sentido a todo lo que hacemos, pero también he crecido toda mi vida (y mi mamá también) en un país donde ciertas cosas las maneja la ley, y no la religión. Y creo que esto es saludable y es así por buenas razones. Entonces me siento asombrada cuando el Cardenal cree necesario decir algo como lo que leí el lunes en el periódico: que los profesores y los chicos de la Católica están desafiando a Dios, burlándose de Dios, y que Cristo les pedirá cuentas “al final de los tiempos”.


Ya había oído a periodistas afines al Cardenal llamar “súcubos” a los profesores, y me parecía una figura poética (aunque peligrosa), pero ahora se acusa a profesores y alumnos, y lo del juicio final puede ser tomado como amenaza y no hace más que confundir y alejar a los chicos aún más de la Iglesia, especialmente viniendo de una persona que ha cometido tan graves errores en su trayectoria política. Por los cuales ciertamente, como todo cristiano, tiene derecho a ser perdonado, pero que no lo califican necesariamente como funcionario del juicio final. Cosa que nadie es. El juicio final, espero, es entre Dios y cada uno.


La confusión es muy simple y se relaciona con el desarrollo de fuerzas que yo había creído superadas en la historia. Pero que parece no lo están tanto así. Tomar en sus propias manos el juicio de Dios fue un problema (quizá una necesidad, no soy quién para juzgarlo) que vivió la Iglesia en otros tiempos, que yo siempre creí felizmente superados. Yo crecí, y mis hijos también, en una iglesia abierta, no en una iglesia que pretendiera tomar la justicia del mundo en sus manos. Yo crecí agradeciendo este avance y sintiéndome agradecida por él. Si dijéramos que la Iglesia tiene el derecho de juzgar a nombre de Cristo porque es el cuerpo visible de Cristo, con las autoridades a la cabeza (y esto se escucha decir cada vez más), entonces a mi criterio esto sería un grave retroceso y un gran error.


Afortunadamente parece que el error es del Cardenal (que carga, como digo y como todos sabemos, con errores graves en su pasado político). Claro que uno escucha el error en una cantidad de personas y el error parece tomar cuerpo en nuestra sociedad, y parecen retornar fuerzas que yo creía superadas en la historia, pero me refiero a lo siguiente: Quisiera creer que no se trata de un error de la Iglesia. El lunes, cuando leí en Expreso eso del juicio de Dios, leí también allí, con alivio, que el Papa llama más bien a una actitud más humilde en la Iglesia, a la necesidad de separar las cosas y renunciar al poder político, terrenal, y a la necesidad de recordar que la iglesia somos todos, “no sólo la jerarquía, el Papa y los obispos”.


Me parece que los errores del Cardenal (y del movimiento conservador que parece resurgir, del que él parece ser parte) tienen que ver con una excesiva cercanía con el poder político y económico. Es posible que el error venga de la convicción de que el poder permitiría a la Iglesia una acción más eficaz, pero creo que se trata de un obvio error por el simple hecho de que Jesucristo no actuó a través del poder. Cuando decimos que “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”, creo honestamente que la gran mayoría no creemos que esa gloria sea de este mundo, ni el juicio tampoco.


Yo diría que el Cardenal está confundiendo peligrosamente las cosas, cuando habla de “desacato”, que según el diccionario es delito, “en algunos ordenamientos”. Me parece claro que no está demostrado que las autoridades de la Católica, y mucho menos los alumnos, estén cometiendo ningún delito; me parece que no vivimos en un “ordenamiento” donde “desacatar” lo que dice el Cardenal, o su interpretación de lo que dice la Santa Sede, sea delito. La confusión es sutil, pero es.


Yo diría que el Cardenal no es infalible, que no es el Papa, y mucho menos es Cristo, y que un poco de humildad no le vendría mal, porque tampoco me parece cierto que por ser el Cardenal sea “el” representante de Cristo en la tierra, como se rumorea que dijo últimamente. Creo que es una autoridad y respeto su investidura, pero mi formación católica y mi formación cívica siempre han funcionado juntas, cada una en su nivel, y estoy acostumbrada a tener derecho a ser crítica con las autoridades. Lo contrario sería justamente, cito al Cardenal, no ser autónomos, y en efecto estar “sometidos a no conocer más que un pedacito de la verdad” (como dijo en El Comercio el sábado pasado). Creo que a él mismo no le vendría nada mal, por el bien de todos, un poquito de humildad, un esfuerzo por no dar la triste impresión de sentirse dueño de la verdad, de pretender una posición legal privilegiada, de tratar de operar institucionalmente por encima de la ley, o peor aún, de impartir la justicia a nombre de Dios.


Tengo la sincera esperanza de que no sea ésta la voluntad de la Iglesia, y la posibilidad mencionada por el Dr. Uribe, de ir el Vaticano a un tribunal internacional para apelar a la decisión de la justicia peruana si ésta fuera desfavorable, no devenga en un conflicto donde la Iglesia dé la impresión de imponerse en forma prepotente. En este último caso yo acataría y respetaría, pero justamente, acataría y respetaría la fuerza mayor, y allí no creo que estuviera Cristo de por medio. No, en todo caso, el Cristo en el que fui criada yo, y en el que crié a mis hijos. Allí podría empezar a reconstruirse un Cristo más parecido al de tiempos que yo creía felizmente superados, un Cristo que nunca he creído fuera parecido al original, felizmente.


Mientras tanto, y con cuidado, sigo expresando mi opinión. Al Cardenal lo puedo cuestionar; a la Iglesia no me atrevería. Ojalá los tiempos no se pongan difíciles de esa manera, que suficientes dificultades terrenales tenemos ya.


viernes, 23 de septiembre de 2011

PUCP: LA BATALLA POR LA AUTONOMÍA











Gonzalo Gamio Gehri






Hoy tendrá lugar la sesión de la Asamblea Universitaria en la que la PUCP se pronunciará sobre la carta enviada desde el Vaticano – entregada por el Arzobispo de Lima – en la que se solicita se hagan algunos delicados cambios en los estatutos de la Universidad. Se trata de una jornada en la que la PUCP asumirá una posición clara respecto de su estructura democrática, su autonomía institucional y su pluralismo. El conflicto con el Cardenal tiene ya larga data y muestra diversos frentes. Primero se planteó el tema de la correcta interpretación del testamento de Riva-Agüero – asunto que está en manos del Poder Judicial -, hoy quienes pretenden intervenir la Universidad ponen en cuestión la propiedad misma de la PUCP; Rosa María Palacios explica el conflicto legal aquí. Hay un frente mediático bastante convulsionado – véase las notas de la prensa ultraconservadora, de vocación cortesana, particularmente las afectadas y completamente desubicadas columnas de Martín Santiváñez en Correo, sólo para citar lo más pobre de lo que aparece en los diarios – y un frente político abierto hace ya varios meses; recuérdese los denodados y vanos esfuerzos del cardenal por apoyar la candidatura de Keiko Fujimori y sus intentos por sacar el tema de las esterilizaciones forzadas del debate público para que su candidata no se debilite.




Aquí también está en juego la libertad de pensamiento, que es esencial a todo recinto universitario que merezca tal nombre. En una Universidad no existen temas vetados ni libros prohibidos: se trata de someter los juicios y las opiniones al espacio de la argumentación y del examen crítico. Las ideas y las interpretaciones son bienvenidas en la medida que son expresión de razones que se puedan discutir honesta y libremente en espacios académicos, sin presiones y sin cortapisas. Es preciso proteger esa apertura fundamental para el progreso del conocimiento y la investigación. Por desgracia, en algunos círculos conservadores impera la costumbre de restringir el acceso a determinados autores y contenidos que parecen no converger con sus convicciones. Hace un tiempo, Francisco Tudela patinó estrepitosamente al sostener que en la PUCP se leía a Gustavo Gutiérrez, un autor supuestamente “condenado por la Iglesia”, lo cual es falso: la obra de Gutiérrez jamás ha sido condenada. Hace unos días, Alonso Cueto publicó un artículo en el que manifestaba su preocupación por la cerrazón intelectual de aquella facción que describía como “extremista en lo religioso”:






“El conflicto entre la PUCP y el arzobispo Cipriani es una de las consecuencias de la consolidación de este extremismo ideológico-religioso, que sin duda tiene un objetivo político en la búsqueda del poder. Los grupos religiosos que apoyan al Cardenal en esta gesta, empezando por el Opus Dei, han dado notorias muestras a lo largo de su vida de una visión intransigente y dogmática de la vida. En mi relación, a lo largo de los años, con personas y sacerdotes del Opus Dei solo he escuchado hablar de prohibiciones y consejos. Nunca he escuchado de ellos una idea o una interpretación interesante de algún texto. Para el Opus Dei hay autores malditos, entre ellos Umberto Eco (un sacerdote del Opus Dei me dijo hace un tiempo que era un “apóstata”), MVLL (otro sacerdote del Opus me dijo después de una conferencia que no debía mencionar “ese nombre”), García Márquez (otro autor “reservado” en las bibliotecas de las universidades del Opus), y, por supuesto, el Nobel José Saramago, entre muchos otros. Para los miembros del Opus Dei, según me dijo uno de ellos, hay algunos libros que pueden “hacer daño” a la mente juvenil, lo cual no es sino una muestra de la poca estima que tienen por la capacidad de los jóvenes a los que dicen proteger. En este contexto, su ideal de enseñanza es tener a un grupo de borregos a su servicio”.









Duras palabras, las de Cueto, sin duda. Se encoge el alma al saber que la lectura de estos grandes autores es prohibida y sancionada por temor y prejuicio. Lo que resulta claro es que esta clase de limitación a la libertad y manipulación intelectual no es lo que se quiere para una Universidad. La PUCP ha consolidado su prestigio académico en base a la apertura de sus aulas a diferentes voces y enfoques, recurriendo al diálogo y a la autoridad básica del mejor argumento.



Queremos seguir siendo una Universidad libre y plural, que elija a sus autoridades a partir de procedimientos democráticos. Queremos seguir siendo un lugar para la investigación y el intercambio de ideas que nutra el país y la vida de los jóvenes. Queremos seguir siendo un espacio en el que se pueda vivir espontánea y razonadamente la fe, cultivando el sentido crítico y la apertura a lo diverso. Confiamos en que hoy la Asamblea ratifique este compromiso.










viernes, 16 de septiembre de 2011

EL INSTANTE




Gonzalo Gamio Gehri


De todas las obras literarias que examinan el carácter del individuo instalado la cultura moderna, probablemente Fausto sea la más conmovedora e iluminadora. Goethe relata la historia de un venerable científico que, ya anciano, habiendo dedicado la vida entera a la búsqueda del conocimiento en la senda de la Ilustración – “Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología” -, descubre que el camino hacia la plenitud es otro, el de la experiencia. Fausto quiere tomar la vida con las dos manos, como sugiere Hegel en la Fenomenología del espíritu. Celebra un pacto con Mefistófeles, que le permite recuperar la juventud e iniciar un vertiginoso camino de experiencias en pos de la plenitud anhelada. El diablo pregunta cuándo podrá llevarse el alma de Fausto. El sabio no tarda en responder:



“FAUSTO



Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: «¡Deténte, eres tan bello!», puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado para mí.”


Fausto busca acumular inagotables experiencias que deleiten su mente y sus sentidos, de modo que su vida culmine cuando la fascinación del instante lo impulse a no desear nada más. Esta convicción lo lleva – por lo general en compañía de Mefistófeles – a vivir la Noche de Walpurgis, conocer el amor de Margarita, y luego, convertirse en uno de los consejeros del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, visitar a las Madres del Ser, viajar al mundo griego (para celebrar la “Noche de Walpurgis clásica”). Incluso es testigo de la invención del papel moneda, creación de Mefistófeles. El diablo genera, por supuesto, situaciones trágicas y dolorosas que Fausto – a pesar de su inteligencia – no comprende del todo: ese es el lado siniestro del contrato que ha sido firmado con sangre. Su vocación por la destrucción del alma de Fausto no se disimula en la sutileza de sus juicios y maneras.
Pero la experiencia fundante que buscaba Fausto no será encontrada en los festines de poder y placer que se ha procurado por años, instigado por Mefistófeles. Con el tiempo, a Fausto se le entregan extensiones de tierra, y él logra arrebatarle tierra al mar para hacerla cultivable. La contemplación del trabajo humano en un clima de tranquilidad, así como la suave brisa marina le traen paz a su corazón. La experiencia del servicio le concede ese instante que buscaba.


“FAUSTO


Ahora se extiende hasta el pie de la montaña una ciénaga que apesta todo lo que ya se ha conseguido. Cuando desagüemos esa charca pestilente, habremos alcanzado el más alto logro. Abro espacios a millones de hombres, espacios en los que tal vez no estén seguros, pero sí podrán estar activos y libres.

La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en esta novísima tierra junto a la parte más sólida de esta colina levantada por un pueblo audaz y laborioso. Aquí en el interior hay un paraje paradisiaco, si allá afuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus dentelladas violentas hace un boquete en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la culminación de la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los días. Y así, rodeados de peligros, el niño, el adulto y el anciano viven provechosamente sus años. Quiero ver una multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este instante: «Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el presentimiento de esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo”.



El final propuesto por Goethe es tan interesante como conmovedor. La mano de Mefistófeles no alcanza al alma de Fausto: no la precipita a las profundidades como exigía el Pacto. Las oraciones de Margarita consiguen salvarlo. Más allá de lo sinuoso del camino emprendido, el mal es burlado.

lunes, 12 de septiembre de 2011

ESTADO E IGLESIA EN LA FUNDACIÓN DE LA UC (CARLOS RAMOS N.)


Carlos Ramos N.


La reforma que se introdujo a la Constitución de 1860 en noviembre de 1915 es, si se quiere, la plataforma histórica de la UC. Se declaraba la libertad de cultos en el Perú. Antes y después de esa enmienda, laicistas y confesionales se enfrentaban entre sí con el mismo furor que observamos hoy.

En ese escenario surge la UC. Quien interpretaba mejor esa voluntad era Jorge Dintilhac, sacerdote de los SSCC. San Marcos, quien fuera bastión del pensamiento conservador, se había secularizado en demasía, tal como muchos piensan hoy sobre la PUCP en torno a su pluralismo. El sacerdote francés, acompañado por un grupo de laicos, comenzó entonces los trámites ante el gobierno de José Pardo. Logró primero, en diciembre de 1916, que a la nueva institución educativa se le reconociera con el nombre de Academia Universitaria, pero en virtud a una estrategia más audaz, concebida en el verano de 1917, ‘Centro Dintilhac’ o ‘Escuelita del padre Jorge’, así como las vacilaciones del gobierno, se concretó la idea de constituir una Universidad Católica.

Para la creación legal de la UC, se requería, sin embargo, la autorización gubernamental. La universidad sin una norma de creación dispuesta por el Estado no podía existir. No bastaba el acuerdo interno de sus organizadores. Era claro que el Ministerio de Justicia, Instrucción y Culto debía aceptar o rechazar la iniciativa sobre la base de la potestad administrativa del Estado, a la cual naturalmente la universidad y sus fundadores se sometían. Ese era, en realidad, el principal terreno de batalla.

La fundación legislativa llegó a través de la RS del 24/3/17 suscrita por el presidente José Pardo y su ministro Wenceslao Valera.

La partida de nacimiento de la UC es, pues, un acto administrativo del Estado, marcado ya por la separación entre el Estado y la Iglesia. Precisamente, el 24 de marzo de cada año se celebra el aniversario de esa fecha histórica. No se celebra como día de creación de la universidad la fecha de aprobación de sus estatutos por el Arzobispado de Lima ni su título de pontificia de 1942. La Iglesia no es la madre de la universidad, sino la ley peruana y de ella han dependido hasta hoy su organización, sus funciones y la naturaleza de sus bienes. La norma legal era un requisito sine qua non e imprescindible.

En 1917 el reconocimiento arzobispal se daba por descontado y este no era un requisito ni esencial ni secundario que exigiera la autoridad estatal. Es más, se trata de un acto posterior a la creación legal y no previo, como erradamente se ha dicho. Basta una comprobación cronológica para reparar en ello. Por otro lado, el arzobispo de Lima, Pedro García Naranjo, era amigo de los SSCC. No costó ningún esfuerzo entonces que acogiera con entusiasmo la fundación de la UC. Desafortunadamente, García Naranjo falleció en septiembre de 1917. Fue nombrado entonces arzobispo de Lima monseñor Emilio Lisson, quien rechazaba la creación de la UC. No tenía, en realidad, una buena comunicación con los sacerdotes de los SSCC.

Lisson propugnaba que se creara otra universidad que se denominaría Bartolomé Herrera, como es de verse de las actas del Consejo Superior de la Universidad del 27/8/21. El padre Jorge defendió con ardor la sobrevivencia de la universidad y hasta convenció a monseñor Lisson para que cambiara de actitud. Lisson, arequipeño y ex obispo de Chachapoyas, tuvo un triste destino. La jerarquía romana lo renunció y prácticamente fue desterrado a España: él nunca firmó la renuncia y se enteró por una comunicación de que lo había hecho. La Santa Sede no deseaba malquistarse con el gobierno de Sánchez Cerro. Lisson era acusado de numerosos cargos, sobre todo por su estrecha vinculación con la dictadura de Leguía.


(Tomado de La República)

martes, 6 de septiembre de 2011

FRANCISCO TUDELA Y LA INQUISICIÓN (PABLO QUINTANILLA)



Pablo Quintanilla

El ex canciller Francisco Tudela ha dicho en un programa de televisión que, cuando era estudiante en la PUCP, se hacía leer a los alumnos el libro Teología de la liberación, del P. Gustavo Gutiérrez, que está “condenado por el Vaticano”. El señor Tudela debería saber que el libro en cuestión no está ni ha estado nunca condenado por el Vaticano. La práctica inquisitorial de prohibir la lectura de libros fue mantenida por la Iglesia medieval, mediante el Index de libros que no debían ser leídos bajo pena de excomunión, hasta 1966, en que fue eliminado definitivamente por Pablo VI. Quizá a Tudela le agrade la idea de volver a prohibir la lectura de libros, pero esa ya no es, felizmente, una práctica de la Iglesia ni de ninguna otra institución democrática y civilizada, excepto de algunos sectores ultramontanos que aún persisten, y que sostienen la curiosa idea de que la mejor manera de evitar que las personas yerren es impidiéndoseles que se enteren de lo que los demás piensan.

La afirmación de Tudela es, por tanto, o un error producto de la ignorancia o una mentira deliberada. Si es lo primero, resulta penoso que se injurie de esa manera a una universidad prestigiosa y a un teólogo y sacerdote católico en actividad. Pero es más deplorable aún que se agravie a la Iglesia Católica, como si ésta fuera una institución que persigue a la cultura. Si es una mentira deliberada, Tudela actúa de mala fe en nombre de la fe católica, lo que es una maldad digna del gobierno al cual él sirvió durante casi una década.

Los libros del P. Gutiérrez nunca fueron condenados. Lo que hubo es un largo y enriquecedor diálogo entre la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede, la Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Peruana y el P. Gutiérrez. Este diálogo, que, como todos los diálogos, sirve para aprender de los demás y buscar la verdad, tuvo como objetivo aclarar algunas de las ideas del P. Gutiérrez que pudieran ser malinterpretadas. La Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede consideró que toda posible mala interpretación quedaba eliminada, cuando el P. Gutiérrez publicó su artículo “La koinonía eclesial”, (ANGELICUM, 81, 4, Roma: 2004). El 1º de septiembre de 2006, el Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Mons. Miguel Cabrejos, emitió un comunicado señalando que el artículo del P. Gutiérrez debería ser más extensamente conocido por los “hermanos en el Episcopado, en el Sacerdocio, en la vida consagrada y los fieles de la Iglesia del Perú”, publicándose así cinco mil ejemplares del artículo, que fueron distribuidos entre los obispos, las diócesis y las congregaciones religiosas del Perú.

El actual Papa, Benedicto XVI, es doctor honoris causa de la PUCP desde 1986, es amigo personal del P. Gutiérrez y, además, ha expresado públicamente el valor que encuentra en sus libros. Sobre todo para una región del mundo, como Latinoamérica, en que la religión y la teología deben ser instrumentos de liberación del pecado y de la miseria, y no formas de dominación o manipulación de la opinión pública, las obras del P. Gutiérrez son de particular importancia para acercar la Iglesia a la gente.

En la PUCP es obligatorio para todos los alumnos llevar por lo menos un curso de Teología. En éstos se lee y se discute, de manera académica, argumentativa y racional, todas las vertientes de la teología católica, incluida la teología de la liberación. Es desafortunado que, quien fue canciller de la República, se escandalice porque en una universidad se lea y se discuta libros. Si no lo sabe el señor Tudela, eso es lo que se hace en las universidades. Lo que debería escandalizarnos es que los alumnos no los lean. La única manera de saber si un libro sostiene tesis equivocadas o no es leyéndolo, otra cosa es puro prejuicio e ignorancia. A los alumnos hay que enseñarles a formarse sus propias opiniones, mediante el análisis de argumentos y razones, en vez de aceptar sumisamente lo que algún iluminado ha establecido. Sin embargo, hay quienes temen que las universidades formen seres humanos críticos, pues la gente es más fácil de manipular mientras menos educada es. Para algunos intereses políticos y económicos, las universidades que investigan y cuestionan son un problema que debe ser eliminado. En el fondo, eso es lo que está detrás de todo.

En todo caso, la idea que el señor Tudela tiene de la Iglesia y de la Universidad se ha quedado en la época de cuando se quemaba libros porque sostenían tesis que a uno no le gustaban. Esas universidades casi ya no existen, y la Iglesia ya no es la Inquisición, aunque a muchos todavía les gustaría que lo fuese. Esa gente está alejando a la personas de Dios, en nombre de la Iglesia, y eso no es poca cosa.

(Tomado de Punto Edu)

domingo, 4 de septiembre de 2011

PUCP, CATOLICIDAD, PLURALIDAD










Gonzalo Gamio Gehri


Asistimos a un nuevo episodio en la historia de la lucha de la PUCP por preservar su condición de genuina universidad al servicio del pensamiento crítico, la búsqueda del conocimiento y el respeto de la diversidad. Monseñor Cipriani – ante la reciente derrota de Keiko Fujimori, su candidata – ha optado por desarrollar otro frente de conflicto: la posibilidad de que la Santa Sede solicite a la PUCP la modificación de sus estatutos. Ahora la PUCP intenta conservar su estructura democrática, conforme a las leyes peruanas (y al Concordato con la Iglesia). Una vez que Alan García – personaje político que le era muy cercano – ha dejado el poder, el Cardenal ha ensayado otra estrategia en su proyecto de intervención sobre la Universidad.

El tema legal sigue en proceso en los fueros locales e internacionales. En la mayoría de los medios el conflicto es cubierto en una perspectiva francamente sesgada: cinco o seis diarios han asumido la posición cardenalicia sin el menor interés por investigar sobre el asunto o informar a la población – El Comercio y Correo están entre los más activos, sin duda; piénsese en los tendenciosos titulares del diario de los Miró Quesada o en las disforzadas y extravagantes columnas de Martín Santiváñez -; estos medios, así como los portavoces del bando arzobispal ponen de manifiesto en esta campaña que no les interesa la preservación del pluralismo y la excelencia académica en la PUCP, si no la alineación inmediata y sumisa al integrismo conservador. Una página fundamentalista de ultraderecha llega al colmo de lamentar que la biblioteca de la PUCP cuente con libros de diversas canteras ideológicas, entonando un alegato en favor del oscurantismo en pleno siglo XXI (véase su nota 14), predicando una inaceptable prohibición de libros y películas.


"Resulta inexplicable que en la Biblioteca de la Universidad se hallen a disposición de los estudiantes no sólo obras carentes de cualquier mérito literario o académico, sino además impregnadas de contenido anticristiano. Hay nada menos que seis ejemplares de la novela anticatólica El nombre de la Rosa y otro tanto del igualmente anticatólico El Código Da Vinci; cuatro del El evangelio según Jesucristo, del comunista José Saramago, etc, al lado de obras esotéricas, ocultistas, pseudomísticas o difusoras del pensamiento gnóstico Nueva Era.".

El miedo a la libertad en la más burda de sus formas. Contra estos espíritus intolerantes, es necesario fortalecer la inspiración pluralista de la PUCP y su vocación por el trabajo de la crítica y la producción de ciencia. El diálogo entre el conocimiento y la fe debe promoverse desde un compromiso claro con la reflexión y el cuidado de lo humano, como corresponde a una Universidad digna de ese nombre.

El asunto aquí es la voluntad de control sobre la Universidad de parte de estos sectores antiliberales. Es preciso, en este sentido, recordarle a los tradicionalistas que quieren entrar a la PUCP como sea, que no existe una única manera de ser católico, que es posible serlo cultivando la apertura a la alteridad y promoviendo el libre pensamiento, que el Evangelio propone una ortopraxis vinculada al cuidado del ágape y al compromiso con los débiles, que poco tiene que ver con el monolitismo doctrinal, más cercano a la prédica de los fariseos. En un último post en su espacio Puente Aéreo, el crítico literario Gustavo Faverón ha mostrado magníficamente el evidente contraste entre la trayectoria de la PUCP y la de quienes pretenden capturarla, en cuanto al ejercicio de la justicia, la compasión y la solidaridad:


“Y hablemos también de valores cristianos y de moral católica. Cuando todos los crímenes y los abusos y las vendettas y los robos de la dictadura fujimorista estaban siendo cometidos, la Pontificia Universidad Católica, sus autoridades, sus profesores, sus estudiantes y sus empleados protestaron, marcharon, reclamaron, y, sobre todo, produjeron textos que estudiaban y denunciaban la corrupción en todos sus niveles. En los años siguientes, el Instituto de Derechos Humanos de la PUCP ha sido uno de los bastiones de la lucha contra los criminales de la dictadura y contra los criminales de la subversión, así como del estudio de las condicones sociales, políticas y culturales que condujeron a la violencia. El libro más importante de las últimas décadas en el Perú, el Informe final de la CVR, y el trabajo todo de la CVR, están directamente ligados con el esfuerzo de profesionales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

¿Quién fue, entonces, el ejemplo moral de caridad y de amor por el prójimo? ¿Monseñor Cipriani o la PUCP? ¿Quién condujo su ejecutoria de acuerdo con la defensa de los valores que la Iglesia proclama como suyos? ¿Monseñor Cipriani o la PUCP? ¿Quién puede creer, a estas alturas, luego de todo lo sucedido, cuando cada quien se enfrenta a la opinión pública con una historia propia en la que verse retratado y reflejado, que monseñor Cipriani quiere apoderarse de la PUCP para defender los valores de la cristiandad? ¿Qué cosa hay en la historia pública de Monseñor Cipriani que nos diga que esos valores son prioritarios en sus decisiones, en sus acciones, en sus alianzas y pactos y en sus afiliaciones?

Yo no soy católico ni soy cristiano, pero fui formado en instituciones católicas y pasé uno de los mejores periodos de mi vida, que fue también uno de los periodos más terribles del país, en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es posiblemente innecesario declarar una vez más que se trata de la mejor universidad del Perú y que ha sido crucial en el tránsito del país hacia afuera de la violencia de los años noventa. Ahora, uno de los fantasmas de ese tiempo, uno de los más oscuros fantasmas de ese tiempo, quiere transformarla en una instancia más de la indolencia y la arrogancia y el altanero desprecio al prójimo que ese mismo fantasma ha representado entre nosotros en las últimas décadas. No es cualquier cosa, no es una pequeña batalla local que sólo nos corresponda a quienes nos sentimos miembros de la comunidad universitaria de la PUCP: es una batalla central en el futuro del país. En ella, todos debemos hacernos escuchar”.

Si el puntual examen de caridad que propone Faverón se asocia con la fidelidad al mensaje práctico del Evangelio – como el propio autor sugiere -, no queda otra salida que respaldar las líneas de acción de la PUCP, su compromiso con la libertad y la justicia en el país en concordancia con los principios cristianos. Otro es el caso de los defensores de la tiranía, de la impunidad y del silencio frente al sufrimiento humano. El cristianismo no consiste en una cuestión de mera pureza doctrinal - típicamente farisea - si no en una actitud vital, pues la verdad del cristianismo es encarnación.

Ser católico romano no equivale a ser suscriptor monocorde de un ideario conservador, si no atender al espíritu del Evangelio, que supone la preocupación por los débiles y el cultivo del entendimiento y la libertad de conciencia. Es curioso que los sectores nás intolerantes de la derecha católica pretendan endilgarle al pluralismo el indeterminado rótulo de "pensamiento único" (son precisamente los apologistas conservadores y sus acólitos mediáticos los que hablan de "alinearse" y los que no se incomodan en absoluto frente a la pretensión de atentar contra la autonomía universitaria y ejercer control sobre el trabajo académico). En una línea de reflexión política, Faverón muestra con claridad que tras estas estrategias se esconde la vocación de lo más oscuro de la extrema derecha nacional – profundamente antiliberal – por ajustar cuentas con la PUCP por treinta años de lucha principista y plural a favor de la democracia y los derechos humanos.


Actulización: Muy Buen artículo de R.M. Palacios en Diario 16.

jueves, 1 de septiembre de 2011

EL CARDENAL EN SU LABERINTO (CARLOS GARATEA)




Carlos Garatea Grau


Con el recordado cardenal Juan Landázuri en la mesa principal, Joseph Ratzinger, por entonces cardenal y Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, recibió el grado de doctor honoris causa de la PUCP en julio de 1986. Años después, Ratzinger sería el Papa Benedicto XVI. Pero no olvidó la visita. Lo dijo monseñor Gerhard Müller luego de una ceremonia en el 2009: “Para mí es un gran honor recibir esta distinción porque viene de la PUCP y también porque el Papa Benedicto XVI me saludó al enterarse de la noticia […] él se alegró mucho y me felicitó…” (Puntoedu, 6/3/09).

Es público que el cardenal y arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, ha transmitido a la PUCP unas modificaciones planteadas por el Estado Vaticano. Para Cipriani se deben aplicar “necesaria e ineludiblemente”. Sin embargo, el título dice “modificaciones y/o correcciones transmitidas…” y no contiene una palabra sobre el carácter perentorio que señala el Cardenal. Tal vez por eso el comunicado de la Conferencia Episcopal (26/8) baja la temperatura. Pasa de “correcciones”, “cambios” a sólo “indicaciones”.

¿Total? Uno de los puntos “ineludibles” corresponde a la elección del Rector. Hay otros referidos a estudiantes, profesores y personal administrativo. De acuerdo con el documento, el Rector sería nombrado por el Gran Canciller (art. 85), es decir, por el cardenal Cipriani. Vaya casualidad. No importa que, desde años atrás, el Rector sea elegido democráticamente por la asamblea universitaria. En la lógica que defiende el Cardenal habría que desechar este principio democrático para reemplazarlo por otro, a todas luces, autoritario y opuesto a las leyes peruanas.

Para el Cardenal, la PUCP debe obedecer. Y para no dejar dudas, hace poco enfatizó que la iglesia es una institución jerárquica. “Quien no entienda ello, se coloca al margen de la Iglesia” sentenció (Correo, 21/8), sin decir por cierto qué hay del otro lado. Esa frase coronaba su ingeniosa y elocuente descripción de la víspera: “el representante de Cristo soy yo” (RPP, 20/8). Es claro que no son expresiones amigables, ni tienen un ápice de conciliadoras.

Lo único positivo es que el Cardenal Cipriani ha puesto al descubierto su verdadera intención. No le quita el sueño empezar esta insensata cruzada criolla ni dañar más la imagen de la iglesia peruana con tal de asegurarse el dominio de la PUCP. Se trata de una cruzada política que mezcla pleitos judiciales con declaraciones que podrían comprometer la relación del Perú con el Estado Vaticano. Pero no sorprende. El cardenal Cipriani hace política con manifiesta preferencia por las opciones autoritarias.

Recordemos: fue obispo consentido durante el fujimorato; es autor de una penosa frase sobre los DDHH; intervino a favor de la candidata Fujimori y no hemos oído su condena a las personas y al sistema que favorecieron la corrupción y la violación de los DDHH durante los años 90. Sí hemos escuchado, en cambio, sus expresiones destempladas ante quien no piense como él, incluyendo políticos e intelectuales, en ocasiones dichas desde la altura del púlpito. Esta actitud resquebraja la unidad que necesita la iglesia peruana y que cientos de mujeres y hombres trabajan por mantener, con humildad y en silencio.

Cipriani dice que ama a la PUCP (Correo 21/8). No le creo. Su mirada es rígida y poco académica. El modelo de la PUCP es distinto. Es plural, tolerante, inclusivo. En la PUCP, hay lugar para todas y todos. Está al servicio del país. Forma personas, ciudadanos y tiene enraizado el valor de la formación integral y de la excelencia académica. Es una universidad en la que se aprende discutiendo e investigando con libertad y en paz. Es una casa comprometida, en el discurso y en la práctica, con los derechos humanos. En todo ello radica, también, su catolicidad. El Cardenal está en las antípodas de ese modelo. Por eso no le creo. No soy el único. Los estudiantes y el sindicato de trabajadores lo han declarado persona no grata. Y, dentro y fuera del campus, ya se oyen voces juveniles y maduras que empiezan a identificarse con la afirmación del teólogo Hans Küng: “creo en Dios pero no en la iglesia” (El País, 28/1/2011). Tremendo laberinto que ha iniciado el Cardenal.